POR QUÉ DEJÉ LA IGLESIA MORMONA
Por Richard Packham
Dejé la Iglesia Mormona en 1958, cuando tenía 25 años de edad. Eso fue hace mucho tiempo: David O. McKay era el profeta, vidente y revelador. Solamente había ocho templos y ninguno tenía proyector de película. Cada barrio tenía su propio lugar de reunión, la Escuela Dominical era a las 10:30 a. m., y la reunión sacramental era a las 7:00 p m. No había negros en la iglesia (al menos ninguno estaba visible). Los garments (trajes de investidura) eran de una sola pieza. La ceremonia de investidura del templo aun tenía los castigos de muerte, el ministro, los cinco puntos de la hermandad. Aun estaban perdidos los rollos de papiro del Libro de Abrahán. Los misioneros nuevos aprendían el idioma del país que eran asignados, llegando dos semanas antes.
¿Por qué, después de todos estos años, debo estar todavía preocupado por el mormonismo? ¿Por qué no he terminado con esa lejana parte de mi pasado, dejándola atrás?
Hay varias razones:
Primera, desciendo de una larga líneas de fieles mormones. Todos mis ancestros, en cada rama de mi familia, de cuatro, cinco y seis generaciones, fueron mormones. Los mormones y su historia son mi herencia. Es mi única herencia. Es de donde provengo. Ninguno de mis ancestros mormones fueron grandes o famosos, pero he leído sus historias y fueron gente buena. Fueron fieles, trabajadores, y merecen mi respeto. La historia de mi familia está inevitablemente entrelazada con la historia de los mormones, su migración a UTAH y el establecimiento en las montañas del oeste. No puedo ignorar al mormonismo ni a la Historia Mormona sin olvidar mi pasado.
Segunda, en mi familia aún son mormones fieles, casi todos, incluso mis padres, mis hermanos y hermanas, mis hijos mayores, mis nietos, mis sobrinas y sobrinos. Sus vidas están permeadas por sus creencia mormonas. Su existencia diaria está entrelazada con las actividades del quehacer de la iglesia, todos sus amigos son mormones, sus temores y esperanzas son temores y esperanzas mormonas. No puedo ignorar el mormonismo sin ignorar las vidas de quienes amo.
Tercera, la iglesia mormona se está volviendo más importante y más poderosa en nuestra sociedad. En mi estado (que, a diferencia de Utah, no se considera como un estado “mormón”) es ahora la segunda denominación religiosa más grande. Nuestro actual Senador es un mormón devoto. Los mormones ocupan influyentes posiciones en nuestros gobiernos estatal y nacional, más allá de la proporción a su población en los Estados Unidos. La iglesia se ha convertido en una empresa financiera súper rica, con negocios de billones de dólares y propiedades por todo el país –un hecho del que la mayoría de los no mormones no está consciente- con un amplio (usualmente invisible) margen de influencia sobre muchos aspectos de la vida norteamericana. Sus ingresos se estiman, de fuentes fidedignas, en millones de dólares por día, no solamente de sus miles de negocios sino también de sus miembros fieles, a quienes se requiere que donen, un mínimo del diez por ciento de todos sus ingresos, a la iglesia.
La iglesia mormona se jacta de su rápido crecimiento. Este crecimiento, además de su postura a favor de las familias grandes, se debe a que mantiene un gran cuerpo de misioneros voluntarios de tiempo completo, que son una fuerza de ventas bien entrenado y totalmente adoctrinado, cuyo único propósito es traer más gente a la iglesia. Su meta no es convertir, sino enrolar; no enriquecer las vidas, sino bautizar; no salvar las almas pecadoras, sino agrandar las listas de miembros. Esta fuerza misionera no está dirigida por cuidadosos clérigos, sino por exitosos hombres de negocios, porque el esfuerzo misionero mormón es un negocio, y uno muy exitoso, cuando se le juzga por las normas de negocios. Pero la meta última de la iglesia, declarada públicamente por los primeros líderes José Smith y Brigham Young (pero no tan públicamente mencionada por los líderes mormones más recientes), es establecer el Reino Mormón de Dios en América y gobernar al mundo como los representantes nombrados por Dios. La iglesia ya es influyente para hacer política, como se demostró no hace mucho cuando se derrotó la Enmienda de Igualdad de Derechos, con la ayuda decisiva de la iglesia mormona.
Para mí, la posibilidad de que la iglesia mormona pueda controlar a Estados Unidos es una perspectiva aterradora. Esas son algunas de las razones más importantes de por qué aun estoy vitalmente interesado en el Mormonismo y la iglesia SUD.
Los mormones le dirán que el mormonismo es un modo de vida maravilloso, que trae felicidad a su existencia mortal y, si nos lo ganamos por medio de la fe y la obediencia, el gozo final (y “el poder y dominio”) en la siguiente. Las promesas y esperanzas que da a sus creyentes son atrayentes e inspiradoras. Entonces, ¿por qué rechacé eso? Aquí está la narración de mi propio viaje a través (y, finalmente, fuera de) del mormonismo.
Mi infancia mormona fue muy feliz, con padres y familia amorosa y alimentadora. Éramos “especiales” porque teníamos “el evangelio,” es decir el mormonismo. En mi pequeño pueblo al sur de Idaho, los mormones éramos fácilmente el grupo social y políticamente dominante. Sentíamos pena por aquellos que no eran tan afortunados, por la razón que fuera, de ser bendecidos con el evangelio. Nuestras vidas se centraban en la iglesia. Teníamos registros perfectos de asistencia a todas nuestras reuniones. Estudiábamos nuestros manuales de lecciones. Era una vida maravillosa. Maravillosa porque teníamos el Evangelio, por el que agradecíamos a Dios varias veces al día, en cada oración y en cada bendición pronunciada sobre nuestros alimentos.
Los adolescentes mormones participábamos en actividades escolares, por supuesto, con no mormones, pero también teníamos nuestros propios eventos patrocinados por la iglesia, que eran tan buenos o mejores. En realidad, los buenos adolescentes mormones no tenían citas con no mormones, por el peligros de “involucrarse seriamente” con un no mormón, lo que conduciría a la tragedia de un “matrimonio mixto” que no podría ser solemnizado en el templo, y que finalmente significaría la pérdida eterna de la posibilidad de entrar al grado más alto de gloria en el cielo, el reino celestial. Ninguno de nosotros se atrevía a arriesgar eso.
Así mi novia de la secundaria era una chica buena y fiel mormona. Nos enamoramos profundamente y éramos devotos uno del otro sin arriesgarnos en alguna actividad física inmoral más allá de besos y abrazos. cuando ella se graduó de la secundaría y yo estaba en mi tercer año en la Universidad Brigham Young, vírgenes los dos nos casamos en una hermosa ceremonia en el Templo de Idaho Falls y tuvimos dos bebés. Éramos la joven pareja mormona ideal.
Disfruté mis cuatro años en BYU, rodeado de devotos compañeros estudiantes y enseñado por maestros devotos y educados. Un profesor de geología también era miembro de nuestro barrio. Yo aprendía sobre la edad de la tierra, como lo enseñan la mayoría de los geólogos. Un domingo le pregunté, en la iglesia, cómo reconciliaba las enseñanzas de su ciencia con las enseñanzas de la iglesia (que decía que la tierra fue creada hace como 6000 años). Contestó que tenía dos compartimientos en su cerebro: uno para la geología y uno para el evangelio. Estaban completamente separados y no permitía que uno influyera sobre el otro. Esto me molestó, pero no pensé más sobre ello.
Después de mi graduación en la Universidad Brigham Young se me ofreció una beca en la Universidad Northwestern para trabajar sobre una maestría. Así que mi joven esposa y yo, con dos (en ese entonces) bebés, nos cambiamos a Evanston, Illinois, y por primera vez en mi vida estuve rodeado de no mormones. Era el único mormón en mi programa universitario. Esto no me intimidó en lo más mínimo. Sentía que era suficientemente inteligente, suficientemente conocedor de la religión, y suficientemente entrenado en habilidades oratorias (había sido campeón de debates en la secundaria) para discutir, defender y promover mi religión con cualquiera. Pronto encontré interesados. Como no era secreto que me había graduado en BYU, muchos de mis compañeros estudiantes tenían preguntas sobre el mormonismo. Eran preguntas amistosas, pero desafiantes. Por primera vez en mi vida tuve la oportunidad de esparcir el evangelio. Era excitante. Tuve algunas discusiones maravillosas. Incluso mis profesores estaban dispuestos a escuchar, así eduqué a mi profesor de ligüística sobre el alfabeto Deseret y a mi profesor de literatura alemana sobre las semejanzas entre la visión del mundo de Goethe y José Smith. Algunos de mis compañeros estudiantes, sin embargo, tenían tratados y otra literatura sobre los mormones que habían obtenido de sus propias iglesias. Me hicieron preguntas que fui incapaz de contestar satisfactoriamente porque estaban basadas en hechos que desconocía. Nunca había escuchado de las pandillas de ejecutores Danitas, sobre la doctrina de la Expiación de Sangre o sobre la doctrina de Adán-Dios. ¿De dónde procedían estas horribles acusaciones?
Me di cuenta que, para poder defender al mormonismo, tendría que conocer lo que sus enemigos decían sobre él, así estaría preparado con los hechos apropiados. Nunca había sido un ávido estudiante de la historia de la iglesia, aunque había obtenido las más altas calificaciones en el curso de seminario de historia de la iglesia, en el tercer año de secundaria. Es decir, ¿qué era más importante conocer sobre la historia de la iglesia, además del relato de cómo José Smith tuvo sus visiones, obtuvo las planchas, las tradujo, y cómo Satanás había perseguido a los Santos hasta que llegaron a Utah? Estaba más interesado en la doctrina: la Verdad, como era enseñada por los profetas. La Verdad, eterna e inmutable.
Pero ahora comencé a leer la historia de la iglesia, tanto las historias auténticas publicadas por la iglesia, como las espantosas mentiras y distorsiones publicadas por sus enemigos. ¡Qué diferentes eran! Casi era como si los autores de cada campo escribieran sobre sucesos diferentes. Y la biblioteca de la universidad, donde pasé gran cantidad de tiempo, parecía tener más de las últimas que de las primeras.
Después de un año obtuve mi maestría en Alemán y acepté un empleo de maestro en Ogden, Utah. Regresamos a Sión y tuvimos nuestro tercer hijo.
En Ogden encontré por primera vez los escritos de los mormones fundamentalistas, que creen que José Smith y Brigham Young fueron profetas verdaderos, pero que la iglesia desde entonces –especialmente desde que abandona la práctica de la poligamia- está en apostasía. Entonces estudiaba extensamente las doctrinas y la historia de la iglesia y parecía que los fundamentalistas tenían mucha información histórica que no era accesible de ninguna otra manera. Por ejemplo, en gran medida se basaban en el Diario de Discursos, una obra de muchos volúmenes que contiene prácticamente todos los sermones predicados por los líderes de la iglesia en los primeros treinta o cuarenta años después de llegar a Utah. Supe que, hace muchos años, cada hogar mormón tenía una copia de esta obra. Pero luego los líderes de la iglesia decidieron que no era necesario que los miembros la tuvieran y ordenó que se entregaran todas las copias. Se volvió una rareza. ¿Por qué? Toda obra anti mormona que he leído se basa mucho sobre citas de los sermones del Diario de Discursos. Pero los actuales líderes de la iglesia casi nunca lo mencionan. ¿Por qué? Me molestaba, pero lo hice a un lado.
Cuando vivía en Ogden, un editor fundamentalista sacó una reimpresión facsimilar del Diario de Discursos completo, en pasta dura, por $250 dólares. Si no hubiera sido un pobre maestro de escuela, lo hubiera comprado, porque ansiaba poder leer las sabias palabras de los primeros líderes. Pero la pregunta de por qué esta obra fue suprimida por la iglesia aun me molestaba. Hice a un lado la idea.
Una de las acusaciones hechas por las obras anti mormonas que había leído era que Brigham Young enseñó que Dios le había revelado que Adán era, de hecho, Dios el Padre. Para sostener esto citaban los sermones de Brigham Young en el Diario de Discursos. ¡Si solamente pudiera verificar esto por mí mismo! Recordé un comentario extraño hecho un día después de clase por Sydney B. Sperry, el profesor de BYU y autoridad de los estudios sobre el Libro de Mormón y la Biblia. Había tomado con él una clase del Libro de Mormón y le admiraba grandemente. Un día dijo, misteriosamente, a un grupo pequeño de estudiantes que habían permanecido después de la clase: “¡Creo que, cuando lleguen al Reino Celestial, se sorprenderán grandemente al descubrir quién es Dios realmente!”
¡Vaya! Eso implicaba que el Dr. Sperry sabía un secreto que no muchos conocían; que los estudiantes no sabíamos realmente todo lo que debía saberse sobre esto; que los profetas no habían dicho todo. ¿Cuál podría ser ese secreto? Cuando investigué mas esto, y encontré una y otra vez las mismas palabras citadas de los sermones de Brigham Young en el Diario de Discursos, comenzaron a encajar: ¡Realmente Adán era Dios!
Después de dos años de enseñar en secundaria en Sión, me ofrecieron una beca para continuar mis estudios de posgrado en Baltimore. Aceptamos. De nuevo estuvimos rodeados por Gentiles, y de nuevo tuve una disponible una biblioteca de investigación.
Ciertos eventos en la historia de la iglesia comenzaron a molestarme. ¿Por qué había fracasado el Campamento Sión? ¿Por qué había fracasado el Banco de Kirtland? Ambas empresas fueron organizadas para beneficio de la iglesia por el profeta de Dios, quien prometió que tendrían éxito. Fue difícil evitar la conclusión que Dios no hacía mucho para dirigir los asuntos de su iglesia. Y, cuando lo pensaba, lo mismo podía decirse de los experimentos en la Orden Unida (teniendo toda la propiedad en común), el matrimonio plural, el alfabeto Deseret –todos los proyectos comenzaron con gran promesa, dirigidos por los líderes ungidos por Dios- y todos fracasaron y pronto fueron abandonados. Me molestaba, pero hice a un lado el pensamiento.
Lo que más comenzó a molestarme fue que la iglesia parecía no estar diciendo toda la verdad sobre muchos eventos en el pasado. La evidencia que leí parecía no dejar duda de que la iglesia había animado, si no es que organizado, a las pandillas ejecutoras llamadas Danitas o los Ángeles Vengadores. Demasiadas fuentes independientes y primarias testificaron de sus actividades. En esa época de mis investigaciones la verdadera historia de la masacre de Mountain Meadows se comenzaba a saber, una atrocidad que la historia oficial de la iglesia hizo pasar como obra de los indios, mientras que la culpa principal estaba sobre la iglesia. La misma masacre era bastante mala pero, para mí, el posterior encubrimiento de la iglesia fue peor, hasta donde concierne a la naturaleza divina de la iglesia. Me molestaba, pero hice a un lado el pensamiento.
Entre los papeles de mi abuelo, que sirvió en una misión en Inglaterra en 1910, encontré muchos folletos e impresos que había usado en su misión. Uno era la trascripción de un debate en 1850 entre John Taylor (entonces apóstol y en misión en Inglaterra) y un ministro metodista. Entre los temas discutidos en el debate estaba el rumor, común entonces, de que los mormones practicaban el matrimonio plural. Taylor negó vigorosamente los rumores como una mentira maligna y aseguró con firmeza, por su honor, que los mormones eran buenos monógamos. En ese mismo tiempo, Taylor mismo estaba casado con doce esposas vivas. En esa época todos los dignatarios de la iglesia tenían también esposas múltiples. ¿Cómo podía un profeta de Dios, mentir tan tranquilamente? Me molestaba, pero traté de hacerlo a un lado. El problema de Adán-Dios continuaba ocupando mi mente. Finalmente decidí tratar de resolver el asunto. Si la doctrina era verdadera, estaba dispuesto, como miembro fiel de la iglesia, aceptarla. Si no era verdadera, necesitaba una explicación sobre el hecho manifiesto de que Brigham Young (y otras autoridades de la iglesia en esa época) lo enseñaba firmemente. Así que redacté una carta para José Fielding Smith, a quien respetaba muchísimo y quien, en ese momento, era el Historiador de la Iglesia y Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles. ¡Si solamente contestara mi carta! Le indiqué al Presidente Smith mi dilema: la evidencia parecía clara y incontrovertible de que Brigham Young había enseñado que Adán es Dios el Padre. Pero la iglesia actual no enseña esto. ¿Cuál es la verdad?
Secretamente pensaba (y quizá esperaba) que el Presidente Smith contestaría y diría algo como: “Querido Hermano, su diligencia y fe al investigar la verdad le ha llevado a un secreto precioso, no conocido por muchos; sí, puede tener la seguridad que el Presidente Young enseñó la verdad: Adán es nuestro Padre y nuestro Dios, y el único Dios con quien tenemos que tratar. La iglesia no proclame esta preciosa verdad porque no deseamos exponer los misterios de Dios a la mofa del mundo. Preserve esta verdad secreta como lo hace con los secretos de su investidura del templo.”
Recibí del Presidente Smith una respuesta corta y clara a mi carta. Era totalmente diferente de lo que hubiera esperado. Escribió que tal idea no era verdadera, no estaba en las escrituras y era completamente falsa. No se ocupó de la evidencia de que Brigham Young lo había enseñado. Ignoró todo el problema como si no existiera. Me molestó, pero traté de sacarlo de mi mente.
En esa época, en la universidad asistía a una clase de historia de la filosofía. Era fascinante. No tenía idea de que seres humanos ordinarios habían tenido tales pensamientos de algunas de estas cuestiones. Se me ocurrió que mi religión tenía abundancia de respuestas y explicaciones, pero proporcionaba esas respuestas incluso sin darse cuenta realmente cuáles eran las preguntas. Las respuestas que mi iglesia daba parecían más bien frívolas y superficiales, incluso sin tratar de los problemas realmente básicos. Fui introducido al estudio de la ética y me sorprendí de encontrar lo mismo: mi religión, que aseguraba ser la respuesta última, final y completa, no era ni una introducción a los grandes problemas éticos con los que los grandes pensadores habían lidiado durante cientos de años.
Sin embargo, permanecí como miembro fiel de la iglesia, cumpliendo con todas mis obligaciones en la iglesia, asistiendo a las reuniones, observando la Palabra de Sabiduría, usando mis garments del templo. Pero luchaba fuertemente para reconciliar las inconsistencias de la iglesia, las mentiras y el pasado dudoso, con mi fe en su divinidad. Fue en un momento singular, un día en la biblioteca de la universidad, cuando reflexionaba sobre este problema. Repentinamente me llenó el pensamiento: “Todos estos problemas desparecen tan pronto como te das cuenta de que la iglesia mormona es solo otra institución hecha por el hombre. Entonces todo de explica fácilmente.” Fue como una revelación. Súbitamente me dejó el peso y me llené de un sentimiento de gozo y alborozo. ¡Por supuesto! ¿Por qué no lo vi antes?
Corrí a casa para compartir con mi esposa el gran descubrimiento que había hecho. Le dije lo que había aprendido: ¡la iglesia no es verdadera!
Dio la espalda y subió las escaleras. Se negaba a aceptar cualquier cosa que dijera como crítica sobre la iglesia. Fue el principio del fin de nuestro matrimonio.
Traté de continuar con mis responsabilidades en la iglesia, principalmente como organista del barrio. Pero encontré más y más difícil sonar sincero al hablar en público, hacer oración en público o participar en las discusiones de la clase. En verano siguiente mi esposa llevó a Utah a los niños para una visita, y sentí que era tonto continuar usando los garments del templo. Y ¿por qué no beber una taza de café con los otros estudiantes, o un vaso de vino en una fiesta? Nunca en mi vida había probado café o alcohol, pero ahora no había razón, sentía, para privarme de esas cosas placenteras. El año siguiente fue una tregua armada en mi matrimonio.
Mi esposa me abandonó repentinamente, sin aviso, llevándose a los niños. Sus amigos en la iglesia le ayudaron en su huída, y regresó a Sión y se divorció de mí. Un último cartucho de intento de reconciliación fracasó cuando dijo que su regreso estaría condicionado en mi regreso a la fe. Me di cuenta que no podía hacerlo, sin importar cuanto quería conservar a mi familia. Por supuesto, obtuvo la custodia de los niños. Se casó de nuevo cuatro años después, su nuevo esposo un fiel poseedor del sacerdocio cuya esposa había abandonado la iglesia. (¡Qué irónico, que una iglesia que coloca un valor tan elevado a los lazos familiares, realmente destruye lo mismo que asegura promover!)
En los años desde que dejé la iglesia nunca he lamentado por un momento mi decisión (aparte del hecho que me ocasionó perder a mi esposa e hijos). El estudio posterior me ha dado cientos de veces más condenada información sobre la iglesia y su historia de lo que tenía en la ocasión de mi decisión original de dejarla. Muchos amigos mormones y miembros de la familia han tratado de convencerme de que cometí un error, pero cuando insisto que también escuchen lo que tengo que decir sobre mis razones para creer que la iglesia es falsa, pronto abandonan su intención, aunque les aseguro que mi mente está abierta a cualquier evidencia o razonamiento que pueda haber pasado por alto. Están convencidos que apostaté debido al pecado, falta de fe, obstinación, orgullo, sentimientos heridos, falta de conocimiento o comprensión, depravación, deseo de hacer el mal o vivir una vida de libertinaje. Ninguna de esas razones es correcta. La dejé por una razón solamente: la iglesia mormona no es guiada por Dios y nunca lo ha sido. Es una religión de origen 100% humano.
Mi esposa pensaba, creo, que ya que la iglesia me había enseñado a ser honesto, amoroso, fiel, trabajador y buen esposo, mi abandono de la iglesia significaría que pronto me convertiría en lo opuesto. Probablemente no estaba sola en creer que pronto yo sería perezoso, ateo, holgazán miserable, muerte por sífilis y alcoholismo en una edad temprana. Sin embargo, desde que dejé la iglesia mi vida ha sido rica y gratificante. He sido exitoso en mi profesión. Me casé con una chica amorosa, con creencias semejantes a las mías, y ahora tenemos dos hermosos hijos adultos a quienes, sin embargo, eduqué sin entrenamiento religioso y que son tan admirables seres humanos como cualquiera querría que fueran sus hijos. Hemos prosperado materialmente (probablemente más que la mayoría de mis buenos parientes mormones), y también nuestra vida ha sido rica de muchas otras maneras, rica en buenos amigos, en apreciación de la belleza que se encuentra en nuestro mundo. Hemos explorado todas las riquezas intelectuales y espirituales de nuestra herencia humana y nos beneficiamos de todo ello.
Y al envejecer también me doy cuenta que no temo a la muerte, aunque no tengo idea de qué esperar cuando venga. En ese aspecto, encuentro que diferente de muchos mormones que están desesperadamente preocupados de que no han sido suficientemente “valientes” en su devoción a la iglesia para calificar para el Reino Celestial. De nuevo, ¡qué irónico es que una iglesia que comienza por prometer a sus miembros tal gozo y felicidad, realmente les ocasiona tal pena y desesperanza!
Aun estoy orgulloso de mi herencia mormona. Todavía gozo haciendo mi trabajo de genealogía (tengo registros más completos que la mayoría de mis familiares mormones). Aun amo tocar y cantar esos viejos y conmovedores himnos mormones. Aun guardo un buen abastecimiento de alimento a la mano. Y todavía creo en el progreso eterno: las cosas se mantienen mejorando y mejorando.
Como posdata: El Apóstol Bruce R. McConkie admitió que Brigham Young enseñó que Adán era Dios, y que en verdad la iglesia había mentido sobre su propia historia. Dice que Brigham Young estaba equivocado, pero que ha ido al Reino Celestial; pero si usted cree lo que Brigham Young enseñó sobre eso, irá al infierno. El hecho de que la iglesia pueda poner un “giro positivo” sobre estos reconocimientos verdaderamente es un retroceso mental.
Traducido por: Max Ruiz M. Abril 2003