Ante
 la persecución religiosa suscitada en México por la “Ley de tolerancia 
de cultos” (mejor conocida como “Ley Calles”), promulgada por el 
presidente masón y comunista marrano Francisco Plutarco Elías-Calles 
Campuzano el 14 de Junio de 1926 (y cuya rémora persiste aún en la 
Constitución Política y el artículo 404 del Código Penal Federal 
mexicanos, sin contar los de los códigos de cada estado), y que imponía 
grandes y odiosas limitaciones al culto Católico, los obispos se vieron 
en necesidad de cerrar los templos el 31 de Julio, y los laicos a 
organizarse en resistencia primero en la Liga de Defensa de la Libertad 
Religiosa y luego como milicia armada: los Cristeros.
Frente
 a esto, el Papa Pío XI publicó la encíclica “Iníquis Afflictísque”, 
donde a la par que deplora la política anticatólica del régimen, elogia a
 los católicos que defienden los Derechos de Dios y su Iglesia aún con 
su vida. Este es un documento que sin duda debe contribuir actualmente a
 fortalecer a los hermanos de México en estos tiempos en que el 
populismo izquierdista-genderista enarbolado irónicamente por el 
protestante AMLO amenaza con desatar una nueva persecución institucional
 contra el Remanente fiel, esta vez con la consabida connivencia y 
manguala de la apóstata “Jerarquía eclesiástica”.
CARTA ENCÍCLICA “Iníquis Afflictísque”, SOBRE LA DURÍSIMA SITUACIÓN DEL CATOLICISMO EN MÉXICO
A
 los Venerables Hermanos, los Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y
 demás Ordinarios en paz y comunión con la Sede Apostólica.
Venerables Hermanos, Salud y Bendición Apostólica.
INTRODUCCIÓN
1. Violenta persecución en México.
Que
 no haya otro remedio sino de algún especial auxilio de Dios 
misericordioso para las condiciones inicuas y aflictivas en que está el 
catolicismo en la República Mexicana, lo dijimos al terminar el año 
anterior en la alocución que dirigimos a los Cardenales reunidos en el 
consistorio; y no habéis vosotros dejado de instar a vuestros fieles con
 pastoral cuidado, coincidiendo con Nuestra opinión y deseos, que más de
 una vez hemos manifestado, a fin de que conmoviesen al divino Fundador 
de la Iglesia con preces abundantes para que cure tan graves males. Tan 
graves males, decimos, puesto que a nuestros queridos hijos de México 
están atormentando desde hace tiempo y lo mismo en estos días, otros 
también, hijos nuestros, que se han apartado de la milicia de Cristo y 
del común Padre de todos. Y si en los tiempos primitivos de la Iglesia y
 en otras ocasiones se han cometido atrocidades contra los cristianos, 
tal vez en ninguna parte y en ningún otro tiempo sucedió que, desechados
 y violados los derechos de Dios y de la Iglesia, y sobrepuesta con el 
objeto de excusar la arbitrariedad cierta especie legal con artimañas 
premeditadas, unos pocos han quitado la libertad a la mayoría, sin 
ninguna consideración para con los ciudadanos, y sin ningún miramiento a
 los méritos de los antepasados.
2. Ordena preces por los mexicanos.
Queremos,
 pues, que por medio de súplicas empleadas para el efecto en privado y 
en público, y ordenadas para ello, no os falte a vosotros y a los fieles
 todos el testimonio más grande de Nuestra buena voluntad; estas preces 
que ya han comenzado a rezarse, es necesario y de suma importancia que 
de ninguna manera se interrumpan, más aún, que continúen fervorosamente.
 Pues dirigir y acomodar las circunstancias de las cosas y de los 
tiempos, por medio del cambio de las opiniones y los ánimos de los 
hombres, de manera que sirvan para el bien de la sociedad humana, no es 
propio de los mortales, sino del Ser divino, el cual es el único que 
puede poner fin y término a tales vejaciones. 
3. Frutos heroicos de las oraciones.
Y
 no os parezca, Venerables Hermanos, que tales súplicas las habéis 
ordenado inútilmente porque los gobernantes de la República Mexicana, 
por su despiadado odio contra la religión, han continuado urgiendo sus 
malas leyes con más acritud y fiereza: puesto que fortalecidos el clero y
 la multitud de los católicos por la más abundante efusión de la gracia 
divina para resistir pacientemente, han dado de sí tal ejemplo y 
espectáculo, que Nosotros mismos con un solemne documento de la 
autoridad apostólica lo colocamos a la luz de todo el orbe católico con 
toda razón y justicia. El mes pasado en el día en que ante una gran 
concurrencia de fieles decretamos el honor de los beatos a los mártires 
de la Revolución Francesa, Nuestro pensamiento volaba espontáneamente 
hacia los católicos mexicanos, a los cuales asistía el mismo deliberado 
propósito que a aquellos, es decir, resistir a la pasión y violencia 
ajena, antes que apartarse de la unidad de la Iglesia y de la autoridad 
de la Sede Apostólica. ¡Oh alabanza preclara de la divina esposa de 
Cristo, a la cual nunca ha faltado a través de los siglos una 
descendencia noble y generosa, dispuesta a luchar y a padecer y a morir 
por la santísima libertad de la fe!
I. BREVE HISTORIA DE LA INICUA PERSECUCIÓN
4. Recuerdo general de los detalles persecutorios.
Los
 tristes tiempos de la Iglesia mexicana, Venerables Hermanos, no hay 
para qué de nuevo los traigamos a la memoria. Basta que tengamos 
presente esto solo: que en la edad reciente, las agitaciones políticas, 
ciertamente frecuentes, las más de las veces han redundado en 
perturbación y destrucción de la religión, a la manera como sucedió 
principalmente en los años 1914 y 1915, cuando hombres de barbarie 
inveterada se portaron tan feroz y ásperamente contra ambos cleros, 
contra las sagradas vírgenes, contra los lugares y las cosas dedicadas 
al culto divino, que no perdonaron a ninguna injuria o ignominia y a 
ninguna violencia.
5. Trato irrespetuoso a los Nuncios.
Y
 puesto que estamos ante un asunto conocidísimo, acerca del cual 
Nosotros hemos protestado públicamente y se ha informado con abundancia 
en los diarios, no hay para qué lamentemos extensamente con vosotros 
cómo en estos últimos años de los delegados apostólicos enviados a 
México, despreciando toda justicia, fidelidad y humanidad, a uno lo 
echaron de la República, y al otro, que por causa de salud había pasado 
breve tiempo fuera del territorio, se le prohibió volver, y a otro 
finalmente no se le trató con menor hostilidad y se le mandó al fin 
salir de la nación. En lo cual —pasando por alto que no hubiera habido 
ningún intérprete y conciliador de la paz más apto que aquellos ilustres
 varones— nadie deja de ver cuan injusto deshonor se infirió a su 
dignidad arzobispal y al honorífico cargo que desempeñaban, y 
principalmente a Nosotros, cuya autoridad representaban.
6. La Ley de 1917 y sus disposiciones vejatorias.
Todo
 esto es muy desagradable y muy grave; pero, Venerables Hermanos, las 
cosas que después debemos decir, están tan en contra de los derechos de 
la Iglesia como las que más, y son a la vez las más deplorables para los
 católicos de esa nación. 
Y
 en primer lugar veamos aquella ley promulgada el año 1917 y llamada 
“constitución política” de la República federada de México. Por lo que 
atañe a Nosotros, después de haber sancionado la separación de la 
República respecto de la Iglesia, ningunos derechos le quedan a ésta, 
como condenada a muerte, y ningunos derechos puede adquirir en lo 
futuro; se da a los magistrados la potestad de interponer su autoridad 
en los asuntos del culto de la disciplina interna de la Iglesia. Los 
ministros sagrados quedan comparados con los obreros y demás empleados, 
con esta diferencia, que aquellos no sólo deben ser mexicanos de 
nacimiento y no exceder un numero determinado, que deben definir los 
legisladores de cada uno de los estados, sino que también se ven 
privados de sus derechos políticos y civiles, a manera de hombres 
facinerosos o insanos. A esto se añade que se les ha mandado que junto 
con diez de los ciudadanos declaren al magistrado que ellos han tomado 
posesión de algún templo o se han trasladado a otro lugar. No es 
permitido en México pronunciar los votos religiosos, ni la existencia de
 órdenes y congregaciones religiosas. No es lícito ejercer el culto 
público, a no ser dentro de los templos y bajo la vigilancia de los 
gobernadores; los mismos templos se consideran propios de la nación: y 
por el mismo título los palacios episcopales y canonicales, los 
seminarios, las casas religiosas, los hospitales y todas las 
instituciones dedicadas a la beneficencia son sustraídas a la Iglesia. 
Esta ya no tiene dominio sobre ninguna cosa; y todos los bienes que 
poseía cuando la ley se promulgó fueron adjudicados a la Nación, dándose
 a cualquiera denunciar lo que la Iglesia parecía poseer por medio de 
otros: a este derecho o acción, con el objeto de fortalecerlo se ha 
prevenido por la misma ley que le asiste el favor de la mera presunción.
 Los ministros sagrados no pueden recibir nada en testamento, a no ser 
de sus parientes próximos. No se reconoce a la Iglesia ninguna potestad 
sobre el matrimonio de los cristianos, el cual por lo tanto sólo 
entonces es válido cuando lo es por derecho civil. Hay libertad de 
enseñanza, pero con estas condiciones, que a los sacerdotes y a los 
hermanos religiosos no les es lícito enseñar ni dirigir las escuelas de 
primera enseñanza y que la instrucción de los niños, aún en los colegios
 privados, debe estar huérfanos de religión. Se ha establecido, asimismo
 que todo cuanto la Iglesia ordene acerca del orden de los estudios y 
del certificado de haber pasado el curso de los estudios en sus escuelas
 no tiene ningún valor público.
7. La Iglesia, sociedad perfecta, protesta de los atropellos.
Ciertamente,
 Venerables Hermanos, los que instituyeron, aprobaron y sancionaron tal 
ley ignoraban que la Iglesia, sociedad perfecta con propio derecho, ha 
sido constituida por Cristo Redentor y Rey de los hombres para el bien 
común, y que tiene plena libertad concedida por Dios para desempeñar su 
cargo —esta ignorancia en el siglo XX después de Cristo parece increíble
 en una nación católica y entre hombres bautizados—, o creyeron soberbia
 y locamente que podían ellos echar abajo y destruir la casa del Señor, 
“edificada firmemente y bien fundada sobre piedra firme” (Mat. 7, 28), o
 ardían en la pasión vehemente de dañar de cualquier manera a la 
Iglesia. Así, pues, ¿cómo podían callar los arzobispos y obispos 
mexicanos después de la promulgación de tan inicua ley? Y poco después 
¿cómo podían dejar de reclamar en cartas tranquilas pero llenas de 
fuerza; tener Nuestro Antecesor su, exposición como verdadera; aprobarla
 los obispos todos en común de algunas naciones y la mayoría de los de 
otras en iniciativas particulares; y confirmarla Nosotros mismos el 25 
de Enero de este año, cuando escribimos a todos los obispos mexicanos 
Nuestra carta consolatoria?
8. Los obispos mitigan y esperan mejores tiempos.
Confiaban
 a su vez los mismos obispos, que los gobernantes mexicanos llegarían a 
comprender, tranquilizadas poco a poco las cosas, cuánto daño amenazaba y
 cuánto peligro a casi todo el pueblo por causa de los artículos de 
aquella ley con los cuales se disminuía la libertad religiosa, y que, 
por lo tanto, por causa de la paz, no harían ninguno o casi ningún uso 
de aquellas determinaciones y que llegarían entre tanto a una manera 
tolerable de vivir. Pero, aunque los obispos aconsejaban mitigación y a 
causa de ello el clero el pueblo tuvieron infinita paciencia, se perdió 
toda esperanza de tranquilidad y de paz.
9. Nueva Ley persecutoria, más severa.
Pues
 por una ley promulgada por el presidente en Julio de este año (1926), 
ya entonces no le queda a la Iglesia casi nada de los derechos y de la 
libertad en aquellas regiones; el ejercicio del sagrado ministerio de 
tal manera se halla impedido, que es castigado con penas severísimas 
como un crimen capital. Con este uso tan perverso de la potestad pública
 Nos conmovemos, Venerables Hermanos, mucho más de lo que es creíble. 
Pues todo aquel que venera a Dios nuestro Creador y Redentor amantísimo,
 todo aquel que quiere obedecer a los mandamientos de la Santa Madre 
Iglesia, éste, este inocente decimos, debe ser tenido como culpable, 
éste debe ser privado de los derechos comunes, y debe ser llevado a la 
cárcel pública con los criminales. Oh, ¡qué bien cuadra a los autores de
 tales cosas aquello que dijo Cristo Nuestro Señor a los príncipes de 
los judíos: “esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas”! (Luc. 
22, 53). De estas leyes la que se ha dado más recientemente no viene ya a
 interpretar la antigua, como quieren, sino a hacerla peor y mucho más 
intolerable; pero las prescripciones de ambas de tal manera las urgen el
 Presidente de la República y sus Ministros, que ninguno de los 
gobernadores de los estados federados y ninguno de los magistrados y de 
los jefes militares se dan reposo en la persecución de los católicos. 
10. Campaña de difamación.
A
 la persecución se siguen las injurias: pues acostumbran unas veces a 
recriminar a la Iglesia ante el pueblo, otras por medio de 
impudentísimas mentiras pronunciadas en discursos públicos, quitando a 
cualquiera de los nuestros la potestad de hablar y de rebatir, con 
escarnios e injurias, otras por medio de revistas y de diarios enemigos 
de la verdad y de la acción católica. Y si al principio en los 
comentarios públicos, mediante la exposición de la verdad y la 
refutación de las falsedades pudieron los nuestros prestar algún auxilio
 a la Iglesia e intentar su defensa, a estos ciudadanos, inflamados del 
amor a la patria, ya no les es permitido clamar por la libertad y la fe 
tradicional y del culto divino, con paga o sin ella. Pero Nosotros 
conscientes de nuestra misión apostólica levantaremos la voz; y la 
pasión de los adversarios por un lado, y la heroica virtud y la 
constancia de los obispos, de los sacerdotes, de las congregaciones 
religiosas y de los laicos por otro lado, sépalas todo el orbe católico 
de labios del Padre común. 
11. Clausura de instituciones católicas.
Los
 sacerdotes extranjeros y los religiosos son expulsados; los colegios 
destinados a la educación cristiana de los niños y de las niñas son 
clausurados porque o tienen algún nombre religioso o poseen alguna 
imagen o estatua sagrada; no por otro motivo son clausurados bastantes 
seminarios, escuelas, hospitales, monasterios, y los edificios que 
contienen templos. 
12. Limitación del número de sacerdotes y de sus funciones.
Casi
 en cada una de las ciudades o estados se ha determinado y limitado al 
mínimum el número de los sacerdotes destinados a desempeñar las sagradas
 funciones, los cuales además no pueden desempeñarlas si no están 
inscritos ante el magistrado y han obtenido permiso del mismo. En 
algunas partes tales son las condiciones que se han puesto para 
desempeñar el misterio sagrado, que si no se tratase de cosa tan 
lamentable, movería a risa: por ejemplo que los sacerdotes tengan una 
edad determinada; que hayan contraído matrimonio civil; que no bauticen 
sino con agua corriente. En cierto Estado se ha decretado que dentro de 
sus límites no haya más que un Obispo; por lo cual los otros dos obispos
 han debido desterrarse de sus propias diócesis. Forzados por la 
condición de las cosas, algunos otros obispos han debido salir de su 
sede episcopal; otros han sido llevados a los jueces; muchos han sido 
detenidos; y los demás están a punto de serlo.
13. Terrorización de las conciencias.
De
 todos los mexicanos que se ocupan en la instrucción de la juventud o en
 otros oficios públicos, se les ha preguntado si están con el Presidente
 de la República o si alaban la guerra hecha a la religión católica; y 
han sido obligados asimismo, bajo pena de ser apartados de su oficio, a 
participar en compañía de los soldados y de los obreros en cierta 
manifestación, organizada por la Asociación socialista que llaman 
Confederación Regional Obrera Mexicana; esta manifestación, organizada 
en México, D.F. y en las demás ciudades en el mismo día y disuelta 
después de impíos discursos dirigidos al pueblo, tuvo como fin que, 
después de haberse llenado a la Iglesia de injurias, se aprobara en 
medio de clamores y aplausos populares la acción y los trabajos del 
mismo Presidente.
14. Enjuiciamiento y encarcelación.
Y
 no paró aquí la arbitrariedad y crueldad de los enemigos. Hombres y 
mujeres que defendían la causa de la religión y de la Iglesia ya sea de 
viva voz, ya con escritos o pequeños comentarios, han sido llamados a 
juicio y encarcelados; asimismo han sido encarcelados íntegros capítulos
 de canónigos con ancianos o enfermos; los sacerdotes y otros del pueblo
 han sido muertos sin misericordia alguna en los caminos, en las plazas,
 frente a los templos. ¡Ojala que tos que tantas y tan grandes culpas 
cometen se arrepientan alguna vez y se acojan penitentes a la 
misericordia de Dios: y estamos persuadidos que Nuestros hijos, muertos 
injustamente, no piden de Dios otra venganza para sus verdugos que ésta!
II. LA DEFENSA CATÓLICA
15. Carta pastoral aclaratoria de los obispos.
Vamos
 ahora a exponer, aunque sea brevemente, Venerables Hermanos, cómo los 
obispos, los sacerdotes y los fieles de México se han levantado y “han 
opuesto un muro alrededor la casa de Israel y se han organizado en 
guerra” (Ezeq. 13, 5). 
Por
 cierto no puede dudarse de que los Obispos mexicanos, por unánime 
consentimiento, debían probar todos los medios posibles para atender a 
la libertad y a la dignidad de la Iglesia. Y, primeramente, en una carta
 dada a todo el pueblo después que demostraron fácilmente que el clero 
siempre se había conducido pacíficamente, y que asimismo había tratado 
con los gobernantes de la República con prudencia y con paciencia y 
había tolerado leyes injustas con ánimos tranquilos, después de haber 
resumido la doctrina de la Iglesia acerca de su constitución divina, 
avisaron a los fieles que debían perseverar de tal manera en la religión
 cristiana, que debían obedecer más a Dios que a los hombres (Act. 5, 
29), siempre que se imponían leyes que por su estructura estaban en 
oposición a la constitución y la vida de la Iglesia.
16. Nuevas cartas definen la posición de la Iglesia frente a la ley de persecución.
Después
 de haber sido promulgada por el Presidente la inicua ley, por medio de 
otras cartas comunes afirmaron lo siguiente: que admitir tal ley era lo 
mismo que negar la Iglesia y entregarla a los gobernantes de los 
Estados, los cuales por lo demás desistirían de su empeño; que preferían
 abstenerse del público ejercicio de sus sagradas funciones; y que por 
lo tanto el culto, que no podía ejercerse sin los sacerdotes, quedaba 
totalmente suspendido a partir del ultimo día del mes de Julio, en el 
cual comenzaba a tener vigor aquella ley. Y como los gobernadores 
mandasen que los templos se entregasen en todas partes a la custodia de 
laicos, que debía elegir el Presidente del Municipio, y de ninguna 
manera debía entregarse a los que fueran nombrados o designados por los 
Obispos o Sacerdotes, por haberse trasladado la posesión de los templos a
 las manos de los civiles, casi en todas partes los Obispos ordenaron 
que no admitiesen la elección hecha por los magistrados civiles, y que 
no entrasen en aquellos templos que dejaban de estar en posesión de la 
Iglesia; en algunas otras partes sin embargo, según la variedad de las 
circunstancias, se proveyó de otra manera.
17. Actitudes conciliatorias de la Iglesia.
Pero
 no penséis, Venerables Hermanos, que los Obispos mexicanos dejaron 
pasar alguna ocasión y oportunidad de calmar los ánimos y de llegar a la
 concordia de la conciliación, aunque desconfiasen del buen éxito, y, 
más aún, desesperasen. Pues consta muy bien que los Obispos reunidos en 
México en representación de todo el Episcopado Mexicano, enviaron al 
Presidente de la República una carta sumamente correcta y respetuosa, en
 favor del Obispo de Huejutlan, el cual había sido tomado preso y 
llevado en forma indigna con gran acompañamiento de soldados a la ciudad
 vulgarmente llamada Pachuca; pero no es menos cierto que el Presidente 
les contestó con una carta llena de ira y de odio. Y como algunos 
esclarecidos varones, deseosos de la paz, interpusiesen espontáneamente 
sus oficios para que el mismo Presidente tuviera a bien hablar con el 
arzobispo de Morelia y el Obispo de Tabasco, después de haber tratado 
durante mucho tiempo de asuntos gravísimos, disputándose de una y otra 
parte, no se logró ningún éxito o resultado.
18. Moción respetuosa a la Cámara es rechazada.
Después
 deliberaron los Obispos si debían pedir al Congreso de la Unión, 
encargado de las leyes, la abrogación de aquellas que eran contrarias a 
los derechos de la Iglesia, o más bien, como lo habían hecho antes, 
resistir pacientemente o como suelen decir pasivamente: pues por muchos 
motivos pensaban que tal súplica sería enteramente inútil. Presentaron 
sin embargo el escrito suplicatorio, redactado sabiamente por católicos 
muy peritos en el derecho y diligentemente meditado por los Obispos: a 
esta petición de los Obispos, gracias a la diligencia de los socios de 
la Federación para defender a la libertad religiosa, de la que 
hablaremos después, muchos de los fieles de ambos sexos dieron su 
asentimiento por escrito. Lo que tenía que pasar, los Obispos lo habían 
previsto acertadamente, pues el Congreso Nacional rechazó el escrito 
propuesto, por unanimidad de sufragios con una sola excepción, y por el 
único motivo de que los Obispos carecían de personalidad jurídica, 
habían recurrido al Romano Pontífice y no querían reconocer las leyes 
nacionales.
19. Resolución de heroica resistencia pese a las amenazas de los gobernadores.
¿Qué
 más le quedaba por hacer a los Obispos sino manifestar que nada 
cambiarían en su manera propia de proceder y en la del pueblo, antes de 
que se suprimiesen las leyes injustas? Los gobernadores de los Estados, 
abusando de su poder y de la maravillosa paciencia de los ciudadanos, 
amenazaron al clero y al pueblo mexicano con cosas todavía más graves; 
pero ¿cómo era posible vencer y superar a hombres que estaban dispuestos
 a sufrir cualesquiera atropellos antes que se llegase a una transacción
 tal que sufriera detrimento la causa de la libertad católica?
20. Los sacerdotes fieles a la jerarquía sufren.
Los
 sacerdotes por su parte imitaron maravillosamente e hicieron suya la 
constancia de los obispos en medio de las mayores calamidades: los 
ejemplos egregios de virtudes que ellos nos han dado y de los cuales 
hemos recibido Nosotros grande consuelo los proponemos y los alabamos 
ante todo el universo católico “porque son dignos de ello” (Apoc. 3, 4).
 Y en este asunto, cuando pensamos que a pesar de que en México se han 
utilizado todos los artificios, y que todo el esfuerzo y todas las 
vejaciones de los adversarios se han dirigido principalmente a este 
punto, es decir, a que el clero y el pueblo se aparten de la jerarquía 
sagrada y de la Sede Apostólica, y que sin embargo de todos los 
sacerdotes, que pasan de cuatro mil, solamente uno u otro ha faltado a 
su obligación, no hay nada que no podamos esperar del clero mexicano. 
Pues estos ministros sagrados unidos estrechamente entre sí obedecieron 
reverente y libremente a los mandatos de sus obispos, aunque esto las 
más de las veces no podía hacerse sin grave perjuicio para ellos; ellos 
mismos, como no podían vivir de su sagrado ministerio y por otra parte 
como la Iglesia reducida a la pobreza no tenía con qué sustentarlos, 
debieron sobrellevar con paciencia y fortaleza la pobreza y la miseria.
21. La acción sacerdotal; se extreman las medidas.
Celebrar
 misa en privado; mirar por las necesidades espirituales de los fieles 
en la medida de sus fuerzas y fomentar y mantener el fuego de la piedad 
en todos fue la constante preocupación de ellos; y además con su 
ejemplo, con sus consejos y exhortaciones procuraban levantar la mente 
de los fieles hacia lo alto, y confirmar los ánimos para perseverar 
pacientemente. ¿Quién se admirará que la ira y la rabia de los enemigos 
se haya dirigido principalmente contra los sacerdotes? Pero ellos, 
siempre que fue necesario, no dudaron en sobrellevar con rostro sereno y
 con fortaleza de ánimo la cárcel y la misma muerte. Pues lo que se ha 
anunciado en los últimos días ha sobrepasado las mismas leyes injustas 
de que hemos hecho mención y sólo es compatible con la máxima impiedad; 
pues repentinamente se hace irrupción en las casas donde los sacerdotes 
están celebrando, y se viola irreverentemente la sagrada eucaristía, y 
los mismos sacerdotes son llevados a la cárcel. 
22. Los fieles también oponen resistencia.
Tampoco
 se hablará bastante de los esforzados fieles de México, los cuales 
entendieron muy bien cuánto les interesa a ellos que la nación católica 
en asuntos santísimos y gravísimos —cuales son el culto a Dios, la 
libertad de la Iglesia y la eterna salvación de las almas—, no dependa 
del arbitrio y la audacia de unos pocos, sino que sea regida por leyes 
justas, que estén conformes con el derecho natural, divino y 
eclesiástico y finalmente con la bondad de Dios. 
23. Ejemplar conducta de las asociaciones católicas.
Pero
 merecen una alabanza verdaderamente singular las asociaciones 
católicas, que en la presente situación vienen a ser como legiones que 
custodian al clero, pues sus socios, en cuanto de ellos depende, no 
solamente se preocupan de alimentar y sustentar a los sacerdotes, sino 
que también vigilan los templos, instruyen los niños en la doctrina 
cristiana, y como guardias procuran, avisando a los sacerdotes, que 
ninguno de ellos quede falto de la debida custodia. Esto en general: sin
 embargo, deseamos decir algo de las principales asociaciones para que 
cada una de ellas sepa que el Vicario de JESUCRISTO las aprueba y las 
alaba vehementemente.
24. La Asociación de los Padres de Familia, los Caballeros de Colón y Federación de defensa.
Y
 para venir a Nuestro propósito, la Sociedad de los Caballeros de Colón,
 la cual se extiende por toda la república, está formada afortunadamente
 por hombres activos y trabajadores, que por el manejo de los negocios, 
por la abierta profesión de fe y por el deseo de ayudar a la Iglesia son
 muy recomendables; y lleva adelante principalmente dos cosas, que en el
 tiempo presente son sumamente oportunas: Nos referimos a la asociación 
de padres de familia de toda la nación, los cuales se proponen no 
solamente educar cristianamente a sus hijos, sino también defender el 
derecho que los padres cristianos tienen de educar libremente a sus 
hijos, y puesto que ellos frecuentan las escuelas públicas, de 
enseñarles plena y debidamente la doctrina cristiana; Nos referimos 
también a la Federación para defender la libertad religiosa, fundada 
últimamente cuando se vio evidentemente que males enormes amenazaban al 
catolicismo. Esta Federación, extendida por toda la nación, tiene por 
objeto que sus socios trabajen asidua y concordemente para que de todos 
los católicos se forme un ejército ordenado e instruido que se oponga a 
los adversarios.
25. La Acción Católica de la Juventud y de las Madres.
No
 de otra manera que los Caballeros de Colón merecen de la Iglesia y de 
la patria otras dos asociaciones, las que tienen como objeto propio la 
llamada acción católica social: es decir la Sociedad Católica de la 
Juventud Mexicana y la Unión o Asociación Católica de Madres Mexicanas. 
Ambas sociedades, además de los intereses que les son propios, tienen 
cuidado de fomentar y ayudar las iniciativas de la Federación en defensa
 de la libertad religiosa, que antes hemos mencionado. Pero no podemos 
en este punto tratarlo todo detenidamente: una sola cosa deseamos 
referir, Venerables Hermanos, y es que todos los socios y socias de 
estas asociaciones de tal manera están libres del miedo, que no 
solamente no rehuyen sino que buscan los peligros y aún se alegran 
cuando deben sufrir alguna acerbidad de los enemigos. ¡Oh espectáculo 
hermosísimo, dado al mundo, a los ángeles y a los hombres! ¡Oh gesta que
 debe ser celebrada con la alabanza eterna! Pues como ya anteriormente 
hemos dicho, son muchos los caballeros de Colón o los directores de la 
Asociación o las madres de familia o los jóvenes, que han sido 
encarcelados, llevados por las calles rodeados de soldados, encerrados 
en cárceles inmundas, tratados duramente, colmados de penas y de multas.
26. Heroísmo de mártires de la juventud.
Más
 aún, Venerables Hermanos, aún de aquellos adolescentes y jóvenes hay 
algunos —y no podemos contener las lágrimas—, que llevando en las manos 
el Rosario, y aclamando a Cristo Rey, sufrieron espontáneamente la 
muerte; a nuestras jóvenes llevadas a la cárcel se las ha tratado con 
injurias indignísimas, esto se ha divulgado de intento para apartar a 
las demás de sus obligaciones. 
27. La Iglesia no sucumbirá como no sucumbió en el pasado.
Cuándo,
 Venerables Hermanos, Dios pondrá fin en su benignidad y moderación a 
estas calamidades nadie puede preverlo: pero esto es lo único que 
sabemos, que al fin algún día la Iglesia Mexicana descansará de esta 
tempestad calamitosa, porque, como nos lo dicen los divinos oráculos, 
“no hay sabiduría, no hay prudencia, no hay consejo contra Dios” (Prov. 
21, 30), y contra la Inmaculada Esposa de Cristo “no prevalecerán las 
puertas del infierno” (Mat. 16, 18). 
La
 Iglesia, que ha nacido para la inmortalidad, desde el día de 
Pentecostés, desde el cual fue enriquecida por las luces y los dones del
 Paráclito y salió por primera vez de su retiro del Cenáculo a la luz y a
 la fama de los hombres, ¿qué otra cosa hizo en este espacio de veinte 
siglos y entre todas las gentes sino a ejemplo de su Fundador pasó 
haciendo el bien? (Act. 10, 38). Estos beneficios de todo género 
debieron conciliar el amor de todos hacia la Iglesia; pero sucedió lo 
contrario, como, por lo demás, el mismo Divino Maestro lo había 
anunciado clarísimamente (Mat. 10, 17-25). Así pues, la navecilla de 
PEDRO unas veces con vientos favorables siguió su curso maravillosa y 
gloriosamente, pero otras veces pareció que iba a ser tragada por las 
olas y quedar totalmente sumergida: pero acaso ¿no está gobernada por 
aquel divino Piloto, quien en el tiempo oportuno calmará las iras de los
 vientos y de las olas? Las vejaciones con que es atormentado el nombre 
católico, Cristo que es el único que todo lo puede, manda que sirvan 
para la utilidad de la Iglesia: pues esto, según testimonio de HILARIO, 
es propio de la Iglesia, que entonces vence cuando es herida, entonces 
es entendida cuando es contradicha, y entonces triunfa cuando es 
abandonada (S. Hilario Pictaviense, De Trinitáte, 1ibro VII, n. 4 [Migne, Patrología Latina X, col. 202]).
28. Por prejuicios desconocen la magna obra civilizadora de la Iglesia en México.
Y
 si todos aquellos que en la República de México se ensañan contra sus 
hermanos y ciudadanos, los cuales no son reos de ningún crimen a no ser 
de guardar las leyes de Dios, considerasen las cosas de su patria con la
 mente libre de prejuicios y las meditasen atentamente, no podría menos 
de suceder que reconocieran y confesaran que cuanto hay en su patria de 
civilización y de cultura y de humanidad, cuanto de bueno, cuanto de 
bello, ha nacido sin duda ninguna de la Iglesia. Pues nadie ignora que 
desde el primer momento en que se organizó allí el cristianismo los 
sacerdotes, y principalmente los religiosos que actualmente son 
detenidos y tratados con tanta ingratitud y acerbidad, aunque impedidos 
por grandes dificultades, las cuales las creaban por una parte los 
colonos con su excesivo deseo del oro, y por otra parte los indígenas 
todavía fieros, sin embargo con gran trabajo consiguieron que no 
solamente el esplendor del culto divino y los beneficios de la fe 
católica, sino también las obras y las instituciones de caridad y 
finalmente los colegios y las escuelas para enseñar las letras a los 
indígenas y para cultivar las disciplinas sagradas y profanas y las 
artes liberales y los oficios, abundaran en aquella extensa región. 
EPÍLOGO
29. Oración a la Virgen de Guadalupe por la paz religiosa de México.
No
 queda más, Venerables Hermanos, sino que imploremos y roguemos a 
Nuestra Señora de Guadalupe, celeste patrona de la nación mexicana, que 
quiera, que borradas las injurias que a ella misma se le han inferido, 
restituya a su pueblo los dones de la paz y de la concordia. Pero si por
 el secreto designio de Dios, aquel día tan deseado todavía estuviera 
lejos, llene los ánimos de los fieles mexicanos de todos los consuelos y
 los fortalezca para luchar por la libertad de la Religión que profesan.
30. Bendición Apostólica.
Entre
 tanto, como prenda y auspicio de las gracias y de Nuestra benevolencia 
paterna, a vosotros, Venerables Hermanos, a aquellos principalmente que 
dirigen las Diócesis mexicanas, al clero y a todo vuestro pueblo, os 
damos con amor la Bendición Apostólica.
Dado en Roma, en San Pedro, el día 18 del mes de Noviembre del año 1926, quinto de Nuestro Pontificado. PÍO PAPA XI.


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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)