Triduo
 dispuesto por el P. Fray Miguel Diaz de Vivar, Lector de Sagrada 
Escritura, Predicador Conventual y Comisario del Santísimo Rosario del 
Convento de N. P. S. Domingo de Guadalajara, y publicado en esta ciudad 
en 1833.
AL CRISTIANO
En
 un siglo en el que, como en el nuestro, los delirios de una razón 
extraviada han querido usurparse el nombre de filosofía; en un tiempo de
 tinieblas, en el que los pretendidos iluminados han llegado a 
embrutecerse hasta el extremo de no contar en sus investigaciones con la
 causa primordial, que es Dios; no es extraño que muchos quieran 
encontrar exclusivamente el principio de la terrorosa epidemia que nos 
aflige en causas puramente naturales. Pero mientras los referidos 
filósofos pesan el aire de la atmósfera, y quieren que su rareza o 
densidad sea el primer origen de una muerte violenta y amenazadora: y 
mientras apoyados en tan débiles fundamentos se atreven a aventurar los 
más ridículos pronósticos, ya asignando los momentos de las creces y 
decrementos de la enfermedad; ya tasando proféticatnente el número 
diario de enfermos y muertos, y ya asegurando con el tono más decisivo 
(hasta llegar a comprometer temerarias apuestas) cuál debe ser 
precisamente el día de la total terminación de la peste; si, entre tanto
 la religión profesora de una filosofía tan cierta como divina nos 
demuestra a
la Divinidad como al árbitro supremo de los
acaecimientos; y nos asegura que la vida y
la muerte depende exclusivamente de la mano del Señor. De aquí es que el
 hombre religioso sabe muy bien que en el orden de
las causas naturales estaban comprehendidas las aguas del diluvio; pero 
con ellas el Señor, excepcionando a solas ocho almas,
destruyó al resto del universo corrompido: sabe el cristiano, 
igualmente, que muy natural fue el fuego que vengó a la justicia divina 
de los crímenes de la infame Pentápolis; y sabe finalmente que en el 
orden de las
causas naturales estaban las plagas que milagrosamente aterrorizaron al 
Egipto, las
serpientes venenosas que castigaron al rebelde Israel, y generalmente 
todos los males
que por experiencia solo aparecen en el globo cuando reina la iniquidad y
 se multiplican nuestros pecados. Y para contraernos
al presente horroroso mal de la cholera morbus, ¿qué veemos en él
 sino el brazo irritado de Dios, que ha querido marcar nuestro castigo 
hasta con el nombre de su cólera provocada? ¿Qué nos dicen esos 
centenares de
muertos, arrebatados de ante nuestros ojos
de la noche a la mañana, sino que el Ángel del exterminio vibra sobre 
nosotros su espada vengadora? ¿Qué nos dice el atolondramiento de los 
facultativos, y la ineficacia de
los antídotos medicinales; sino que debemos
solicitar el remedio y la curación de mano
más atinada que de la de los hombres? Ea
pues, y así como los Israelitas heridos por
las serpientes del desierto sanaban levantando los ojos a la serpiente 
de Moisés; así
nosotros elevemos nuestro corazón a Jesús
Crucificado: «pues así como Moisés exaltó a
la serpiente en el desierto, así convierte que sea
exaltado el Hijo de Dios, para que el que pone en él los ojos de una fe 
viva no perezca; sino adquiera la vida eterna». Con este designio te 
presento (cristiano amigo) este Triduo: sé bien
que hay otros, y llenos de unción, pero entiendo que no te será inútil 
el mío, pues su
novedad te excitará más y más a dirigirte a
tu Dios, y a hacerle escuchar los afectos fervorosos con que quiere que 
imploremos su
paternal clemencia. Está por demás decirte,
que la mejor preparación es una detestación
sincera de tus extravíos; y no dudes hallar
remedio, si esta disposición va coronada con la confesión y comunión 
sacramental. VALE.
TRIDUO DEVOTO A CRISTO CRUCIFICADO PARA IMPLORAR SU CLEMENCIA CONTRA LOS HORRORES DE LA PESTE
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠
 Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu 
Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor
 mío Jesucristo, Creador del cielo, y de la tierra, Rey de reyes, y 
Señor de todo los que dominan; Tú que de la nada me hiciste a tu imagen y
 semejanza y me redimiste con tu preciosa Sangre; Tú, a quien yo, 
pecador miserable, no soy digno de nombrar, ni de invocar, ni de abrigar
 tu divina idea en mi inmundo corazón: a Ti, dulce Jesús mío, 
eficazmente suplico, y ruego humildemente, que te dignes dar una mirada 
de clemencia sobre mí el más malo de todas tus criaturas. ¿Y cómo 
podría, ¡oh amable Salvador mío!, como podría desconfiar de tu 
misericordia, pues sé que eres el mismo que te apiadaste de la Cananea y
 de María Magdalena, el que perdonaste al publicano, y diste el Paraíso 
al ladrón que pendía de una cruz? A Ti, ¡oh Padre piadosísimo!, confieso
 mis pecados, que, aunque quisiera ocultar, no podría hacerlo, a Ti, 
Dios mío, ante quien tuve el atrevimiento de cometerlos. Perdóname, ¡oh 
ungido de Dios!, perdóname, pues Tú eres a quien he ofendido mucho con 
mis pensamientos, con mis palabras, con mis obras, con todas las 
acciones pecaminosas con las que yo, frágil hombre, miserable pecador, 
pude añadir culpas sobre culpas e iniquidades sobre iniquidades. Por lo 
misino ruego a tu clemencia, a Ti que descendiste de los cielos por mi 
salvación; a Ti que a David diste la mano para que se levantara de su 
caída; aTti vengo sinceramente arrepentido. ¡Perdóname, oh Señor! 
¡Perdóname, oh Cristo, pues no negaste el perdón a Pedro que te había 
negado! Tú eres mi Creador, mi Redentor, mi Señor, mi Salvador, mi Rey y
 mi Dios. Tú eres mi esperanza y mi confianza, Tú mi dirección y mi 
auxilio, Tú mi consuelo y mi fortaleza, Tú mi defensa y mi libertad, Tú 
eres mi vida, mi salud, mi resurrección, mi luz, mi deseo, mi ayuda y mi
 patrocinio. A Ti, oh Jesús mío, suplico y ruego que me ayudes y seré 
salvo; gobiérname, defiéndeme, confórtame, consuélame, fija mis 
vacilantes resoluciones, alégrame, ilumíname y visítame. Resucita a este
 pecador muerto por la culpa, pues soy hechura tuya y obra de tus manos.
 No me desprecies, Señor, mira que soy tu esclavo, aunque malo, aunque 
indigno y pecador, mira que, aunque sea lo que soy, siempre soy tuyo, 
pues estoy marcado con la Sangre que por mi remedio derramaste. ¿A quién
 me refugiaré si no vengo a Ti? Si Tú me arrojas, ¿quién podrá darme 
asilo? Si Tú me desprecias, ¿quién me acogerá? Así, Dios mío, 
reconóceme, pues busco tu clemencia: si soy vil e inmundo, Tú puedes 
purificarme; si soy ciego, Tú me puedes iluminar; si estoy enfermo, Tú 
me puedes sanar; si estoy muerto y sepultado en mis iniquidades, Tú 
puedes resucitarme; porque tu misericordia es mayor que mi miseria; y sé
 bien que eres más poderoso para perdonar, que yo débil para delinquir. 
No me desprecies, Señor, ni atiendas a la multitud de mis iniquidades; 
sino, antes bien, según la multitud de tus misericordias, ten 
misericordia de mí, y sé propicio conmigo, que soy el más grande 
pecador. Clemencia, mi Padre, misericordia, mi Dios, perdón, mi 
Salvador, y por tu Sangre preciosa, por tu Pasión y muerte de cruz, 
conduce mis ideas, y mis resoluciones a una verdadera penitencia, a una 
sincera y dolorosa confesión, y a una digna satisfacción de todos mis 
pecados. Amén.
DÍA PRIMERO
¡Oh
 buen Jesús! Oh Piadosísimo Jesús, Dulcísimo Jesús, oh Jesús hijo de 
María Virgen, lleno de misericordia y de piedad: ¡Oh dulce Jesús!, ten 
piedad de mí según tu grande misericordia! ¡Oh Jesús Clementísimo! Yo te
 ruego, por la Sangre preciosísima que quisiste derramar por los 
pecadores, que laves todas mis iniquidades, vuelvas tus divinos ojos a 
este pecador indigno y miserable que pide humilde el perdón, e invoca tu
 santo nombre de Jesús. ¡Oh nombre de Jesús, nombre dulce! ¡Oh nombre de
 Jesús! Nombre lleno de deleites, oh nombre de Jesús, nombre que 
conforta; porque ¿qué otra cosa es Jesús sino Salvador? Así, ¡oh dulce 
Jesús!, por tu santo nombre, sé para mí Jesús y sálvame; no permitas que
 se condene pues aquel a quien tu mano creó de la nada. Oh buen Jesús, 
no me pierda mi iniquidad, pues soy el mismo a quien hizo tu omnipotente
 bondad. ¡Oh dulce Jesús!, reconoce en mí lo que es tuyo; y quita lo que
 es ajeno. ¡Oh benignísimo Jesús!, ten piedad de mí ahora que todavía es
 tiempo de misericordia, no me condenes cuando llegue el formidable 
tiempo de tu juicio. ¿Qué utilidad habré sacado de tu preciosa Sangre, 
si soy entregado a la eterna corrupción? Mira, Señor Jesús, que no son 
los muertos, ni los que descienden al infierno los que han de pronunciar
 tus alabanzas. ¡Oh amantísimo Jesús! ¡Oh Jesús miles de veces deseado, 
oh mansísimo Jesús! Oh Jesús, Jesús, Jesús, admíteme a entrar en el 
número de tus escogidos. ¡Oh Jesús, salud de los que creen en Ti! Oh 
Jesús, consuelo de los que se refugian a Ti! ¡Oh Jesús, dulce remisión 
de todos los pecadores! Oh Jesús, hijo de María Virgen, infúndeme tu 
gracia, tu sabiduría, tu caridad, tu humildad; para que pueda amarte 
perfectamente, alabarte, gozarte, servirte, y gloriarme en Ti: lo cual 
pido también para todos los que invocan tu santo nombre, que es Jesús. 
Amén.
ADORACIONES
Oh
 Señor Jesucristo, yo te adoro pendiente en la Cruz, portando en tu 
cabeza la Corona de Espinas. Te ruego que por tu Cruz me libres
del ángel castigador. Amén.
Padre nuestro y Ave María.
   
Oh
 Señor Jesucristo, yo te adoro llagado en la Cruz, recibiendo para beber
 hiel y vinagre. Te ruego que tus llagas sean el remedio de mi 
alma.  Amén.
Padre nuestro y Ave María.
   
Oh
 Señor Jesucristo, te ruego por la amargura de tu Pasión, que por 
mí, misérimo pecador, padecísteis en la Cruz, sobre todo en la hora 
cuando tu Alma santísima salió de tu benditísimo Cuerpo, ten
 piedad de mi alma cuando abandone mi cuerpo, y condúcela a la vida 
eterna.  Amén.
Padre nuestro y Ave María.
   
Oh
 Señor Jesucristo, yo te adoro descendiendo a los Infiernos, para 
liberar a los que allí estaban cautivos. Te suplico que no permitas que
 entre a padecer en ese lugar.  Amén.
Padre nuestro y Ave María.
   
Oh
 Señor Jesucristo, yo te adoro yacente en el Sepulcro, ungido con mirra y
 especies aromáticas. Te  ruego que tu muerte sea mi vida.  Amén.
Padre nuestro y Ave María. 
   
Oh
 Señor Jesucristo, yo te adoro resurgiendo de la muerte, ascendiendo a 
los Cielos, y sentado a la diestra de Dios Padre. Te pido que tengas 
misericordia de mí, para que sea digno de seguirte y de estar contigo.  
Amén.
Padre nuestro y Ave María. 
   
Oh
 Señor Jesucristo, Buen Pastor, que conservas a los justos y 
justificas a los pecadores, ten piedad de todos los fieles, y sé
propicio conmigo, miserable e indigno pecador.  Amén.
Padre nuestro y Ave María. 
Elevemos ahora el corazón hasta el solio del Señor, y presentándole nuestras necesidades impetremos el socorro deseado.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
A
 Ti, ¡oh Padre clementísimo!, a Ti dirigimos nuestras oraciones y 
gemidos, para que nos libres de esta plaga pestífera y funesta con que 
estamos afligidos, y que nos ha llenado de luto y desolación. En medio 
de tu grande ira, acuérdate de tus misericordias, y quita propicio el 
mal desolador epidémico que tu indignación ha difundido entre nosotros 
por nuestros vicios y deméritos. Manda ya al ángel tuyo que nos hiere 
que vuelva a la vaina la espada vengadora, no sea que siga hiriéndonos 
hasta exterminarnos. Perdona a nuestras almas, y no nos concluyas con la
 peste. Vuelve hacia nosotros, vuélvete hacia nosotros, Señor, y permite
 que estos tus siervos te dirijan y Tú oigas sus deprecaciones. Basta 
ya, Dios mío, cese ahora mismo tu mano de castigarnos, según merecen 
nuestros pecados, porque tu eres nuestro Dios, que con el Padre y el 
Espíritu Santo, vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Tres salves a María Santísima.
ORACIÓN
¡Oh
 María, Madre de Dios y Virgen llena de gracia! Verdadera consolación de
 todos los atribulados que claman a ti: por aquel gozo inefable que te 
llenó de consuelo cuando conociste que mi Señor Jesucristo había 
resucitado impasible de entre los muertos al tercer día: yo te ruego que
 en esta calamidad seas el consuelo de mi alma, e intercedas también por
 mí con tu Santísimo Hijo el Unigénito de Dios, cuando en el día 
novísimo haya de resucitar y vaya a dar cuenta de todas y cada una de 
mis operaciones: entonces, oh piadosa Virgen María, dígnate ayudarme, 
para que por tu medio pueda evitar la sentencia de perpetua condenación,
 y merezca con los escogidos de Dios llegar felizmente a los eternos 
gozos de la gloria. Amén.
 
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO
Por la señal...
Acto de contrición.
¡Oh
 buen Jesús! ¡Oh amable Salvador mío! ¡Oh dulce Jesús! o único auxilio 
mío! he aquí que yo el más pobre de todos los mortales, vengo á ti, y me
 postro ante los pies de tu piedad, solicitando humildemente, que te 
dignes perdonarme. ¡Oh dulce Jesús! en remisión de mis pecados te 
ofrezco tu inmensa, caridad, la misma por la cual no te desdeñaste 
hacerte hombre, y entregarte por espacio de treinta y tres años a 
numerables trabajos y persecuciones. Yo te ofrezco en cumplida 
satisfacción de mis delitos la angustia, el sudor, la sangre, las 
injurias, las blasfemias, los azotes y los tormentos, que en la noche de
 tu pasión sufriste en el huerto y en las casas de Anás y de Caifás. Yo 
te ofrezco la humildad y la paciencia que manifestaste, cuando los 
satélites de Satanás te azotaban atado a la columna; cuando te coronaban
 de espinas; cuando te cubrían de una purpura andrajosa, como á rey de 
burlas; cuando te escarnecían con mofadoras salutaciones; y arrojaban 
inmundas salivas a tu rostro, y herían con una caña tu sagrada cabeza. 
Yo te ofrezco la debilidad y languidez de tu afligido cuerpo; tus 
sangrientas huellas y el peso grave de la cruz, que tomaste por mi amor 
sobre tus hombros. Dulce Jesús, yo te ofrezco por paga de mis pecados 
los dolores, que padeciste, cuando los sayones arrancaron con cruel 
violencia de tu cuerpo la túnica que por la sangre cuajada estaba unida 
fuertemente la carne y a los huesos: y te ofrezco los dolores que 
sufriste cuando con duros clavo y con dolorosa violencia permitiste que 
de manos y pies te enclavaran en la Cruz. Clementísimo Jesús, yo te 
ofrezco la mansedumbre, con quo sufriste los insultos y oprobrios de los
 impíos, que te escarnecían, cuando estabas pendiente en la Cruz. Yo te 
ofrezco la intolerable sed, con que allí eras afligido; todas y cada una
 de las gotas de tu preciosa sangre; aquellos horrendos tormentos que 
padeciste, cuando hecho presa de las aflicciones, de los martirios y 
dolores destituido de todo consuelo interior y exterior; desamparado de 
Dios y de los hombres; fijado miserablemente en un patíbulo dé infamia; 
estabas pendiente entre el cielo y la tierra en medio de dos pésimos 
malhechores. Yo te ofrezco aquella humildad y reverencia con que 
inclinada la cabeza encomendabas al Padre tu espíritu. Yo te ofrezco 
aquella sangre y agua, que manó de tu costado abierto por la lanza del 
soldado. Todo esto te ofrezco, dulce Jesús mío, y por todo te doy las 
gracias que puedo; rogándote humildemente que me condones mis pecados; 
que quites la culpa y la pena; que, purifiques mi alma de todas las 
reliquias de mis crímenes, y finalmente la guíes a la vida eterna, donde
 con el Padre, y el Espíritu Santo, vives por todo los siglos. Amén.
Continuemos con las Adoraciones, la Oración “A Ti, ¡oh Padre clementísimo!”, las tres Salves a la Santísima Virgen y la Oración “¡Oh María, Madre de Dios y Virgen llena de gracia!”.
DÍA TERCERO
Por la señal...
Acto de contrición.
    
¡Oh
 buen Jesús! ¡Oh dulce Salvador mío! ¡Oh ungido de Dios! ¡Oh amable 
Redentor de los hombres! Oh Señor del universo, bajo cuya potestad están
 sujetos todos los acaecimientos; cuya diestra maneja la espada que nos 
hiere, y aplica el bálsamo que sana nuestras heridas; y de cuyo arbitrio
 todo desprende sin que haya quien pueda resistir ni hacer ilusorias las
 disposiciones de tu soberana voluntad. Tú, Jesús de mi amor, que por 
hacerme salvo y libertarme de la eterna muerte te dignaste nacer, morir y
 resucitar: por el misterio de tu sacratísimo cuerpo y por tus cinco 
llagas, y por la efusión de tu preciosa Sangre, ten misericordia de 
nosotros, cuanto conoces que es necesario a nuestras almas, y a nuestros
 cuerpos: libranos de la potestad del demonio, y de todo lo que sabes 
que nos angustia y aflige: consérvanos en tu santo servicio; 
corrobóranos en la virtud; y danos verdadera enmienda, y espacio de 
digna penitencia. Tu Sangre preciosa, ¡oh Señor mío Jesucristo!, tu 
Sangre preciosa por nosotros derramada me sea en remisión de mis 
delitos, e ignorancia en robustez y aumento y conservación de la fe, de 
la esperanza y de la caridad; de las gracias y de las virtudes; en 
cautela de la vida; en adopción de la gloria eterna; en paz de la 
Iglesia; salud y acierto a todos sus pastores; perseverancia a los 
justos; conversión de los pecadores; en luz de los gentiles y herejes; 
en paz a las familias y al Estado; y en descanso a todos los fieles 
difuntos para que todos con tus santos merezcamos gozarte en la gloria. 
Amén.
Continuemos
 con las Adoraciones, la Oración “A Ti, ¡oh Padre clementísimo!”, las 
tres Salves a la Santísima Virgen y la Oración “¡Oh María, Madre de Dios
 y Virgen llena de gracia!”.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)