Tomado de EL PERÚ NECESITA DE FÁTIMA
«Santa
 activa, audaz, sin desfallecimientos, siempre unida a Dios y confiada 
en el Corazón de Jesús, alma de cruzado y corazón compadecido con todas 
las desgracias» [1]
  
Así la describió el Papa Pío XII: «Heroína
 de los tiempos modernos […] imagen de la mujer fuerte, conquistadora 
del mundo, con pasos audaces y heroicos a través del curso de su vida 
mortal» [2].
María
 Francisca, hija de Agustín Cabrini, fue la menor de una familia de 
trece hijos. Su madre tenía ¡52 años! cuando abrió sus ojos 
prematuramente en Sant’Angelo Lodigiano, en Lombardía (Italia), el 15 de
 julio de 1850. Nació menuda, frágil y de aspecto tan enfermizo, que la 
llevaron inmediatamente a la iglesia para que la bautizaran por miedo de
 que falleciera pagana.
“Cecchina”, como la llamaban en casa, a pesar de débil y enfermiza, crecía con una sólida piedad. «Siendo muy niña, aprendió a amar la oración, siguiendo el espléndido ejemplo de sus padres, hermanos y hermanas» [3]. Fue confirmada a los siete años y recibió la primera comunión a los diez. A los 11 hizo voto de castidad.
Cuando
 terminaba el trabajo en su pequeña propiedad rural, Agustín tenía el 
hábito de reunir a su numerosa prole en la gran cocina y leer un libro 
de piedad. Frecuentemente leía las aventuras de los misioneros por el 
mundo. Cecchina oía con mucha atención, abrasada por el deseo de algún 
día ser también misionera.
A
 los 13 años de edad ingresó en una escuela dirigida por las Hijas del 
Sagrado Corazón, donde estudió cinco años, graduándose como maestra. A 
esa altura, con 18 años, pidió su admisión entre aquellas religiosas, 
pero no fue aceptada a causa de su frágil salud.
Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón
Comenzó
 entonces a dar lecciones de Catecismo a los niños. En 1874 fue llamada 
para reorganizar un orfanato muy mal dirigido en Cadogno. Más tarde, el 
obispo de Lodi, reconociendo sus extraordinarias cualidades morales, 
intelectuales y administrativas, le dijo un día: «Queréis
 ser misionera. El tiempo está pronto. No conozco ninguna comunidad de 
hermanas misioneras. Por lo tanto, debéis fundar una». Francisca apenas respondió: «Voy a conseguir una casa».
 Y el 14 de noviembre de 1880, con siete compañeras, tomó posesión de un
 antiguo convento franciscano abandonado, colocando en su puerta el 
letrero: Instituto de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón. 
Estaba fundada su obra. Como patronos del nuevo instituto Francisca 
escogió a San Francisco de Sales y a San Francisco Javier [4].
El
 nuevo instituto creció rápidamente y en pocos años poseía casas en toda
 Italia. La Madre Cabrini pensó entonces en fundar una en la capital de 
la Cristiandad. Pero el cardenal vicario de la Santa Sede le respondió: «¡Cómo! ¿Una comunidad fundada hace apenas siete años quiere establecerse en Roma y ser aprobada? ¡Eso es demasiado!».
 Santa Francisca no se desanimó. Y poco después el mismo cardenal la 
autorizaba a abrir no una, sino dos casas en la Ciudad Eterna. León XIII
 la animó a proseguir con sus fundaciones y le recomendó que, en lugar 
de ir al Oriente como pedía, debía hacerlo a Occidente.
Sucedió
 entonces que el obispo de Piacenza, Mons. Juan Batista Scalabrini, 
muerto en olor de santidad, había fundado justamente la Congregación de 
San Carlos Borromeo, para atender a los miles de inmigrantes italianos 
que se dirigían al Nuevo Mundo. Y persuadió a la Madre Cabrini a unirse a
 su obra, secundando a los misioneros.
«Casi
 a los 40 años de edad, comienza aquella serie ininterrumpida de viajes,
 realizados con el entusiasmo y ardor que la hacían escribir, al surcar 
las aguas del mar Caribe, esta frase digna de un nuevo Alejandro: “El 
mundo me parece muy pequeño, y no descansaré hasta que sobre mi 
Instituto no se ponga el sol”» [5].
Santa
 Francisca con seis monjas desembarcaron en Nueva York el 31 de marzo de
 1889, en la primera aventura de una larga epopeya. En poco tiempo, a 
pesar de su extrema pobreza y de toda clase de dificultades, fundaron un
 orfanato. Para alimentar al creciente número de huérfanos que a él 
acudían, las monjas tenían que salir a las calles a pedir donaciones de 
ropa, alimentos o dinero.
«Todo lo puedo en aquel que me conforta»
Haciendo suyas las palabras de San Pablo «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Fil 4, 13), la Madre Cabrini abrió jardines de infancia, escuelas, colegios, hospitales y clínicas para inmigrantes pobres.
En
 poco tiempo, con una energía insospechada en aquel cuerpo pequeño y 
frágil, estableció casas en Argentina, Brasil, España, Francia, 
Inglaterra y Nicaragua.
En
 1909, al considerarlo ventajoso para su instituto, Santa Francisca 
Javier se hizo ciudadana de los Estados Unidos a los 59 años de edad. «Ella
 entendió la mentalidad norteamericana y, de otro lado, los americanos, 
en su admiración por la completa dedicación de la “pequeña hermana” al 
trabajo de Dios, la asistieron generosamente» [6].
El
 22 de diciembre de 1917, con 67 años de edad, la Madre Cabrini falleció
 repentinamente en el hospital que había fundado en Chicago, a 
consecuencia de una recaída de la malaria contraída en el Brasil.
Poco
 después de su muerte comenzó la fama de su santidad. Todos querían su 
beatificación. Pero sucedió que, de acuerdo con el canon 2101 del 
antiguo Código de Derecho Canónico, debían transcurrir 50 años después 
del fallecimiento del Siervo de Dios antes que se examinase la 
heroicidad de sus virtudes. Pío XI, que había conocido a la Madre 
Cabrini, concedió la dispensa necesaria. Así, el 21 de noviembre de 
1937, Francisca Javier fue declarada venerable y, al año siguiente, el 
13 de noviembre de 1938, se convirtió en la primera ciudadana 
norteamericana en ser beatificada. Como los milagros por su intercesión 
continuaban, fue canonizada el 7 de julio de 1946, apenas 29 años 
después de su muerte, y declarada Patrona de los Inmigrantes.
«Cartas que respiran llamas de amor»
En
 sus largos viajes marítimos, Santa Francisca Javier aprovechaba el 
tiempo para escribir a sus hijas que se habían quedado en Italia o en 
alguna de las casas del Instituto esparcidas por el mundo. Estas cartas 
son su testamento espiritual. En ellas se refleja su alma pura y sin 
mancha, llena de alegría y sentido común, pero sobre todo de espíritu 
sobrenatural y celo por la salvación de las almas.
El P. Octavio Turchi S.J., que hizo la introducción a sus cartas, exclama: «El
 primer grito oído en estas páginas es la voz de un apóstol, que ansía 
ganar almas para el Corazón de Jesús. Son cartas que respiran llamas de 
amor» [7].
El
 mayor apostolado que la Madre Cabrini hacía en sus viajes era el de 
presencia, atrayendo a todos por su bondad, afabilidad y espíritu 
sobrenatural. Ella no estaba contagiada de la mentalidad moderna, por la
 cual el religioso debe vivir como todo el mundo para supuestamente 
conquistar a todos. Al contrario, se esmeraba en vivir como virgen 
consagrada y no como persona del mundo.
Con
 las religiosas que la acompañaban en sus viajes marítimos, procuraba 
llevar la vida del convento, rezando el oficio y novenas, cantando 
himnos en alabanza de la Santísima Virgen. Lo cual llamaba mucho la 
atención de los otros pasajeros, que las tenían en gran estima, como 
ella misma dice: «Los
 demás pasajeros cuidan más de nosotras que de sí mismos. Nos dan todo 
lo que pueden para no vernos sufrir. Ellos nos tratan con mucho respeto y
 reverencia, y tienen una gran veneración por el hábito religioso. 
Algunos mercaderes piden nuestro consejo para sus negocios, y nosotros 
intentamos confortarlos con las inspiraciones que recibimos del Sagrado 
Corazón» (viaje de Génova a Nueva York, setiembre de 1894).
Celo apostólico, ejemplos conmovedores
De
 las muchas cosas bellas, edificantes y sabrosas que Santa Francisca 
Javier transmite a sus hijas, vamos a citar apenas algunos ejemplos que 
muestran su celo por la verdadera religión.
Del segundo viaje que hizo de Italia a Nueva York en abril de 1890, ella cuenta: «Un
 caballero protestante vino a vernos ayer en la noche […] Tuvimos una 
discusión y él terminó diciendo que yo estaba en la verdad. […] Él tiene
 mucha estima por nuestra religión, pero no la quiere abrazar porque ha 
visto a muchos sacerdotes sin el verdadero espíritu. Mas también en ese 
punto él entendió bien las razones que yo le di».
Como
 ella viajaba frecuentemente de Europa a los Estados Unidos y viceversa,
 se encontraba con muchos protestantes. Por ejemplo, una personalidad a 
quien ella hizo el bien en un viaje de Londres a Nueva York, en agosto 
de 1902: «Una
 dama inglesa protestante, gran escritora y colaboradora del 'Chicago 
Tribune', vino a conversar conmigo, y en el curso de la conversación 
mostró un secreto deseo de hacerse católica. Ella observó que 
continuaría escribiendo hasta que la iglesia Anglicana volviera a ser 
católica de nuevo, porque Inglaterra es la nación que dio más reyes 
santos a la Iglesia, más que cualquier otro país».
No
 obstante, su ardor iba también dirigido hacia la tripulación. Todo lo 
que podía hacer por esos pobres marineros, lo hacía. Hay muchos ejemplos
 en tal sentido, pero el espacio se acabó… Creemos que unos pocos hechos
 pueden dar una idea de como una religiosa, siendo lo que debe ser, no 
contagiada por falsos ecumenismos y teniendo un verdadero celo por la 
salvación de las almas, puede obrar maravillas. ¡Sobre todo siendo 
santa!
PLINIO MARÍA SOLIMEO
   NOTAS
[1]. P. JOSÉ LEITE S.J., Santa Francisca Javier Cabrini, en Santos de cada Día, Editorial A.O., Braga, 1987, t. III, pág. 471.
[2]. Apud P. JOSÉ LEITE, id. ib.
[3]. CARDENAL AMLETO G. CICOGNANI, Travels of Mother Cabrini (Viajes de la Madre Cabrini), Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, Chicago, 1959, Prólogo, pág. vii.
[4]. Cf. http://www.ewtn.com/library/MARY/CABRINI.HTM.
[5]. P. JOSÉ LEITE, op. cit., pág. 472.
[6]. CARDENAL CIGOGNANI, op. cit., pág. x.
[7]. Travels, Introducción, pág. 27. Las citaciones de las cartas serán siempre de esta fuente.
ORACIÓN
Oh
 Señor Jesucristo, que para ganar almas para Ti condujiste en sus largos
 y repetidos viajes a la bienaventurada virgen Santa Francisca Javier, 
inflamada con la llama de amor de tu Sacratísimo Corazón, y que por ella
 suscitaste en tu Iglesia una nueva familia de vírgenes, te suplicamos 
nos concedas por su intercesión, revestirnos de las virtudes de tu mismo
 Corazón, y que merezcamos llegar al puerto de la eterna 
bienaventuranza. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Ellos tuvieron la verdadera misa la verdadera iglesia la verdadera liturgia por eso pudieron ser santos...ahora es todo insoportable querés escuchar laudes o vísperas y en radio maría la rezan tremendamente mal sin hacer las pausas que corresponden, se trastabillan y te ponen más ásperos de ánimo de lo que te edifican interiormente, querés estar con recogimiento en misa -la modernista porque la otra no hay ni a tres mil kms- ni siquiera eso podés porque ponen unos asquerosos reflectores que son propios de canchas de futbol y cantan que parecen gallinero...ylaputamadrequetereparió.... hijos demilputas modernistas de mierda ... y ni hablar de lo mal que te pone ver la gente comulgando en la mano, que les das material para que reflexionen y siguen en la misma. TODO MAL.
ResponderEliminary encima hay que soportar que alguien como el profesor Bárcena le llame magisterio al del puto wojtila viejo traidor cuando sabemos muy bien que si decía algo bien era para meter una vuelta de tuerca hegeliana y que no se notara.
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