Transcrito de "O Legionário" Nº 558, de 18 de Abril de 1943 y reeditado en "Catolicismo" Nº 231 - Marzo de 1970 - Vía Plinio Corrêa de Oliveira
I Estación: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
CONSPIRARON CONTRA VOS,
Señor, vuestros enemigos. Sin gran esfuerzo, amotinaron al populacho
ingrato, que ahora hierve de odio contra Vos. Odio. Es lo que por todas
partes os circunda, os envuelve como una nube densa, se lanza contra
Vos como un oscuro y frío vendaval. Odio gratuito, odio furioso, odio
implacable: que no se sacia en humillaros, en saturaros de oprobios, en
llenaros de amargura; vuestros enemigos os odian tanto, que ya no
soportan vuestra presencia entre los vivos, y quieren vuestra muerte.
Quieren que desaparezcáis para siempre, que enmudezca el lenguaje de
vuestros ejemplos y la sabiduría de vuestras enseñanzas. Os quieren
muerto, aniquilado, destruido. Sólo así habrán aplacado el torbellino
de odio que en sus corazones se levanta.
Siglos
incluso antes que nacierais, ya el Profeta preveía ese odio que
suscitaría la luz de las verdades que anunciaríais, el brillo divino de
las virtudes que tendríais: "¿Pueblo mío, qué te hice Yo, en qué por ventura te he contristado?" (Miq. 6, 3). E interpretando vuestros sentimientos, la Sagrada Liturgia exclama a los infieles de entonces y de hoy: "¿Qué
más debía Yo haber hecho por ti, y no lo hice? Yo te planté como viña
escogida y preciosa: y tú te convertiste en excesiva amargura para Mí;
vinagre me diste a beber en mi sed, y traspasasteis con una lanza el
costado de tu Salvador" (Improperios).
Tan
fuerte fue el odio que contra Vos se levantó, que la propia autoridad
de Roma, que juzgaba al mundo entero, se abatió acobardada, retrocedió y
cedió ante el odio de los que sin causa alguna os querían matar. La
altivez romana, victoriosa en el Rin, en el Danubio, en el Nilo y en el
Mediterráneo, se ahogó en el lavabo de Pilatos.
"Christiánus alter Christus",
el cristiano es otro Cristo. Si fuésemos realmente cristianos, esto es
realmente católicos, seremos otros Cristos. E, inevitablemente, el
torbellino del odio que contra Vos se levantó, también contra nosotros
ha de soplar furiosamente.
¡Y
sopla, Señor! Compadeceos, Dios mío, y dadle fuerzas al pobre niño de
colegio, que sufre el odio de sus compañeros porque profesa vuestro
Nombre y se rehúsa a profanar la inocencia de sus labios con palabras de
impureza. Odio, sí. Tal vez no el odio bajo la forma de una invectiva
desabrida y feroz, sino bajo la forma terrible del escarnio, del
aislamiento, del desprecio. Dadle fuerzas, Dios mío, al estudiante que
vacila en proclamar vuestro Nombre en plena aula, a la vista de un
profesor impío y de un enjambre de colegas que se mofa. Dadle fuerzas,
Dios mío, a la joven que debe proclamar vuestro Nombre, rehusándose a
vestir los trajes que la moda impone, desde que por su extravagancia o
inmoralidad desentonen de la dignidad de una verdadera católica. Dadle
fuerzas, Dios mío, al intelectual que ve cerrarse delante de sí las
puertas de la notoriedad y de la gloria, porque predica vuestra doctrina
y profesa vuestro Nombre. Dadle fuerzas, Dios mío, al apóstol que
sufre la embestida inclemente de los adversarios de vuestra Iglesia, y
la hostilidad mil veces más penosa de muchos que son hijos de la luz,
sólo porque no consiente en las diluciones, en las mutilaciones, en las
unilateralidades con que los "prudentes" compran la tolerancia del mundo para su apostolado.
Ah, Dios mío, ¡cómo son sabios vuestros enemigos! Ellos sienten que en el lenguaje de esos "prudentes",
lo que se dice en las entrelíneas es que Vos no odiáis el mal, ni el
error, ni las tinieblas. Y entonces aplauden a los prudentes según la
carne, como os aplaudirían en Jerusalén, en lugar de mataros, si
hubieseis dirigido a los del Sanedrín el mismo lenguaje.
Señor,
dadnos fuerzas: no queremos ni pactar, ni retroceder, ni transigir, ni
diluir, ni permitir que empalidezca en nuestros labios la divina
integridad de vuestra doctrina. Y si un diluvio de impopularidad se
abate sobre nosotros, sea siempre nuestra oración la de la Sagrada
Escritura: "Preferí ser abyecto en la casa de mi Dios, a vivir en la intimidad de los pecadores" (Salmo 83, 11).
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
II Estación: JESÚS ACEPTA LA CRUZ DE MANOS DE SUS VERDUGOS
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
PERO PARA ESTO,
Señor, es necesario paciencia. Paciencia por la cual se deja, de
brazos cruzados y de corazón conformado, caer el diluvio sobre la
propia cabeza. Paciencia es la virtud por la cual se sufre para un bien
mayor. Paciencia es, pues, la capacidad de sufrir para el bien.
Necesita de paciencia el enfermo que, golpeado por un mal incurable,
acepta resignado el dolor que él le impone. Necesita de paciencia aquel
que se inclina sobre los dolores ajenos, para consolarlos como Vos
consolasteis, Señor, a los que os buscaban. Necesita de paciencia quien
se dedica al apostolado con invencible caridad, atrayendo amorosamente
a Vos a las almas que vacilan en las sendas de la herejía o en el
lodazal de la concupiscencia. Necesita también de paciencia el cruzado
que toma la cruz y va a luchar contra los enemigos de la Santa Iglesia.
Es un sufrimiento tomar la iniciativa de la lucha, formar y mantener en
pie dentro de sí sentimientos de pugnacidad, de energía, de
combatividad, vencer el indiferentismo, la mediocridad, la pereza, y
lanzarse como un digno discípulo de Aquel que es el León de Judá, sobre
el impío insolente que amenaza al redil de Nuestro Señor Jesucristo.
¡Oh sublime paciencia de los que luchan, combaten, toman la iniciativa,
entran, hablan, proclaman, aconsejan, amonestan, y desafían por sí
solos toda la soberbia, toda la pertinacia, toda la arrogancia del vicio
insolente, del defecto elegante, del error simpático y popular!
Vos
fuisteis, Señor, un modelo de paciencia. Vuestra paciencia no
consistió, sin embargo, en morir abatido debajo de la Cruz cuando os la
dieron. Cuenta una piadosa revelación que, cuando recibisteis de la
mano de los verdugos vuestra Cruz, Vos la besasteis amorosamente y,
tomándola sobre los hombros, con invencible energía la llevasteis hasta
lo alto del Gólgota.
Dadnos
Señor, esa capacidad de sufrir. De sufrir mucho. De sufrir todo. De
sufrir heroicamente, no apenas soportando el sufrimiento, sino yendo al
encuentro de él, buscándolo, y cargándolo hasta el día en que tengamos
la corona de la victoria eterna.
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
III Estación: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ BAJO LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
QUÉ FÁCIL
es hablar del sufrimiento. Lo difícil es sufrir. Vos lo probasteis,
Señor. Cómo vuestro divino heroísmo es diferente del heroísmo fatuo y
artificial de tanto soldado de las tinieblas. Vos no sonreísteis frente
al dolor. No erais, Señor, de los que enseñan que se pasa la vida
sonriendo. Cuando vuestra hora llegó, temblasteis, os perturbasteis,
sudasteis sangre delante de la perspectiva del sufrimiento. Y en este
diluvio de aprehensiones, infelizmente por demás fundadas, está la
consagración de vuestro heroísmo. Vencisteis los gritos más imperiosos,
las solicitaciones más fuertes, los pánicos más atroces. Todo se
doblegó ante vuestra voluntad humana y divina. Por encima de todo, se
sobrepuso vuestra determinación inflexible de hacer aquello para lo que
habíais sido enviado por vuestro Padre. Y, cuando llevasteis vuestra
Cruz por la calle de la amargura, una vez más las fuerzas naturales
flaquearon. Caísteis, porque no teníais fuerzas. Caísteis, pero no os
dejasteis caer sino cuando del todo no era posible proseguir el camino.
Caísteis, pero no retrocedisteis. Caísteis, pero no abandonasteis la
Cruz. La conservasteis con Vos, como la expresión visible y tangible de
vuestro propósito de llevarla hacia lo alto del Gólgota.
Oh
Dios mío, dadnos las gracias para que, en la lucha contra el pecado,
contra los infieles, podamos quizá caer debajo de la cruz, pero sin
jamás abandonar ni el camino del deber ni la arena del apostolado. Sin
vuestra gracia, Señor, nada, absolutamente nada podemos. Pero si
correspondemos, todo lo podremos. Señor, nosotros queremos corresponder
a vuestra gracia.
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
IV Estación: MARÍA SANTÍSIMA VIENE AL ENCUENTRO DE JESÚS
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
CARGAR LA CRUZ
significa, muchas y muchas veces, renunciar. Renunciar antes que nada a
lo ilícito, a lo pecaminoso. Pero renunciar también, y muchas veces, a
lo que siendo lícito y hasta admirable en sí, se torna malo o menos
perfecto en consecuencia de determinadas circunstancias.
En
el camino de vuestra Pasión, Señor, disteis un ejemplo terrible, un
luminoso y admirable ejemplo de renuncia a lo que es lícito. ¿Qué hay
de más lícito, Señor, que las caricias, que el desvelo de vuestra Madre
Santísima? Todo cuanto de Ella sabemos es que, por más que sepamos
algo, jamás sabremos todo, tal es el océano inconmensurable de
perfecciones y de gracias que contiene. Vuestra Madre, Señor, está en
vuestro camino. Ella quiere consolaros. Ella quiere consolarse con Vos.
Vedla. Cómo es legítimo que os detengáis a lo largo de la vía
dolorosa, consolándoos y consolándola. Sin embargo, el momento de la
separación después de este rápido coloquio llegó. ¡Oh dilaceración!, es
preciso que os separéis el uno del otro. Ni Ella ni Vos, Señor,
contemporizáis. El sacrificio sigue su curso. Y Ella queda a la vera
del camino… Es mejor no decir cómo, viendo que os distanciáis
lentamente vertiendo sangre, con paso incierto y vacilante, en demanda
del último y supremo sacrificio, María tiene pena de Vos. Ella os sigue
con la mirada, viéndoos solo, en manos de verdugos y de enemigos.
¿Quién os ha de consolar? ¡Oh! voluntad irresistible, arrebatadora,
inmensa, de seguir vuestros pasos, de deciros palabras de dulzura que
sólo Ella sabe deciros, de amparar vuestro Cuerpo divino, de
interponerse entre los verdugos y Vos, y, postrada como quien implora
una limosna inestimable, suplicar para Sí un poco de los golpes que os
dan, con tal que con esto os hieran un poco menos, no os golpeen tanto
la carne inocente. ¡Oh Corazón de Madre, cuánto sufristeis en este
lance!
Madres
de sacerdotes, madres de misioneros, madres de religiosas, cuando
sintáis el pesar de tanta separación cruel, pensad en María Santísima
que dejó a su Divino Hijo seguir solo, el camino que le trazara la
voluntad de Dios. Y pedid que Ella consuele vuestro dichoso dolor.
Pero
hay, mil y mil veces infelices, otras madres abandonadas. Madres de
impíos, madres de libertinos, madres de pecadores, también vosotras a
veces quedáis solas en el camino del dolor, mientras vuestros hijos
corren por las vías de la perdición. Pedid a Nuestra Señora que os
consuele, que os dé aliento y perseverancia, y que ofrezca parte del
dolor que en este paso sufrió, para que vuestros hijos puedan volver
algún día a vosotras. Pensad en Santa María, y jamás desesperaréis.
Para vuestros hijos desviados Nuestra Señora será la Estrella del Mar,
que tarde o temprano los reconduzca al puerto.
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
V Estación: EL CIRINEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
SIMÓN CIRINEO
venía de lejos. No sabía cuál era la algazara, el alarido, el vocerío
que a veces el viento le traía. Una gran fiesta, probablemente, tantas
eran las risas, los gritos, las voces, que en animada sucesión se
hacían oír. Se aproximó. Fuerte, joven, lleno de vida, parecía en
cierto sentido la antítesis del pobre ser de túnica blanca –la túnica de
los locos–, coronado de espinas, todo ensangrentado, un leproso lleno
de llagas, que paciente y lentamente arrastraba la Cruz. El contraste
sirvió a los verdugos de inspiración. Lo tomaron para ayudar a Cristo,
Señor nuestro, a cargar la Cruz. El Cirineo aceptó. Al principio, tal
vez porque era obligado. Después, por piedad. Quedó en la Historia, y,
más que esto, conquistó para sí el Reino de los Cielos.
¡Cómo
es frecuente esta escena! En el camino de nuestra vida, vemos a la
Iglesia que pasa, perseguida, azotada, calumniada, odiada, y, Dios mío,
a veces hasta traicionada por muchos que se dicen hijos de la luz sólo
para poder propagar mejor las tinieblas. Vemos esto. En la apariencia
la Iglesia está débil, vacilante, agonizante tal vez. En realidad, Ella
es divinamente fuerte, como Jesús. Pero nosotros sólo vemos la
debilidad con los ojos de la carne. Y somos tan miopes con los ojos de
la fe, que con mucho esfuerzo discernimos la invencible fuerza divina
que la conservará siempre y siempre. "La
Iglesia va a ser derrotada. Va a morir. ¿Poner al servicio de esa
perseguida, de esa calumniada, de esa derrotada, la exuberancia de mis
fuerzas, de mi juventud, de mi entusiasmo? ¡Nunca!" Nos distanciamos. No somos Cirineos. Cuidamos sólo y
sólo de nuestros intereses. Seremos abogados prósperos, comerciantes
ricos, ingenieros bien ubicados, médicos con buena clientela,
periodistas ilustres o prestigiosos maestros. ¡Y es que sólo en el día
del Juicio comprenderemos lo que perdimos cuando la Santa Iglesia pasó
por nuestro camino, y no la ayudamos!
¡Apostolado,
apostolado, apostolado! Apostolado saturado de oración, impregnado de
sacrificio. Este es el medio por el cual debemos ser Cirineos de la
Santa Iglesia.
Señor mío, haced que seamos tan fieles a esta gracia como el propio Cirineo. Oh bienaventurado Cirineo, rogad por nosotros.
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
VI Estación: LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
TODOS SE REÍAN
de Vos, Señor mío, todos os herían, os ultrajaban. Vuestro divino
Rostro, otrora radiante de hermosura, está ahora enteramente
desfigurado. Sólo expresa el dolor, en su forma más aguda, más
lacerante.
A
los ojos de esa turbamulta, ¿qué papel haría quien os consolase, quien
tomase vuestro partido, quien se declarase vuestro? Atraería sobre sí
mucho del odio, del desprecio, de la humillación que sobre Vos se
lanzaba como impetuoso torrente, desde lo íntimo de aquellos corazones
empedernidos, y, más aún, desde todas las calles, plazas y callejuelas
de la ciudad deicida.
La
Verónica vio esto. Pero ella no tuvo miedo. Se aproximó de Vos. Os
consoló. Y, ¡oh divina recompensa!, vuestro Rostro divino quedó para
siempre estampado en el lienzo con que ella quiso enjugarlo.
Dios
mío, quiera mi corazón consolaros siempre. Y especialmente cuando
todos se avergüenzan de Vos, dadme fuerzas para consolaros, proclamando
en alto y con fuerza a mi Divino Rey.
Como recompensa, no quiero otra sino tener vuestro Rostro estampado en mi corazón.
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
VII Estación: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
CAÍSTEIS UNA VEZ MÁS, Divino Señor. ¡Cómo es duro el camino de la Cruz! Fue durísimo para Vos. Será también durísimo para vuestros seguidores.
Hay
momentos en que todos los caminos parecen cerrados para nosotros, el
Cielo se oscurece, las esperanzas desaparecen, las aprensiones pueblan
de negros fantasmas nuestra imaginación. Las fuerzas comienzan a
flaquear. No aguantamos más. Aunque caigamos debajo de la cruz, Dios
mío, una vez más os suplicamos, por vuestras entrañas misericordiosas,
por vuestro Corazón Sagrado, por el amor que tenéis a vuestra Madre,
por los dolores crudelísimos que en este paso sufristeis, no permitáis
que salgamos del camino del sufrimiento y de la virtud, y que tiremos
lejos de nosotros la cruz. Socorrednos entonces, Señor mío de
misericordia. Porque lo que queremos es el entero cumplimiento de
nuestro deber.
Pero
oíd, Dios benigno, la súplica de nuestra debilidad. Por lo mucho que
sufristeis, por la superabundancia de vuestros méritos infinitos,
mitigad, si es posible, nuestro sufrimiento, tornad más leve nuestra
cruz, sed Vos mismo nuestro misericordioso Cirineo, en toda la
extensión en que lo permitan nuestra santificación y los supremos
intereses de vuestra gloria. Os lo pedimos, Señor, por la omnipotente
intercesión de vuestra Madre.
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
VIII Estación: JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
VOS TUVISTEIS
a la Verónica, Señor, y al inapreciable, si bien que pesarosísimo,
consuelo de vuestra Madre. Y, en este paso, otras mujeres se acercan a
Vos. ¡Lloran, gimen, se apiadan de Vos!
¿Cómo
se llamarían estas buenas mujeres? El Evangelio no lo dice. ¿Cómo las
trataban los soldados y el populacho que os martirizaban? Tampoco lo
dice el Evangelio. Si ellos hablasen el lenguaje de nuestros días,
ciertamente habrían exclamado: "¡Oh beatas!..."
¡Beatas!
Cuántas veces esta palabra se pronuncia con desprecio y dureza, para
designar a las personas que sobresalen y se distinguen por su asiduidad
a los pies de vuestros altares tantas veces abandonados, en la
frecuencia a las ceremonias religiosas durante las cuales, a
veces, sin ellas las iglesias habrían quedado casi vacías. Con lluvia o
buen tiempo, se deslizan por las sombras de la madrugada o del
crepúsculo, con paso apresurado. Van hacia la iglesia. Muchas van de
prisa, porque tienen que trabajar, o en casa, o fuera. Rezan. Y su
oración es a veces tan agradable que, sin aquello que peyorativa e
injustamente se volvió convencional llamar beaterío, sería mucho más
infeliz cualquier gran ciudad de pecadores de nuestros días.
Podrá
a veces haber exceso, abuso, mala comprensión de muchas cosas. Pero
¿por qué generalizar la regla? ¿Por qué mirar apenas para las manchas,
sin ver la luz de esa piedad perseverante e inextinguible? ¡Cuánto oro
en esa escoria! Y cuando, después de haber contemplado así a esas almas
entre las cuales muchas tienen tan gran mérito, se oyen ciertas
declamaciones doctas contra el beaterío, se tiene el deseo de decir de
los declamadores: "¡Señor, cuánta escoria en ese oro!"
Ese
verdadero beaterío, ese beaterío genuino y sincero ya estuvo a los
pies de la Cruz, llorando y gimiendo. ¡Y cuánta gente que gusta decir
que Judas no está en el infierno, pero que allí van ciertamente las
beatas, quedará pasmado el día del Juicio Final!
Señor,
aceptad y bendecid esas oraciones que en el curso de vuestra Pasión os
fueron dirigidas. Vos disteis a estas pías mujeres su vocación: "Llorad".
La vocación de llorar por los castigos que justos e inocentes sufren a
consecuencia de los pecados colectivos, esa es su gran vocación. Que
ese llanto, Señor, que Vos mismo incitasteis, sirva para que vuestras
iglesias queden atestadas de beatos verdaderos, esto es, de
bienaventurados de todas las edades y condiciones sociales, nobles,
ricos, poderosos, pobres, andrajosos, infelices. Señor, conquistad y
atraed a Vos a todas las almas, por las oraciones, el ejemplo y las
palabras de las almas fieles, indefectiblemente fieles.
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
IX Estación: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
HAY MISTERIOS
que vuestro Santo Evangelio no narra. Y entre ellos me gustaría saber
si me equivoco al suponer que ésta vuestra tercera caída fue hecha,
Señor mío, para expiar y salvar a las almas de los prudentes.
La
prudencia es la virtud por la cual escogemos los medios adecuados para
obtener el fin que tenemos en vista. Así, los grandes actos de
heroísmo pueden ser tan prudentes como los retrocesos estratégicos. Si
el fin es vencer, en un noventa por ciento de los casos es más
prudente avanzar que retroceder. No es otra la virtud evangélica de la
prudencia.
Sin
embargo… se entiende que la prudencia es apenas el arte de retroceder.
Y, así, el retroceso sistemático y metódico pasó a ser la única
actitud reconocida como prudente por muchos de vuestros amigos, Señor
mío.
Y
por esto se retrocede mucho… ¿La realización de una gran obra para
vuestra gloria se ha vuelto muy penosa? Se retrocede por prudencia. ¿La
santificación está muy dura? ¿La escalada en la virtud multiplica las
luchas en vez de aquietarlas? Se retrocede hacia los pantanos de la
mediocridad, para evitar, por prudencia, grandes catástrofes. ¿La salud
periclita? Se abandona, por prudencia, todo o casi todo apostolado, se
"mediocriza" la vida interior, y se transforma el reposo en el
supremo ideal de la vida, porque la vida fue hecha, ante todo, para ser
larga. Vivir mucho pasa a ser el ideal, en vez de vivir bien. El
elogio ya no sería como el de la Escritura: "En una corta vida recorrió una larga carrera" (Sabiduría 4, 13). Sería, por lo contrario, "tuvo
larga vida, para la cual tuvo la sabiduría de renunciar a hacer una
gran carrera en las vías del apostolado y de la virtud".
Vidas largas, obras pequeñas.
¿Y
vuestra prudencia cómo fue, oh Modelo divino de todas las virtudes?
¿Cuántos amigos tenéis, que os aconsejarían a renunciar cuando caísteis
por primera vez? En la segunda vez, serían legión. Y viéndoos caer por
la tercera, ¡cuántos no os abandonarían escandalizados, pensando que
erais temerario, falto de sentido común, que queríais violar los
manifiestos designios de Dios!
Que
este paso de vuestra Pasión nos dé las gracias, Señor, para ser de una
invencible constancia en el bien, conociendo perfectamente el camino
del verdadero heroísmo, que puede llegar a sus límites más extremos y
más sublimes sin jamás confundirse con una vil y presuntuosa temeridad.
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
X Estación: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
NO OS SERÍA EVITADA
esta suprema afrenta, Dios mío. ¡Aquel Cuerpo divinamente casto que la
Virgen Santísima protegió siempre con las vendas y túnicas que le
hacía, aquel Cuerpo indeciblemente puro, habría de quedar expuesto a
todas las miradas!
Dios
mío, ¿cómo no suponer que Vos hayáis expiado particularmente en este
paso los pecados contra la castidad? El martirio de la desnudez es
inmenso para un alma pura. Tiempo hubo en que, en Cartago, las
cristianas conducidas a la arena, habiendo vencido milagrosamente a las
fieras, fueron sometidas a martirio aún mayor por los magistrados, que
las expusieron desnudas delante del auditorio, alegando saber que ellas
preferirían mil veces morir despedazadas por las fieras. Y tenían
razón. Si así sufrían las mártires, ¿cómo sufristeis Vos, Dios mío?
Y
si tan grande es vuestro divino horror a la impureza y a la impudicia,
¿con qué odio no odiáis, Señor, a aquellos que abusan de su riqueza
propagando modas indecentes, por medio de representaciones
cinematográficas y teatrales, por medio de revistas y fotografías, por
medio del ejemplo funesto que las clases altas dan a las más modestas?
¿Cómo no odiáis a aquellos que abusan de su autoridad, forzando a
empleadas, a hijas y hasta a esposas, a vestirse de modo indecoroso
para seguir las fantasías de la época? De ellos es de quien dijisteis
en el Evangelio: "Más le valiera que le colgasen al cuello una de
esas piedras de molino que mueve un asno, y así fuese sumergido en lo
profundo del mar" (Mt. 18, 6).
Dad,
a todos los que tienen por obligación combatir a la moda inmoral,
coraje para tanto, Dios mío. A los padres, a las madres, a los
profesores, a los patrones, y a los miembros de las asociaciones
religiosas.
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
XI Estación: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
CUANDO ABRAHAM,
con una docilidad sublime a vuestra voluntad, Dios mío, iba a hacer
caer sobre Isaac el cuchillo sacrificador, Vos detuvisteis,
misericordiosamente, el curso del sacrificio. Con vuestro Hijo, sin
embargo, no actuasteis así. Al contrario, Jesús mío, vuestro sacrificio
llegó hasta el fin. Se hizo absolutamente entero. Cargasteis la Cruz
hasta lo alto del monte. Y ahora, sois clavado en ella.
La
Cruz está por tierra, Jesús mío, y Vos acostado en ella. Aumentan
cruelmente vuestros dolores. Son tantos que, sin un auxilio
sobrenatural, moriríais. Pero vuestra fuerza crece en la medida de
vuestra divina misión. Tendréis todo cuanto sea necesario para llegar
hasta la última inmolación.
Los
laxistas, Señor mío, retroceden. Inficionados de determinismo, no
saben que Dios multiplica por la gracia las fuerzas naturales
insignificantes de la voluntad humana. Por eso retroceden delante del
deber evidente, admiten inhibiciones invencibles donde muchas veces la
única realidad es que les falta espíritu de mortificación, y consideran
perdidas con honores de guerra muchas batallas de la vida espiritual.
En la vida espiritual no se pierde con honores de guerra. Las honras de
guerra consisten únicamente en vencer. Y vencer consiste en no dejar
la cruz, incluso cuando se cae debajo de ella; consiste en perseverar
en medio de los aparentes fracasos de las obras externas, de la
adversidad, del agotamiento de todas las fuerzas. Consiste en llevar la
cruz hasta lo alto del Gólgota, y, allá, dejarse crucificar.
Vos
yacéis sobre vuestra Cruz acostado, ¡oh Dios mío! ¡Qué fracaso
aparente para el Salvador del mundo, echado en tierra como un gusano,
desfigurado como un leproso, y crucificado como un criminal! ¡Dios mío,
cuánta y qué espléndida victoria en la realización de vuestros
designios, a despecho de todos estos obstáculos!
Una
vez más, meditando vuestra Pasión, se yergue en nosotros el clamor
tumultuoso de nuestra pequeñez. Si es posible, Dios mío, apartad de
nosotros el cáliz, pero, si es indispensable, dadnos fuerzas para llegar
hasta la crucifixión.
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
XII Estación: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
YA NO ESTÁIS
por tierra, Dios mío. La Cruz lentamente se levantó. No para elevaros,
sino para proclamar bien en alto vuestra ignominia, vuestra derrota,
vuestro exterminio.
Sin embargo, era el momento de cumplirse lo que Vos mismo habíais enseñado: "Cuando fuese elevado, atraeré hacia Mí a todas las criaturas"
(Jn. 12, 32). En vuestra Cruz, humillado, llagado, agonizante,
comenzasteis a reinar sobre la Tierra. En una visión profética, visteis a
todas las almas piadosas de todos los tiempos, que venían a Vos.
Visteis el recato y el pudor de las Santas Mujeres, que ahí compartían
vuestro dolor y con ese alimento espiritual se santificaban. Visteis
las meditaciones de San Pedro y de los Apóstoles sobre vuestra
Crucifixión, visteis las meditaciones de Lino, Cleto, Clemente, Sixto,
Cornelio, Cipriano, Inés, Cecilia, Anastasia, todos aquellos santos que
vuestra Providencia quiso que fuesen, diariamente y en el mundo
entero, mencionados durante el Sacrificio de la Misa, porque la oblación
de su santidad se hizo en unión con la oblación de vuestra
Crucifixión. Visteis a los misioneros benedictinos que, conduciendo
vuestra Cruz por los bosques de Europa, conquistaban más tierras que
las legiones romanas. Visteis a San Francisco, que del Monte Alvernio
os adoraba, y oísteis la prédica de Santo Domingo. Visteis a San
Ignacio ardiendo de celo por el Crucifijo, reuniendo en torno de Vos a
falanges de participantes de los Ejercicios Espirituales. Visteis a los
misioneros que recorrían el Nuevo Mundo para predicar vuestro
Crucifijo. Visteis a Santa Teresa llorando a vuestros pies. Visteis
vuestra Cruz luciendo en la corona de los Reyes. Dios mío, en la Cruz
comenzó vuestra gloria, y no en la Resurrección. Vuestra desnudez es un
manto real. Vuestra corona de espinas es una diadema sin precio.
Vuestras llagas son vuestra púrpura. ¡Oh! Cristo Rey, cómo es verdadero
consideraros en la Cruz como un Rey. ¡Pero cómo es cierto que ningún
símbolo expresa mejor la autenticidad de esa realeza como la realidad
histórica de vuestra desnudez, de vuestra miseria, de vuestra aparente
derrota!
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
XIII Estación: JESÚS YACE EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
LA REDENCIÓN
se consumó. Vuestro sacrificio se hizo por entero. La Cabeza sufrió
cuanto tenía que sufrir. Restaba a los miembros del cuerpo sufrir
también. Junto a la Cruz estaba María. ¿Para qué decir, aunque sea una
palabra, sobre lo que Ella sufrió? Parece que el propio Espíritu Santo
evitó describir lo lacerante del dolor que inundaba a la Madre como
reflejo del dolor que superabundó en el Hijo. Él solo dijo: "Oh vosotros, que pasáis por el camino, parad y ved si hay dolor semejante a mi dolor" (Jer. 1, 12). Sólo una palabra lo puede describir: no tuvo igual en todas las puras criaturas de Dios.
¡Nuestra
Señora de la Piedad! Así es que el pueblo fiel invoca a Nuestra Señora
cuando la contempla sentada, con el cadáver divino del Hijo en sus
brazos. Piedad, porque toda Ella no es sino compasión. Compasión del
Hijo. Compasión de sus hijos, porque Ella no tiene sólo un hijo. Madre
de Dios, se hizo Madre de todos los hombres. Y Ella no tiene apenas
compasión del Hijo, también la tiene de sus hijos. Mira hacia nuestros
dolores, nuestros sufrimientos, nuestras luchas. Nos sonríe en el
peligro, llora con nosotros en el dolor, alivia nuestras tristezas y
santifica nuestras alegrías. Lo propio del corazón de madre es una
íntima participación en todo lo que hace vibrar el corazón de sus
hijos. Nuestra Señora es nuestra Madre. Ama mucho más a cada uno de
nosotros individualmente, aún al más miserable y pecador, de lo que
podría hacerlo el amor sumado de todas las madres del mundo por un hijo
único. Persuadámonos bien de esto. Es a cada uno de nosotros. Es a mí.
Sí, a mí, con todas mis miserias, mis infidelidades tan ásperamente
censurables, mis indisculpables defectos. Es a mí a quien así Ella ama.
Y ama con intimidad. No como una reina que, no teniendo tiempo para
tomar conocimiento de la vida de cada uno de sus súbditos, acompaña
apenas en líneas generales lo que ellos hacen. Ella me acompaña a mí,
en todos los detalles de mi vida. Conoce mis pequeños dolores, mis
pequeñas alegrías, mis pequeños deseos. No es indiferente a nada. Si
supiésemos pedir, si comprendiésemos la importunidad evangélica como
una virtud admirable, ¡cómo sabríamos ser minuciosamente importunos con
Nuestra Señora! Y Ella nos daría en el orden de la naturaleza, y
principalmente en el orden de la gracia, muchísimo más de lo que jamás
osaríamos suponer.
¡Nuestra
Señora de la Piedad! Tanto valdría, o casi, decir Nuestra Señora de la
Santa Osadía. Porque, ¿qué más puede estimular la santa osadía, osadía
humilde, sumisa y conformada de un miserable, que la piedad maternal
inimaginable de quien todo lo tiene?
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
XIV Estación: JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
AL MISMO TIEMPO
que las pesadas lajas del sepulcro velan el Cuerpo del Salvador a las
miradas de todos, la Fe vacila en los pocos que habían permanecido
fieles a Nuestro Señor.
Pero
hay una lámpara que no se apaga, ni parpadea, y que sola arde
plenamente, en esta oscuridad universal. Es Nuestra Señora, en cuya alma
la Fe brilla tan intensamente como siempre. Ella cree. Cree por
entero, sin reservas ni restricciones. Todo parece haber fracasado.
Pero Ella sabe que nada fracasó. En paz, aguarda la Resurrección.
Nuestra Señora resumió y compendió en Sí a la Santa Iglesia, en esos
días de tan extensa deserción.
Nuestra
Señora, protectora de la Fe. Este es el tema de la presente
meditación. De la Fe y del espíritu de fe, o sea del sentido católico.
Hoy, a muchos ojos, las posibilidades de restauración plena de todas las
cosas según la ley y la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo parecen
tan irremediablemente sepultadas cuanto a los Apóstoles parecía
irremediablemente sepultado Nuestro Señor en su sepulcro. Los que
tienen devoción a Nuestra Señora reciben de Ella, sin embargo, el
inestimable don del sentido católico. Y, por eso, ellos saben que todo
es posible, y que la aparente inviabilidad de los más osados y
extremados sueños apostólicos no impedirá una verdadera resurrección,
si Dios tuviere pena del mundo y el mundo corresponde a la gracia de
Dios.
Nuestra Señora nos enseña la perseverancia en la fe, en el sentido católico y en la virtud del apostolado intrépido –"Fides intrépida"–
incluso cuando todo parece perdido. La Resurrección vendrá pronto.
Felices los que supieren perseverar como Ella, y con Ella. De ellos
serán las alegrías, en cierta medida las glorias del día de la
Resurrección.
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.