Artículo publicado en la revista SÌ SÌ, NO NO, número 11 (15 de Junio de 2013). Traducción tomada de TRADICIÓN CATÓLICA (Febrero de 2014)
Durante
el Concilio Vaticano II -el 29 de octubre de 1963 para ser exactos-, el
cardenal Franz König se enfrentó al cardenal Rufino Jiao Santos, de
Manila, quien quería insertar el tratamiento sistemático de la
mariología en un documento aparte para dar así mayor realce al papel de
María Mediadora y corredentora; König, por el contrario, deseaba que la
mariología fuera tan sólo un capítulo minimalista, y que se insertara en
el De Ecclésia: de ese modo no se contrariaría a los
protestantes. El Concilio aprobó la tesis de König por 1114 votos contra
1097, es decir, nada más que por 17 votos de diferencia.
Entre
los teólogos que se oponían a la doctrina de la corredención en el
Concilio y en el periodo postconciliar hallamos algunos que habían
empezado a negar con vehemencia la doctrina de la corredención desde los
años treinta a los cincuenta, como, por ejemplo, Yves Congar (Bulletin de théologie, en Revue de sciences philosophiques et théologiques, nº 27, 1938, pp. 646-648), Edward Schillebeeckx (María Madre de la Redención, Catania, 1965), Karl Rahner (El principio fundamental de la teología mariana, en Revue de sciences religieuses, nº 42, 1954, pp. 508-511) y Hans Küng (Christ sein, Munich-Zurich, 1974).
Jean-Yves Lacoste es claro respecto a la actitud del Concilio en punto a la mariología:
«Aunque en la Lumen Géntium 53 se habla de María en relación con la Iglesia y tocante a su maternidad espiritual, Pablo VI quiso proclamar que María era Madre de la Iglesia, pero sin dar a su proclamación ningún valor dogmático (cf. DC, nº 61, 1964, p. 1544). Además, el Concilio Vaticano habla de mediación una sola vez, de manera marginal, en la Lumen Géntium 62, para expresar la intercesión de María. El título de Corredentora lo evita adrede el Concilio Vaticano II, y por eso se impugna dicho título después del Concilio, y con razón, a causa tanto de la ambigüedad conciliar como del rechazo protestante» (Dizionario Critico di Teología, Roma, ed. Borla-Città Nuova, 2005, pp. 811-813).
Sin
embargo, la cooperación de María a la redención [1] de Cristo
(corredención y dispensación de la gracia [2]) no es una cuestión baladí
en la teología dogmática católica: toca el corazón mismo del dogma,
esto es, la salvación del género humano [3]. En efecto, Dios era libre
de redimirnos o no después del pecado de Adán (la gracia no se le debe a
la naturaleza, sino que es un don gratuito de Dios) [4], y también era
libre, por lo que hace al modo de efectuar tal redendención eventual, de
redimirnos mediante Cristo solo, o bien por medio de Cristo junto con
María, verdadera Madre suya. Por eso es menester estudiar en las dos
fuentes de la revelación (Tradición y Sagrada Escritura), interpretadas
por el Magisterio eclesiástico, qué fue lo que Dios estableció.
Mediación de María en general
Santo Tomás enseña que se requieren dos condiciones para que una persona pueda llamarse mediadora:
Santo Tomás enseña que se requieren dos condiciones para que una persona pueda llamarse mediadora:
- Hacer de medio entre dos extremos (mediación natural, física u ontológica);
- Juntar ambos extremos (mediación moral) (S. Th. III, q. 26, a. 1).
En
conclusión, el mediador es una persona que se interpone ontológicamente
entre otras dos con su presencia física para juntarlas, o que las junta
de nuevo moralmente con su acción (si estaban unidas en un primer
tiempo y luego se malquistaron). Ahora bien. María posee a la perfección
estas dos características: ontológicamente está en medio, entre el
Creador y la criatura, al ser verdadera Madre del Verbo encarnado y
auténtica criatura racional; y como verdadera Madre de Dios redentor
trabajó por volver a juntar al hombre con Dios. Por eso tiene algo en
común con los dos extremos, bien que sin identificarse completamente con
ellos: se acerca al Creador en cuanto Madre de Dios; mientras que, por
otro lado, se acerca a las criaturas por ser verdadera criatura. De aquí
que convenga con los dos extremos en cierto sentido, y que en otro se
distancie de ellos.
María,
además de mediar ontológicamente entre Dios y el hombre, ejerce
asimismo una mediación moral entre ambos: con su “fiat” a la encarnación
del Verbo, el cual muriendo en la cruz, restituyó al hombre, herido por
el pecado de Adán, lo que había perdido: Dios, o su gracia
santificante, y lo restableció en la filiación sobrenatural de Dios al
hacer que volviera a hallar la gracia divina; y todo ello a sabiendas y
voluntariamente (cooperación remota o preparatoria a la redención de
Cristo). María sabía, cuando respondió al arcángel Gabriel «ecce Ancílla
Dómini, fiat mihi secundum verbum tuum» (Lc 1, 38), que el Redentor
salvaría a la humanidad muriendo en la cruz (cooperación formal a la
redención), como había sido predicho por los profetas del Antiguo
Testamento y como le había dicho el propio Gabriel: «y concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, que significa salvado»
(Lc 1, 31). De aquí que no fuera sólo Madre de Dios, sino Madre de Dios
crucificado para la redención del género humano [5]. Podemos, pues,
afirmar con San Beda: «La anunciación del ángel a María fue el inicio de nuestra redención» (Migne, Patrología Latina 94, 9).
Verdad
es que Cristo constituye el único Redentor y Mediador universal de
todos los hombres (Rom 5, 18; I Tim 2, 5) [6], mas Dios quiso que el
Verbo se encarnara en el seno de María y nos salvara con su muerte en la
cruz. Estando así las cosas, hay una mediadora secundaria y subordinada
(María) cabe el mediador principal (Cristo) [7].
Jesús
no sólo nos redimió mereciéndonos la gracia mediante su muerte en la
cruz, sino que aplica a cada hombre la gracia suficiente para salvarse.
Él es el Redentor y el Dispensador principal de toda gracia. La
redención universal (en acto primero o en el ser) es el fundamento de la
dispensación universal (en acto segundo o en el obrar). Otro tanto se
debe decir, analógicamente, de la corredención y dispensación de toda
gracia por parte de María [8]. En efecto, también María nos recobró la
gracia como Corredentora, de manera subordinada a Cristo, y, además,
distribuye la gracia a cada cual por voluntad de Dios. María no es sólo
Dispensadora de la gracia, como pretendían algunos mariólogos
minimalistas, sino que es asimismo, realmente y por voluntad de Dios,
Corredentora subordinada a Cristo: María junta de nuevo a los hombres
con Dios; no se limita a distribuir la gracia a todo el que la quiera
recibir [9].
Hemos
visto que la mediación o corredención de María no es principal o
equivalente a la de Cristo (o sea, no hay dos “redentores: Cristo y
María”), sino secundaria (Cristo es Dios; María, una criatura finita,
aunque sea verdadera Madre de Cristo en cuanto verdadero hombre); la
corredención de María no es tampoco independiente de la de Cristo, o
colateral, sino subordinada a la de Cristo; no es suficiente por sí
misma, sino que saca su valor de la encarnación y muerte del Verbo; no
es absolutamente necesaria, sino que su necesidad es tan sólo
hipotética, es decir, fue querida libremente por Dios, que habría podido
elegir otro modo de redimir a la humanidad.
La
mariología católica, pues, no le sustrae a Cristo el título de
Mediador, Redentor y Dispensador de toda gracia para conferir dichas
prerrogativas a María, como dicen erróneamente los protestantes y los
modernistas. San Pablo reveló, por lo que es doctrina de fe, que «porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús»
(I Tim 2, 5). Jesús es el mediador principal, absoluto, independiente y
suficiente por sí mismo. Pero eso no excluye -antes bien, admite
implícitamente- la cooperación secundaria, subordinada, dependiente,
ineficaz por sí misma y sólo hipotéticamente necesaria de María, que
aceptó libremente y con conocimiento de causa hacerse Madre del Verbo
encarnado y redentor.
Corredentora
es el título que resume en una sola palabra la mediación de María entre
Dios y el hombre herido por el pecado original, es decir, su
cooperación a la redención del género humano.
La voz Co-redémptrix [Corredentora] (no la cosa significada) se la encuentra en el siglo XIV por vez primera, en el Tractátus de præservatióne gloriosíssimæ Beátæ Vírginis Maríæ [Tratado sobre la preservación de la gloriosísima y Santísima Virgen María], obra de una fraile mínimo anónimo, y luego en el XV, en un himno latino transcrito en dos manuscritos de Salzburgo: “Ut, compássa Redemptóri, Co-redémptrix fíeres” (a fin de que, padeciendo junto con el Redentor, te hicieras Corredentora). Con todo, el título de Corredentora deriva de uno aún más antiguo (más antiguo en cuanto al vocablo, no respecto a la cosa significada), a saber, el de Redémptrix [Redentora], que se halla nada menos que 94 veces (noventa y cuatro), desde el siglo X hasta el año 1750, con el sentido de “Madre del Redentor”. Dicha voz, con todo, podía ser mal interpretada y dar a entender que María era el “redentor” o el obrero principal de la redención de la humanidad. De suerte que de “redentora” se pasó suavemente, en 1750, a “corredentora” o cooperadora de la redención, sobre todo cuando los teólogos de la Contrarreforma comenzaron a estudiar de manera específica, para refutar las objeciones protestantes y jansenistas, el asunto de la cooperación inmediata de María, bien que subordinada, a la redención de Cristo. No obstante, no sólo permaneció la voz “redentora” hasta bien entrado el siglo XVIII, sino que, además, seguía superando al término “corredentora”.
La voz Co-redémptrix [Corredentora] (no la cosa significada) se la encuentra en el siglo XIV por vez primera, en el Tractátus de præservatióne gloriosíssimæ Beátæ Vírginis Maríæ [Tratado sobre la preservación de la gloriosísima y Santísima Virgen María], obra de una fraile mínimo anónimo, y luego en el XV, en un himno latino transcrito en dos manuscritos de Salzburgo: “Ut, compássa Redemptóri, Co-redémptrix fíeres” (a fin de que, padeciendo junto con el Redentor, te hicieras Corredentora). Con todo, el título de Corredentora deriva de uno aún más antiguo (más antiguo en cuanto al vocablo, no respecto a la cosa significada), a saber, el de Redémptrix [Redentora], que se halla nada menos que 94 veces (noventa y cuatro), desde el siglo X hasta el año 1750, con el sentido de “Madre del Redentor”. Dicha voz, con todo, podía ser mal interpretada y dar a entender que María era el “redentor” o el obrero principal de la redención de la humanidad. De suerte que de “redentora” se pasó suavemente, en 1750, a “corredentora” o cooperadora de la redención, sobre todo cuando los teólogos de la Contrarreforma comenzaron a estudiar de manera específica, para refutar las objeciones protestantes y jansenistas, el asunto de la cooperación inmediata de María, bien que subordinada, a la redención de Cristo. No obstante, no sólo permaneció la voz “redentora” hasta bien entrado el siglo XVIII, sino que, además, seguía superando al término “corredentora”.
Fue
precisamente el siglo XVIII el que hizo prevalecer el término
“corredentora”. En efecto, una obra de sabor jansenista escrita por Adán
Widenfeld (Mónita salutária [Advertencias saludables]) reprobaba
claramente el término “corredentora”, por lo que los teólogos católicos
examinaron la cuestión a fondo y, como consecuencia, el mismo título de
Corredentora empezó a prevalecer sobre el de Redentora.
Por
último, el título de Redentora comenzó a desaparecer en el siglo XIX,
salvo raras excepciones, para dejarle el sitio al de Corredentora, que
se usó asimismo en los documentos oficiales de la Santa Sede.
Redención de Cristo y Corredención mariana
Redención
en general significa rescatar o recomprar una cosa que primero se
poseía y luego se perdió. Por eso se rescata o se recompra pagando
cierto precio.
En sentido teológico, la palabra “redención”, aplicada al género humano después del pecado original, significa que la cosa poseída y luego perdida por el género humano después del pecado de Adán es la gracia santificante, que hace participar al hombre de la vida de Dios y tiene un valor infinito [10]. Es por ello de un valor infinito el precio a pagar para recomprar o rescatar la cosa perdida. Ahora bien, la humanidad, al ser finita y creada, no podía pagar tal suma. De aquí que fuera menester la intervención de Dios para rescatar la gracia perdida en Adán por la humanidad. La Santísima Trinidad decretó libremente [11] que el Verbo se encarnara en el seno de la BVM por obra del Espíritu Santo, de manera que, en sustitución de la humanidad incapaz de pagar tal precio, pudiera ofrecer un sufrimiento de valor infinito cual verdadero Dios y ver dadero hombre.
En sentido teológico, la palabra “redención”, aplicada al género humano después del pecado original, significa que la cosa poseída y luego perdida por el género humano después del pecado de Adán es la gracia santificante, que hace participar al hombre de la vida de Dios y tiene un valor infinito [10]. Es por ello de un valor infinito el precio a pagar para recomprar o rescatar la cosa perdida. Ahora bien, la humanidad, al ser finita y creada, no podía pagar tal suma. De aquí que fuera menester la intervención de Dios para rescatar la gracia perdida en Adán por la humanidad. La Santísima Trinidad decretó libremente [11] que el Verbo se encarnara en el seno de la BVM por obra del Espíritu Santo, de manera que, en sustitución de la humanidad incapaz de pagar tal precio, pudiera ofrecer un sufrimiento de valor infinito cual verdadero Dios y ver dadero hombre.
El
elemento esencial de la redención de Cristo es el pago del precio para
recobrar la gracia perdida. Supuesto esto, surge la pregunta de cómo
cooperó María a la redención de la humanidad obrada por Cristo.
Los
teólogos católicos aprobados por la Iglesia admiten, aunque con matices
diversos, la realidad de la corredención secundaria y subordinada de
María, y especifican que la corredención es remota en el “fiat” de María
a la encarnación del Verbo redentor y próxima en el holocausto de
Cristo y en subordinación a Él: un holocausto que se inició con la
encarnación y se consumó en el Calvario [12].
Los
protestantes y los modernistas, en cambio, niegan la corredención
mariana, y conceden sólo que María fue nada más que la materia a través
de la cual pasó Cristo (cooperación puramente material). María, no
obstante, cooperó no sólo materialmente (como seno en el que se encarnó y
habitó el Verbo), sino también formalmente, o sea, consintiendo con la
inteligencia y el libre albedrío en la encarnación redentora de Cristo
en su seno. Además, María unió, en el curso de su vida, su querer y su
padecer a los de Cristo en aras de nuestra salvación. Por eso quiso Dios
que la redención del género humano se realizara, además de por los
méritos de Jesucristo (redentor principal, independiente, necesario y
suficiente por sí mismo), por la coopeperación inmediata o próxima de
María (corredención secundaria, subordinada, insuficiente por sí misma y
solo hipotéticamente necesaria). De aquí que los méritos y las
satisfacciones de Jesús y María constituyeran el precio que se satisfizo
para recomprar la gracia perdida por Adán. La humanidad, pues, fue
redimida o recomprada por Cristo y corredimida o correcomprada por
María, en el sentido ya explicado más arriba.
En
conclusión, las plegarias, los sufrimientos y todas las obras buenas de
María, particularmente y sobre todo en el Calvario, unidos con los de
Cristo y en subordinación a ellos, tuvieron un auténtico valor
corredentor así material (canal material a través del cual pasó el Verbo
encarnado) como formal (consciente y libre), esto es, fueron eficaces
para la redención en sí misma (u objetiva) de la humanidad, no sólo para
la aplicación de la redención a los síngulos individuos (redención
subjetiva o dispensación de toda gracia) [13]. Así que la cooperación de
María es un elemento esencial de la redención de Cristo, no puramente
accidental, de manera que sin la corredención mariana no se habría dado
la redención de Cristo tal y como la quiso la Santísima Trinidad (si
bien pudo Ésta haber querido otra distinta).
La
corredención subordinada de María no obsta en nada a la redención
principal de Cristo. La cooperación de María a la redención en sí misma
(u objetiva) de Cristo es análoga a la cooperación de todo hombre a su
redención subjetiva, o sea, a la recepción de la gracia en la propia
alma: lejos de quitar algo a la omnipotencia de la voluntad de Dios,
precisamente Éste la exige para nuestra salvación. En efecto, nuestra
cooperación a la recepción de la gracia divina en nuestra alma, es
decir, a nuestra redención subjetiva, es un elemento esencial de nuestra
salvación, sin el cual no podremos salvarnos, mas no perjudica a la
omnipotencia, la unicidad y la preeminencia de la voluntad de Dios en
nuestra santificación.
Se puede decir lícitamente que Dios solo nos ha salvado, ya que nuestra cooperación, en la línea de la causalidad eficiente primera, viene de Dios; sin embargo, nosotros mismos obramos nuestra salvación junto con Cristo, porque cooperamos real, bien que subordinadamente, a la acción divina como causas segundas [14]. En conclusión, nuestra salvación es de Dios como causa eficiente primera, y de nosotros, criaturas, como causas eficientes segundas. Por poner un ejemplo, una pintura es toda del pintor como causa eficiente principal, y toda del pincel y de los colores como causa eficiente instrumental secundaria y subordinada. Así, la corredención o cooperación objetiva de María, aun siendo un elemento esencial de la redención (supuesto el plan actual de Dios), en nada obsta a la unicidad y omnipotencia de la redención obrada por Cristo, como que la corredención o cooperación de María deriva, en la línea de la causalidad eficiente, de Cristo. Así se puede decir que solamente Cristo obró nuestra redención, pero que María obró nuestra redención junto a Cristo y en subordinación a Él porque el mismo Dios lo quiso y estableció así. La redención de la humanidad sin la corredención de María no habría sido la querida y decretada por Dios.
María no fue corredentora de sí misma, sino que fue redimida por Dios, que la preservó del pecado original (redención preventiva, no liberadora); con todo, cooperó después a la redención de los demás hombres. En efecto, no se puede cooperar a la redención sin la gracia, que deriva de la redención y la presupone como ya existente. María cooperó, no a su propia redención, sino sólo a la de todos los demás hijos de Adán, siendo ella la Inmaculada Concepción, redimida por Cristo a título preventivo.
Se puede decir lícitamente que Dios solo nos ha salvado, ya que nuestra cooperación, en la línea de la causalidad eficiente primera, viene de Dios; sin embargo, nosotros mismos obramos nuestra salvación junto con Cristo, porque cooperamos real, bien que subordinadamente, a la acción divina como causas segundas [14]. En conclusión, nuestra salvación es de Dios como causa eficiente primera, y de nosotros, criaturas, como causas eficientes segundas. Por poner un ejemplo, una pintura es toda del pintor como causa eficiente principal, y toda del pincel y de los colores como causa eficiente instrumental secundaria y subordinada. Así, la corredención o cooperación objetiva de María, aun siendo un elemento esencial de la redención (supuesto el plan actual de Dios), en nada obsta a la unicidad y omnipotencia de la redención obrada por Cristo, como que la corredención o cooperación de María deriva, en la línea de la causalidad eficiente, de Cristo. Así se puede decir que solamente Cristo obró nuestra redención, pero que María obró nuestra redención junto a Cristo y en subordinación a Él porque el mismo Dios lo quiso y estableció así. La redención de la humanidad sin la corredención de María no habría sido la querida y decretada por Dios.
María no fue corredentora de sí misma, sino que fue redimida por Dios, que la preservó del pecado original (redención preventiva, no liberadora); con todo, cooperó después a la redención de los demás hombres. En efecto, no se puede cooperar a la redención sin la gracia, que deriva de la redención y la presupone como ya existente. María cooperó, no a su propia redención, sino sólo a la de todos los demás hijos de Adán, siendo ella la Inmaculada Concepción, redimida por Cristo a título preventivo.
El Magisterio y la Corredentora
El
Magisterio se pronunció explícitamente sobre la corredención mariana
sólo a partir del siglo XIX, en particular con el gran Papa León XIII.
Pío IX se remitió a la profecía del Génesis (3, 14-15) al definir el dogma de la Inmaculada Concepción de María en la bula Ineffábilis Deus, y puso en evidencia la unión indisoluble entre María y Cristo en la lucha contra la serpiente infernal, o sea, en la redención, que es principal en Cristo y, al mismo tiempo, subordinada en María.
Pío IX se remitió a la profecía del Génesis (3, 14-15) al definir el dogma de la Inmaculada Concepción de María en la bula Ineffábilis Deus, y puso en evidencia la unión indisoluble entre María y Cristo en la lucha contra la serpiente infernal, o sea, en la redención, que es principal en Cristo y, al mismo tiempo, subordinada en María.
En
efecto, la Vulgata de San Jerónimo refiere que la Mujer (es decir,
María, como leen unánimemente los Padres eclesiásticos) aplasta la
cabeza de la serpiente infernal con Cristo y bajo Cristo. Así, pues,
María es corredentora remota, indirecta, secundaria y subordinada junto
con Jesús, redentor principal y directo de la humanidad. Ahora bien, el
Concilio de Trento definió, el 8 de abril de 1546 (sesión IV, EB 46),
que la Vulgata, «aprobada por el largo uso de tantos siglos en la
Iglesia misma, sea tenida por auténtica», es decir, por digna de fe o
revestida de autoridad indiscutible, o en otras palabras, por exenta de
cualquier error en materia de fe y costumbres, fuente genuina de la
revelación, expresión fiel de la palabra de Dios escrita; y mandó que
«nadie, por cualquier pretexto, sea osado o presuma rechazarla» [15].
Conque no se debe rechazar la doctrina de la corredención secundaria y
subordinada de María, visto que se contiene en la Vulgata, que habla de
la Mujer (Múlier), de su estirpe (Jesús) y de su calcañar (los
cristianos), la cual aplastará la cabeza de la serpiente: «Ipsa cónteret
caput tuum», “con Cristo, por Cristo y en Cristo”, como interpretan
unánimemente los Padres de la Iglesia y el propio San Jerónimo (De perpétua Virginitáte Maríæ advérsus Helvídium [Sobre la perpetua Virginidad de María contra Elvidio], Patrología Latina 23, 1 883, 193-216).
León XIII enseña (encíclica Jucúnda semper, 1894) que María:
León XIII enseña (encíclica Jucúnda semper, 1894) que María:
- Se ofreció a sí misma junto con Jesús en la presentación de su Hijo en el Templo, cuarenta días después de su nacimiento, para participar en la expiación dolorosa de Cristo en favor del género humano, esto es, para la redención.
- Además, en el Calvario, movida por un inmenso amor a nosotros, ofreció Ella misma a su Hijo a la justicia divina y murió espiritualmente con Él, atravesada en su espíritu por una espada de dolor, para devolvernos la vida sobrenatural de la gracia y tenernos como hijos espirituales.
- Tal corredención se verificó en virtud de un decreto o designio divino libre y especial (Acta Apostólicæ Sedis 27, 1894-1895, pp. 178-179).
León XIII también es quien, en la encíclica Adjutrícem pópuli (1895):
- Distingue la redención y la corredención objetivas, o en sí mimas (en acto primero o en el ser), de la redención y la corredención subjetivas, o aplicación de los méritos a cada alma (en acto segundo o en la acción).
- Enseña explícitamente la cooperación de María a la redención objetiva y subjetiva de Cristo.
- Explica que la cooperación de María a la redención en el ser o en sí misma (objetiva) es la razón de su cooperación a la redención en acción, o aplicación de las gracias a los hombres (subjetiva) (cf. Acta Apostólicæ Sedis 28, l894-1895, pp. 130-131).
San Pío X enseña en la encíclica Ad diem illum (1904): «Puesto que María fue asociada por Cristo a la obra de nuestra redención, mereció de congruo (por pura benevolencia divina) lo que Cristo mereció de condigno (por estricta justicia)» (Acta Apostólicæ Sedis 36, 1904, p. 453). Nótese que el Papa Sarto afirmó en este pasaje dos verdades sobre la corredención:
- María fue asociada por Cristo a la redención, no fue Ella la que se asoció a la dolorosa obra de Jesús de rescate de la humanidad.
- Gracias a tal asociación, María mereció por libre voluntad divina (de congruo) lo que Cristo mereció por derecho (de condigno). Estas dos expresiones técnicas de la teología significan con claridad que María es sólo corredentora subordinada, mientras que Cristo es el único redentor principal.
Roschini (Mariología, Milán, tres volúmenes, 1940-1942) especifica, con Lépicier (Tractátus de Beatíssima Vírgine María, Roma, 5ª edición, 1926), que María mereció de cóngruo ad mélius esse en la redención, no ad esse simplíciter, como corredentora subordinada por voluntad amorosamente gratuita de Dios.
Benedicto
XV fue el primer Papa que formuló la doctrina de la corredención
mariana en términos perentorios, inequívocos y definitivos (ya que,
después de las encíclicas de Léon XIII y San Pío X, algunos teólogos
minimalistas en mariología habían procurado rebajar el alcance de la
enseñanza magisterial leonina y piana). Escribe el Papa Giacomo della
Chiesa en su carta apostólica Inter sodalícia (1918) que María en
el Calvario, a los pies de la cruz, «padeció tanto por designio divino
que casi murió con su Hijo doliente y moribundo, y lo inmoló para
aplacar la justicia divina, de manera que se puede decir, con razón, que
María redimió al género humano junto con Cristo» (Acta Apostólicæ Sedis
10, 1918, pp. 181-182).
Benedicto XV enseña aquí tres cosas:
Benedicto XV enseña aquí tres cosas:
- Los actos de María de “conmuerte”, compasión e inmolación son la causa de la corredención mariana.
- Los efectos de tales actos de la corredentora fueron el aplacamiento de la justicia de Dios, ofendida por el pecado de Adán, y la salvación objetiva del género humano.
- El motivo de la corredención de María es la libre elección de Dios, no una necesidad natural de María, quien, por ser una criatura, no podía de suyo corredimir a la humanidad.
Pío XI fue el primer Papa que usó el término “corredentora” (aunque la cosa significada estaba ya presente así en la Sagrada Escritura como en la Tradición y el Magisterio) (cf. Mensaje radiofónico de clausura del Jubileo de la Redención Humana, del 28 de abril de 1935). El Papa Ratti dijo: «¡Oh Madre de piedad y misericordia, que como compaciente y corredentora...!» (cf. L’Osservatore Romano, 29-30 de abril de 1935, p. 1). Llama a María “Corredentora” no sólo, por haber engendrado al Redentor, sino también por su participación en la pasión (“compaciente”) del redentor principal. De aquí que los frutos de la redención de Cristo derivaran de una causa doble: de la pasión redentora primera y principal de Cristo y de la compasión corredentora segunda y subordinada de María.
Pío XII trató repetida y explícitamente de la corredención de María en tres encíclicas. El Papa Pacelli enseña, en la encíclica Mýstici Córporis Christi
(1943), que María «ofreció a Jesús al Padre Eterno en el Gólgota por
todos los hijos de Adán contaminados por la prevaricación de éste. Así,
la que era Madre de nuestra cabeza en cuanto al cuerpo pudo llegar a ser
en cuanto al espíritu, Madre espiritual de todos sus miembros» (Acta
Apostólicæ Sedis 35, 1943, p. 247).
Pío
XII hace comprender aún mejor, con su enseñanza, que expresan la misma
cosa la corredención y la maternidad espiritual de María para con los
cristianos y la Iglesia. María cooperó, en subordinación a Cristo, a la
recuperación de la gracia para todos los hombres, injertándolos en el
segundo Adán, su Cabeza espiritual y Cabeza de la Iglesia. Aquéllos se
vuelven, por conducto de su santificación, hijos espirituales de María y
Jesús. Ella es verdadera Madre física de la cabeza del Cuerpo Místico,
el cual es la Iglesia, y verdadera Madre espiritual de sus miembros
vivos (María Mater Christianórum) y de la misma Iglesia (María Mater
Ecclésiæ). Quien no tiene a María por Madre espiritual no tiene a Dios
por Padre espiritual, o sea, no se halla vivificado por la gracia, que
es una participación de la vida de Dios (limitada y finita, pero real).
El Papa Pacelli distingue dos fases en esta maternidad espiritual de
María:
- La fase inicial: María verdadera Madre de Cristo, que es la cabeza de los cristianos y de la Iglesia. De aquí que la maternidad divina sea la fase inicial o la raíz de la corredención.
- Además, María padeciendo y cum-mórtua mýstice cum Christo [muerta místicamente con Cristo] constituye la fase final de la corredención o maternidad espiritual de María para con los que han recobrado la gracia de Dios y viven en ella.
En
efecto, María concibió realmente a Cristo, no sólo como hombre
verdadero, sino también como redentor del género humano; de aquí que la
maternidad mariana física de Dios [por la cual engendró el cuerpo físico
de Jesús) sea la base y fundamento de la maternidad espiritual de María
o corredención (por la cual es Madre del cuerpo espiritual de Jesús, o
sea, de los miembros vivos de Cristo y de la Iglesia). María es Madre de
todos los hombres en potencia, mas llega a serlo en acto sólo respecto
de los que quieren aceptar el don de la redención, que Dios ofrece a
todos, pero que muchos rechazan. Así como María engendró la cabeza del
Cuerpo Místico, así, y por igual manera, engendró y engendrará hasta el
final de los tiempos a sus miembros vivos. Esta generación espiritual se
puede subdividir en dos partes: la concepción y el parto. Pío XII
presentó explícitamente a los hijos espirituales de María como miembros
vivos del Cuerpo Místico de Cristo, nacidos en el Calvario entre los
desgarros del alma de María, “commórtua” junto con su cabeza, que es
Cristo. Esta es la cooperación de María a la obra de la redención o
corredención objetiva remota y próxima.
Pío XII enseña, en su segunda encíclica sobre la corredención (Ad cœli Regínam,
1954), que María es reina no sólo por ser Madre física de Cristo, sino,
además, por ser Madre espiritual de los hombres rescatados y
engendrados de nuevo a la vida sobrenatural. María fue asociada a Cristo
en la obra de la redención. Ella, al reparar todas las cosas con sus
méritos, es Madre y Señora de todo lo que ha sido devuelto a la gracia.
De esta unión con Cristo nace el poder real por el que María es
dispensadora de todas las gracias (cf. AAS 46, 1954, pp. 634-635).
Por último, Pío XII vuelve a tratar de la corredentora en la encíclica sobre el Sagrado Corazón de Jesús (Hauriétis áquas,
1956), y establece una analogía entre el culto de latría, debido al
Sagrado Corazón de Jesús, y el de dulía, que se le debe al Corazón
Inmaculado de María (Acta Apostólicæ Sedis 38, 1956, p. 332). Así como
Dios quiso libremente asociar a María a la redención de Cristo, por lo
cual nuestra salvación es fruto de los sufrimientos de Jesús y de los de
María, del mismo modo, invita el Papa al pueblo cristiano a que,
después de tributar al Sagrado Corazón de Jesús los homenajes de
adoración que le son debidos, le preste a María los homenajes de la
hiperdulía porque recibe la vida sobrenatural de Cristo y de María por
voluntad de Dios.
La Sagrada Escritura y la Corredención
La
redención y, por ende, la corredención del género humano se anuncia en
el Antiguo Testamento. Dios pronuncia en el Génesis (3, 15) las
siguientes palabras contra el diablo, quien, en forma de serpiente,
había hecho pecar a Adán y Eva: «Yo pondré enemistades entre ti y la
mujer, y entre tu raza y la su descendencia: Ella quebrantará tu cabeza,
y tú andarás acechando a su calcañar».
Según
los padres eclesiásticos, estas palabras figuran y predicen una lucha
encarnizada entre el diablo y su estirpe (es decir, los que no quieren
vivir en gracia de Dios) y el redentor nacido de una mujer, que es la
corredentora, junto con sus hijos recomprados y vivificados por la vida
sobrenatural. La victoria es del redentor y la corredentora, que
aplastarán la cabeza de la serpiente infernal.
Se realiza en el Nuevo Testamento, al menos en tres pasajes decisivos, lo que se había profetizado en el Viejo Testamento. Dichos pasajes son casi una explicación o un comentario de Gen 3, 15. Dos son del evangelio de San Lucas y uno del evangelio de San Juan.
El primero (Lc 1, 26-38) narra que el arcángel San Gabriel fue enviado por Dios a María para obtener su libre consentimiento al plan divino que la volvería Madre del redentor. María dio su consentimiento: «ecce Ancílla Dómini, fiat mihi secundum verbum tuum» (He aquí la Esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra).
Se advierte aquí un paralelo impresionante entre los tres protagonistas de la ruina espiritual del género humano (un hombre llamado Adán, una mujer denominada Eva y un ángel caído bajo apariencia de serpiente) y los tres protagonistas de la redención de la humanidad (el nuevo Adán: Jesús; la nueva Eva: María, y el ángel bueno: Gabriel). Así como Eva, inducida por el ángel malo, había cooperado con Adán a la caída original, así también la nueva Eva coopera con el nuevo Adán después de haber aceptado la misión divina que le ha ofrecido el ángel bueno. La muerte y la vida sobrenatural le vienen al género humano de un hombre y una mujer. Los Padres y los doctores eclesiásticos interpretaron así comúnmente el pasaje del Génesis y el del evangelio de San Lucas.
Se realiza en el Nuevo Testamento, al menos en tres pasajes decisivos, lo que se había profetizado en el Viejo Testamento. Dichos pasajes son casi una explicación o un comentario de Gen 3, 15. Dos son del evangelio de San Lucas y uno del evangelio de San Juan.
El primero (Lc 1, 26-38) narra que el arcángel San Gabriel fue enviado por Dios a María para obtener su libre consentimiento al plan divino que la volvería Madre del redentor. María dio su consentimiento: «ecce Ancílla Dómini, fiat mihi secundum verbum tuum» (He aquí la Esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra).
Se advierte aquí un paralelo impresionante entre los tres protagonistas de la ruina espiritual del género humano (un hombre llamado Adán, una mujer denominada Eva y un ángel caído bajo apariencia de serpiente) y los tres protagonistas de la redención de la humanidad (el nuevo Adán: Jesús; la nueva Eva: María, y el ángel bueno: Gabriel). Así como Eva, inducida por el ángel malo, había cooperado con Adán a la caída original, así también la nueva Eva coopera con el nuevo Adán después de haber aceptado la misión divina que le ha ofrecido el ángel bueno. La muerte y la vida sobrenatural le vienen al género humano de un hombre y una mujer. Los Padres y los doctores eclesiásticos interpretaron así comúnmente el pasaje del Génesis y el del evangelio de San Lucas.
Los otros dos textos evangélicos nos revelan la cooperación de María a la redención por conducto de su compasión unida y subordinada a la de Cristo.
El evangelio de San Lucas (2, 22-39) narra la escena de la presentación de Jesús en el Templo. San Simeón anuncia a María su íntima asociación a la pasión redentora de Jesús: «[Éste niño] puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos». María será asociada a la pasión de Jesús con su Compasión. Simeón, no obstante la presencia de San José, se dirige exclusivamente a María para hacernos comprender que Ella, por disposición divina, había sido asociada a la pasión y redención de Cristo; el cual sufriría contradicción como se había predicho en el Génesis: sería odiado de sus enemigos. La descendencia de Cristo y María se contrapondría diametralmente a la de la de la serpiente y el sanedrín. Por último, María moriría místicamente, o en su alma, por el dolor que experimentaría al participar en la pasión del Hijo de Dios y suyo.
En el evangelio de San Juan (2, 1-11) se nos presenta a María invitada a un banquete de bodas junto con Jesús. Llega a faltar el vino. María no se turba, y sus palabras expresan tanto solicitud hacia las necesidades de los hombres, como una seguridad absoluta en la eficacia de su oración dirigida a Jesús: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5). San Agustín escribe el siguiente comentario: «María, Madre de Jesús, exigía un milagro (miráculum exigébat)» (In Joánnes Evangelístæ tractátus. 8; PL 35, 1455). María ruega y Jesús satisface su deseo anticipando su misión pública aunque aún no había llegado la hora de hacer milagros [16]. En este pasaje evangélico aparece en toda su dulce fortaleza la intercesión y la cooperación de María a la obra de la redención de Cristo [17].
El evangelio de San Juan (19, 25-27) nos muestra a María en el monte Calvario, a los pies del árbol de la cruz en el instante del sacrificio del Redentor, o sea, en el momento en que alcanzaba su apogeo la oposición y la enemistad de que era Éste objeto. También aquí impresiona el paralelismo que se da entre esta escena y la del pecado original en el Génesis: en el Antiguo Testamento, un árbol de la ciencia del bien y del mal, un hombre llamado Adán y una mujer denominada Eva, los cuales, inducidos por el diablo, arruinan a la humanidad en el jardín o monte del Edén al perder la gracia santificante; en el Nuevo Testamento, un nuevo monte (el Calvario), un nuevo árbol (la cruz), un nuevo Adán (Cristo) y una nueva Eva (María), que, con la ayuda de Dios y el aborrecimiento del diablo y su descendencia (el Sanedrín), rescatan o recompran lo que se había perdido en el Edén.
San
Juan vuelve sobre este paralelismo en el último libro sagrado (capítulo
XII del Apocalipsis) al revelar la lucha entre el dragón y la mujer.
Como se ve, la Sagrada Escritura empieza (Génesis) y termina
(Apocalipsis) con la revelación de la pasión y compasión, de la
redención y corredención, la cual es el corazón del dogma católico, no
una devoción facultativa como querrían protestantes y modernistas.
La Tradición Patrística
Ya en el siglo II, San Justino (Diálogus cum Tryphónis, en Migne, Patrología Græca 6, 709-712), San Ireneo (Contra hæreticórum, V, 19, 375-376) y Tertuliano (De carne Christi,
cap. 17, PL 6, 282), comentando el Génesis (3, 14-15) y a San Pablo
(Rom 5, 17), hablan de María como de la nueva Eva opuesta a la primera
porque nos hizo renacer a la vida sobrenatural perdida por el viejo Adán
y recobrada por el nuevo Adán, esto es por Jesús, junto con María,
“nueva Eva”.
Tal doctrina, que hallamos enseñada por Padres de directa descendencia apostólica desde los años 100-220 d. C., la propusieron de nuevo los Padres griegos y latinos: véase San Atanasio (Epístola de sýnodis, 51-52, en Patrología Græca 26, 784-785); San Efrén el Sirio, que llama a María «el precio del rescate de los pecadores prisioneros» (Ópera sýriaca, II, 607); San Basilio (Sermo in Nativitáte Dómini, 5, PG 31, 1468); San Gregorio Nacianceno (Carmína 1, 10, PG 37, 467); San Epifanio (Advérsum hæréticum Panárium, LXXIX 4, 7, PG 42, 707); San Juan Crisóstomo (Homilía in Epístolam ad Románum 13, 1, PG 60, 508-509); San Cirilo de Alejandría (Epístola I, PG 77, 13); San Cirilo de Jerusalén (Catechésis Mistagógicæ 4, 7, PG 33, 461); San León Magno (Sermo II in Nativitáte Dómini, PL 54, 199), y San Gregorio Magno (In Evangélium homilíæ I, 16, PL 76, 1135).
La corredención fue confirmada con fuerza por el mayor de los Padres latinos, San Agustín de Hipona (De virginitáte, V, 6): «María es Madre espiritual de todos los hombres que aceptan la gracia porque es Madre física de Cristo, cuyos miembros vivos y místicos son los hombres justificados». Sin embargo, siguió sin ser explicitada hasta el siglo X, cuando Juan Geómetra afirmó con claridad explícita la verdad de la cooperación redentora de María con Cristo, si bien en subordinación a Él (Joánnis Geómetræ laus in Dormitiónem Beátæ Vírginis Maríæ).
En el siglo XI se hizo cada vez más clara y explícita la doctrina enseñada por los Padres y los doctores sobre la corredención.
San Pedro Damián habló de la Pássio Christi y de la Compássio de María, (Sermo 46 in nativítáte Beátæ Vírginis Maríæ, 1, PL 144, 148 A); Eadamer de Canterbury (+ 1124) fue el primero en hablar de los méritos corredentores de María (Liber de Excelléntia Vírginis, PL 159, 573); luego San Bernardo de Claraval (+ 1153) habló de la satisfacción por parte de María de la culpa de Eva (Homilía II super “Missus est”, PL 183, 62); San Alberto Magno (Mariále, q. 29, #3; Commentárium in Matthǽum, 1, 18) y San Buenaventura de Bagnoregio alcanzaron la plena explicitación y sistematización de la doctrina referente a la corredención subordinada de María: «María nos dio a su Hijo, al que amaba más que a sí misma, y lo ofreció por nuestra salvación» (Collátio 6 de donis Spíritus Sancti, nº 17).
Tal doctrina, que hallamos enseñada por Padres de directa descendencia apostólica desde los años 100-220 d. C., la propusieron de nuevo los Padres griegos y latinos: véase San Atanasio (Epístola de sýnodis, 51-52, en Patrología Græca 26, 784-785); San Efrén el Sirio, que llama a María «el precio del rescate de los pecadores prisioneros» (Ópera sýriaca, II, 607); San Basilio (Sermo in Nativitáte Dómini, 5, PG 31, 1468); San Gregorio Nacianceno (Carmína 1, 10, PG 37, 467); San Epifanio (Advérsum hæréticum Panárium, LXXIX 4, 7, PG 42, 707); San Juan Crisóstomo (Homilía in Epístolam ad Románum 13, 1, PG 60, 508-509); San Cirilo de Alejandría (Epístola I, PG 77, 13); San Cirilo de Jerusalén (Catechésis Mistagógicæ 4, 7, PG 33, 461); San León Magno (Sermo II in Nativitáte Dómini, PL 54, 199), y San Gregorio Magno (In Evangélium homilíæ I, 16, PL 76, 1135).
La corredención fue confirmada con fuerza por el mayor de los Padres latinos, San Agustín de Hipona (De virginitáte, V, 6): «María es Madre espiritual de todos los hombres que aceptan la gracia porque es Madre física de Cristo, cuyos miembros vivos y místicos son los hombres justificados». Sin embargo, siguió sin ser explicitada hasta el siglo X, cuando Juan Geómetra afirmó con claridad explícita la verdad de la cooperación redentora de María con Cristo, si bien en subordinación a Él (Joánnis Geómetræ laus in Dormitiónem Beátæ Vírginis Maríæ).
En el siglo XI se hizo cada vez más clara y explícita la doctrina enseñada por los Padres y los doctores sobre la corredención.
San Pedro Damián habló de la Pássio Christi y de la Compássio de María, (Sermo 46 in nativítáte Beátæ Vírginis Maríæ, 1, PL 144, 148 A); Eadamer de Canterbury (+ 1124) fue el primero en hablar de los méritos corredentores de María (Liber de Excelléntia Vírginis, PL 159, 573); luego San Bernardo de Claraval (+ 1153) habló de la satisfacción por parte de María de la culpa de Eva (Homilía II super “Missus est”, PL 183, 62); San Alberto Magno (Mariále, q. 29, #3; Commentárium in Matthǽum, 1, 18) y San Buenaventura de Bagnoregio alcanzaron la plena explicitación y sistematización de la doctrina referente a la corredención subordinada de María: «María nos dio a su Hijo, al que amaba más que a sí misma, y lo ofreció por nuestra salvación» (Collátio 6 de donis Spíritus Sancti, nº 17).
Santo Tomás y la Corredencion
El doctor común de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino (Summa Theológica
III, q. 1, a. 3, ad 3), hace derivar todas las prerrogativas de María
de la Maternidad divina [18]. La corredención la presenta el Angélico
cual cooperación activa de María a la redención universal de Cristo o
participación de ésta (19). Cristo es nuestra cabeza y, por eso, al
merecer para Sí mereció también para nosotros, que somos sus miembros,
la gracia santificante, la salvación y la vida eterna (Summa Theológica III, q. 48, a. 1). Sólo Cristo es nuestro redentor principal (Summa Theológica
III, q. 48, aa. 5-6; III, q. 49, aa. 1-3). Pero el Angélico, si bien no
hizo de la corredención su “caballo de batalla”, con todo, reconoció en
el “fiat” de María a la encarnación del Verbo una participación en la
redención, la «acción de una persona en particular, pero cuyos efectos
salvíficos se derramarían sobre toda la humanidad» (III Senténtiæ, III, q. 3, a. 2, sol. 2; cf. S. Th., III, q. 30, a. 1; Quódlibet, 2, a. 2). Finalmente, alrededor de un año antes de su muerte (abril del año 1273), afirmó el Aquinate, en su Exposítio super salutatiónem angélicam
(título 16), que la gracia que recibió María en cuanto Madre de Dios
fue tan sobreabundante, que se derrama desde la Virgen sobre todo el
género humano en pago por la salvación de todos; y concluyó diciendo:
«Es el caso de Cristo y de la Santísima Virgen María».
Por desgracia, el Angélico no ahondó en el estudio de las relaciones entre la redención de Cristo y la corredención de María, mas el concepto de “compasión” lo expresó con claridad, aunque sin darle la preeminencia en su mariología, pues tal preeminencia le corresponde a la Maternidad divina, de la que derivan todos los privilegios marianos, inclusive la corredención [20]. No cabe duda, por ello, de que el mayor de los Padres eclesiásticos (San Agustín) y el máximo doctor escolástico (Santo Tomás de Aquino) enseñan la corredención mariana.
Por desgracia, el Angélico no ahondó en el estudio de las relaciones entre la redención de Cristo y la corredención de María, mas el concepto de “compasión” lo expresó con claridad, aunque sin darle la preeminencia en su mariología, pues tal preeminencia le corresponde a la Maternidad divina, de la que derivan todos los privilegios marianos, inclusive la corredención [20]. No cabe duda, por ello, de que el mayor de los Padres eclesiásticos (San Agustín) y el máximo doctor escolástico (Santo Tomás de Aquino) enseñan la corredención mariana.
Entre los grandes nombres de los años siguientes se pueden citar los siguientes: San Antonino de Florencia (Summa Theológica, IV pars, tit. 15, cap. 20, # 14) y Dionisio el Cartujano (De dignitáte et láudibus Beátæ Vírginis Maríæ, II, 23). La corredención llegó a ser la doctrina comúnmente enseñada por los teólogos a partir del siglo XVIII.
En
conclusión, la corredención de María se halla en las dos fuentes de la
revelación y fue enseñada explícitamente por los Padres de la Iglesia y
por el Magisterio pontificio ordinario; en consecuencia, no es sólo una
verdad teológicamente cierta, sino también de fe divino-católica, bien
que aún no haya sido definida solemnemente por el Magisterio
extraordinario [21]. En efecto, «basta por lo común la función del
Magisterio ordinario para constituir una verdad de fe divino-católica;
véase el Concilio Vaticano I, sesión III, capítulo 3, DB, 1792» (P.
Parente, Dizionario di teología dommatica, Roma, ed. Studium, 4ª
edición, 1957, voz “Definizione dommatica”). Así pues, también respecto a
la corredención de María se hallan los modernistas, igual que los
luteranos, en contradicción con la Tradición católica.
La razón teológica
María
estaba predestinada, por su Maternidad divina, a la función de
Medianera universal entre Dios y los hombres, como lo demuestran la
Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio. Los mejores teólogos,
generalmente de la escuela tomista (22), dan la razón teológica de ello.
El Padre Réginald Garrigou-Lagrange escribe que María es medianera con
subordinación a Cristo:
- Porque cooperó al sacrificio de la cruz (con la satisfacción o la compasión y el mérito) [23].
- Porque intercede continuamente por nosotros en el cielo ante su Hijo, alcanzándonos y distribuyéndonos todas las gracias que precisamos con vistas a la salvación eterna. La mediación de María es ascendente (presenta a Dios las plegarias de los hombres) y descendente (da a los hombres las gracias divinas).
María cooperó al sacrificio de la cruz y a la redención de Cristo por modo de satisfacción, de manera subordinada a Cristo, único mediador principal de la redención del género humano; es decir: reparó la justicia divina ofendida por el pecado de Adán volviéndonos a Dios propicio y amigo. Pero, ¿cómo? Ofreció a Dios en el Gólgota, con enorme dolor y grandísimo amor, la vida de su Hijo, queridísimo para ella y a quien adoraba. Y lo hizo por nosotros los hombres, hijos de Adán, privados de la vida sobrenatural.
Jesús satisfizo por nosotros de condigno a la justicia divina, o sea, en rigor de justicia, por ser Dios. María, en cambio, que no dejaba de ser una criatura, aun siendo verdadera Madre de Dios, mereció de congruo, esto es, por razón de conveniencia o por benevolencia de Dios, lo que Jesús mereció de condigno, por lo que el derecho al rescate de la humanidad se funda, en María, en el amor gratuito de Dios o in jure amicábili [en los derechos de la amistad], no en la estricta justicia, como en el caso de Jesús. María es corredentora en este sentido: porque recompró con Cristo, en Cristo y por medio de Cristo al género humano, extraviado por el pecado original.
Tal razón teológica la corroboró el Magisterio pontificio (cf. San Pío X, encíclica Ad diem illum,
de 1904, DS 3370: «María mereció de congruo, como dicen los teólogos,
lo que Cristo mereció de condigno»; cf. asimismo Benedicto XV, carta
apostólica Inter sodalícia, de 1918, DS 3634, nº 4: «inmoló a su
Hijo, de manera que se puede decir, con razón, que ella redimió al
género humano con Cristo y bajo Cristo”).
Fue Santo Tomás de Aquino quien explicó la doctrina del mérito y la distinción entre el mérito de congruo y el de condigno (Summa Theológica
I-II, q. 114, a. 6), y los tomistas las aplicaron a la corredención de
María subordinada a la redención principal de Cristo (R.
Garrigou-Lagrange, La sintesi tomistica, Brescia, ed. Queriniana, 1953, pp. 258-260; Id., La Mere du Sauveur et notre vie intérieure, París, 1941; Id., De Christo Salvatóre, Turín, 1945).
Efrem
NOTAS
[1]
Redimir significa en general liberar a una persona pagando un rescate
por ella. Por eso redentor en sentido lato es el que libera a otro de la
esclavitud pagando cierto precio por su liberación. De aquí que la
redención en general exija el pago de un precio para (re)comprar a
alguien. La redención del género humano en sentido estricto estriba en
su liberación espiritual de la esclavitud del pecado y en su
reconciliación con Dios. Jesús pagó con su muer te en la cruz el precio
de nuestra liberación espiritual del pecado de Adán, reconciliándonos
con Dios.
[2] El tema de “María Dispensadora de todas las gracias” es tratado en un artículo aparte.
[3] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theológica III, q. 26; G. M. Roschini, Mariología, Milán, tres volúmenes, 1940-1942; Id., La Virgen según la fe y la teología, Roma, cuatro volúmenes, 1953-1954; P. C. Landucci, María Santísima en el Evangelio, Roma, 1945; A. Piolanti, María y el Cuerpo Místico, Roma, 1957; P. Straeter, Mariología, Turín, tres volúmenes, 1952-1958; A. M. Lépicier, Tractátus de Beatíssima Vírgine María, Roma, 5ª edición, 1926; E. Campana, María en el dogma católico, Turín, 1ª edición, 1954; B. H. Merkelbach, Mariología, París, 1939; E. Zolli, De Eva a María, Roma, 1954; R. Spiazzi, La Mediadora de la reconciliación humana, Roma, 1951; B. Gherardini, La Corredentora en el misterio de Cristo y de la Iglesia, Roma, 1998; Ch. Journet, María Corredentora, Milán, 1989; R. Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y nuestra vida interior, París, 1941; A. Capellazzi, María en el dogma católico, Siena, 1902; E. Campana, María en el dogma católico, Turín, 1943; A. Lang, Madre de Cristo, Brescia, 1933; D. Bertetto, María en el dogma católico, 2ª edición, Turín, 1956; A. Piolanti, Madre de unidad. Sobre la Maternidad espiritual de la Virgen, en Mariánum, 1949, pp. 423 y ss.; J. B. Carol, De corredemptióne Beátæ Vírginis Maríæ, Ciudad del Vaticano, 1950; S. Garofalo y G. M. Roschini, voz “María Santísima”, en Enciclopedia Católica, Ciudad del Vaticano, 1952, vol. VIII, cols. 76-118; G. M. Roschini, voz “Corredentora”, en Enciclopedia Católica, Ciudad del Vaticano, 1950, vol. IV, cols. 640-644; A. Nicolás, La Virgen María y el plan divino, París, 1880.
[4] Concilio de Cartago, DB 101 y ss.; II Concilio de Orange, DB 174 y ss.; Concilio de Trento, DB 793-843.
[5]
«En quien tenemos la redención por su sangre» (Ef 1, 7); «Considerando
que habéis sido rescatados (...) con la preciosa Sangre de Cristo» (I Pe
1, 18-19).
[6] Verdad divinamente revelada y definida por el Concilio de Trento, sesión V, DB 790.
[7] Cf. I. Bitremieux, Sobre la mediación universal de la Santísima Virgen María en cuanto a las gracias, Brujas, 1926.
[8] J. Bover, La doctrina de San Pablo sobre la mediación de Cristo aplicada a la mediación de María, en Mariánum, nº 4, 1942, pp. 81-90.
[9]
A. Lépicier escribe: «María participó en el pago del rescate de la
humanidad porque consintió libremente en la encarnación formalmente
redentora de Cristo. María ofreció a Jesús en el Templo como futura
víctima de reconciliación y renovó y perfeccionó tal oblación en el
Calvario»” (Tractátus de Beata María Virgine, cit., p. 503.
[10]
La gracia santificante es un don divino permanente, esencialmente
sobrenatural, infundido gratuitamente por Dios en el alma humana. Le
confiere al hombre la santidad o justificación real. San Pedro revela
que vuelve a los hombres “partícipes de la divina naturaleza” (II Pe 1,
4).
[11]
Habría podido elegir cualquier otro modo, incluso un mero acto de
voluntad de Dios, que al ser de valor infinito podía re-comprar la
gracia perdida.
[12]
También entre los teólogos católicos hay teólogos plenamente ortodoxos
que no son enteramente favorables a la doctrina de la corredención
mariana por miedo a derogar la dignidad del único mediador y redentor,
como, p. ej., M. J. Scheeben (Handbuch der Katholischen Dogmatik [Manual de Teología Católica], Friburgo, 1882); L. Billot (María Madre de la gracia, París, 1921; De Verbo Incarnáto, 4ª edición, Roma, 1904); P. Parente (Dizionario di teología dommatica, Roma, 4ª edición, 1957, voz “Corredentora”, pp. 95-96; De Verbo Incarnáto
4ª edición, Turín, 1951). Mas, cuando se hacen las debidas
distinciones, la corredención de María en nada obsta a la unicidad de la
redención principal de Cristo.
[13] La redención objetiva es potencial, o in fíeri, o en vías de actuación o de aplicación a los hombres, mientras que la redención subjetiva es actual o aplicada a las almas en particular y, por ende, ya completa en acto.
[14]
Causa primera es solo Dios, causa segunda es toda criatura. Esta última
puede dividirse en causa principal (v. gr., el pintor) y causa
secundaria (el pincel).
[15]
Vulgáta, que significa en latín “común, oficial, usual”, es la versión
latina de la Biblia que la Iglesia usa y prescribe oficial, usual o
comúnmente en la enseñanza, la predicación y la liturgia. Se debe a San
Jerónimo (+ 420), el “Doctor máximo” en la interpretación de la Sagrada
Escritura. La empezó en Roma, en el año 383, y la acabó en Belén, en el
406. Cf. S. Garofalo, voz “Vulgata”, en Dizionario di teologia dommatica, Roma 4ª edición, 1957, p. 440; J. M. Vosté, Sobre la versión latina denominada “Vulgata”, Roma, 1928; Id., La Vulgata en el Concilio de Trento, en Bíblica, 1946, pp. 615-618.
[16] Cf. C. Spicq, El primer milagro de Jesús debido a su Madre, en Sacra Doctrina, nº 18, 1973, pp. 125-144; F. Spadafora, María en las bodas de Caná, en Rivista Bibbica, nº 2, 1954, pp. 220-247.
[17] S. Garofalo, Las palabras de María, Roma, 1943; Id., La Virgen en la Biblia, Milán, 1958; R. Spiazzi, La mediadora de la reconciliación humana, Roma, 1951; F. Spadafora, Diccionario bíblico, Roma, 3ª edición, 1963, voz “María Santísima”, pp. 394-398; Id., María Santísima en la Sagrada Escritura, Roma, 1936.
[18] Cf. sobre este tema el comentario a la Suma Teológica redactado por el cardenal Tomás de Vio, alias Cayetano (Commentárius in Illam partem Summæ theologíæ, q. 28, a. 2).
[19] Cf. B. H. Merkelbach, ¿Qué pensó Santo Tomás sobre la mediación de la Santísima Virgen María?, en Xenia Thomística, 1925, pp. 505-530.
[20] Cf. G. Roschini, La Mediadora universal, Roma, 1963.
[21]
El “dogma” es una verdad revelada por Dios que se contiene en el
Depositum Fidei: la Tradición y la Sagrada Escritura (dogma material), y
que luego la propone el ministerio eclesiástico para ser creída por los
fieles en cuanto tal (es decir, como verdad divinamente revelada o de
fe) siendo necesaria pare la salvación (dogma formal) (Vaticano I, DB
1800). Por tanto, quien rechaza una verdad de fe definida por el
Magisterio, o se niega a prestarle su asentimiento, es hereje e incurre
ipso facto en la excomunión o el anatema. La “definición dogmática” es
la declaración obligativa de la Iglesia sobre una verdad revelada y
propuesta a los fieles como de creencia obligada. Tal definición puede
hacerse ya por el Magisterio ordinario (el Papa enseñando a creer una
verdad -de manera ordinaria o no solemne en “cuanto al modo”, pero
obligativa en “cuanto a la sustancia”- como revelada por Dios y definida
por la Iglesia), ya por el Magisterio extraordinario o solemne relativo
al modo (una declaración solemne o “extraordinaria” del Papa o del
Concilio). Tal definición dogmática se llama asimismo dogma formal o
verdad de fe divino-católica o divino-definida. Sin embargo, no reina la
unanimidad entre los teólogos: por ejemplo, Monseñor Brunero Gherardini
escribe que la corredención de María es una verdad “próxima a la fe” (La Corredentora en el misterio de Cristo y de la Iglesia, Roma, 1998, p. 15). Con todo (si parva licet componére magnis
[si es posible comparar las cosas pequeñas con las grandes]), como la
corredención de María se halla en la Tradición y en la Sagrada Escritura
y fue enseñada constantemente por el Magisterio pontificio ordinario a
partir de León XIII, me parece que se puede hablar de una verdad
divinamente revelada y definida por la Iglesia, aunque no de modo
extraordinario, sino puramente ordinario, o sea, la corredención de
María es una verdad de fe divina y católica.
[22] Cf. Summa Theológica III, qq. 27-30; los comentarios de Cayetano y de G. M. Vosté a la Suma Teológica (III, qq. 27-30); E. Hugon, Tratado teológico, vol. II, París, 5ª edición, 1927; G. Friethoff, Sobre el alma asociada a Cristo Mediador, Roma, 1936.
[23] Satisfacción en sentido teológico es un término establecido de manera exacta por San Anselmo de Aosta (Cur Deus homo? [¿Por qué el Dios hombre?]) Y luego por Sto. Tomás de Aquino (Summa Theológica
III, q. 48, a. 2), y significa aplacar a Dios ofendido por la culpa con
un sacrificio o una obra penosa. Cristo pagó a Dios Padre, con su
muerte en la cruz, la deuda del pecado de los hombres. Enmendó así la
culpa de Adán con objeto de liberar a aquéllos de la esclavitud del
pecado, que los privaba de la gracia santificante.