San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial y Comandante de la Resistencia
San Miguel es uno de los siete
Arcángeles, y figura, junto a San Gabriel y San Rafael, entre los tres
cuyos nombres aparecen en la Sagrada Escritura.
La Santa Iglesia da a San Miguel el más alto lugar entre los Arcángeles y le llama Príncipe de la Milicia Celestial, por eso se lo representa con el traje de Guerrero.
En el Antiguo Testamento aparece como el gran defensor del pueblo de Dios, y su poderosa defensa continúa en el Nuevo Testamento.
La iconografía, como dijimos, lo representa como el Ángel guerrero, el vencedor de Lucifer, poniendo su talón sobre la cabeza del enemigo infernal, amenazándole con su espada, traspasándolo con su lanza, presto para encadenarlo para siempre en el abismo del infierno.
Ya la Iglesia primitiva veneraba a San
Miguel como el Arcángel que derrotó a Satanás y a sus seguidores y los
echó del cielo con su espada de fuego.
Es tradicionalmente reconocido como el
guardián de los ejércitos cristianos contra los enemigos de la Iglesia y
como protector de los cristianos contra los poderes diabólicos,
especialmente a la hora de la muerte.
El mismo nombre de Miguel, nos invita a darle honor, ya que es un clamor de entusiasmo y fidelidad; en efecto, significa ¿Quién como Dios?
Satanás tiembla al escuchar su nombre,
pues le recuerda el grito de noble protesta que este Arcángel profirió
cuando se rebelaron los ángeles.
San Miguel manifestó su fortaleza y
poder cuando peleó la gran batalla en el Cielo. Por su celo y fidelidad
para con Dios gran parte de la corte celestial se mantuvo en fidelidad y
obediencia.
Su fortaleza inspiró valentía en los demás Ángeles, quienes se unieron a su grito de nobleza ¿Quién como Dios?
Desde ese momento se le conoce como el
Capitán de la Milicia de Dios, el primer príncipe de la ciudad santa a
quien los demás Ángeles obedecen.
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En el Antiguo Testamento, San Miguel aparece como el guardián de la nación hebrea.
En el libro de Daniel, vemos que Dios le envía para asegurar al Profeta su protección.
Justamente se piensa que el mismo
Arcángel San Miguel es el Ángel que el Señor había asignado a los
israelitas en los días de Moisés, para guiarles a través del desierto.
Después de la muerte de Moisés, según
la tradición, recogida por San Judas, San Miguel alterca con el diablo
disputándose el cuerpo del Patriarca. En obediencia al mandato de Dios, San Miguel escondió la tumba de Moisés, ya que Satanás quería exponerla para llevar a los israelitas al pecado de idolatría.
San Miguel recibió de Dios el encargo de llevar a término sus designios de misericordia y de justicia para su pueblo escogido. Vemos como Judas Macabeo, antes de iniciar cualquier batalla en defensa de la Ley y del Templo, clamaba la ayuda de San Miguel y le confiaba su defensa.
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De igual modo, en el Nuevo Testamento,
San Miguel ocupa un lugar prominente y continúa su poderosa defensa. Con
sus Ángeles, libra la batalla victoriosa contra Satanás y los Ángeles
rebeldes, los cuales son arrojados al infierno:
Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron pero no prevalecieron y no hubo ya en cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero.
Es por eso venerado como guardián de la Iglesia.
Como lo testimonian los Padres de la Iglesia, el honor y la veneración a San Miguel ha sido parte esencial de la vida de la Iglesia desde sus inicios. Se le han atribuido un sin número de beneficios espirituales y temporales.
El Emperador Constantino atribuyó a
este Arcángel las victorias sobre sus enemigos, y por ello le construyó
cerca de Constantinopla una magnifica iglesia en su honor. Esta se convirtió en lugar de peregrinación y muchos enfermos recibieron sanación gracias a la intercesión de San Miguel.
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No solo durante la vida terrenal San
Miguel defiende y protege nuestras almas, Él nos asiste de manera
especial a la hora de la muerte, ya que su oficio es recibir las almas
de los elegidos al momento de separarse de su cuerpo. De este modo, San
Miguel continúa su ministerio angélico en relación a los hombres hasta
que nos lleva a la bienaventuranza eterna a través de las puertas
celestiales.
En su Santa Liturgia, la Iglesia nos enseña que este Arcángel está puesto para custodiar el Paraíso y llevar a él a los elegidos.
A la hora de la muerte se libra una
gran batalla, una agonía, ya que el demonio tiene muy poco tiempo para
hacernos caer en tentación, o desesperación, o en falta de
reconciliación con Dios.
Por esto es que en esos momentos se
libra una gran batalla espiritual por nuestras almas. San Miguel está al
lado del moribundo defendiéndole de las asechanzas del enemigo.
San Anselmo cuenta de un religioso piadoso que, a punto de morir, recibía grandes asaltos de demonio.
El demonio se le apareció, acusándole de todos los pecados que había
cometido antes de su tardío Bautismo. San Miguel se aparece y le
responde que todos esos pecados quedaron borrados con el Bautismo.
Entonces, Satanás le acusa de los pecados cometidos después del
Bautismo. San Miguel le contesta que estos fueron perdonados en la
confesión general que hizo antes de profesar. Satanás insiste, y le
acusa de las ofensas y negligencias de su vida religiosa. San Miguel
declara que esas han sido perdonadas por sus confesiones y por todos los
buenos actos que hizo durante su vida religiosa, en especial la
obediencia a su superior, y que lo que le quedaba por expiar lo había
hecho a través del sufrimiento de su enfermedad vivido con resignación y
paz.
San Alfonso María de Ligorio, por su
parte, nos relata el caso de un hombre polaco, de la nobleza, que había
vivido muchos años en pecado mortal y lejos de la vida de Dios. Se
encontraba moribundo y estaba lleno de terror, torturado por los
remordimientos, lleno de desesperación. Este hombre había sido devoto de
San Miguel Arcángel, y Dios, en su misericordia, permitió que este
Arcángel se le apareciera. San Miguel lo alentó al arrepentimiento, diciéndole que había orado por él y le había obtenido más tiempo de vida para que lograra la salvación. Al poco rato, llegan a la casa de este hombre dos sacerdotes dominicos, que dijeron se les había aparecido un extraño joven pidiéndoles que fueran a ver a este hombre moribundo. El
hombre se confesó con lágrimas de arrepentimiento, recibió la Santa
Comunión y en brazos de estos dos sacerdotes murió reconciliado con Dios.
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El 13 de octubre de 1884, el Papa León
XIII experimentó una visión horrible. Después de rezar la Santa Misa
estaba consultando sobre ciertos temas con sus cardenales en la capilla
privada del Vaticano cuando, de pronto, se detuvo al pie del altar y
quedó sumido en una realidad que sólo él veía.
Su rostro tenía expresión de horror y de impacto. Se fue palideciendo.
Algo muy grave había visto. De repente, se incorporó, levantó su mano
como saludando y se fue a su estudio privado.
Lo siguieron y le preguntaron: ¿Qué le sucede su Santidad? ¿Se siente mal?
El respondió: ¡Oh, qué imágenes tan terribles se me han permitido ver y escuchar!, y se encerró en su oficina.
¿Qué vio León XIII? Él mismo lo relató más tarde: Vi demonios y oí sus crujidos, sus blasfemias, sus burlas. Oí la espeluznante voz de Satanás desafiando a Dios, diciendo que él podía destruir la Iglesia y llevar todo el mundo al infierno, si se le daba suficiente tiempo y poder. Satanás pidió permiso a Dios de tener cien años para poder influenciar al mundo como nunca antes había podido hacerlo.
También León XIII pudo comprender que, si el demonio no lograba cumplir su propósito en el tiempo permitido, sufriría una derrota humillante. Vio a San Miguel Arcángel aparecer y lanzar a Satanás con sus legiones en el abismo del infierno.
Después de media hora, llamó al Secretario para la Congregación de
Ritos. Le entregó una hoja de papel y le ordenó que la enviara a todos
los Obispos del mundo, indicando que, bajo mandato, tenía que ser
recitada después de cada Misa la oración que ahí él había escrito.
Es la famosa oración que todos conocemos y rezamos con fervor: San
Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la
perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos
suplicantes. Y tú Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno
con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan
dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén.
¿Es necesario seguir rezando esta oración y las preces prescritas para
después de la Santa Misa? Huelga la respuesta…, aunque no para todos,
lamentablemente…
Necesitamos la ayuda de San Miguel Arcángel en estos tiempos apocalípticos.
Necesitamos su intercesión como remedio contra los espíritus infernales, que se han desencadenado en el mundo moderno.
En estos tiempos, cuando la misma base
de la sociedad está tambaleándose como consecuencia de haber negado los
derechos de Dios, debemos revivir la devoción a San Miguel y con Él
gritar: ¿Quién como Dios?
Ya lo había dicho San Francisco de Sales: La
veneración a San Miguel es el más grande remedio en contra de la
rebeldía y la desobediencia a los mandamientos de Dios, en contra del
ateísmo, escepticismo y de la infidelidad.
Precisamente, estos pecados están al
orden del día en nuestros tiempos. Más que nunca necesitamos la ayuda de
San Miguel para mantenernos fieles en la Fe.
El ateísmo, la apostasía, la
infidelidad, la perfidia han infiltrado todos los sectores de la
sociedad humana. Es nuestra misión, como fieles católicos, confesar
nuestra fe con valentía y gozo, y demostrar con celo nuestro amor por Jesucristo.
Estamos en gran batalla espiritual. Es nuestro deber usar todas las armas espirituales para batallar con fortaleza y prudencia.
La gran malicia de demonio, su astucia, sus mentiras, sus sugerencias, sus insinuaciones se dirigen a la mente y al corazón humano. Él trata de destruir toda obra buena. Toda la malicia que su mente es capaz de poseer quiere inyectarla en las almas.
Contra estos ataques, Dios da su
admirable protección. El hombre tan sólo debe cooperar y corresponder.
He aquí la importancia de la devoción a San Miguel Arcángel.
Si en tiempo de tentación tenemos el
coraje de reprender al maligno y de clamar la asistencia de San Miguel,
el enemigo por seguro saldrá huyendo.
Pero, si deseamos obtener su protección, debemos imitar sus virtudes, especialmente su humildad y su celo por la gloria de Dios.
San Miguel se presenta, pues, como nuestro protector y como nuestro modelo.
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Dos cualidades se requieren para
cumplir bien con la misión de protector: el poder y la bondad. San
Miguel posee estas prerrogativas en muy alto grado.
¿Quién no admira el poder de San Miguel? Arroja
del Cielo a Lucifer con todos los ángeles rebeldes; cuando el Faraón
persigue al pueblo de Dios, sumerge en el Mar Rojo al príncipe infiel
con todo su ejército; y cuando Satanás intenta atraer a la idolatría al
pueblo de Israel, con el pretexto de honrar el cuerpo de Moisés, se lo
impide escondiendo este cuerpo en un lugar desconocido.
En San Miguel, la bondad iguala al
poder. Primer ministro de la Providencia, es el protector de todos los
fieles; bajo sus órdenes todos los Ángeles, participando de su poder y
de su bondad, trabajan por la salvación de los hombres y combaten juntos
al enemigo del género humano.
¡Qué felicidad es la nuestra, en tener tantos protectores!
San Miguel es nuestro modelo. Modelo de recogimiento y de unión con Dios. Esta celeste inteligencia, en medio de las diversas misiones que se le han confiado, no
pierde jamás de vista la presencia de Dios. Sin cesar le ama, le adora,
le suplica, le da gracias; mantiene con Dios un comercio santo, nunca
interrumpido.
Modelo de inocencia y de pureza, no tiene sino pensamientos y deseos santos.
Modelo de humildad, confiesa que Dios lo es todo, y que toda criatura debe pisar el orgullo, la ambición, la vanidad.
Modelo de celo, sólo aspira a hacer amar a Dios y a Jesucristo su Hijo.
Modelo de religión, se abate ante la grandeza de Dios y exclama: ¿Quién como Dios?, es decir, ¿quién es tan justo, tan bueno, tan excelente como nuestro Dios?
Modelo de mansedumbre, procede en todas
sus acciones con perfecta calma y nos muestra claramente que la
modestia, la dulzura y la paciencia son las mejores armas contra
nuestros enemigos.
Así es como San Miguel nos ofrece el modelo de todas las virtudes.
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Honremos, pues a San Miguel como al primer Ángel del Paraíso y Príncipe de la Ciudad Santa, siempre fiel a Dios, cuyas grandezas proclama con esta palabra que ha llegado a ser su nombre: Miguel, ¿Quién como Dios?
Honremos al mismo tiempo a todos los Santos Ángeles que imitaron a San
Miguel y que, como él, cumplen para con nosotros la doble misión que han
recibido de ser nuestros protectores y nuestros modelos.
Demos gracias a Dios por haberles dado tal misión, y no olvidemos saludar a la Reina de los Ángeles.