La fiesta de los Siete Dolores de la Bienaventurada Virgen María cuenta en su Misa con la secuencia “Stabat Mater dolorósa”. Aunque a menudo se le atribuye su origen al fraile franciscano Jacopone de Todi, se conoce que una recensión de esta secuencia aparecía en un gradual del siglo XIII perteneciente a las monjas dominicas de Santa María Magdalena de Val di Pietra (Bolonia), y el Papa Benedicto XIV, reprobando las afirmaciones del Tratado de las Supersticiones del padre Jean Baptiste Thiers en su, declara en sus Anotaciones sobre las fiestas de Nuestro Señor y la Santísima Virgen, tomo I, parte segunda, cap. IV, párrafo 1 in fine y posteriormente en su Comentarios sobre las fiestas de Nuestro Señor Jesucristo y su Madre, y sobre el Sacrificio de la Misa, parte segunda, que Inocencio III fue su autor, según mencionan Louis Jacob de Saint Charles O. Carm., Augustin Oldouin SJ, Francesco Pagi y Santiago Jacinto Serry OP.
Lo que sí es indiscutible es que era una secuencia muy conocida en el siglo XIV (el canciller de la archidiócesis de Génova Georgius Stella refiere que en 1388 los flagelantes usaban esta secuencia en sus procesiones; y en Provenza hacia 1399, la cofradía de los “Albáti” o “Bianchi” cantaban el Stabat Mater en sus procesiones de nueve días) y que aparecía en varios misales del siglo XV, como el de Colonia (cuyo Concilio provincial de 1423 introdujo la Commemorátio Angústiæ et Dolóribus Beátæ Maríæ Vírginis para el viernes de la tercera semana después de Pascua, en desagravio por las profanaciones de los herejes husitas) y el Misal Romano (en la edición milanesa de 1474 aparece la Missa de Compassióne, sive de Spasmo, sive de Pietáte Beátæ Maríæ Vírginis, y Sixto IV en 1482 compuso una Misa con el título Dóminæ Nostræ de Pietáte).
Si bien fue excluida (junto con otras secuencias e himnos litúrgicos) del Misal Romano por el Concilio de Trento, el Papa Benedicto XIII, gran devoto de la Virgen Dolorosa, al fijar mediante Decreto del 27 de Agosto de 1727 la fiesta de los Dolores de la Virgen para el Viernes de Pasión, restableció el uso del Stabat Mater Dolorósa en la Misa; y en 1814, Pío VII, en agradecimiento por la liberación de Roma, extendió a toda la Iglesia la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores el 15 de Septiembre (en España, esta observancia se tenía desde 1735 por real decreto de Felipe V).
Incluso autores protestantes reconocen en Stabat Mater Dolorósa una profundidad emotiva y un lenguaje poético de calidad. El teólogo luterano alemán Hermann Adalbert Daniel en su obra Thesáurus hymnológicus le califica como “la reina de las secuencias” (tomo V, 59) y señala que su desaparición en la Liturgia no fue porque la Iglesia Católica lo recibiera de los herejes, sino que los herejes la despojaron de ella (cf. tomo II, pág. 140); el teólogo e historiador calvinista suizo Philip Schaff, en A Library of Religious Poetry, pág. 191 afirma que
El secreto del poder del “Mater Dolorosa” está en la intensidad del sentimiento con el que el poeta se identifica con este tema y en la suave llorosa melodía del ritmo y rima en latín, que no se puede trasladar a ningún otro idioma
y señalando la objeción típica de sus correligionarios, Schaff les recuerda que los católicos “no rezan a María como dadora de la merced deseada, sino sólo como intercesora, pensando que es más probable convencer a su Hijo gracias a ella que por cualquier pobre pecador sin ayuda en la tierra” (Schaff en su momento fue acusado de herejía por los calvinistas, que lo consideraban “pro-papista”, pero fue absuelto por el sínodo de York, Pensilvania, en 1845).
LATÍN
Stabat Mater dolorósa
Juxta Crucem lacrimósa,
Dum pendébat Fílius.
Cujus ánimam geméntem,
Contristátam et doléntem
Pertransívit gládius.
O quam tristis et afflícta
Fuit illa benedícta
Mater Unigéniti!
Quæ mœrébat et dolébat,
Pia Mater, dum vidébat
Nati pœnas íncliti.
Quis est homo, qui non fleret,
Matrem Christi si vidéret
In tanto supplício?
Quis non posset contristári,
Christi Matrem contemplári
Doléntem cum Fílio?
Pro peccátis suæ gentis
Vidit Jesum in torméntis
Et flagéllis súbditum.
Vidit suum dulcem Natum
Moriéndo desolátum,
Dum emísit spíritum.
Eja, Mater, fons amóris,
Me sentíre vim dolóris
Fac, ut tecum lúgeam.
Fac, ut árdeat cor meum
In amándo Christum Deum,
Ut sibi compláceam.
Sancta Mater, istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo válida.
Tui Nati vulneráti,
Tam dignáti pro me pati,
Pœnas mecum dívide.
Fac me tecum pie flere,
Crucifíxo condolére,
Donec ego víxero.
Juxta Crucem tecum stare
Et me tibi sociáre
In planctu desídero.
Virgo vírginum præclára.
Mihi jam non sis amára:
Fac me tecum plángere.
Fac, ut portem Christi mortem,
Passiónis fac consórtem
Et plagas recólere.
Fac me plagis vulnerári,
Fac me Cruce inebriári
Et cruóre Fílii.
Flammis ne urar succénsus,
Per te, Virgo, sim defénsus
In die judícii.
Christe, cum sit hinc exíre.
Da per Matrem me veníre
Ad palmam victóriæ.
Quando corpus moriétur,
Fac, ut ánimæ donétur
Paradísi glória. Amen.
TRADUCCIÓN
Estaba la Madre dolorosa
Junto a la Cruz, lacrimosa,
Mientras pendía el Hijo.
Cuya ánima gimiente,
Contristada y doliente
Atravesó la espada.
¡Oh cuán triste y afligida
Estuvo aquella bendita
Madre del Unigénito!
Languidecía y se dolía
La piadosa Madre que veía
Las penas de su excelso Hijo.
¿Qué hombre no lloraría
Si a la Madre de Cristo viera
En tanto suplicio?
¿Quién no se entristecería al ver
A la Madre doliente
Contemplando a su Hijo?
Por los pecados de su gente
Vio a Jesús en los tormentos
Y doblegado por los azotes.
Vio a su dulce Hijo
Muriendo desolado
Al entregar su espíritu.
Ea, Madre, fuente de amor,
Hazme sentir tu dolor,
Contigo quiero llorar.
Haz que mi corazón arda
En el amor de mi Dios
Y en cumplir su voluntad.
Santa Madre, yo te ruego
Que me traspases las llagas
Del Crucificado en el corazón.
De tu Hijo malherido
Que por mí tanto sufrió
Reparte conmigo las penas.
Déjame llorar contigo,
Condolerme por tu Hijo
Mientras yo esté vivo.
Junto a la Cruz contigo estar
Y contigo asociarme
En el llanto es mi deseo.
Virgen de Vírgenes preclara,
No te amargues ya conmigo,
Déjame llorar contigo.
Que llore la muerte de Cristo,
Hazme socio de su pasión,
Que me quede con sus llagas.
Que me hieran sus llagas,
Que con la Cruz
Y la Sangre de tu Hijo me embriague.
Para que no me queme en las llamas,
Defiéndeme tú, Virgen santa,
En el día del juicio.
Cuando, Cristo, haya de irme,
Concédeme que tu Madre me guíe
A la palma de la victoria
Cuando el cuerpo sea muerto,
Haz que el alma sea dada
A la gloria del paraíso.
Amén.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)