Historia recopilada por Luis Veuillot
Un sabio y digno médico de los Pirineos, llamado Fabas,
cierto día vio llegar a un hombre, que tenía en la pierna
una herida hecha por el disparo de un arma de fuego. La
llaga estaba terriblemente agusanada. El doctor procuró,
en primer lugar, hacer desaparecer los gusanos,
ya que le era imposible otra curación
sin este paso previo. Pero no lo consiguió
por ningún medio. Luego de varias atenciones
en que la herida volvía a transformarse
en un nido de gusanos, el paciente le dijo:
“Doctor, basta ya de curaciones; no se preocupe;
yo tengo que llegar al fin de mis días
con esta herida agusanada”.
“En verdad, contestó el doctor, hay algo
extraordinario en ella, que no alcanzo a
entender. ¿Dónde recibió usted esta herida?”
“En España, como se lo he dicho varias
veces. Pero quiero que por fin sepa usted
por qué no me curo. Era en 1793. Salimos
tres de nuestra aldea: Tomas, Francisco y
yo, y los tres éramos incrédulos. Íbamos a
la guerra, con el fusil al hombro, confiados
en nuestra fuerza. Al cruzar por otra aldea, divisamos una
estatua de la Santísima Virgen. Tomás nos propuso tirarle.
Cargó su fusil y tiró: la bala hizo blanco en la frente de
la estatua. Francisco hizo lo mismo y la bala dio en pleno
pecho. ¡Vamos!, me dijeron, ahora te toca a ti. No me atreví
a resistir. Cargué con mano temblorosa, cerré involuntariamente
los ojos y disparé a la estatua, dándole...”
“¿En la pierna?”, interrumpió el doctor.
“Sí, en la pierna, arriba de la rodilla, exactamente en
donde estoy herido”. Una aldeana que nos vio, dijo: “Vais a la guerra. Lo que acabáis de hacer no os traerá suerte”.
Esa misma tarde
nos incorporábamos a nuestro regimiento. Pocos días
después encontramos al enemigo. Un disparo salió de una
torre: Tomas cayó muerto en el acto: la bala le había dado
en plena frente, entre los dos ojos. Francisco y yo nos
miramos. Él me tomó de la mano y me dijo: “¡Ahora
será mi turno... dichoso tú que no tuviste puntería!”.
El desdichado no se equivocaba. Muy
pronto Francisco caía, atravesado su pecho
por una bala. ¡Ah, qué muerte! ¡Se revolcaba
pidiendo a gritos un sacerdote! Vuelto a Francia,
después de la guerra, ya ni pensaba en
aquellos sucesos ni en su castigo. Una vez en
que teníamos marcha, y nos encontrábamos
como a un día del pueblo de la estatua, por
accidente inexplicable, un tiro escapado a uno
de los nuestros, me alcanzó en el lugar donde
tengo ahora la herida. Esta herida ha sido
remedio para muchos, a quienes relaté mi
historia y cambiaron de vida y sobre todo para
mi alma; espero firmemente morir en gracia de
Dios, por mediación de aquella a quien yo
ultrajé.
ENSEÑANZA
Dios perdona cuando se le ofende, pero raras veces lo hace cuando se insulta a su Santísima Madre. San Anselmo dice a este propósito: “Quien tiene aversión a María, perece miserablemente”. El padre Olier añade: “Cuando las almas llegan a despreciar a la Santísima Virgen y se glorían de ello, se puede decir que todo ha terminado para ellas”. ¡Ay de aquel que insulte a María o a sus imágenes! El castigo es terrible; pues el ultraje contra María es como una marca en la frente, es signo de condenación, es el hierro candente que señala a los condenados.
Dios perdona cuando se le ofende, pero raras veces lo hace cuando se insulta a su Santísima Madre. San Anselmo dice a este propósito: “Quien tiene aversión a María, perece miserablemente”. El padre Olier añade: “Cuando las almas llegan a despreciar a la Santísima Virgen y se glorían de ello, se puede decir que todo ha terminado para ellas”. ¡Ay de aquel que insulte a María o a sus imágenes! El castigo es terrible; pues el ultraje contra María es como una marca en la frente, es signo de condenación, es el hierro candente que señala a los condenados.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)