“La desorientación es diabólica; no se deje engañar”. (Hna. Lucía de Fátima)
Es innegable que el Modernismo en todas sus facetas ha asolado
espiritual y físicamente a todas las naciones, en especial las que
otrora se gobernaban por la Fe Católica. Y con gran horror vemos las
venenosas herejías que enseñan los antipapas de la secta conciliar que,
usurpando la Sede Apostólica, engañan a los incautos.
Contra la desorientación infernal de los errores modernos, el Papa Pío
IX redactó la Encíclica "Quanta Cura", con la cual se condena
rotundamente esas aberraciones doctrinales, a la vez que se exhorta a
defender la Sana Doctrina y los Derechos de Dios.
Venerables Hermanos, salud y bendición apostólica
1. Tradición de la Iglesia frente al error Todos saben, todos ven y vosotros como nadie,
Venerables
Hermanos, sabéis y veis con cuánta solicitud y pastoral vigilancia los
Romanos Pontífices, Nuestros Predecesores, han llenado el ministerio y
han cumplido la misión a ellos confiada por el mismo Cristo Nuestro
Señor, en la persona de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles
de apacentar los corderos y a las ovejas; de tal suerte, que
nunca
han cesado de alimentar cuidadosamente con las palabras de la fe, de
imbuir en la doctrina de salvación a todo el rebaño del Señor,
apartándole de los pastos envenenados. Y en efecto,
Nuestros
Predecesores, guardadores y vindicadores de la augusta Religión
Católica, de la verdad y de la justicia, llenos de solicitud por la
salvación de las almas, nada han apetecido nunca tanto, como el
descubrir, y condenar con sus Cartas y Constituciones, llenas de
sabiduría, todas las herejías y todos los errores que, contrarios a
Nuestra fe divina, a la doctrina de la Iglesia católica, a la honestidad
de las costumbres y a la eterna salvación de los hombres, levantaron
con frecuencia violentas tempestades, cubriendo lamentablemente de luto a
la república cristiana y civil.
Por esto,
los mismos Predecesores Nuestros, con Vigor apostólico, se opusieron
constantemente a las pérfidas maquinaciones de los malvados que,
semejantes a las olas del mar enfurecido, arrojan las espumas de sus
confusiones, y prometiendo libertad, aunque en realidad sean esclavos de
la corrupción, se han esforzado por medio de máximas falsas y
perniciosísimos escritos, en destruir los fundamentos de la Religión
católica y de la sociedad civil;
tratando de hacer desaparecer toda virtud y justicia, de pervertir
todas los corazones y entendimientos, de apartar de las rectas normas
morales a los incautos, especialmente a la inexperta juventud,
corrompiéndola miserablemente, para enredarla en los lazos del error y,
por último, arrancarla del seno de la Iglesia católica.
2. El Papa sigue el ejemplo de sus predecesores. - La Iglesia vigila Como vosotros bien lo sabéis, Venerables Hermanos,
apenas
Nos, por un secreto designio de la Divina Providencia, pero sin mérito
alguno Nuestro, fuimos elevados a esta Cátedra de Pedro; al ver, con el
corazón desgarrado por el dolor la horrible tempestad desatada por
tantas opiniones perversas, así como los males gravísimos, y nunca bastante llorados, atraídos sobre el pueblo católico por tantos errores;
en
cumplimiento de Nuestro apostólico ministerio, e imitando los ilustres
ejemplos de Nuestros Predecesores, levantamos Nuestra voz, y por medio
de varias Cartas encíclicas, Alocuciones, Consistorios, así como por
otros Documentos apostólicos, hemos condenado los errores principales de
Nuestra tan triste época. Al mismo tiempo, hemos excitado vuestra admirable vigilancia pastoral, y
con todo Nuestro poder advertimos y exhortamos a Nuestros carísimos
hijos para que abominen tan horrendas doctrinas y no se contagien de
ellas. Particularmente en Nuestra primera Encíclica, del 9 de
noviembre de 1846 a vosotros dirigida, y en las dos Alocuciones
consistoriales, del 9 de diciembre de 1854 y del 9 de junio de 1862,
Nos
hemos condenado las monstruosas opiniones que, con gran daño de las
almas y detrimento de la misma sociedad civil, dominan señaladamente a
nuestra época; errores de los cuales derivan todos los demás y que no
sólo tratan de arruinar la Iglesia católica, su saludable doctrina y sus derechos sacrosantos,
sino también a la misma eterna ley natural grabada por Dios en todos los corazones y aún la recta razón.
3. Los nuevos errores requieren nuevo celo
Sin embargo, bien que Nos no hayamos descuidado el proscribir y
condenar frecuentemente estos tan graves errores, la causa de la Iglesia
católica y la salvación de las almas que Dios Nos ha confiado, y aun el
mismo bien común demandan imperiosamente, que Nos de nuevo excitemos
vuestra pastoral solicitud para que condenéis todas las opiniones que
hayan salido de los mismos errores como de su fuente natural.
Estas
opiniones falsas y perversas, deben ser tanto más detestadas cuanto que
su objeto principal es impedir y aun suprimir el poder saludable que
hasta el final de los siglos debe ejercer libremente la Iglesia católica
por institución y mandato de su divino Fundador, así sobre los hombres en particular como sobre las naciones, pueblos y gobernantes supremos; e
rrores
que tratan, igualmente, de destruir la unión y la mutua concordia entre
el Sacerdocio y el Imperio, siempre tan beneficiosa para la Iglesia y
para el Estado (1).
4. El naturalismo En efecto,
os es perfectamente conocido, Venerables Hermanos, que hoy no faltan
hombres que, aplicando a la sociedad civil el impío y absurdo principio
llamado del naturalismo, se atreven a enseñar que "
el
mejor orden de la sociedad pública y el progreso civil demandan
imperiosamente que la sociedad humana se constituya y se gobierne sin
que tenga en cuenta la Religión, como si esta no existiera, o, por lo menos,
sin hacer distinción alguna entre la verdadera Religión y las falsas".
Además, contradiciendo la doctrina de la Sagrada Escritura, de la Iglesia y de los Santos Padres, no dudan en afirmar que "
el
mejor gobierno es aquel en el que no se reconoce al poder civil la
obligación de castigar, mediante determinadas penas, a los violadores de
la religión católica, sino en cuanto la paz pública lo exija"; y como consecuencia de esta idea absolutamente falsa, no dudan en consagrar aquella
opinión
errónea, en extremo perniciosa a la Iglesia Católica y a la salvación
de las almas, llamada por Gregorio XVI, Nuestro Predecesor, de feliz
memoria, "
delirio" a saber (2): "que
la libertad de conciencias y de cultos es un derecho propio de cada hombre, que todo Estado bien constituido debe proclamar y garantizar como ley fundamental, y que
los
ciudadanos tienen derecho a la plena libertad de manifestar sus ideas
con la máxima publicidad, ya de palabra, ya por escrito, ya en otro modo
cualquiera, sin que autoridad civil ni eclesiástica alguna puedan
reprimirla en ninguna forma".
5. Esta libertad es perniciosa Ahora bien:
al sostener afirmación tan temeraria no piensan ni consideran que proclaman la "
libertad de la perdición" (3), y que,
"
si
se permite siempre la plena manifestación de las opiniones humanas,
nunca faltarán hombres, que se atrevan a resistir a la Verdad, y a poner
su confianza en la verbosidad de la sabiduría humana; vanidad en
extremo perjudicial, y
que la fe y la sabiduría cristiana deben evitar cuidadosamente, con arreglo a la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo" (4).
Y como
allí
donde la Religión se halle desterrada de la sociedad civil y se rechace
la doctrina y autoridad de la revelación divina, se oscurece y aun se
pierde la verdadera noción de la justicia y del derecho, en cuyo lugar triunfan la fuerza y la violencia,
claramente
se ve por qué causa ciertos hombres, despreciando en absoluto y dejando
a un lado los principios más firmes de la sana razón, se atreven a proclamar que "
la voluntad del pueblo manifestada por la llamada opinión pública o de otro modo cualquiera,
constituye una suprema ley, libre de todo derecho divino o humano; y que
en el orden político los hechos consumados, por sólo haberse consumado, tienen ya valor de derecho".
Mas ¿
quién
no ve, quién no siente claramente que una sociedad, sustraída a las
leyes de la Religión y de la verdadera justicia, no puede tener otro
ideal que acumular riquezas, ni seguir más ley, en todos sus actos, que
un insaciable deseo de satisfacer la indómita concupiscencia del
espíritu, sirviendo tan solo a sus propios placeres e intereses? He aquí por qué
esos
hombres, con odio verdaderamente cruel, persiguen a las Órdenes
religiosas, sin tener en cuenta los inmensos servicios hechos por ellas a
la Religión, a la sociedad humana y a las letras; he aquí,
por qué desvarían contra ellas, diciendo, que no tienen ninguna razón legítima para existir, haciéndose así eco de los errores de los herejes. Como lo enseñó con tanta verdad Nuestro Predecesor, Pío VI de feliz memoria,
"
la
abolición de las Órdenes religiosas hiere al estado que hace profesión
pública de seguir los consejos evangélicos; ofende a una manera de vivir
recomendada por la Iglesia como conforme a la doctrina apostólica;
finalmente, ofende aun a los preclaros fundadores, que las establecieron
inspirados por Dios" (5).
Llevan
su impiedad a proclamar que se debe quitar a la Iglesia y a los fieles
la facultad de "hacer limosna en público, por motivos de cristiana
caridad, y
que debe
abolirse la ley prohibitiva, en determinados días, de las obras serviles, para cumplir con el culto divino"; todo
bajo el pretexto falacísimo de que esa facultad y esa ley se hallan en oposición a los postulados de la mejor economía política.
6. El comunismo y el socialismo No contentos con desterrar a la Religión de la pública sociedad, quieren también arrancarla de la misma vida familiar. Enseñando y
profesando el funestísimo error del comunismo y del socialismo, afirman "
que la sociedad doméstica debe toda su razón de ser sólo al derecho civil y que, por lo tanto,
sólo
de la ley civil se derivan y dependen todos los derechos de los padres
sobre los hijos y, sobre todo, del derecho de la instrucción y de la
educación".
Para esos
hombres falacísimos, el objeto principal de estas máximas impías y
maquinaciones, es eliminar la saludable doctrina y la instrucción y
educación de la juventud, para así manchar y depravar míseramente las
tiernas y dúctiles almas de los jóvenes con los errores más perniciosos y
con toda clase de vicios.
En efecto;
todos
cuantos maquinaban perturbar la Iglesia o el Estado, destruir el recto
orden de la sociedad, y así suprimir todos los derechos divinos y
humanos, han dirigido siempre sus criminales proyectos, su actividad y
esfuerzo a engañar y pervertir a la inexperta juventud, como Nos lo hemos insinuado más arriba, porque
en la corrupción de ésta ponen toda su esperanza. Esta
es
la razón por qué el clero secular y regular, a pesar de los encendidos
elogios que uno y otro han merecido en todos los tiempos, como lo
atestiguan los más antiguos documentos históricos, así en el orden
religioso como en el civil y literario, es por su parte objeto de las
más atroces persecuciones; y
dicen, "que siendo el clero enemigo del saber, de la civilización y del progreso
debe ser apartado de toda ingerencia en la instrucción de la juventud".
7. La Iglesia y el poder civil Otros, hay que, renovando los errores, tantas veces condenados, de los innovadores, se atreven a decir, con desvergüenza suma, "
que
la suprema autoridad de la Iglesia y de esta Apostólica Sede, que le
otorgó Nuestro Señor Jesucristo, depende en absoluto de la autoridad
civil;
niegan a la misma Sede Apostólica y a la Iglesia todos los derechos que tienen en las cosas que se refieren al orden exterior". En efecto,
no se avergüenzan de afirmar "
que las leyes de la Iglesia no obligan en conciencia, a menos que sean promulgadas por la autoridad civil; que
los
documentos y los decretos de los Romanos Pontífices, aun los tocantes a
la Iglesia, necesitan de la sanción y aprobación o por lo menos del
asentimiento, del poder civil; que
las Constituciones apostólicas (6)
por las que se condenan las sociedades secretas sea que exijan o no en ellas el juramento de guardar el secreto,
y en las que se anatematiza a los fautores o adeptos de ellas, no
tienen fuerza alguna en aquellos países donde son toleradas por la
autoridad civil; que
la
excomunión lanzada por el Concilio de Trento y por los Romanos
Pontífices contra los invasores y usurpadores de los derechos y bienes
de la Iglesia, se apoya en una confusión del orden espiritual con el
civil y político, y que no tiene otra finalidad que promover intereses mundanos;
que la Iglesia nada debe mandar que obligue a las conciencias de los fieles en orden al uso de las cosas temporales;
que la Iglesia no tiene derecho a castigar con penas temporales a los que violan sus leyes;
que
es conforme a la Sagrada Teología y a los principios del Derecho
público que la propiedad de los bienes poseídos por las Iglesias,
Órdenes religiosas y otros lugares piadosos, ha de atribuirse y
vindicarse para la autoridad civil".
No se avergüenzan de confesar abierta y públicamente el herético principio, del que nacen tan perversos errores y opiniones, esto es, "
que la potestad de la Iglesia no es por derecho divino distinta e independientemente del poder civil, y que
tal distinción e independencia no se pueden guardar sin que sean
invadidos y usurpados por la Iglesia los derechos esenciales del poder
civil".
No podemos
tampoco pasar en silencio la audacia de aquellos que, no pudiendo
tolerar los principios de la sana doctrina, pretenden "que
en
cuanto a los juicios de la Sede Apostólica y a sus decretos que tengan
por objeto el bien general de la Iglesia, y sus derechos y su
disciplina, mientras no toquen a los dogmas de la fe y de las
costumbres, se les puede negar asentimiento y obediencia, sin pecado y
sin ningún quebranto de la profesión de católico". ESTA
PRETENSIÓN ES TAN CONTRARIA AL DOGMA CATÓLICO DE LA PLENA POTESTAD
DIVINAMENTE DADA POR EL MISMO CRISTO NUESTRO SEÑOR AL ROMANO PONTÍFICE
PARA APACENTAR, REGIR Y GOBERNAR LA IGLESIA, QUE NO HAY QUIEN NO LO VEA Y
ENTIENDA CLARA Y ABIERTAMENTE
.
Condena de los errores En medio de esta tan grande perversidad de opiniones depravadas, Nos, con plena conciencia de Nuestra misión apostólica, y llenos de solicitud por nuestra santa Religión,
por la sana doctrina y por la salvación de las almas cuya guarda se nos
ha confiado de lo Alto, y por el mismo bien de la sociedad humana,
hemos creído deber Nuestro levantar de nuevo Nuestra voz apostólica.
En consecuencia, todas y cada una de las perversas opiniones y
doctrinas que van señaladas detalladamente en las presentes Letras, Nos
LAS
REPROBAMOS CON NUESTRA AUTORIDAD APOSTÓLICA, LAS PROSCRIBIMOS LAS
CONDENAMOS; Y QUEREMOS Y MANDAMOS QUE TODAS ELLAS SEAN TENIDAS POR LOS
HIJOS DE LA IGLESIA COMO REPROBADAS, PROSCRITAS Y CONDENADAS.
Además de estos,
bien sabéis, Venerables Hermanos, que hoy, los que aborrecen toda
verdad y toda justicia y los enemigos encarnizados de Nuestra santa
Religión, por medio de venenosos libros, folletos y periódicos,
esparcidos por todo el mundo, engañan a los pueblos, mienten a sabiendas
y diseminan toda suerte de doctrinas impías. No ignoráis que
también
se encuentran en nuestros tiempos hombres que, empujados y excitados
por el espíritu de satanás han llegado a tal impiedad que no temen
atacar al mismo Rey Señor Nuestro Jesucristo, negando su divinidad con
criminal procacidad. En este punto,
no
podemos dejar de tributaros, Venerables Hermanos, las mayores alabanzas
que tenéis bien merecidas, por el celo con el cual habéis levantado
vuestra voz episcopal contra impiedad tan grande.
8. Exhortación a los Obispos a combatir el mal Por esto,
con
estas Nuestras Letras nos dirigimos nuevamente con intenso amor a
vosotros que, llamados a compartir Nuestra solicitud pastoral, Nos
servís en medio de Nuestros grandes dolores, de consuelo,
alegría y ánimo, por la excelsa religiosidad y piedad que os distinguen,
así como por el admirable amor, fidelidad y devoción con que, en unión
íntima y cordial con Nos y esta Sede Apostólica, os consagráis a llevar
la pesada carga de vuestro gravísimo ministerio episcopal. En efecto:
Nos
esperamos de de vuestro insigne celo pastoral que, empuñando la espada
del espíritu que es la palabra de Dios y confortados con la gracia de
Nuestro Señor Jesucristo, redobléis vuestros esfuerzos y cada día
trabajéis más aún para que todos los fieles confiados a vuestro cuidado "
se abstengan de las malas hierbas, que Jesucristo no cultiva porque no han sido plantadas por su Padre" (7) Y
no ceséis de inculcar siempre a los mismos fieles
que toda la verdadera felicidad humana proviene de nuestra augusta religión y de su doctrina y ejercicio; que "
es feliz aquel pueblo, cuyo Señor es su Dios" (8). Enseñad que "
los reinos descansan sobre el fundamento de la Fe" (9); y que "
nada hay tan mortífero y tan cercano al precipicio, tan expuesto a todos los peligros,
como pensar que, al bastarnos el libre albedrío recibido al nacer, por ello ya nada más hemos de pedir a Dios: esto es, olvidarnos de nuestro Creador y abjurar su poderío, para así mostrarnos plenamente libres" (10).
No descuidéis tampoco el enseñar que "
la potestad real no se dio solamente para gobierno de este mundo, sino también y sobre todo para la protección de la Iglesia" (11); y que "
nada puede ser más ventajoso y más glorioso para los jefes de los Estados y para los reyes y príncipes que, conforme Nuestro sapientísimo y valerosísimo predecesor SAN FÉLIX escribía al emperador Zenón,
dejen a la Iglesia Católica gobernarse por sus propias leyes y sin permitir que nadie ponga obstáculos a su libertad..." "Es seguro, en efecto, que
está
en su interés, cuantas veces se trate de los asuntos de Dios, en
seguir con celo el orden que Él ha prescrito; subordinando, y no
prefiriendo, la voluntad soberana, a la de los sacerdotes de Jesucristo..." (12)
9. No se debe descuidar el recurso de la oración especialmente al Divino Corazón y a María Santísima Pero
si siempre fue necesario, Venerables Hermanos, dirigirnos con confianza
al Trono de la gracia, para obtener de él misericordia y auxilio en
tiempo oportuno, ahora de modo especial debemos hacerlo, en medio de tan
grandes calamidades para la Iglesia y para la sociedad civil,
en presencia de tan vasta conspiración de enemigos y de tan grande
acumulación de errores contra la sociedad católica y contra esta Santa
Sede.
Nos hemos juzgado, pues, útil
excitar la devoción de todos los fieles, a fin de que, uniéndose a Nos y
a Vosotros, no dejen de rogar y de suplicar con las oraciones más
fervorosas y más humildes al clementísimo Padre de las luces y de la misericordia; a fin también, de
que
recurran siempre, en la plenitud de su fe, a Nuestro Señor Jesucristo,
que nos redimió con su Sangre; y pidiendo continuamente y sin
desfallecimiento a su Corazón dulcísimo, víctima de su ardiente caridad
hacia nosotros, para que con los lazos de su amor todo lo atraiga hacia
sí, de suerte
que inflamados
todos los hombres en su amor santísimo caminen rectamente según su
Corazón, agradables a Dios en todas las cosas, y dando frutos en todo
género de buenas obras.
Ahora bien,
siendo,
indudablemente, más gratas a Dios las oraciones de los hombres, cuando
éstos recurren a El con alma limpia de toda impureza, hemos resuelto
abrir con Apostólica liberalidad a los fieles cristianos los celestiales
tesoros de la Iglesia confiados a Nuestra dispensación, a fin de que
excitados con mayor viveza a la verdadera piedad, y purificados de sus
pecados, por el sacramento de la Penitencia con mayor confianza
presenten a Dios sus oraciones y obtengan su gracia y su misericordia.
10. Jubileo para 1865
En consecuencia, Nos concedemos, por el tenor de las presentes
Letras, en virtud de Nuestra Autoridad Apostólica, a todos y a cada
uno de los fieles del mundo católico, de uno y otro sexo, una
Indulgencia Plenaria en forma de Jubileo, tan sólo por espacio de un
mes, hasta terminar el próximo año de 1865, y no después de esa fecha;
que designado por vosotros, Venerables Hermanos, y por los demás
legítimos Ordinarios, según el modo y manera con que al comienzo de
Nuestro Pontificado lo concedimos por Nuestras Letras apostólicas en
forma de Breve, del 20 de noviembre del 1846, enviadas a todos los
Obispos, del universo y que empezaban con estas palabras: Arcano Divinae
Providentiae consilio, y con todas las facultades que Nos por medio de
aquellas Letras concedíamos. Y queremos que se guarden todas las
prescripciones de dichas Letras, y se exceptúe lo que declaramos
exceptuado. Nos concedemos esto, no obstante cualesquier otra
disposición contraria, aun la que fuera digna de mención especial e
individual y de derogación. Y para evitar toda duda y dificultad, hemos
ordenado que se os remita on ejemplar de estas Letras.
"
Oremos,
Venerables Hermanos; oremos desde el fondo de nuestro corazón y con
toda las fuerzas de Nuestro espíritu a la misericordia de Dios, porque El mismo ha dicho: No apartaré de ellos mi misericordia (13).
Pidamos,
y recibiremos; y si demora y tardanza hubiere en el recibir, porque
hemos pecado gravemente, llamemos, porque al que llame se le abrirá (14),
con
tal de que quienes llamen a las puertas sean las oraciones, los
gemidos y las lágrimas, en las cuales debemos insistir y perseverar, y
con tal de que la oración sea unánime...
que todos oren a Dios, no solamente por sí mismos, sino por todos sus hermanos, como el Señor nos ha enseñado a orar" (15). Y
a
fin de que el Señor atienda más fácilmente a Nuestras oraciones y
votos, a los Vuestros y a los de todos los fieles, pongamos por
intercesora junto a El, con toda confianza, a la Inmaculada y Santísima
Virgen María, Madre de Dios, que aniquiló todas las herejías en el mundo
entero, y que, Madre amantísima de todos nosotros, "
es
toda dulce... y llena de misericordia..., se muestra propicia con
todos, con todos clementísima; y con inmenso amor socorre las
necesidades de todos" (16).
En
su calidad de Reina que está a la diestra de su Unigénito Hijo nuestro
Señor Jesucristo, con manto de oro y adornada con todas las gracias,
nada hay que Ella no pueda obtener de Él. Pidamos también el
auxilio del beatísimo Pedro, Príncipe de los Apóstoles y de Pablo su
compañero de apostolado, y de todos los Santos que, Hechos ya amigos de
Dios, han llegado al reino celestial y coronados poseen la palma, y que,
seguros de su inmortalidad, están llenos de solicitud por nuestra
salvación.
11. Bendición apostólica Finalmente,
pidiendo a Dios del fondo de nuestra alma la abundancia de los dones
celestiales, Nos os damos del fondo del corazón y con amor como prenda
de Nuestro especial afecto, Nuestra Bendición Apostólica, a Vosotros,
Venerables Hermanos y a todos los fieles clérigos o seglares confiados a
vuestra solicitud.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 8 de diciembre del año 1864,
décimo año de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de la
Virgen Madre de Dios, y año decimonono de Nuestro Pontificado.
NOTAS
(1) Gregorio XVI, Encíclica Mirari Vos, 15 agosto de 1832.
(2) Íbidem.
(3) San Agustín, Epístola 105 al. 166.
(4) San León Magno, Epístola 164 al. 133, parte 2.
(5) Epístola al Cardenal De la Rochefoucault, 10 marzo de 1791.
(6) Como declararon en su tiempo Clemente XII, Constitución In eminenti Apostolatus; Benedicto XIV, Constitución Providas Romanorum; Pío VII, Constitución Ecclesiam a Jesu Christo; León XII, Consttitución Quo graviora; Pío VIII, Encíclica Traditi Humilitatis; Gregorio XVI, Encíclica Mirari vos. Posteriormente, León XIII con la Encíclica Humanum Genus; y el Código de Derecho Canónico de 1917.
(7) San Ignacio de Antioquía, Ad Philadelphiae, 3.
(8) Salmo CXLIII, 15.
(9) San Celestino, Epístola 22 ad Synod. Ephes. apud Const. pág. 1200.
(10) San Inocencio I, Epístola 29 ad Episc. conc. Carthag. apud Const. pág. 891.
(11) San León Magno, Epístola 156 al 125.
(12) Pío VII, Encíclica Diu satis, 15 mayo de 1800.
(13) Salmo LXXXVIII, 34.
(14) San Lucas, XI: 9- 10.
(15) San Cipriano, Epístola 11.
(16) San Bernardo, Serm. de duodecim praerogativis B.M.V. ex verbis Apocalypsis.