En el artículo sobre la Verdadera Iglesia de Cristo y los elementos para identificarla, de Mons. Martín Dávila Gándara, está escrito lo siguiente:
«Pero, el error más grave y herejía fundamental de la Iglesia postconciliar es la “Justificación Universal Incondicional” siendo ésta aberración, la base todas las negaciones y clausuras, eliminado con ello, los dogmas del infierno, del purgatorio, y la doctrina del limbo.
Esta aberrante doctrina es enseñada por el Vaticano II en la constitución Nostra Ætáte, y en el documento Gáudium et Spes (n. 22 al 24); y en las encíclicas Redémptor Hóminis y Fides et Rátio de Juan Pablo II, que nos dicen que el hombre es salvo por la muerte de Cristo en la Cruz y ya no necesita por este mismo hecho ni fe ni obras para salvarse.
Con esto, nos dicen, que el ateo, el protestante, el budista etc., son salvos puesto que no se requiere fe para salvarse, y también los multiasesinos, los violadores, los secuestradores, los narcotraficantes etc., están salvos ya que no se requieren buenas obras para salvarse, puesto que Cristo murió por todos hombres y los rescató a todos en la cruz».
KARL RAHNER, MAESTRO DEL CONCILIO, DE MARTINI Y DE LA CONCIENCIA RELATIVA
Detrás de la oposición intraeclesial a las enseñanzas de Benedicto XVI esá el pensamiento de un influyente jesuita.
Detrás del ecumenismo conciliar está el jesuita Karl Rahner
El nombre de Karl Rahner es un pasaje obligado para el que quiera entrar en el corazón del debate intraeclesial de nuestro tiempo. Como perito conciliar del cardenal Franz König, el jesuita alemán desarrolló tras bambalinas, un rol crucial en el Vaticano II, como lo definiera el entonces decano de la Pontificia Universidad Gregoriana, Juan Alfaro, llamándolo “el máximo inspirador del Concilio”. De cierto ha dominado el postconcilio como conferencista enérgico y escritor prolífico, pronto a intervenir desenvueltamente sobre todos los problemas del momento: con más de cuatro mil títulos, su obra, traducida y publicada en todo el mundo, continúan ejerciendo una larga influencia sobre el mundo católico contemporáneo.
Parece llegada la hora del “ocaso de Rahner”, como implícitamente lo ha buscado Benedicto XVI en el discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre 2005, sobre la “hermenéutica” del Concilio Vaticano II. El “espíritu del Concilio” como se le ha llamado a la hermenéutica de la “discontinuidad” ha hallado su origen en el “Geist in Welt” (El Espíritu en el mundo) de Rahner , que es el título de su primer libro importante, publicado en 1939. En este volumen, Rahner delinea su concepción filosófica del conocimiento; en el siguiente, “Oyentes de la palabra” (Hörer des Wortes), publicado en 1941, expone propiamente su visión teológica.
La tesis de estos dos libros y de los sucesivos, ya claramente criticada por el padre Cornelio Fabro (“El cambio de rumbo antropológica de Karl Rahner”, 1974), es ahora objeto de un importante volumen, editado por el padre Serafino M. Lanzetta, que recoge los hechos del encuentro llevado a cabo en Florencia en noviembre de 2007, con la participación de excelentes estudiosos, provenientes de diversas partes del mundo: Ignacio Andereggen, Alessandro Apollonio, Giovanni Cavalcoli, Peter M. Fehlner, Joaquín Ferrer Arellano, Brunero Gherardini, Manfred Hauke, Antonio Livi, H. Christian Schmidbaur, Paolo M. Siano, (“Karl Rahner. Un análisis crítico. La figura, la obra y la controversia. Teología de Karl Rahner, 1904-1984”. Cantagalli).
Para Rahner, el objeto de la ciencia teológica no es Dios, del cual no pudo dimostrar su existencia, sino del hombre, que constituye la única experienca de la cual tenemos inmediata certeza. Por tanto, no se puede hablar de Dios teniéndolo por fuera del proceso cognositivo del hombre. Dios, más precisamente, existe “autocomunicándose” al hombre que lo interpela. Rahner afirma que ninguna respuesta va más allá del horizonte que la solicitud ya ha previamente delimitado. El horizonte de Dios es medido por el hombre que, delimitando en su demanda la respuesta divina, concluye la medida de la Revelación de Dios. Rahner no dice que el hombre es necesario a Dios para que Dios pueda existir, pero porque sin el hombre Dios no puede ser conocido, el conocimiento humana tiene la llave de lo que Rahner define como el “giro antropológico” de la teología. Rahner cita constantemente a Santo Tomás de Aquino, pero de hecho reduce la metafísica a la antropología y la antropología a la gnoseología y la hermenéutica. La “teología trascendental” de Rahner aparece, en esta perspectiva, como una tentativa no convencional de liberarse de la tradicional metafísica tomista, y de su representante santo Tomás. Esto únicamente, por supuesto, viene a falsificar el pensamiento del Aquinate. Fabro no duda en definir a Rahner como un “deformator thomisticus radicalis” en todos niveles: el texto, el contexto y los principios. El resultado es un “trasbordo” del realismo metafísico de Tomás al inmanentismo de Kant, de Hegel y sobre todo de Heidegger, aclamado por el jesuita alemán como su “único maestro”.
Rahner acepta el punto de partida cartesiano del Yo como autoconocimiento. El hombre, despojado de su corporeidad, es la conciencia inicial, un puro espíritu, inmerso en el mundo. Como para Descartes y para Hegel, para Rahner el conocer es la base del ser, pero el conocimiento se funda en la libertad, porque “en la medida en que un ser se libera, en esa misma medida conoce”. La conciencia coincide con la voluntad del hombre y ésta es el actuar del Yo. El Yo a su vez no está sujeto a nada que lo pueda condicionar, pporque su fundamento está propiamente en su incondicionabilidad y aunque en ausencia de alguna limitación externa objetiva. La consecuencia de la reducción del hombre a la auto-conciencia es la disolución de la moral. La libertad prevalece sobre el conocimiento porque, como afirma Heidegger, tras el pensamiento cartesiano irrumpe la libertad. El hombre es conciencia que se auto-conoce y libertad que se auto-realiza. Para Rahner, al igual que su maestro, el hombre conoce y vive verdaderamente hal hacerse libre. El valor moral de la acción no tiene una raíz objetiva, sino que se funda en la libertad del sujeto.
Forzando el n. 16 de la “Lumen Géntium”, donde se habla de la posibilidad de salvación de aquellos que “no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios”, Rahner afirma que la salvación no es un problema, pqueque es asegurada a todos, sin límite de espacio, de tiempo y de cultura. La Iglesia es como el mundo: una gran comunidad, que incluye los “cristianos anónimos”, que, con todo y llamarse no-católicos, o adherir al ateísmo, tienen implícita la fe. Cualquiera que, de hecho “acepta la propia humanidad, aún sin saberlo, dice sí a Cristo, porque él ha aceptado al hombre”. Todos, hasta los ateos, en cuanto son ateos, se salvan si siguen su propia conciencia. Cualquier hombre, cuando se conoce a cabalidad, aunque esté inmerso en el mal, si se acepta como tal, tiene fe y se redime a sí mismo. Y cuanto más conoce y acepta la propia “experiencia trascendental”, tanto más tiene fe. Sobre esto, observa justamente el padre Andereggen, significa que un individuo que se ha psicanalizado freudianamente durante diez años, tiene más fe y mejor que un religioso que reza (p. 35). El cardenal Franz König, abanderado del progresismo conciliar, “saneó” a Rahner, en olor de herejía hasta los años sesenta.
Entre los numerosos e ilustres discípulos del jesuita, hay que recordar al expresidente de la Conferencia episcopal alemana Karl Lehmann y, en Italia, al cardenal Carlo Maria Martini. La última entrevista-confesión de Martini, con Georg Sporschill (“Conversación nocturna en Jerusalén”, Mondadori) y con don Luigi Verzé (“Todos estamos en la misma barca”, Edizioni San Raffaele), llevan la impronta rahneriana, por el universalismo salvífico y la “moral débil”. Martini, como Rahner, sostiene que la misión de la Iglesia es abrir la puerta de la salvación a todos, comprendiendo también a aquellos que se apartan de la fe y de la moral católica. El mismo Martini instituyó en Milán una “cátedra de los no creyentes”, para conocer su contribución para la salvación del mundo. El sucesor de San Carlos Borromeo, renunciaba así al encargo de llevar a Cristo a quienes no creen, para confiarle a ateos declarados como Umberto Eco la misión de “evangelizar” a los fieles de la diócesis ambrosiana.
No es mucho afirmar que Rahner es el padre del relativismo teológico contemporáneo. Lo confirma su más íntima confidente, Luise Rinser, que el 11 de mayo de 1965 le esribiera: «¿Sabes cuál es la mayor dificultad que me viene de tu parte? Que seas un relativista. Desde que comencé a pensar como tú, no me atrevo a afirmar nada con seguridad» (“Gratwanderung”, Kösel). Años después, Rinser solidarizó con los terroristas Andreas Baader y Gudrun Ensslin. Por su parte, Rahner, el 16 de marzo de 1984, poco antes de morir, escribió una carta en defensa de la teología de la liberación que llamaba a los católicos en América Latina a tomar las armas.
La lectura del libro editado por el padre Lanzetta confirma la idea que Karl Rahner, por el uso indebido de su indudable capacidad intelectual, fue sobre todo un gran aventurero de la teología.
El joven Ratzinger se fascinó de su personalidad, pero entrevió rápidamente la consecuencia devastadora de su pensamiento y, en cierto modo, dedicó toda su obra intelectual superior a refutar su tesis.
Hoy el nombre de Rahner representa la bandera teológica de los que se oponen al pensamiento antirelativista de Benedicto XVI-Ratzinger. El presente análisis crítico tiene el mérito de haber llegado hasta el fondo del asunto.
Roberto de Mattei
Junio 16 de 2009
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