Este
artículo escrito por Arnaldo
Xavier da Silveira para BONUM CERTAMEN (en una posición a la cual
no adherimos por obvias razones teológicas, personales ni editoriales), fue traducido en 2012 por Antonio Moiño Muniz para AMOR DE LA VERDAD. Lo traemos a actualidad porque según fuentes confidenciales, Fernando Ocáriz Braña, encargado por el Vaticano para los diálogos con el fellayanismo, sería el próximo prelado del Opus Dei.
“EL GRAVE ERROR TEOLÓGICO DE MONS. OCÁRIZ”
En el
Osservatore Romano del 2 del pasado diciembre, Mons. Fernando Ocáriz Braña, Vicario General del Opus Dei, un experto de la Santa Sede en las discusiones teológicas con la Sociedad de San Pío X, ha publicado un artículo titulado “
Sobre la adhesión al Concilio Vaticano II”. El artículo expresa plenamente la posición ahora dominante en ciertos círculos, que aceptan el Concilio Vaticano II, incluso en los pasajes citados como contrarios a la tradición, invocando para ello una infalibilidad del Magisterio ordinario, o la obligación de un asentimiento “interno regulado por la virtud de la ‘obediencia’”.
Fernando Ocáriz Braña, Vicario General de la Prelatura de la Santa Cruz y
Opus Dei. Fue ordenado en 1971 con el rito Montiniano (por tanto, desde
la Oración y Creencia tradicional, NO ES SACERDOTE CATÓLICO)
El asentimiento interno según Mons. Ocáriz
El ilustre prelado escribe:
“El Concilio Vaticano II no definió ningún dogma, en el sentido de que no
propuso mediante acto definitivo ninguna doctrina. Sin embargo, el hecho de que
un acto del Magisterio de la Iglesia no se ejerza mediante el carisma de la
infalibilidad no significa que pueda considerarse ‘falible’ el sentido de que
transmita una ‘doctrina provisional’ o bien ‘opiniones autorizadas’. Toda
expresión de Magisterio auténtico hay que recibirla como lo que verdaderamente
es: una enseñanza dada por los Pastores que, en la sucesión apostólica, hablan
con el ‘carisma de la verdad’ (Dei Verbum, n. 8), ‘revestidos de la autoridad de Cristo’ (Lumen géntium, n. 25), ‘a la luz del Espíritu Santo’ (ibid.).
Este carisma, autoridad y luz ciertamente estuvieron presentes en el Concilio
Vaticano II; negar esto a todo el episcopado cum Petro y sub
Petro, reunido para enseñar a la Iglesia universal, sería negar algo de la
esencia misma de la Iglesia (cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe,
Declaración Mystérium Ecclésiæ, 24-VI-1973, nn. 2-5)”.
Poco después, Monseñor Ocáriz añade:
“Las afirmaciones del Concilio Vaticano II que recuerdan verdades de fe
requieren, obviamente, la adhesión de fe teologal, no porque hayan sido
enseñadas por este Concilio, sino porque ya habían sido enseñadas
infaliblemente
como tales por la Iglesia, mediante un juicio solemne o mediante el
Magisterio
ordinario y universal. […] Las demás enseñanzas doctrinales del Concilio
requieren de los fieles el
grado de adhesión denominado ‘religioso asentimiento de la voluntad y de
la
inteligencia’. Un asentimiento ‘religioso’, por lo tanto no fundado en
motivaciones puramente racionales. Tal adhesión no se configura como un
acto de
fe, sino más bien de obediencia no sencillamente disciplinaria, mas
enraizada en
la confianza en la asistencia divina al Magisterio y, por ello, ‘en la
lógica y bajo el impulso de la obediencia de la fe’ (Congregación para
la Doctrina de la
Fe, Instrucción Donum veritátis, 24-V-1990, n. 23). Esta obediencia al
Magisterio de la Iglesia no constituye un límite puesto a la libertad; al
contrario, es fuente de libertad. Las palabras de Cristo: ‘Quien a vosotros escucha, a mí me escucha’ (Lc 10,16) se dirigen también a los sucesores
de los Apóstoles”.
Cerca del final, mons. Ocáriz dice:
“En cualquier caso, siguen siendo espacios legítimos de
libertad teológica para explicar de uno u otro modo la no contradicción con la
Tradición de algunas formulaciones presentes en los textos conciliares y, por
ello, para explicar el significado mismo de algunas expresiones contenidas en
esas partes”.
Los caminos de Dios no son los nuestros
Jesucristo podría, por supuesto, haber dado a San Pedro y a sus
sucesores el carisma de la infalibilidad absoluta. Esta podría, en
teoría, cubrir cualquier pronunciamiento doctrinal de los papas y
concilios, además de las resoluciones canónicas, litúrgicas, etc. E
incluso podría cubrir las decisiones pastorales y administrativas. El
problema no es si la asistencia del Espíritu Santo con un alcance
absoluto y general, sería en principio posible. Por supuesto que sí.
En realidad, sin embargo, Nuestro Señor no quiso dar a San Pedro, al
Colegio de los Obispos con el Papa, a la Iglesia en fin, la asistencia
en términos tan absolutos. Los caminos de Dios no siempre son los
nuestros. La barca de Pedro está sujeto a tempestades. En resumen, la
teología tradicional dice que consta en la revelación que la
asistencia del Espíritu Santo de Dios no fue prometida, y por lo tanto
no fue asegurada, sin restricciones en todos los casos y circunstancias.
Esta asistencia garantizada por nuestro Señor cubre sin restricciones
las definiciones extraordinarias, tanto papales como conciliares. Sin
embargo, las monumentales obras teológicas, sobre todo las de la edad
de plata de la escolástica, ponen de manifiesto que puede haber errores e
incluso herejías, en los pronunciamientos papales y conciliares no
garantizados por la infalibilidad.
La doctrina es más matizada de lo que quieres, Mons. Ocáriz
El documento sostiene, como absoluto e incondicional, el principio de
que incluso las enseñanzas no infalibles del Magisterio papal o
conciliar necesariamente requieren el asentimiento interno de los
fieles. Ahora bien, los grandes autores neoescolásticos establecen
salvedades importantes a esta teoría, demostrando que no se puede tomar
de modo tan simplista, como una norma que no admite excepciones.
En efecto,
- Franz Diekamp declara que la obligación de adherirse a la enseñanza
infalible del Papa “puede comenzar a cesar” en el caso rarísimo de que
un experto, después de un examen diligentísimo, “llegue a la convicción
de que el error se introdujo en la declaración” (Theologíæ Dogmáticæ Manuále, I, 72).
- Christian Pesch SJ admite tal asentimiento “hasta que se aclare que
hubo un error positivo en el decreto de la Curia Romana o del Papa” (Prælectiónes Dogmáticæ, I, 314 / 315).
- Benedictus Merkelbach OP enseña que la doctrina propuesta de forma
no infalible, accidentalmente y en circunstancias excepcionales, puede
admitir la suspensión del asentimiento interno (Summa Theologíæ Morális, I, 601).
- Hugo Hurter dice que ante declaraciones no infalibles, puede ser
legítimo “el miedo al error, el asentimiento condicional, o la
suspensión del juicio” (Theologíæ Dogmáticæ compéndium, I, 492).
- Sixto Cartechini SJ sostiene que el asentimiento interno a las
decisiones no infalibles se puede negar si los fieles “tienen la
evidencia de que algo ordenado es ilegal, pudiendo en esta hipótesis
suspender el asentimiento (…) sin miedo y sin pecado ” (Dall’Opinione al Dogma, 153-154)
- El abad Paul Nau OSB explicó que el asentimiento puede ser
suspendido o negado si hay “una oposición entre un preciso texto de
encíclica y otros testimonios de la tradición” (Une source doctrinale: les encycliques, 84).
Absolutizando indebidamente el concepto de ayuda divina
Aquí está el grave error, con consecuencias muy graves e incluso
gravísimas, en que incide el ilustre y venerando Vicario General del
Opus Dei. Él entiende que el Magisterio, asistido por el divino
Espíritu Santo, sería omnímodamente y necesariamente inmune a cualquier
desviación doctrinal. Ahora bien, así como el Magisterio Ordinario de
todos los tiempos, aunque asistido por el Espíritu Santo, no siempre
está garantizado por la infalibilidad, así también el Magisterio de
hoy en día aunque cuenta con la ayuda divina, sin embargo no está
asegurado por la exención absoluta de error. Por lo tanto, algunas
enseñanzas del Magisterio Ordinario pueden diferir de la Tradición,
incluso en casos graves. Es lo que lógicamente fluye de la carta
apostólica “Tuas Libénter”, en la que Pío IX describe las
diversas condiciones necesarias para que el magisterio ordinario goce de
infalibilidad, condiciones que el Vaticano I, no las distingue
claramente ya que resume toda esta doctrina con la expresión
“Magisterio Ordinario universal” (esta cuestión requeriría un estudio
más profundo que, tengo la intención de desarrollar en el corto plazo).
Las nuevas doctrinas del Concilio Vaticano II que se señalan como
divergentes de la tradición –la libertad religiosa, la colegialidad,
ecumenismo, etc.– pueden ser una enseñanza diferente (“si quis áliter docet”,
I Timoteo 6, 3), sin que se pueda decir que ha fallado la ayuda del
Espíritu Santo y que se ha herido la indefectibilidad de la Iglesia.
“Todos los días hasta el fin del mundo”
Así que no podemos decir, sin más, que existe infalibilidad absoluta en
los pronunciamientos papales y conciliares. Sea en nombre de la
infalibilidad del magisterio, bien en nombre de la obediencia de los
fieles a Pedro, o en nombre de una aceptación de supuesta seguridad
ante la aceptación de todos los pronunciamientos del Magisterio
auténtico no infalible, o en nombre de cualquier otra doctrina teológica
o parateológica que pueda ser excogitada, la verdad es que en la
revelación nada garantiza que los pronunciamientos no infalibles sean
infalibles de una forma o de otra. Aquí, de nuevo, la tesis del
eminente mons Ocáriz se alejan del buen camino
Examinemos con lupa esta cuestión. No hay duda, que hay documentos de la
Sede Apostólica y de la teología tradicional que dicen, sin distinción,
que todas las enseñanzas doctrinales de los papas y los concilios deben
ser acogidas por los fieles, aunque no sean infalibles, y por tanto no
dotados del carisma de la infalibilidad. Aquí se incluyen las sutilezas
de la hermenéutica en general y en particular en la exégesis de lo
sagrado: Así como no podemos tomar de manera monolítica el “No
matarás” del Decálogo, porque esto implica excepciones, por ejemplo, en
caso de defensa propia, así no se puede tomar como principio absoluto
siempre y en todos los casos, la aceptación sin rechistar de la
enseñanza del carisma de la infalibilidad. El interés de los préstamos
fue prohibido, después fue admitido, y se sometió a miles de
vicisitudes. La aceptación de los ritos chinos tuvo las mismas
vacilaciónes.
La otra cara de la moneda: el Papa hereje y el papa cismático
Esta moneda tiene dos caras. Si, por un lado, la doctrina tradicional
admite la posibilidad de error en la enseñanza no infalible del Supremo
Magisterio, sin lugar a dudas, por otra parte, en paralelo, también
admite, sin ningún tipo de connotación sedevacantista, la posibilidad de
un Papa hereje y un Papa cismático.
Acerca de un Papa hereje, San Roberto Belarmino, San Francisco de
Sales, Francisco Suárez, Domingo de Soto Domingo, Marie Dominique Bouix,
Matteo Conte da Coronata y muchos otros entre los más grandes maestros
de la escolástica admiten la teoría de que un Papa puede caer en la
herejía. Pietro Ballerini, cuyos estudios fueron importantes para la
definición de infalibilidad en el Concilio Vaticano I, veía en la
hipótesis de un Papa herético “un peligro inminente para la fe, entre
todos el más grave”, ante el cual cualquier fiel debería “resistirle en
su cara, refutarlo, y si fuere necesario, interpelarlo e instarlo al
arrepentimiento”, “para que todos pudiesen guardarse de él”. (De potestáte ecclesiástica Summórum Pontíficum et Concilórum generálium, 104-105).
Acerca del Papa cismático, es indiscutible que la edad de plata de la
escolástica y neoescolástica dejó en claro que, en períodos de crisis
religiosa profunda, es en principio posible que un Papa, sin perder su
puesto de inmediato, se separara de la Iglesia, incidiendo en el
entretanto en el cisma. Esto es lo que sucede si el Sumo Pontífice
“subvirtiera todas las ceremonias eclesiásticas”, “desobedeciera la ley
de Cristo”, “ordenara lo que es contrario al derecho natural o divino”,
no “tuviera en cuenta lo que fue ordenado, por los concilios
universales o por la Santa Sede, especialmente en relación al culto
divino”, “no observara el rito universal del culto eclesiástico”, o
“dejara de observar con pertinacia lo que se estableció para el orden
común de la Iglesia”, lo que finalmente, pudiera permitir a los fieles
e incluso obligar en conciencia “a resistirle a la cara”. Tanto es
así, que en estos casos el Cardenal Cayetano dice, sin ninguna
connotación sedevacantista, que “ni la Iglesia estaría en él, ni tampoco
él en la Iglesia” (II – II, q. 39, a. 1, n. VI).
Someto respetuosamente estas razones al reverendo vicario general del
Opus Dei y, en la medida que la Iglesia lo prescribe, a la Sede de
Pedro, columna y baluarte de la verdad, objeto de todo mi amor y
devoción desde la época en que como congregante mariano aprendí a
venerar la sagrada doctrina de la Iglesia Católica Apostólica y Romana.
También las someto a los teólogos tradicionales de nuestros días. Por
las brillantes razones que muchos de estos vienen proclamando, y por las
mías propias, considero que no hay nada en la teología dogmática que nos obligue moralmente a asentir a las nuevas doctrinas del Concilio Vaticano II [énfasis del traductor] que, incluso en palabras de mons. Ocáriz, “fueron y
siguen siendo objeto de controversias sobre su continuidad con el Magisterio
precedente, o bien sobre su compatibilidad con la Tradición”.
COMENTARIO DE FRAY EUSEBIO DE LUGO OSH
Me temo que tanto uno (Ocáriz) como otro (da Silveira) coinciden en sus errores, y por las
mismas razones. Está visto que esta cuestión sobre la posibilidad de que
el Papa pueda errar cuando enseña a toda la Iglesia sobre la Fe y las
costumbres es una de las más importantes y controvertidas de los últimos
siglos, por la multitud de implicaciones que conlleva.
Reservándome para un estudio más largo, como promete el mismo autor, me limitaré a unos breves comentarios:
Recordar en primer lugar que si bien las verdades de Fe son en sí
mismas inmutables, su comprensión por parte de los cristianos puede
pasar por visicitudes bastante variadas. Por ejemplo, el culto a las
imágenes nos viene de los tiempos apostólicos, y sin embargo, llegado a
cierta época, por influencia judaica, esa necesidad del culto de las
imágenes fue olvidada u oscurecida en el alma de muchos cristianos. Sin
llegar a negarla, muchos se vieron contaminados por las posiciones
heréticas de los iconoclastas, y sostuvieron que las imágenes eran
adecuadas para la instrucción de los iletrados, pero que no debían ser
veneradas. Llegaron incluso a crear imágenes voluntariamente feas o
repulsivas para evitar que se les diera culto y veneración. Y aunque
luego la Iglesia venció, restableciendo plenamente la veneración a las
imágenes, quedaron miasmas de la antigua herejía que previnieron ciertas
mentes contra ellas hasta el día de hoy.
Otras veces ocurre que verdades de Fe creídas desde el principio van
apagándose en la conciencia cristiana cuando los teólogos no consiguen
encontrar fórmulas para explicarlas adecuadamente. Es el caso de la
Inmaculada Concepción, que fue una verdad absolutamente clara en el
Oriente del primer milenio, como lo atestigüan los textos litúrgicos,
pero que luego se fué olvidando, por no conseguir explicar su relación
con la Redención universal. Lo mismo le pasó a santo Tomás, que empezó
sosteniéndola, más tarde dudando, para, al final de su vida, volver a
aceptarla.
Con la infalibilidad pontificia ha pasado algo parecido: Todos los
cristianos del primer milenio sostuvieron en pacífica posesión que los
sucesores de Pedro eran inmunes al error, sin necesidad de precisar más.
Pero cuando los teólogos se vieron obligados a precisar las formas y
condiciones del Magisterio y su infalibilidad, empezaron los problemas, y
esta importante verdad empezó a oscurecerse en numerosos espíritus. Los
mismos defensores de la infalibilidad se vieron afectados por las
objeciones de sus enemigos, y poco a poco, fueron aceptando, aunque a
regañadientes, la posibilidad de que el papa pudiese enseñar el error a
toda la Iglesia. Esos son los teólogos de la segunda escolástica cuyos
argumentos repiten sin cesar los partidarios de la falibilidad del papa.
Apuntar además que éstos tienen disculpas porque los herejes
procuraron probar a través de la falsificación de la historia que se
habían dado casos de papas herejes e incluso de papas que habían
intentado enseñar el error a la Iglesia, siendo incluso condenados como
herejes por sus sucesores. Los sostenedores actuales de esas fábulas ya
no tienen esa disculpa, porque ya hace mucho tiempo que buenos
historiadores han demostrado la falsedad de esas calumnias.
Los Papas pueden enseñar de varios modos, pero siempre son infalibles.
Se distinguen dos modos principales:
- El Magisterio extraordinario o solemne, cuando el Papa quiere
expresar o definir de manera más precisa y obligar a los fieles de modo
más estricto a guardar una determinada verdad de Fe.
- El magisterio ordinario, de todos los días, por medio de Enciclicas, Bulas, y otros documentos dirigidos a la Iglesia.
Si ese Magisterio es compartido con el resto de los obispos dispersos
por el mundo, se le llama Magisterio Ordinario y Universal.
Desgraciadamente, ciertos teólogos, imitando los retruécanos de
galicanos y jansenistas, intentaron distinguir entre un Magisterio
Ordinario Infalible, y otro, de menor entidad, falible, que llamaron
Magisterio meramente auténtico.
Esto fue posible porque los mismos eclesiásticos fueron perdiendo el
sentido sobrenatural, que nos indica que es el Espíritu Santo el que
impide que el Papa pueda enseñar el error, así como el sentido de la
autoridad, que sabe que es Dios quien gobierna, a pesar de la fragilidad
de las autoridades que Él asiste.
Los teólogos se dividieron entre aquellos que negaban la
infalibilidad del Magisterio ordinario universal, para restringirlo
solamente a las definiciones solemnes, aquellos que siguieron afirmando
que el Papa era siempre infalible en su enseñanza, mientras que otros
tomaron una vía media.
Así vemos que Mons. Ocáriz admite que tanto el Magisterio
extraordinario como el ordinario son infalibles, pero admite un tercero
que no es ni carne ni pescado: No sería de suyo infalible, pero tampoco
sería falible: Aquí tenemos nuestro magisterio meramente auténtico. De
lo más curiosa es la afirmación de que los tres tipos de Magisterio
pueden coincidir en los textos de un mismo Concilio, por lo que
tendríamos que hacer encaje de bolillos para saber cuál es cada uno.
Mantiene esa contradicción por unos motivos bien concretos:
- Tiene que afirmar que el Concilio no ha podido equivocarse, si quiere
seguir forzando la adhesión de los fieles, pero al mismo tiempo, debe
dejar una puerta abierta a que pueda reconocerse algún error en el
Concilio, sin que pueda decirse que la autoridad infalible ha errado.
- Puede así reclamar obediencia al Concilio y a los Papas conciliares, sin cerrarse ninguna salida…
El señor da Silveira no parece haber entendido la postura media,
diplomática, adoptada por Mons. Ocáriz, sino que lo coloca en el grupo
de los sostenedores de lo que él llama infalibilidad “absoluta” del
Papa. Por lo dicho más arriba, comete un grave error teológico, aunque
opuesto al que él achaca a Mons. Ocáriz.
Los dos saben que con la tesis tradicional, que ellos llaman
absoluta, los errores presentes en el magisterio conciliar y
posconciliar llevarían a negar la legitimidad tanto del Concilio como de
las presuntas autoridades conciliares, y eso es lo que quieren evitar a
toda costa, como dice Silveira, “sin ningún tipo de connotación
sedevacantista”, eso es lo que les obsesiona.
Y como se han dado cuenta de que los católicos se tragan cada vez
menos aquello de que el magisterio conciliar no tiene ninguna
discontinuidad (en cristiano: error o herejía), van aceptando la
presencia de esas discontinuidades, pero precisando que no afectarían la
infalibilidad, y por lo tanto legitimidad, de los prebostes
conciliares, porque pertenecerían a ese famoso magisterio meramente
auténtico no infalible…
Eso arregla a Roma, que no pone en peligro ni su pretensión de seguir
siendo la Iglesia de Cristo, y no una falsificación usurpadora de la
verdadera Iglesia de Cristo, y también arreglaría a la FSSPX, que podría
volver al seno de la Iglesia conciliar, sin reconocer que lleva
enseñando una doctrina gravemente errónea sobre la infalibilidad de la
Iglesia desde hace decenios, mientras persigue a los que perseveran en
creer y enseñar la verdad siempre creída, así como en sacar las
consecuencias prácticas que se imponen.
Según Mons. Ocáriz, resulta que el Magisterio puede renunciar a su
infalibilidad, sin llegar a ser falible. Han suprimido el limbo de los
niños, y lo han trasladado al ámbito de las enseñanzas doctrinales,
ellas también Ni-Nis: Ni infalibles, ni falibles…diría Perogrullo. Pues
en mi pueblo, o lo uno o lo otro…
Supone además que la infalibilidad es como una prenda de ropa, que
se puede poner o quitar a voluntad. Pues no. No está en manos del Papa o
del Concilio renunciar a lo que fundamenta su poder de obligar en
conciencia a los fieles. Si éstos asienten con mente y voluntad a lo
propuesto por sus pastores, es porque saben que los ampara Dios que ni
se engaña ni nos engaña. De otro modo ni siquiera la Iglesia podría
pretender ligar nuestra conciencia.
Como la generalidad de los teólogos después de 1870, parece haber
olvidado que el Papa no es infalible sólo en sus declaraciones solemnes,
sino también en su Magisterio ordinario, así como en otros actos en los
que se pone en juego la Fe y el bienestar espiritual de los cristianos.
Por lo que no existe un Magisterio Pontificio auténtico pero falible.
El Papa es igualmente infalible bien sea que se exprese mediante
una definición solemne, como la de la Inmaculada Concepción de 1854, o
bien se exprese en unas Bulas como las de Sixto IV a fines del S. XV.
Lo que cambia es el valor de obligación de la doctrina expresada:
Alguien que negase la Inmaculada Concepción en el s. XV no podía ser
declarado hereje, el que negara la definición de 1854, sí.
En cuanto a los Obispos, nunca son infalibles de por sí, es el
Papa el que puntualmente y en algunas raras ocasiones los asocia a ese
carisma que él posee como cosa propia, por ejemplo, cuando aprueba las
Actas de un Concilio ecuménico. Podría ocurrir que el Papa convocara un
Concilio, en su transcurso los obispos se rebelaran contra él no
queriendo aceptar sus correcciones; todos caerían en el error, menos el
Papa, que se mantendría, sólo, en la verdad.
Los teólogos dan a veces la impresión de caer en una especie de
positivismo, cuando no de rabinismo teológico, en el que solo existirían
los textos del Magisterio, sin otra cosa que permitiese interpretarlos
rectamente.
Tenemos todo el Humus de la Tradición y la Escritura, y tenemos las
advertencias y condenaciones de todos los Concilios y Papas anteriores.
Ellos mismos nos mandan infinitas veces rechazar enérgicamente a los
contradictores de sus decretos. Por lo que si en el V2 aparecen
afirmaciones claramente contradictorias, nuestro deber es rechazarlas,
no por opinión subjetiva, sino por obediencia. Es verdad que muchos
textos del Concilio son voluntariamente ambiguos, y cuesta más descubrir
su discontinuidad con la doctrina católica, pero también lo es que
otros textos son claramente revolucionarios. Pero si advertimos que los
mismísimos principios rectores de esa asamblea no son católicos, es todo
lo demás lo que debe ser rechazado.
El mismo Ocáriz reconoce que existen novedades. Y lo nuevo se
define como lo que antes no existía. Y si no existía, mal puede
demostrar continuidad con lo anterior. Menos puede aún si es nuevo
precisamente porque lo contradice. En la doctrina católica, no hay
generación espontánea. Ni la colegialidad, ni la libertad religiosa, ni
la revolución litúrgica pueden reivindicar precedente alguno en 2000
años de historia de la Iglesia. Al revés, fueron condenadas muchas
veces.
Quizás pudiera caber la posibilidad de que el Magisterio enseñara
una novedad absoluta, siempre que ésta fuese compatible con la
Tradición, por ejemplo, cuando tratase de fecundación in vitro, cosa que
las generaciones pasadas ni imaginaron. Pero lo que no puede hacer
jamás es enseñar algo contrario a esa Tradición y claramente condenado.
Si ésto ocurriera, el Papa Pablo IV nos ha dado la solución: Los
presuntos Pastores han resultado no ser tales, sino usurpadores. Y en el
caso del Papa, nunca ha sido legítimo. No hablan en nombre de Dios,
sino del Enemigo. La prueba está precisamente en que intentan obligarnos
a renunciar al principio de no contradicción, como veíamos al
principio. E intentan esclavizar nuestra mente exigiendo una sumisión
indebida. Es peor aún que un abuso de autoridad, es demostrar que la
han perdido, o que jamás la han tenido.
El mismo Pablo IV es claro: Debemos rechazar ese falso Magisterio y
esas falsas autoridades sin ninguna angustia de conciencia, firmemente
asentados en lo enseñado y no susceptible de ser corrompido, hasta que
podamos volver a tener verdaderos Papa y obispos, que no podrán sino
condenar a los usurpadores.