El Nican Mopohua es la recopilación hecha en Nahuatl por el notario
Antonio Valeriano de los hechos ocurridos en relación con las
apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe al indígena Juan Diego en
1531, partiendo de las declaraciones que el propio vidente proporcionó.
EL GRAN ACONTECIMIENTO DE LA APARICIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe y las cuatro Apariciones que tuvo Juan Diego
INTRODUCCIÓN
Aquí se cuenta, se ordena, cómo hace poco, milagrosamente se apareció la perfecta Virgen Santa María Madre de Dios, nuestra reina, allá en el Tepeyac, de renombre (advocación) Guadalupe.
Primero se hizo ver de un indito, su
nombre Juan Diego; y después se apareció su Preciosa Imagen delante del
reciente Obispo Don Fray Juan de Zumárraga.
AMBIENTACIÓN
Diez años después de conquistada la Ciudad de México, cuando ya estaban
depuestas las flechas, los escudos (acabó la guerra); cuando por todas
partes había paz en los pueblos, así como brotó ya verdece, ya abre su
corola la fe, el conocimiento de Aquel por quien se vive: el verdadero
Dios.
BREVE NOTICIA SOBRE JUAN DIEGO
En aquella sazón, el año 1531, a los pocos días del mes de diciembre,
sucedió que había un indito, un pobre hombre del pueblo (en nahuatl, macehualtin), su nombre era Juan Diego, según se dice, vecino de Cuauhtitlan, y en las cosas de Dios, en todo pertenecía a Tlatelolco.
Juan Diego, vidente de Nuestra Señora de Guadalupe
PRIMERA APARICIÓN
Era sábado, muy de madrugada, Juan Diego venía en pos de Dios y de sus mandatos. Y al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía.
Oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros finos;
al cesar sus voces, como que les respondía el cerro, sobremanera
suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del
tzinitzcan y al de otros pájaros finos.
Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy
merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá
solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso
allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros
abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra
carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?
Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial. Y cuando
cesó de pronto el canto, cuando dejó de oírse, entonces oyó que lo
llamaban, de arriba del cerrillo, le decían: "Juanito, Juan Dieguito".
Juan Diego subiendo al Tepeyac, donde se apareció Nuestra Señora
Luego se atrevió a ir a donde lo llamaban; ninguna turbación pasaba en
su corazón ni ninguna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre y
contento por todo extremo; fue a subir al cerrillo para ir a ver de
dónde lo llamaban. Y cuando llegó a la cumbre del cerrillo, cuando lo vio una Doncella que allí estaba de pie, lo llamó para que fuera cerca de Ella.
Y cuando llegó frente a Ella mucho admiró en qué manera sobre toda ponderación aventajaba su perfecta grandeza:
Su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el
risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de
Ella como preciosas piedras, como ajorca (todo lo más bello) parecía la
tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la
niebla. Y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allí se
suelen dar, parecían como esmeraldas. Como turquesa aparecía su follaje.
Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro.
En su presencia se postró. Escuchó su aliento, su palabra, que era
extremadamente glorificadora, sumamente afable, como de quien lo atraía y
estimaba mucho.
Le dijo: —"Escucha, hijo mío el menor, Juanito. ¿A dónde te diriges?"
Y él le contestó: —"Mi Señora, Reina,
Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatelolco, a seguir
las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son las imágenes
de Nuestro Señor: nuestros Sacerdotes".
En seguida, con esto dialoga con él, le descubre su preciosa voluntad;
le dice: —"Sábelo, ten por cierto hijo mío el más pequeño, que yo
soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdaderísimo
Dios, por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de la
cercanía y de la inmediación, el Dueño del Cielo, el Dueño de la Tierra.
Mucho quiero, mucho deseo que aquí me
levanten mi casita sagrada en donde lo mostrare, lo ensalzare al ponerlo
de manifiesto: lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi
mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación: porque yo en verdad
soy vuestra Madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta
tierra están en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis
amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en
mí, porque allí les escuchare su llanto, su tristeza, para remediar,
para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores, y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa.
Anda al palacio del obispo de México, y
le dirás como yo te envió, para que le descubras como mucho deseo que
aquí me provea de una casa, me erija en el llano mi templo; todo le contaras, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.
Y ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te
enriqueceré, te glorificaré; y mucho de allí merecerás con que yo
retribuya tu cansancio, tu servicio con que vas a solicitar el asunto al
que te envió. Ya has oído, hijo mío el menor, mi aliento, mi palabra;
anda, haz lo que esté de tu parte".
E inmediatamente en su presencia se postró; le dijo: —"Señora mía, Niña, ya voy a realizar tu venerable aliento, tu venerable palabra; por ahora de Ti me aparto, yo, tu pobre indito".
Luego vino a bajar para poner en obra su encomienda: vino a encontrar la calzada, viene derecho a México.
PRIMERA ENTREVISTA CON FRAY JUAN DE ZUMÁRRAGA, OBISPO DE MÉXICO
Cuando vino a llegar al interior de la
ciudad, luego fue derecho al palacio del Obispo, que muy recientemente
había llegado, Gobernante Sacerdote (Obispo); su nombre era D. Fray Juan
de Zumárraga, Sacerdote de San Francisco. Y en cuanto llegó,
luego hace el intento de verlo, les ruega a sus servidores, a sus
ayudantes, que vayan a decírselo; después de pasado largo rato vinieron a
llamarlo, cuando mandó el Señor Obispo que entrara. Y
en cuanto entró, luego ante él se arrodilló, se postró, luego ya le
descubre, le cuenta el precioso aliento, la preciosa palabra de la Reina
del Cielo, su mensaje, y también le dice todo lo que admiró, lo que vio, lo que oyó.
Fray Juan de Zumárraga, OFM. Primer Obispo de México
Y habiendo escuchado toda su narración,
su mensaje, como que no mucho lo tuvo por cierto, le respondió, le
dijo: —"Hijo mío, otra vez vendrás, aun con calma te oiré, bien aún
desde el principio miraré, consideraré la razón por la que has venido,
tu voluntad, tu deseo".
Salió; venía triste porque no se realizó de inmediato su encargo.
SEGUNDA APARICIÓN
Luego se volvió, al terminar el día, luego de allá se vino derecho a la cumbre del cerrillo, y tuvo la dicha de encontrar a la Reina del Cielo: allí cabalmente donde la primera vez se le apareció, lo estaba esperando.
Y en cuanto la vio, ante Ella se postró, se arrojó por tierra, le dijo: —"Patroncita,
Señora, Reina, Hija mía la más pequeña, mi Muchachita, ya fui a donde
me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu amable palabra; aunque
difícilmente entré a donde es el lugar del Gobernante Sacerdote, lo vi,
ante él expuse tu aliento, tu palabra, como me lo mandaste.
Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente pero, por
lo que me respondió, como que no lo entendió, no lo tiene por cierto.
Me dijo: Otra vez vendrás; aún con calma te escucharé, bien aún desde el
principio veré por lo que has venido, tu deseo, tu voluntad.
Bien en ello miré, según me respondió, que piensa que tu casa que
quieres que te hagan aquí, tal vez yo nada más lo invento, o que tal vez
no es de tus labios; mucho te suplico,
Señora mía, Reina, Muchachita mía, que a alguno de los nobles,
estimados, que sea conocido, respetado, honrado, le encargues que
conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que le
crean.
Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal (faja de cuero entre cordeles usada por los indígenas para transportar cargas a cuestas), soy perihuela, soy cola, soy ala; yo
mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi
andar ni de mi detenerme allá a donde me envías, Virgencita mía, Hija
mía menor, Señora, Niña; por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía".
Le respondió la Perfecta Virgen, digna
de honra y veneración: —"Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por
cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes
encargue que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi
voluntad; pero es muy necesario que tú, personalmente vayas, ruegues,
que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi
voluntad.
Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez
vayas mañana a ver al obispo. Y de mi parte hazle saber, hazle oír mi
querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido. Y
bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando".
Juan Diego, por su parte, le respondió, le dijo: —"Señora
mía, Reina, Muchachita mía, que no angustie yo con pena tu rostro, tu
corazón; con todo gusto iré a poner por obra tu aliento, tu palabra; de
ninguna manera lo dejaré de hacer, ni estimo por molesto el camino.
Iré a poner en obra tu voluntad, pero
tal vez no seré oído, y si fuere oído quizás no seré creído. Mañana en
la tarde, cuando se meta el sol, vendré a devolver a tu palabra, a tu
aliento, lo que me responda el Gobernante Sacerdote.
Ya me despido de Ti respetuosamente, Hija mía la más pequeña, Jovencita, Señora, Niña mía, descansa otro poquito".
Y luego se fue él a su casa a descansar.
SEGUNDA ENTREVISTA CON FRAY JUAN DE ZUMÁRRAGA
Al día siguiente, Domingo, bien todavía en la nochecilla, todo aún
estaba oscuro, de allá salió, de su casa, se vino derecho a Tlatelolco,
vino a saber lo que pertenece a Dios y a ser contado en lista; luego
para ver al Señor Obispo. Y a eso de las diez fue cuando ya estuvo
preparado: se había oído Misa y se había nombrado lista y se había
dispersado la multitud.
Y Juan Diego luego fue al palacio del
Señor Obispo. Y en cuanto llegó hizo toda la lucha por verlo, y con
mucho trabajo otra vez lo vio; a sus pies se hincó, lloró, se puso
triste al hablarle, al descubrirle la palabra, el aliento de la Reina
del Cielo, que ojalá fuera creída la embajada, la voluntad de la
Perfecta Virgen, de hacerle, de erigirle su casita sagrada, en donde
había dicho, en donde la quería.
Y el Gobernante Obispo muchísimas cosas
le preguntó, le investigó, para poder cerciorarse, dónde la había
visto, cómo era Ella, todo absolutamente se lo contó al Señor Obispo.
Y aunque todo absolutamente se lo declaró, y en cada cosa vio, admiró
que aparecía con toda claridad que Ella era la Perfecta Virgen, la
Amable, Maravillosa Madre de Nuestro Salvador Nuestro Señor Jesucristo,
sin embargo, no luego se realizó. Dijo
que no sólo por su palabra, su petición se haría, se realizaría lo que
él pedía, que era muy necesaria alguna otra señal para poder ser creído
cómo a él lo enviaba la Reina del Cielo en persona.
Tan pronto como lo oyó Juan Diego, le dijo al Obispo: —"Señor
Gobernante, considera cuál será la señal que pides, porque luego iré a
pedírsela a la Reina del Cielo que me envió".
Y habiendo visto el Obispo que ratificaba, que en nada vacilaba ni dudaba, luego lo despacha.
Y en cuanto se viene, luego les manda a algunos de los de su casa en
los que tenía absoluta confianza, que le vinieran siguiendo, que bien lo
observaran a dónde iba, a quién veía, con quien hablaba.
Fray Juan de Zumárraga no podía creer que la Virgen Santa María se le
apareciera a Juan Diego para pedirle erigir una capilla. Por eso,
turbado de dudas, le despide de sí.
Y así se hizo. Y Juan Diego luego se vino derecho. Siguió la calzada. Y los
que lo seguían, donde sale la barranca cerca del Tepeyac, en el puente
de madera lo vinieron a perder. Y aunque por todas partes buscaron, ya
por ninguna lo vieron. Y así se volvieron. No sólo porque con ello se
fastidiaron grandemente, sino también porque les impidió su intento, los
hizo enojar.
Así le fueron a contar al Señor Obispo, le metieron en la cabeza que no le creyera, le dijeron cómo nomás le contaba mentiras,
que nada más inventaba lo que venía a decirle, o que sólo soñaba o
imaginaba lo que le decía, lo que le pedía. Y bien así lo determinaron
que si otra vez venía, regresaba, allí lo agarrarían, y fuertemente lo
castigarían, para que ya no volviera a decir mentiras ni a alborotar a
la gente.
Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la
respuesta que traía del Señor Obispo; la que, oída por la Señora, le
dijo: —"Bien esta, hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al
obispo la señal que te ha pedido; con eso te creerá y acerca de esto ya
no dudará ni de ti sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré
tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has dispendido; ea, vete
ahora; que mañana aquí te aguardo".
TERCERA APARICIÓN - ENFERMEDAD DE JUAN BERNARDINO, TÍO DE JUAN DIEGO
Y al día siguiente, lunes, cuando debía
llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque
cuando fue a llegar a su casa, a un su tío, de nombre Juan Bernardino,
se le había asentado la enfermedad, estaba muy grave. Aun fue a llamarle al médico, aun hizo por él, pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave.
Y cuando anocheció, le rogó su tío que
cuando aún fuere de madrugada, cuando aún estuviere oscuro, saliera
hacia acá, viniera a llamar a Tlatelolco algún Sacerdote para que fuera a
confesarlo, para que fuera a prepararlo, porque estaba seguro de que ya era el tiempo, ya el lugar de morir, porque ya no se levantaría, ya no se curaría.
Y el martes, siendo todavía mucho muy de noche, de
allá vino a salir, de su casa, Juan Diego, a llamar el Sacerdote a
Tlatelolco, y cuando ya acertó a llegar al lado del cerrito terminación
de la sierra, al pie, donde sale el camino, de la parte en que el sol se mete, en donde antes él saliera, dijo: — "Si
me voy derecho por el camino, no vaya a ser que me vea esta Señora y
seguro, como antes, me detendrá para que le lleve la señal al gobernante
eclesiástico como me lo mandó; que primero nos deje nuestra
tribulación; que antes yo llame de prisa al sacerdote religioso mi tío
no hace más que aguardarlo".
En seguida le dio la vuelta al cerro,
subió por en medio y de ahí, atravesando, hacia la parte oriental fue a
salir, para rápido ir a llegar a México, para que no lo detuviera la
Reina del Cielo. Piensa que por donde dio la vuelta no lo podrá ver la que perfectamente a todas partes está mirando.
La vio cómo vino a bajar de sobre el
cerro, y que de allí lo había estado mirando, de donde antes lo veía. Le
vino a salir al encuentro a un lado del cerro, le vino a atajar los
pasos; le dijo: —"¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?"
Y él, ¿tal vez un poco se apenó, o quizá se avergonzó? ¿O tal vez de ello se espantó, se puso temeroso? En su presencia se postró, la saludó, le dijo:
— "Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña, Niña mía, ojalá que estés
contenta; ¿cómo amaneciste? ¿Acaso sientes bien tu amado cuerpecito,
Señora mía, Niña mía?
Con pena angustiaré tu rostro, tu
corazón: te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor
tuyo, tío mío. Una gran enfermedad se le ha asentado, seguro que pronto
va a morir de ella. Y ahora iré de prisa a tu casita de México, a llamar
a alguno de los amados de Nuestro Señor, de nuestros sacerdotes, para
que vaya a confesarlo y a prepararlo, porque en realidad para ello
nacimos, los que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte.
Mas, si voy a llevarlo a efecto, luego aquí otra vez volveré para ir a
llevar tu aliento, tu palabra, Señora, Jovencita mía. Te ruego me
perdones, tenme todavía un poco de paciencia, porque con ello no te
engaño, Hija mía la menor, Niña mía, mañana sin falta vendré a toda
prisa".
En cuanto oyó las razones de Juan Diego, le respondió la Piadosa Perfecta Virgen: —"Escucha, ponlo en tu corazón, hijo mío el menor, que no
es nada lo que te espantó, lo que te afligió; que no se perturbe tu
rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad
ni cosa punzante, aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No
estas bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?
Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora, ten por cierto que ya está bueno". (Y luego en aquel mismo momento sanó su tío, como después se supo).
Y Juan Diego, cuando oyó la amable palabra, el amable aliento de la
Reina del Cielo, muchísimo con ello se consoló, bien con ello se
apaciguó su corazón, y le suplicó que inmediatamente lo mandara a ver al
Gobernante Obispo, a llevarle algo de señal, de comprobación, para que
creyera.
LAS ROSAS
Y la Reina Celestial luego le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía.
Le dijo: —"Sube, hijo mío el menor, a
la cumbre del cerrillo, a donde me viste y te di órdenes; allí verás que
hay variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas juntas; luego
baja aquí; tráelas aquí, a mi presencia".
Y Juan Diego luego subió al cerrillo, y
cuando llegó a la cumbre, mucho admiró cuantas había, florecidas,
abiertas sus corolas, flores las más variadas, bellas y hermosas, cuando
todavía no era su tiempo; porque de veras que en aquella sazón
arreciaba el hielo; estaban difundiendo un olor suavísimo, como perlas preciosas, como llenas de rocío nocturno. Luego comenzó a cortarlas, todas las juntó, las puso en el hueco de su tilma (Capa o manto que usaban los indígenas sobre la ropa). Por cierto que en
la cumbre del cerrito no era lugar en que se dieran ningunas flores,
sólo abundan los riscos, abrojos, espinas; nopales, mezquites, y si acaso algunas hierbecillas se solían dar, entonces era el mes de diciembre, en que todo lo come, lo destruye el hielo.
Juan Diego recogiendo las rosas que serán la prueba ante el Obispo de que Nuestra Señora se apareció
Y en seguida vino a bajar, vino a traerle a la Niña Celestial las
diferentes flores que había ido a cortar, y cuando las vio, con sus
venerables manos las tomó; luego otra vez se las vino a poner todas
juntas en el hueco de su ayate, le dijo: —“Mi
hijito menor, estas diversas flores son la prueba, la señal que
llevarás al Obispo; de mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y
que por ello realice mi querer, mi voluntad.
Y tú..., tú que eres mi mensajero...,
en ti absolutamente se deposita la confianza; y mucho te mando con rigor
que nada más a solas, en la presencia del Obispo extiendas tu ayate y
le enseñes lo que llevas. Y le contarás todo puntualmente, le
dirás que te mandé que subieras a la cumbre del cerrito a cortar
flores, y cada cosa que viste y admiraste, para que puedas convencer al
gobernante sacerdote, para que luego ponga lo que está de su parte para
que se haga, se levante mi templo que le he pedido".
Y en cuanto le dio su mandato la Celestial Reina, vino a tomar la calzada, viene derecho a México, ya viene contento.
Ya así viene sosegado su corazón, porque vendrá a salir bien, lo
llevará perfectamente. Mucho viene cuidando lo que está en el hueco de
su vestidura, no vaya a ser que algo tire; viene disfrutando del aroma
de las diversas preciosas flores.
CUARTA APARICIÓN - TERCERA ENTREVISTA CON FRAY JUAN DE ZUMÁRRAGA
Cuando vino a llegar al palacio del
Obispo, lo fueron a encontrar el portero y los demás servidores del
Sacerdote gobernante, y les suplicó que le dijeran cómo deseaba verlo,
pero ninguno quiso, fingían que no le entendían, o tal vez
porque aún estaba muy oscuro, o tal vez porque ya lo conocían que nomás
los molestaba, los importunaba, y ya les habían contado sus compañeros,
los que lo fueron a perder de vista cuando lo fueron siguiendo.
Durante muchísimo rato estuvo esperando la razón. Y
cuando vieron que por muchísimo rato estuvo allí, de pie, cabizbajo,
sin hacer nada, por si era llamado, y como que algo traía, lo llevaba en
el hueco de su tilma; luego pues, se le acercaron para ver qué traía y
desengañarse. Y cuando vio Juan Diego que de ningún modo podía
ocultarles lo que llevaba y que por eso lo molestarían, lo empujarían o
tal vez lo aporrearían, un poquito les vino a mostrar que eran flores.
Y cuando vieron que todas eran finas, variadas flores y que no era tiempo entonces de que se dieran, las admiraron muchísimo,
lo frescas que estaban, lo abiertas que tenían sus corolas, lo bien que
olían, lo bien que parecían. Y quisieron coger y sacar unas cuantas;
tres veces sucedió que se atrevieron a cogerlas, pero de ningún modo
pudieron hacerlo, porque cuando hacían el intento ya no podían ver las
flores, sino que, a modo de pintadas, o bordadas, o cosidas en la tilma
las veían.
Inmediatamente fueron a decirle al
Gobernante Obispo lo que habían visto, cómo deseaba verlo el indito que
otras veces había venido, y que ya hacía muchísimo rato que estaba allí
aguardando el permiso, porque quería verlo.
Y el Gobernante Obispo, en cuanto lo oyó, dio en la cuenta de que
aquello era la prueba para convencerlo, para poner en obra lo que
solicitaba el hombrecito. En seguida dio orden de que pasara a verlo. Y
habiendo entrado, en su presencia se postró, como ya antes lo había
hecho. Y de nuevo le contó lo que había visto, admirado, y su mensaje.
RELACIÓN QUE HIZO JUAN DIEGO ANTE FRAY JUAN DE ZUMÁRRAGA SOBRE LA PRUEBA
Le dijo: —"Señor mío, Gobernante, ya
hice, ya llevé a cabo según me mandaste; así fui a decirle a la Señora
mi Ama, la Niña Celestial, Santa María, la Amada Madre de Dios, que
pedías una prueba para poder creerme, para que le hicieras su casita
sagrada, en donde te la pedía que la levantaras; y también le dije que
te había dado mi palabra de venir a traerte alguna señal, alguna prueba
de su voluntad, como me lo encargaste. Y escuchó bien tu aliento, tu
palabra, y recibió con agrado tu petición de la señal, de la prueba,
para que se haga, se verifique su amada voluntad. Y ahora, cuando era
todavía de noche, me mandó para que otra vez viniera a verte; y le pedí
la prueba para ser creído, según había dicho que me la daría, e
inmediatamente lo cumplió. Y me mandó a la cumbre del cerrito en donde
antes yo la había visto, para que allí cortara diversas rosas de
Castilla.
Y cuando las fui a cortar, se las fui a llevar allá abajo; y con sus
santas manos las tomó y de nuevo en el hueco de mi ayate las vino a
colocar, para que te las viniera a traer, para que a ti personalmente te
las diera. Aunque bien sabía yo que no es lugar donde se dé flores la
cumbre del cerrito, porque sólo hay abundancia de riscos, abrojos,
huizachez (Acacia Farnesiana, arbusto espinoso), nopales, mezquites, no por ello dudé, no por ello vacilé.
Cuando fui a llegar a la cumbre del cerrito miré que ya era el paraíso.
Allí estaban ya perfectas todas las diversas flores preciosas, de lo más
fino que hay, llenas de rocío, esplendorosas, de modo que luego las fui
a cortar; y me dijo que de su parte te las diera, que ya así yo
probaría; que vieras la señal que le pedías para realizar su amada
voluntad, y para que aparezca que es verdad mi palabra, mi mensaje, aquí
las tienes; hazme favor de recibirlas".
LA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA EN LA TILMA
Y luego extendió su blanca tilma, en cuyo hueco había colocado las flores.
Y así como cayeron al suelo todas las
variadas flores preciosas, luego allí se convirtió en señal, se apareció
de repente la Amada Imagen de la Perfecta Virgen Santa María, Madre de
Dios, en la forma y figura en que ahora está, en donde ahora es
conservada en su amada casita, en su sagrada casita en el Tepeyac, que
se llama Guadalupe. Y en cuanto la vio el Obispo Gobernante y todos los
que allí estaban, se arrodillaron, mucho la admiraron, se pusieron de pie para verla, se entristecieron, se afligieron, suspenso el corazón, el pensamiento…
Al extender Juan Diego su tilma, milagrosamente aparece la imagen de
Nuestra Señora como se le apareció en el Tepeyac. Frente a este milagro,
Fray Juan de Zumárraga cae de rodillas.
Y el Obispo Gobernante con llanto, con
tristeza, le rogó, le pidió perdón por no luego haber realizado su
voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra, y cuando se puso
de pie, desató del cuello de donde estaba atada, la vestidura, la tilma
de Juan Diego en la que se apareció, en donde se convirtió en señal la
Reina Celestial. Y luego la llevó; allá la fue a colocar a su oratorio.
Y todavía allí pasó un día Juan Diego
en la casa del Obispo, aún lo detuvo. Y al día siguiente le dijo:
—"Anda, vamos a que muestres dónde es la voluntad de la Reina del Cielo
que le erijan su templo".
De inmediato se convidó gente para hacerlo, levantarlo.
CURACIÓN MILAGROSA DE JUAN BERNARDINO
Y Juan Diego, en cuanto mostró en dónde
había mandado la Señora del Cielo que se erigiera su casita sagrada,
luego pidió permiso: quería ir a su casa para ir a ver a su tío Juan
Bernardino, que estaba muy grave cuando lo dejó para ir a
llamar a un Sacerdote a Tlatelolco para que lo confesara y lo
dispusiera, de quien le había dicho la Reina del Cielo que ya había
sanado. Pero no lo dejaron ir solo,
sino que lo acompañaron a su casa. Y al llegar vieron a su tío que ya
estaba sano, absolutamente nada le dolía.
Y él, por su parte, mucho admiró la
forma en que su sobrino era acompañado y muy honrado; le preguntó a su
sobrino por qué así sucedía, el que mucho le honraran.
Y él le dijo cómo cuando lo dejó para
ir a llamarle un sacerdote para que lo confesara, lo dispusiera, allá en
el Tepeyac se le apareció la Señora del Cielo; y lo mandó a México a
ver al Gobernante Obispo, para que allí le hiciera una casa en el
Tepeyac.
Y le dijo que no se afligiera, que ya su tío estaba contento, y con ello mucho se consoló.
QUINTA APARICIÓN Y MANIFESTACIÓN DEL NOMBRE
Le dijo su tío que era cierto, que en
aquel preciso momento lo sanó, y la vio exactamente en la misma forma en
que se le había aparecido a su sobrino, y le dijo cómo a él también la
había enviado a México a ver al Obispo; y que también, cuando fuera a
verlo, que todo absolutamente le descubriera, le platicara lo que había
visto y la manera maravillosa en que lo había sanado, y que bien así la
llamaría, bien así se nombraría: LA PERFECTA VIRGEN SANTA MARIA DE
GUADALUPE, Su Amada Imagen.
A Juan Bernardino, Nuestra Señora le manifiesta el nombre con el que será invocada esta advocación: GUADALUPE (del nahuatl Coatlaxopeuh, "LA QUE APLASTA LA SERPIENTE DE PIEDRA")
Y luego trajeron a Juan Bernardino a la
presencia del Gobernante Obispo, lo trajeron a hablar con él, a dar
testimonio, y junto con su sobrino Juan Diego, los hospedó en su casa el
Obispo unos cuantos días, en tanto que se levantó la casita sagrada de
la Niña Reina allá en el Tepeyac, donde se hizo ver de Juan Diego.
INICIO DE LA VENERACIÓN DE LA IMAGEN Y CONVERSIÓN DE MÉXICO
Y el Señor Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la amada Imagen de la
Amada Niña Celestial. La vino a sacar de su palacio, de su oratorio en
donde estaba, para que todos la vieran, la admiraran, su amada Imagen.
Fray Juan de Zumárraga y Juan Diego junto a la Imagen Milagrosa de Nuestra Señora de Guadalupe
Y absolutamente toda esta ciudad, sin faltar nadie, se estremeció cuando vino a ver, a admirar su preciosa Imagen.
Venían a reconocer su carácter divino.
Venían a presentarle sus plegarias. Mucho admiraron en qué milagrosa
manera se había aparecido, puesto que absolutamente ningún hombre de la
tierra pintó su amada Imagen.
ORACIÓN
Oh Dios, que has querido colocarnos bajo el especial patrocinio de la Bienaventurada Virgen María, y llenarnos con perpetuos favores, concédenos te suplicamos, que así como nos regocijamos en este día con su conmemoración en la tierra, podamos gozar de su presencia en el Cielo. Por J. C. N. S. Amén.
ORACIÓN
Oh Dios, que has querido colocarnos bajo el especial patrocinio de la Bienaventurada Virgen María, y llenarnos con perpetuos favores, concédenos te suplicamos, que así como nos regocijamos en este día con su conmemoración en la tierra, podamos gozar de su presencia en el Cielo. Por J. C. N. S. Amén.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)