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sábado, 23 de octubre de 2021

DISCURSO DE SAN ANTONIO MARÍA CLARET EN EL CONCILIO VATICANO


En el Concilio Vaticano I hizo presencia San Antonio María Claret y Clarà, fundador de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María, quien dio este discurso durante la congregación general XLII, que tuvo lugar el 31 de Mayo de 1870, tres meses y tres semanas antes de la toma de Roma por las tropas del masón Giuseppe Garibaldi, y cuatro meses y tres semanas antes de morir nuestro santo el 24 de Octubre de ese año.
   
San Antonio María Claret dio este discurso sumamente enfermo, fruto de tantas correrías apostólicas en Cuba y de las persecuciones de sus enemigos en la isla, en Madrid (donde había sido confesor de la usurpadora Isabel “II”) y aún en el mismo exilio, pero con vehemencia de confesor de la Fe y defendiendo la infalibilidad pontificia ex cáthedra propuesto en el schema “De Ecclésia” frente a los ataques de los obispos liberales y galicanistas (la casi totalidad de los obispos alemanes, austrohúngaros y parte de los de Francia, 55 de los cuales abandonaron las sesiones antes de la votación el 18 de Julio, en un intento vano de conciliar la obediencia con su propia opinión, por lo que la constitución “Pastor Ætérnus” fue aprobada con 433 votos a favor y solo dos votos en contra –el hibernoestadounidense Edward Mary Fitzgerald Pratt y el italiano Luigi Riccio, que después de proclamado el dogma se sometieron a él–).
  
LATÍN
Eminentíssimi prǽsides, eminentíssimi et reverendíssimi patres.
    
Ómnia tempus habent, tempus est tacéndi et tempus loquéndi. Úsque modo, eminentíssimi ac reverendíssimi patres, tácui in hoc sacro concílio; sed cum audívi quǽdam verba mihi valde displicéntia, cogitávi in corde meo quod in consciéntia téneor lóqui, timens illud Isaíæ prophétæ: «Væ mihi quia tácui» (cap. VI, 5), et sic lóquar de summi Románi pontíficis infallibilitáte, sicut légitur in schémate. Et lectis sacris Scriptúris per expositóres cathólicos explicátis, consideráta traditióne númquam interrúpta, post profúndam meditatiónem verbórum sanctum patrum, sacrórum conciliórum ratiónumque theologórum, quas brevitátis grátia non réferam, quia per álios oratóres narrátæ sunt, dico súmmaque convictióne ductus asséro, summum pontíficem esse infallíbilem in eo sensu et modo quo tenétur in Ecclésia cathólica apostólica Romána, juxta explicatiónem datam in hac sacra áula. Hæc est fides mea, hæc veheménter desídero, ut sit fides ómnium.
   
Non timéntur hómines prudéntia hujus mundi suffúlti, prudéntia revéra inimíca Dei. Hæc est prudéntia, qua sátanas transfigurátur in ángelum lucis: hæc prudéntia nocíva est auctoritáti sanctæ Románæ ecclésiæ; hæc prudéntia tandem est auxiliátrix supérbiæ eórum, quae, ut sit prophéta, semper ascéndit.
     
Non dúbito, eminentíssimi ac reverendíssimi patres, quod hæc declarátio de infallibilitáte summi Románi pontíficis erit ventilábrum, quo Dóminus noster Jesus Christus purgábit áream suam, et congregábit tríticum in hórreum, páleas autem combúret ingi inextinguíbili. Hæc declarátio divídet lucem a tenébris. Útinam in confessióne hujus veritátis meum sánguinem effúndere possem et sustínere mortem! útinam consummáre váleam sacrifícium, anno 1856 inchoátum, descendéndo ex ambóne post praedicatiónem de fide et mori! Ego stígmata Jesu in córpore meo porto, in maxílla, et bráchio dextro. Útinam consummáre possem cursum meum confiténdo ex abundántia cordis hanc veritátem: Credo Románum pontíficem esse infallíbilem. Hæc est fides mea. Veheménter cúpio, eminentíssimi et reverendíssimi patres, ut omnes cognoscámus et confiteámur hanc veritátem.
   
In vitæ sanctæ Therésiæ légitur quod Dóminus Jesus appáruit ei, et dixit: «Omne malum hujus mundi provénit, quia hómines non intélligunt sacras Scriptúras». Re quídem vera si hómines intelligérent sacras Scriptúras. clare et apérte vidérent hanc veritátem de summi pontíficis infallibilitáte: quæ quídem véritas in Evangélio continétur. Sed quáre non intélligunt sacras Scriptúras? Tres sunt causæ: 1.ª quia hómines non habent amórem Dei, ut dixit idem Jesus sanctæ Therésiæ; 2.ª quia non habent humilitátem, ut légitur in Evangélio: «Confíteor tibi, Pater, Dómine cœli et terræ, quia abscondísti hæc a sapiéntibus et prudéntibus, et revelásti ea párvulis» (Matth. XI, 25); 3.ª tandem quia sunt nonnúli, qui nolunt intellígere, ut bene agant. Dicámus ígitur cum prophéta David: «Deus misereátur nostri, et benedícat nobis; illúminet vultum suum super nos, et misereátur nostri» (Ps. LXVI, 1). Dixi.
       
TRADUCCIÓN
Eminentísimo presidente, eminentísimos y reverendísimos padres.
   
Todo tiene su tiempo, hay tiempo para callar y tiempo para hablar. Hasta ahora, eminentísimos y reverendísimos padres, he guardado silencio en este concilio pero, en cuanto escuché unas palabras que han causado mucho disgusto en mi conciencia, pensé en conciencia que estaba obligado a hablar, temiendo ese dicho del profeta Isaías: «Ay de mí porque estuve en silencio» (cap. VI, 5), y así hablaré de la infalibilidad del Sumo Pontífice, como leemos en el esquema. De las Sagradas Escrituras interpretadas por los expositores católicos, teniendo en cuenta la tradición ininterrumpida, después de una profunda meditación sobre las palabras de los Santos Padres, los Santos Concilios y las razones de los teólogos (que por gracia de la brevedad no referiré, porque otros oradores los nombraron), digo, y guiado por la total convicción, afirmo que el Sumo Pontífice es infalible, en el sentido y en la forma en que lo sostiene la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, según las explicaciones dadas en esta sagrada aula. Esta es mi fe, y deseo vehementemente que sea la fe de todos.
    
Los hombres dominados por una prudencia enteramente humana no son de temer: esta prudencia es enemiga de Dios. Esta es la prudencia, mediante la cual satanás se transfigura en ángel de luz, esta prudencia es perjudicial para la autoridad de la Santa Sede, esta prudencia ayuda al orgullo de estos hombres, un orgullo que, como dice el profeta, siempre se eleva.
    
No dudo, eminentísimos y reverendísimos Padres, que esta declaración sobre la infalibilidad del Romano Pontífice será el ventilabro con el que Nuestro Señor Jesucristo purificará su era, poniendo el trigo en el granero, y la paja la quemará con un fuego inextinguible. Esta declaración dividirá la luz de las tinieblas. ¡Oh, si pudiera derramar mi sangre como testigo de esta verdad y sufrir la muerte por ello! ¡Si pudiera completar mi sacrificio, que comenzó en 1856, descendiendo del ambón después de predicar la fe, y morir. Llevo las señales de Jesús impresas en mi cuerpo, en la mandíbula y brazo derecho [1]. Podría terminar mi carrera proclamando esta verdad con mucho corazón: creo que el Romano Pontífice es infalible. Esta es mi fe, y deseo vehementemente, eminentísimos y reverendísimos Padres, que todos conozcamos y confesemos esta verdad.
    
En la vida de Santa Teresa de Ávila leemos que el Señor se le apareció y le dijo: «Todo mal en el mundo proviene del hecho de que los hombres no comprenden las Sagradas Escrituras». Si los hombres entendieran las Sagradas Escrituras, verían clara y abiertamente la verdad de la infalibilidad pontificia, tal como esta Verdad está contenida en el Evangelio. ¿Pero por qué no entienden las Escrituras? Hay tres causas: 1.º Porque los hombres no tienen el amor de Dios, como dijo Jesús a Santa Teresa; 2.º porque no tienen humildad, como se lee en el Evangelio: «Te alabo, Padre, Creador del Cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y prudentes, y las revelaste a los pequeños» (San Mateo XI, 25). 3.º Porque algunos no quieren entender, para evitar hacer el bien. Digamos con el profeta David: «Dios tenga misericordia de nosotros y nos bendiga; haga resplandecer sobre nosotros la luz de su rostro, y nos mire compasivo» (Salmo XLVI, 1). He concluido.
   
Giovanni Domenico Mansi, Sacrórum Conciliórum Nova Amplíssima Colléctio (Louis Petit AA & Jean-Baptist Martin, eds.), tomo LII, parte 2.ª. Arnhem y Leipzig 1927, cols. 364-365. Traducción nuestra.
   
NOTA ÚNICA
[1] Se refiere al atentado que sufrió a manos del zapatero Antonio Abad Torres en Holguín (Cuba) el 1 de Febrero de 1856 saliendo de Misa durante la Misión. Abad, nacido en Santa Cruz de Tenerife, acuchilló a San Antonio María porque este se oponía al concubinato tan común en Cuba y propiciado por las autoridades seglares de la época.

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