«“Todo cuanto tiene el Padre es mío; por esto os he dicho que tomará de lo mío y os lo hará conocer”. (Jn. 16, 15) Por el hecho mismo de que los judíos rechazan a Nuestro Señor, por el hecho mismo de que los musulmanes no reconocen la divinidad de Nuestro Señor, ni unos ni otros adoran al mismo Dios que nosotros. Desde el momento en que se rechaza a la Santísima Trinidad, se rechaza a Dios. Nuestro Señor no está separado del Padre. Al negar a Jesucristo ya no se adora al verdadero Dios».
Nuestro Señor está aquí en igualdad con el Padre: ‘Todo cuanto tiene el Padre es mío’ y, por consiguiente, lo que el Padre le hace decir al Espíritu Santo, todo esto también viene de mí. El Espíritu Santo recibirá de lo mío. Es la unión íntima del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La Santísima Trinidad es el gran misterio. Es la afirmación de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y de la indisolubilidad de la Santísima Trinidad.
No podemos dejar de profesar nuestra fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, ni podemos separar a una Persona de otra (por ejemplo, profesar únicamente al Padre), porque las tres Personas son consubstanciales. San Juan dice también muy bien en sus epístolas: ‘El que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre’. En nuestra fe no se puede separar a las Personas de la Santísima Trinidad.
Por eso no se puede decir, como se oye a menudo, que tenemos el mismo Dios que los judíos y musulmanes. Con frecuencia se habla de las ‘tres grandes religiones monoteístas’, poniéndolas en pie de igualdad, ¡como si adorásemos al mismo Dios!
Mons. MARCEL LEFEBVRE. El misterio de Nuestro Señor Jesucristo.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)