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domingo, 18 de abril de 2010

JESUCRISTO ES NUESTRA PASCUA, POR Mons. BENIGNO JACOBO BOSSUET

Desde Salutaris Hostia


Mientras Jesucristo hablaba a sus Discípulos del que le había de vender, ellos proseguían cenando; y queriendo el Hijo de Dios establecer la nueva Pascua con la institución de la Eucaristía, empezó á decirles: He tenido gran deseo de comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer. A lo que se siguió, como veremos, la institución de la Eucaristía: y esta institución, este deseo grande que manifiesta aquí de celebrar con nosotros dicha Pascua antes de padecer, es parte del amor inmenso con que Jesús, que siempre había amado á los suyos los amó, como dice S. Juan, hasta el fin (Joan 13.1)

Para entrar en sus intenciones, y en disposiciones convenientes á las suyas, acordémonos que la Pascua, la santa víctima que había de dar la Sangre por nuestro rescate, debía, como otras muchas víctimas de la antigua alianza, no solo ser sacrificada, sino también comida; y que quiso Jesucristo imponerse este carácter de víctima, dándonos á comer para siempre aquel mismo Cuerpo, que sería una sola vez ofrecido por nosotros á la muerte. Por lo cual dijo: He deseado con anhelo comer con vosotros esta Pascua antes de morir. No era la Pascua legal, que iba á finalizarse, en la que tan ardientemente deseaba Jesús comer con sus Discípulos: varias veces la había celebrado, y comido con ellos. Otra Pascua era el objeto de su deseo; y así cuando dice He tenido gran deseo de comer con vosotros esta Pascua, la Pascua de la nueva alianza; es lo mismo que si hubiese dicho: He deseado ser Yo mismo vuestra Pascua; ser el Cordero sacrificado por vosotros, y víctima de vuestra libertad, y por esa misma razón he deseado ser víctima verdaderamente sacrificada, y he querido también ser víctima verdaderamente comida; lo que se verificó quando dijo: “Tomad, comed, esto es mi Cuerpo, que por vosotros es dado (Matth 26.26 Luc 22.19), Esta es la Pascua de donde debe salir la sangre de vuestro rescate. Saldréis del Egipto, y seréis libres inmediatamente después que esta sangre haya sido derramada por vosotros. Ya no os resta sino comer, á ejemplo del antiguo Pueblo, la víctima de donde salió la sangre. Así lo haréis en la Eucaristía, que Yo os dejo al morir, para que la celebréis eternamente después de mi muerte.

El comer la carne del Cordero Pascual era para los Israelitas un testimonio cierto de que por su bien había sido sacrificada. La comida misma de la víctima, era el modo de ser participante de ella; y de esa forma se participaba de los sacrificios de paz, ó dé acción de gracias, como se expresa en la Ley. S.Pablo dice también, que los Israelitas que comían la víctima, eran por esa razón participantes del Altar, y del Sacrificio; y aun se unían á Dios, á quien se ofrecía: del mismo modo que los que comían las víctimas ofrecidas á los demonios, entraban en compañía con ellos (Leviticus 3.7, I Corintius 10.18.19.20.21 ). Con que si Jesucristo es nuestra víctima, y nuestra Pascua, debe tener ambos á dos caracteres: el uno de ser sacrificado por nosotros en la Cruz y el otro de ser comido en la Sagrada Mesa, como víctima de nuestra salvación. Y eso es lo que deseaba con tanto anhelo cumplir con sus Discípulos. Uno, y otro carácter habían de verificarse en su persona: como iba á ser sacrificado en su propio Cuerpo, y en su misma sustancia, era preciso que también fuese comido: Tomad, comed, esto es mi Cuerpo, que por vosotros es dado. Tan verdaderamente comido, como verdaderamente entregado, tan existente en la mesa donde es comido, como en la Cruz, en que se entrega á la muerte, y donde se ofrece derramando su sangre por nosotros. Entremos, pues, como dice S. Pablo, en las mismas disposiciones, que tuvo nuestro Señor Jesucristo (Philipensis 2.3). Si deseó con tanta ansia celebrar la Pascua con nosotros, tengamos el propio deseo de celebrarla con él. Esta Pascua es la Comunión. Jesús desea ser comido, y por ese medio ser del todo víctima nuestra. Tengamos el mismo fervor de participar de su Sacrificio, comiendo este Divino Cuerpo, inmolado por nosotros. Si es nuestra víctima, seamos nosotros víctima suya: Ofrezcamos nuestros cuerpos, dice S. Pablo, como una hostia viva, santa, y agradable, mortifiquemos nuestros malos deseos: apaguemos en nosotros toda impureza, toda avaricia, y todo orgullo: humillémonos con el que conociéndose igual á Dios, se anonadó en sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz (Rom 12.1 Colossensis 3.5 Philipensis 2.8). Acostumbrémonos á pensar en la muerte. Si somos de Jesucristo, y si le comemos, crucifiquemos nuestra carne con sus vicios y concupiscencias (Gal 5.24). Ve ahí nuestra Pascua: nuestra Pascua es estar unidos con él, para pasar de esta vida á otra mejor, de los sentidos al espíritu, y del mundo á Dios. A este precio podremos hacernos dignos de comer con Jesucristo la Pascua y alimentarnos con la carne de su sacrificio.

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FUENTE: Meditaciones sobre el Evangelio. J. B. Bossuet, Obispo de Meaux. 1775.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)