MEDITACIONES PARA LA CUARESMA
        Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. André Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus). Segundo tomo: desde el Domingo de Septuagésima hasta el Segundo Domingo después de Pascua. Segunda Edición argentina, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1962.
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE   
Meditaremos mañana un segundo motivo de contrición, y es el sumo 
desagrado que causan a Dios: 1° El pecado venial; 2° El pecado mortal. 
—Tomaremos en seguida la resolución: 1º De evitar con gran cuidado las 
menores faltas veniales voluntarias, puesto que Dios les tiene tan 
grande horror; 2° De llorar todos los días de nuestra vida los pecados 
mortales que hemos tenido la desgracia de comete en lo pasado. Sacaremos
 como ramillete espiritual las palabras del Salmista: “Mi pecado está 
siempre presente en mi pensamiento”. 
       
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA 
      
Prosternémonos con temblor delante de la justicia de Dios, detestando el
 pecado con un odio implacable. ¡Oh Dios!, vuestra Justicia es más 
elevada que las montañas y más profunda que los abismos; sobrepuja a 
todo pensamiento. La adoro sin comprenderla; pero al mismo tiempo la 
amo, porque en Vos todo es amable. ¡Alabado y bendito seáis en vuestra 
justicia, como en vuestra bondad! 
PUNTO PRIMERO - CÓMO EL PECADO, EN CUANTO ES OFENSA DE DIOS, ES DIGNO DE TODAS NUESTRAS LÁGRIMAS 
Dios aborrece tanto el pecado venial, que en la otra vida lo castiga con
 penas que en la eternidad, casi son una especie de infierno, y cierra 
las puertas de su paraíso a almas queridas y amigas, hasta completar la 
expiación de las menores faltas. Lo aborrece a menudo con espantosas 
penas. La mujer de Lot se permitió una curiosidad inconsiderada, y en el
 acto fue herida de muerte. Un hombre es sorprendido recogiendo leña en 
día Sábado: “Sea lapidado y muera”, dice el Señor. Moisés concibe una 
ligera desconfianza de Dios: no entrará en la tierra prometida que había
 merecido ver por cuarenta años de servicios. Un profeta por 
complacencia, se queda un poco más de lo necesario donde lo habían 
enviado: un león sale de la selva y lo mata. David, por una secreta 
vanidad, hace levantar el censo de su pueblo: setenta mil hombres mueren
 de peste. ¡Oh Dios! ¿Qué es pecado venial delante de vuestra santidad 
infinita? ¡Cuán amargamente debemos llorar un mal que tanto os 
desagrada, y cuan justo es llevar, cada vez que vamos al santo tribunal,
 una viva contrición, acompañada de un firme propósito de corregirnos! 
¿Es así cómo lo hacemos? 
PUNTO SEGUNDO - CUÁNTO DEBEMOS LLORAR EL PECADO MORTAL, PORQUE DESAGRADA SUMAMENTE A DIOS 
Cuando reflexionamos en los horrores del infierno, y consideramos que 
los que allí sufren tan increíbles tormentos eran hijos de Dios muy 
amados, y por quienes había dado toda su sangre, y que un sólo pecado 
mortal, convirtiendo tanto amor en un odio implacable, hará cargar sobre
 ellos, durante la eternidad, todo el peso de sus divinas venganzas, nos
 llenamos de estupor y exclamamos: “¡Cuánto os desagrada el pecado 
mortal! ¡Oh Dios mío! ¡Y con cuánto odio lo perseguís! Si del infierno 
levantamos el pensamiento al cielo, ¿Qué vemos? Lugares vacíos que antes
 ocupaban los ángeles, espíritus puros, brillantes y de una admirable 
belleza, revestidos de las más magníficas perfecciones, obra maestra de 
las manos de Dios. Un día se dejaron llevar por un pensamiento de 
orgullo, y al instante pronunció Dios contra ellos un decreto aterrador.
 Pero, Señor, si Vos los perdonáis, ellos os alabarán por toda la 
eternidad; y si los precipitáis en el infierno, blasfemarán de Vos 
siempre y arrastrarán a la condenación eterna a millones de hombres. 
—¡No importa! ¡Caigan al abismo! Pero no han cometido más que un solo 
pecado; es su primera falta, y aún no es más que pecado de pensamiento. 
—¡No importa! ¡Caigan al abismo! ¡Oh santidad de mi Dios, qué implacable
 es vuestro odio contra el pecado! Pero si así castigáis a los espíritus
 de vuestra corte, ¿Qué no debo temer yo el último de vuestros siervos, 
culpable de mil traiciones, yo que he pecado, no una vez y por 
pensamientos, sino millones de veces con todos mis sentidos, con todos 
los miembros de mi cuerpo, con todas las potencias de mi alma contra la 
mayor parte de vuestros mandamientos?”. Del cielo, despoblado así de una
 parte de sus habitantes, bajo al paraíso terrenal y veo allí el lugar 
que ocupaba Adán inocente. Un día tuvo la desgracia de ceder a una 
intemperancia, que en apariencia parece muy ligera: Comió un fruto 
contra la prohibición de Dios y en el acto perdió todas las gracias de 
su primer estado: Fue condenado a toda suerte de males, a la muerte 
misma, y no solamente él, sino también toda su posteridad. Todos los 
hombres hasta el fin del mundo, serán condenados a innumerables 
miserias, a la guerra, a la peste, al hambre, a las tempestades, a la 
ignorancia, a la concupiscencia; todos también habrían sido condenados 
para siempre sin la misericordia gratuita que nos ha rescatado. “¡Gran 
Dios, cuántos castigos a la vez por un solo pecado! Si, un solo pecado 
os ha desagradado hasta determinaros a echar tantas calamidades en el 
mundo, ¿Qué será de mis innumerables pecados? ¿Podré jamás llorarlos lo 
bastante y concebir de ellos una viva contrición?” Sin embargo, Dios 
mío, no es ahí donde se muestra en toda su intensidad el odio que tenéis
 al pecado. Tomo en la mano mi crucifijo y me digo: “Este, cuya imagen 
contemplo, era el Hijo único y muy amado de Dios; era Dios: pero, porque
 tomó sobre Sí la sombra del pecado, el Padre celestial descargó sobre 
Él todo el peso de su indignación; lo entregó a los más crueles 
tormentos, a las ignominias más espantosas, a la muerte, y muerte de 
Cruz. ¡Oh pecado, qué terrible eres delante de Dios! ¡Cuánto debo sentir
 y llorar el mal que he hecho, dejándote entrar en mi corazón! Si por la
 sola apariencia del pecado, Dios trató así a su propio Hijo, ¿Cómo por 
tantos pecados reales, tratará a un súbdito rebelde y despreciable como 
yo? Si el leño que no debía ser quemado pasó por tal hoguera, ¿Qué será 
del leño seco y a propósito para el fuego?” He ahí el motivo más 
poderoso de llorar el pecado y de concebir de él una amarga contrición. 
 

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)