Aunque nació en Colonia (Alemania)
hacia el año 1090, pasó la mayor parte de su vida de peregrinación por
España, vivió como eremita en Galicia durante muchos años y después
abrazó la vida monástica en el monasterio de Oseira. Hijo de padres bien
situados, que, en cierto sentido, sí tiene que ver con la santidad,
pues tuvo que hacer grandes renuncias al sentir la llamada de Cristo,
para emprender una vida de penitencia que se prolongó desde los
dieciocho años hasta su último aliento a los sesenta.
En el bautismo recibió el nombre de Quardo —equivalente a Gerardo—,
aunque se lo cambió el Papa, después de su muerte, por el de Famiano,
debido a la fama de los muchos milagros obrados sobre su sepulcro. Según
sus biógrafos, a los dieciocho años recibió las órdenes menores y desde
entonces usó una vestimenta adecuada al estado clerical en la que
destacaba una cruz que llevaba siempre pendiente del pecho. Inclinado a
la piedad desde joven, trató de vivir en el mundo en fidelidad a la
gracia, pero al llegar a la pubertad comenzaron a disgustarle las
comodidades y agasajos de los que se veía rodeado. No deja de tener
cierto grado de heroísmo la actitud adoptada al dejar ese bienestar para
abrazar una vida incierta y aventurera, por países extraños, en la que
abundaron las penalidades de todo género (hambre, escasez de ropa,
inclemencias del tiempo, burlas de parte de quienes lo considerasen
vagabundo...), puesto que se lanzó a recorrer un mundo desconocido, sin
recursos económicos, confiando enteramente en la providencia y en la
caridad pública.
Recorrió los principales santuarios que atesora Roma, viajó por otras
ciudades y pueblos de Italia, buscando en todas partes lugares donde
satisfacer su devoción, venerar imágenes sagradas o reliquias de los
santos.
Satisfecha su devoción, al cabo de seis o siete años, sintió deseos de
pasar a la Península Ibérica, donde había otro santuario que desde hacía
más de un siglo había despertado gran interés en toda Europa, Santiago
de Compostela. Se ignora la fecha del peregrinaje de Famiano a España,
aunque se supone hacia 1115 más o menos. Permaneció algunos años en
Galicia, en los que aprovechó para recibir la formación espiritual de
parte de un santo monje. Luego sintió deseos de visitar los santos
lugares, y se encaminó a Palestina, donde se detuvo todo el tiempo
necesario para satisfacer su devoción, y una vez satisfecha, emprendió
la peregrinación a España. Pero esta vez no se iría a poner bajo la
dirección de aquel anacoreta que antes lo amaestró en los caminos del
espíritu, emprendió una nueva singladura de vida hacia la cual se sentía
llamado hacía tiempo. Se hizo ermitaño, vivió en soledad, entregado a
la oración y a la penitencia, experiencia que le resultó de notable
provecho. Descubrió tal género de vida en Galicia y la puso en práctica
durante muchos años.
Reina no poca confusión entre los autores cuando tratan de concretar el
lugar donde se retiró el santo, al regresar de Tierra Santa. Tal vez
tengan razón quienes afirman que las ermitas o supuesto monasterio de
San Cosme y San Damián en la costa atlántica, donde vivió retirado, sean
diferentes de las señaladas por Muñiz, situadas en la confluencia de
los ríos Miño y Sil, cerca de la zona de Los Peares. Peralta concreta
con mayor precisión otra comarca de Galicia muy distinta, en la costa
atlántica, entre las villas de Bayona y La Guardia.
Famiano había vivido dos estados cada cual más santo, peregrino y
ermitaño. Después sintió la llamada a un tercer estado, el cenobitismo,
cuyo carácter entraña vivir en el seno de una comunidad, bajo la
dirección de un abad que es como el padre del monasterio.
En 1137 cuatro monjes —García, Diego, Juan y Pedro— fundaron el
monasterio de Santa María de Oseira, que en 1141 adoptaría los estatutos
del Císter.
La fama de santidad de aquellos monjes se divulgó rápidamente por los
contornos. Tuvo noticia Famiano de ellos y se sintió llamado a tomar
parte en aquella congregación de cenobitas. Todos los autores son
contestes cuando afirman que una de las mayores alegrías y méritos del
abad García fue el haber recibido bajo su custodia, y conducido por los
caminos de Dios, a aquella alma santa que Dios ponía en sus manos. Se
trataba de una persona venerable y de grandes valores.
Había cumplido cincuenta y dos años, se hallaba en la plenitud de la
vida y el abad se forjó las mejores ilusiones sobre el nuevo
pretendiente; por eso lo admitió en comunidad y le dio el hábito
monástico en el momento que terminó el noviciado. El abad García
—conocidas sus inclinaciones a vivir en soledad— lo envió a una pequeña
fundación que llevó a cabo en San Lorenzo de Melias, donde parece que
vivió algunos años, que pudieron ser de seis a ocho. Al cabo de los
cuales, habiendo sentido con fuerza el carisma propio que lo caracterizó
toda la vida, decidió peregrinar de nuevo a Roma, y el abad García
aprobó sus deseos y con su bendición partió para Italia, donde visitó
con entrañable devoción los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo, a
los que profesaba singular devoción.
Estos gloriosos discípulos de Cristo le dejaron sentir en sueños que la
voluntad de Dios era que se dirigiese a Gallese, ciudad de Toscana, en
el ducado de Florencia.
Transcurridos no muchos días, cayó gravemente enfermo y sabiendo que se
le acercaba la última hora, pidió que le administrasen los santos
sacramentos.
Una vez recibidos, manifestó al párroco de la ciudad el lugar donde era
voluntad de Dios que reposaran sus restos. Al fin exhaló su último
suspiro el 8 de agosto de 1150, cuando contaba sesenta años, de los
cuales había pasado cuarenta y dos sirviendo al Señor en los distintos
lugares que la voluntad divina le fue mostrando. Sus milagros fueron tan
asombrosos y llamativos, que la fama del santo se divulgó por toda
Italia, a la que llegaron devotos de todas las regiones. Dicha fama
llegó incluso a oídos del papa Adriano IV, quien se apresuró a
canonizarlo de viva voz en 1154, a los cuatro años de su santa muerte, y
lo señaló patrono de la ciudad de Gallese a instancia de aquellos
ciudadanos, que con tanto interés se habían preocupado por atenderlo en
sus últimos días. Fue en esa ocasión cuando el Pontífice mandó cambiar
el nombre de Quardo por el de Famiano.
El culto a san Famiano —a excepción de Gallese que lo tiene como patrono
principal y celebra su fiesta con gran solemnidad— ha sido casi
privado, pues no se sabe de ninguna iglesia ajena al Císter donde se
celebrara fiesta en honor del santo, fuera de los dos prioratos: San
Lorenzo de Melias y San Payo de la Ventosela, ambos dependientes de
Oseira y atendidos por monjes del Císter. Los monasterios de la
congregación de Castilla celebraban su fiesta con rito de tres
lecciones, equivalente a lo que hoy se llama “memoria”.
Sólo en el monasterio de Oseira se celebraba y se sigue celebrando hoy como solemnidad el 8 de agosto.
Bibliografía: Tomás de Peralta OCist., Fundación, Antigüedad y Progresos del imperial Monasterio de Nuestra Señora de Osera, de la orden de Císter,
Madrid, Melchor Álvarez, 1617 (ed. facs. Santiago de Compostela,
Consellería de Cultura e Comunicación Social, 1997); Crisóstomo
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vol. I, Lyon, imprenta de los Herederos de G. Boissat & Lorenzo
Anisson, 1642, abad 1143, pág. 455, col. 8; Antonio de Heredia OSB, Vidas de Santos, Bienaventurados y personas venerables de la sagrada religión de N. P. San Benito, vol. III, Madrid, 1685, pág. 203; Splendiano Andrea Pennazzi de Soriano, Vita del glorioso S. Famiano sacerdote confessore, e Monaco Cisterciense, Orvieto, 1723; Enrique Flórez OSA, España Sagrada, XVII. De la Santa Iglesia de Orense, Madrid, Oficina de Antonio Marín, 1753, págs. 231-236; Roberto Muñiz OCist., Médula Histórica Cisterciense, vol. III, Valladolid, Thomas Santander-Viuda e Hijos de Santander, 1784, págs. 196-199; Seraphin Lenssen, Hagiológium Cisterciénse, vol. I, Tilburg, 1948; Damián Yáñez Neira OCist, “El primer Santo que tuvo la Orden Cisterciense”, en Cistercium, IV (1952), págs. 52-60; Balduino Bedini, San Famiano, Patrono de Gallese, Roma, 1958; Patricio Guerin Betts, “Famiano, San”, en Quintín Aldea Vaquero, Tomás Marín Martínez y José Vives Gatell, Diccionario de Historia Eclesiástica de España,
vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 902; Damián Yáñez y Francisco
Javier Limia Gardón, San Famiano, Un alemán cisterciense en Oseira, Xunta de Galicia, Hércules Ediciones, 1993, pág. 92.
DAMIÁN YÁÑEZ NEIRA OCSO. Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, Madrid, 1999.
ORACIÓN (Del Misal Cisterciense)
Oh Dios, que hiciste conocido a tu confesor el bienaventurado San
Famiano en diferentes naciones y pueblos por la santidad de sus obras y
la gloria de sus milagros, danos el poder reformarnos por su ejemplo
para mejor, y ser protegidos por su auxilio en la adversidad. Por J. C.
N. S. Amén.
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