Traducción
del ensayo de Carlo Francesco D’Agostino, publicado en “L’Alleanza
Italiana” (Roma, n. 70, Septiembre de 1954), y en RADIO SPADA en el año
2014 (Parte 1 y Parte 2). Este es un artículo que conviene conocer frente a un abanderado de la “Internacional Blanca” del sillonismo (condenado por San Pío X en Notre Charge Apostolique)
y del pseudo humanismo cristiano de Maritain como fue el primer
ministro italiano (último de la monarquía y primero de la república),
fundador de la Democracia Cristiana y cofundador de la Unión
Europea Alcide Amedeo Francesco Degasperi Morandini († 1954), a quien le
fue abierto en 1993 proceso de “beatificación”.
ALCIDE DEGASPERI, UN ALFIL DEL ANTICRISTIANISMO
La
ostentada exaltación que cierta prensa ha hecho de la figura del
honorable Degasperi como pretendido estadista católico, nos obliga a
restablecer la verdad, con precisas y documentadas contestaciones. Con
esto no intentamos indagar si y cuánto Degasperi fue en buena fe, en su
máscara –porque tal y no otra cosa era– de hombre político cristiano: no
buscamos nunca afirmar la buena o mala fe de alguien. Podemos solo, y
lo hacemos con voluntad, reconocer que grandísima parte de aquellos que
han apoyado la acción política de Degasperi y de su Partido estuvieron
presumiblemente en buena fe. Nosotros siempre hemos criticado, en este
diario [“L’Alleanza Italiana”] y en otras publicaciones, algunas de las
cuales de cierta mole, la obra del difunto jefe de la Democracia
Cristiana. Nos limitamos pues, para documentar la realidad a los ahora
numerosos lectores, los motivos prinicipales de nuestras críticas
pasadas.
Lo haremos con cierta
esquematicidad cronológica, y con comentarios concisos que sirvan para
iluminar cuál solo podía y puede ser una posición política basada en el
Catolicismo.
FUE PRIMERO SOCIO DEL FASCISMO
1922:
Degasperi dio en la Cámara, a nombre de más de cien diputados del
Partido Popular Italiano, pleno apoyo al Gobierno Fascista (del cual
hacía parte también el hon. Giovanni Gronchi con otros Diputados del
P.P.I.). Él lo reconoció: «voluntad efectiva de gobierno y el propósito y
la fuerza de restablecer la ley y la disciplina en el país… objetivo
que es absolutamente alcanzado si la agonizante Nación debe ser salva»:
esto dijo después que Mussolini había precisado ser su intención:
«defender y potenciar a su máxima capacidad la revolución de las Camisas
Negras, insertándola íntimamente como fuerza de desarrollo, progreso y
equilibrio en la historia de la Nación» (Atti del Parlamento,
vol. IX, 1922, pág. 8390 ss.). A la luz de los principios cristianos,
estaba bien claro que un régimen llegado al poder con una serie de
violencias criminales, y que su imposición confirmaba con la arrogancia
del discurso presidencial dado por Mussolini, no podía presentar
garantías de esta clase. Aquel régimen tendía, sustancialmente, por un
lado a reafirmar las posiciones de la hegemonía capitalista frente al
revolucionarismo socialistoide, y a la ineficiencia de los hombres que,
con Degasperi, habrían debido representar la escuela política Católica.
Degasperi, acodando los Católicos en la doble súperfacción capitalista y
fascista, puso las claras premisas de toda la nefasta serie de su obra
política.
DESPUÉS EN EL AVENTINO SE PUSO CONTRA LA LEGALIDAD
1924-25:
Degasperi y los diputados del PPI en significativa unión con los
social-comunistas abandonaron el Parlamento, intentando establecer una
«cuestión moral» sobre el caso Matteotti [1]. Este no fue sino uno de
los tantos episodios de violencia del ilegalismo fascista, que por
Degasperi había tenido el premio del voto favorable al Gobierno Fascista
y a la amnistía.
Después de haber
presumido, en el 1922: «libres de toda vileza –hoy, como ayer, como
mañana– por la solicitud de nuestras personas que son poca cosa, fuertes
por el asentimiento que viene por quien liberalmente nos dio el
mandato, lo ejerceremos con serenidad y equilibrio, con la sola
preocupación de los supremos intereses del país» (loc. cit., pág. 8143),
Degasperi y los suyos cometieron la vileza de abstenerse de su deber de
parlamentarios, con el agravante de no renunciar al mandato, u urdieron
aquella campaña mediática sobre el delito Matteotti que tuvo el claro
carácter de una tentativa de violencia moral, en el terreno
extraparlamentario, para vencer una batalla política conducida y perdida
en el único terreno legítimo, el parlamentario. Ellos recurrieron a un
método estrictamente anticonstitucional, intentando obtener de Su
Majestad el Rey la disolución de la Cámara recién elegida y en la cual
se rehusaron combatir (lo que en cambio continuó haciendo el hon.
Giovanni Giolitti con otros pocos diputados demoliberales). Y esto
mientras estaba en curso la investigación judicial, y mientras las
responsabilidades en orden al caso Matteotti aún no se habían aclarado.
Hombres como Filippo Meda, Stefano Cavazzoni, Egilberto Martire, Paolo
Mattei Gentili, Aristide Carapelle y otros, no quisieron compartir la
facciosidad aventina de Degasperi, el cual después, después de 1945,
cuando era universalmente reconocido ser un error abandonar el
Parlamento, ¡tuvo aún la temerariedad de calificar «fortín de la
libertad» aquel aventinismo que había representado el abandono de la
defensa de la libertad misma!
URDIÓ UNA REVUELTA ANTICRISTIANA
1942:
Fracasada la tentativa de expatriarse y extrañándose, en los momentos
más difíciles, del servicio del país, Degasperi permaneció enganchado a
aquel Comité Central Antifascista que representó una organización ilegal
e inmoral, íntima unión de masones, marxistas, materialistas, ateos,
sectarios y… democristianos, y que fue instrumento tremendamente nefasto
para levantar la opinión pública mundial contra la Italia católica, con
el pretexto del Fascismo. Degasperi confesó: «La Liberación del
fascismo parecía todavía más remota, y ningún partido, viejo o nuevo,
aún se había constituido, cuando en el Comité Central Antifascista
surgió la idea de llamarse Democracias Unidas: democracia liberal,
democracia socialista y… ¿qué podíamos ser nosotros si no la democracia
cristiana?» (ver Tradizione ed ideologia della D.C., ed. 1944 y
reimpresiones, en la D.C., Roma). Con esto demostraba la falta de un
pensamiento Cristiano, el cual no se califica ciertamente como una
subespecie de la utopía democrática, condenada por la Iglesia, que por
demás ¡¡por boca de León XIII, en la Graves de commúni, dijo: «No sea empero lícito referir a la política el nombre de democracia cristiana»!!
Drogado,
en cambio, precisamente un partido, Degasperi, con el ánimo lleno de
«legítimo orgullo» –como escribió– poniéndose entre «aquellos que habían
pasado por el largo período sin inflexiones y sin contaminaciones»…
«ahora que la victoria contra el Fascismo aparecía probable» (¡y esta
«victoria» era la catástrofe político-militar y moral de la Patria!)
participó en la firma del Pacto del cual surgió el Comité de Liberación
Nacional. Ivanoe Bonomi, que lo promovió, expresó así (Diario di un anno,
ed. Garzanti): «El antifascismo (era) un movimiento subterráneo al que
el declive militar del Eje dio un nuevo vigor». Eso, a decir de Bonomi:
«ya por años minaba el Estado totalitario, y sentí que se avecinaba su
hora y que era urgente estrechar los contactos y comenzar la acción. Los
tiempos apremiaban y convenía precisar los entendimientos con acuerdos
en que participó igualmente ferviente y resuelto Alcide Degasperi».
Bueno, prosigue Bonomi: «Fue en aquellas reuniones que se trazó un plan
de entendimiento, traducido después en un pacto escrito, firmado por mí,
por [Alessandro] Casati, [Meuccio] Ruini, Degasperi, [Giuseppe] Romita y
también por un comunista de nombre oscuro pero intérprete autorizado
por su corriente [Giorgio Amendola Kuhn]. Aquel pacto comprometía a los
partidos a una tregua política en la ora del traspaso y en el período
sucesivo de la reconstrucción, indicando como meta común un régimen
democrático en el cual «todos los poderes, y también el más alto,
derivasen de la voluntad popular». La prensa filodemocristiana, también
la que pretende tener carácter oficial «católico», se ha evitado poner
en la luz esta sustancia vergonzosa de toda la obra de Degasperi y su
grupo de dictadores del Partido Democristiano.
Nosotros
lo hacemos en cambio innumerables veces en este diario [“L’Alleanza
Italiana”] –desde los exordios clandestinos del 1944– y en el volume «La
ilusión democristiana» escrito en 1949, además en las publicaciones
precedentes. El «pacto» firmado por Degasperi era un pacto de
revolución, elaborado en principios mil veces condenados solemnemente
por la Iglesia además de por la razón humana: y era un pacto que
legalizaba y potenciaba a los partidos más notoriamente anticatólicos
–desde el comunista hasta el Liberal– ¡comprometiendo las fuerzas
cristianas a una larga tregua en sus confrontaciones hasta cuando no se
realizase un ideal anticristiano, como es el de la revolución
demoliberal!
¿Cuál prueba más evidente de la
falta absoluta de directiva Cristiana en la obra de Degasperi y del
tragicísimo engaño tejido por él a aquellos, los primeros, que
ignorantes de todo esto han aceptado la DC como el «partido de los
Católicos»?
FIRMÓ LEYES QUE IMPLICAN LA EXCOMUNIÓN
1946-47-53:
perfectamente coherente a la impostación demoliberal y laicista de la
política, Degasperi firma las distintas leyes electorales (hechas y
rehechas en víspera de toda elección para intentar asegurar mejor el
predominio democristiano), en las cuales está aquel art. 66, luego 71,
que pone los límites al Clero que «abusando de sus propias atribuciones y
en el ejercicio de estas, se dedice a constreñir a los electores a
firmar una declaración de presentación de candidatos o a vincular los
sufragios de los electores a favor o en perjuicio de determinadas listas
o de determinados candidatos o a inducirlos a la abstención»,
instituyendo por tales hipótesis un delito, con graves penas. El Santo
Padre, en el discurso a los Predicadores Cuaresmales de Roma el 17 de
Marzo de 1946 protestó claramente por tal violación de la libertad de la
Iglesia inferida por el Gobierno democristiano: «El sacerdote católico
–dijo el Papa– no puede ser simplemente equiparado a los funcionarios
públicos o a los investidos de un poder público o función civil o
militar»; la ley electoral, de hecho, con una misma norma, golpeaba a
tales categorías y al Clero: «El Sacerdote es ministro de la Iglesia y
tiene una misión que se extiende a todo el círculo de los deberes
religiosos y morales de los fieles… y puede por tanto estar obligado a
dar, bajo aquel aspecto, consejos o instrucciones concernientes también a
la vida pública. Ahora, es evidente que los eventuales abusos de tal
misión no pueden por sí mismos ser dejados al juicio de los poderes
civiles…».
No
había pues cuestión que los hombres políticos Católicos puedan combatir
y vencer «solo hasta cierto punto»: en parte que siempre se ha sabido
que el Católico, antes que plegarse a compromisos, resiste hasta caer
bajo los golpes del martirio, consciente que la sangre de los Mártires
es semilla de Cristianos, en parte, era un hecho que De Gasperi,
querinedo servir a la denominada concepción «moderna» del Estado, no era
un combatiente por el Cristianismo, sino un alfil del anticristianismo,
por cuya realización política se había comprometido a la unidad de
acción con los más clásicos enemigos del nombre Cristiano.
Degasperi acusó el golpe, y en el discurso
de Turín del 25 de Marzo de 1946 replicó ampliamente, y concluye con el
cómodo e hipócrita repliegue: «…sé que si el Santo Padre tiene en
nombre de la Iglesia el derecho de establecer sus tesis y Él tiene este
derecho por razón que supera los partidos y los momentos… sabrá también
comprender las dificultades en que los hombres católicos se baten y
vencen y pueden vencer solo hasta cierto punto. Quedó un pequeño
pellizco para el Clero. Pero creo que los sacerdotes no tienen mucho
miedo» (Il Popolo, 26-3-1946). Cómodo repliegue, porque
significaba admitir en parte que las normas de la Iglesia (en
particulares sancionados hasta en el Código de Derecho Canónico, que en
el canon 1334 conmina la excomunión automática contra aquellos que
impongan leyes que ofendan la libertad y los derechos de la Iglesia)
valdrían solo en los límites en que los «fieles» tengan voluntad de
combatir para respetarlas. Hipócrita repliegue, porque en cambio
Degasperi casi desde 1944, combatiendo contra el Centro Político
Italiano [2] con el opúsculo citado anteriormente, se proclamaba
defensor de la concepción del «Estado moderno», afirmador de una
absoluta «igualdad jurídica» y lo hacía expresamente contra la exigencia
por nosotros puesta de una realización Cristiana del Estado.
EL ESTADO ITALIANO NACE ATEO
1947:
en la Asamblea Constituyente, el Grupo democristiano rechaza la
propuesta del hon. Roberto Lucifero de iniciar el texto de la
Constitución con las palabras: «El Pueblo Italiano, invocando la
asistencia de DIOS, en el libre ejercicio de su propia soberanía… »: así
la Constitución renegó de la sagrada autoridad de DIOS; rechazó la
propuesta del hon. Gennaro Patricolo, que un artículo precisase: «La
Religión Católica es la Religión oficial del Estado Italiano» y así
nuestro Estado rechazó toda configuración Cristiana; Degasperi sancionó
todo recordando las garantías por él dadas «a los protestantes de
Estados Unidos» sobre una «plena libertad y plena igualdad» que la
Constitución democristiana de hecho concede al protestantismo, al cual
ha concedido hasta el uso de la radio para las transmisiones del culto
(pág. 2456, Atti della Costituente). Y en realidad es libre y
protegido en Italia cualquier otro culto, y se difunden. Así la
concepción del «Estado moderno» por Degasperi tenazmente perseguida era
realizada en la Ley fundamental de la República, y las consecuencias
todos las tenemos al alcance.
¡El pregonar
de un Cristianismo solamente hipócrita debía llevarnos rápidamente al
doloroso clima de la podredumbre de «Capocotta» [3] y de la apologia de
los amoríos de Coppi [4] hecha en los diarios de propiedad de hombres de
la Democracia Cristiana (ved. Voce della giustizia, n. 36 del
4-9-1954)! Una política toda ligada a los escándalos y que, en nombre de
esto, cerró los ojos a toda exigencia Moral: un resignacionismo
impresionante que después de haber soltado una Constitución según el
gusto del protestantismo anglosajón premia solemnemente a directores,
como Roberto Rossellini, cuya escandalosa conducta de profanador del
sagrado templo de la unidad familiar [5] había llenado las crónicas de
una prensa dejada en libertad de corromper, para la cual se están
creando todas las condiciones para la introducción del divorcio en
Italia, ya largamente hecho posible por tristes acomodamientos de
nuestros Tratados internacionales y de nuestra jurisprudencia.
LA ABOMINACIÓN DE UN MAL GOBIERNO
Esta,
en síntesis, fue la obra de Degasperi. Ante tantos frutos de
destrucción moral es casi secundario recordar las injusticias
perpetradas con la legislación de persecución contra los ex fascistas;
las inmoralidades cometidas con las leyes de expropiación de tierras,
fraudulentamente denominadase «reforma agraria»; la destrucción
progresiva del patrimonio inmobiliario urbano como consecuencia del
delictivo régimen de las locaciones; el daño causado a la agricultura y
las profundas violaciones a la justicia, consecuentes a la legislación
sobre los contratos agrarios; el desorden y la suma de injusticias y
desigualdades, además de la corrupción, inmensamente agravadas en el
sistema tributario, en el cual la legislación degasperiana ha de lejos
empeorado los malestares existentes hace tiempo; la inexistente defensa
del patrimonio forestal, con el consecuente crecimiento continuo de los
desastres que produce; el agravamiento de la situación en el campo de la
cultura con un régimen de estudios, ahora confiado a un ministro
liberal [Gaetano Martino], que, unido al régimen de prensa, está
reduciendo la intelectualidad italiana al bajísimo nivel que cada día
constatamos pavorosamente.
EL RECHAZO DE LOS PRINCIPIOS DE TONIOLO
Todo esto era y debía ser el fruto del abandono de las posturas que la escuela de Giuseppe Toniolo [6]
había tenido anclados –en la línea de las Enseñanzas de los Papas– a
los Católicos italianos. Degasperi, en la que viene considerada su
última carta, y casi un testamento espiritual (carta a Amintore Fanfani
del 9 de Agosto de 1954, ver. co de Bérgamo, n. 200), ha dejado escrito:
«¿Por qué Toniolo, nacionalmente hablando, tubvo una eficacia tan
inadecuada? Porque los tiempos y los hombres no le permitieron salir de
la alternativa güelfa – gibelina, y así no salió del histórico vallado
político, aun si hubiese salido de aquel social. Nuestro esfuerzo más
tarde, fue el de salir a la lucha. No hemos ganado frecuentemente, pero
en cierto punto la DC devino un movimiento, un partido italiano, por
encima del conflicto histórico. Tengámoslo en mente: no es necesario
dejarse colgar de las torres de la alternativa tradicional». Hasta el
final, pues, Degasperi ha jugado al engaño, y esperamos que no se le
tome plena cuenta. Giuseppe Toniolo no permaneció en realidad anclado a
una alternativa «superada». Él simplemente no quiso plegase a aquella
concepción del Estado que definió «desorden legal permanente de las
democracias denominadas liberales». (Toniolo, Concetto Cristiano di democrazia,
ed. Coletti). Degasperi muestra bellamente olvidar esta profunda
diferencia entre la orientación de Toniolo y la suya. Ha olvidado haber
escrito, como hemos recordado, en polémica con el Centro Político
Italiano: «Conviene rechazar cualquier tentación de leyes excepcionales,
de providencias que excluyan del derecho común o impidan para ciertas
funciones públicas a quienes estén fuera del tradicional espíritu
católico del Pueblo Italiano. En el Estado moderno la igualdad jurídica y
la admisibilidad a los empleos es devenida ahora una condición
indispensable para la libre convivencia civil» (loc. cit.). Por tanto el
Estado democristiano debe dejar abierta la puerta a los profesores
materialistas en las cátedras de Filosofía, a los docentes liberales en
las de Derecho, y a los ateos en las de Historia del Cristianismo o de
las religiones. Y así. No solo Toniolo, sino el Papa y la Iglesia no se
pliegan a esto, como no se puede plegar cualquier cultor de la filosofía
natural. De hecho, la respuesta del Santo Padre tardó solo un año en
llegar: «Reflexionando en las consecuencias deletéreas que una
Constitución la cual, abandonando la piedra angular de la concepción
cristiana de la vida, intentase fundarse en el agnosticismo moral y
religioso, llevaría en seno a la Sociedad, y en su frágil historia, todo
Católico comprenderá fácilmente cómo ahora la cuestión que, con
preferencia de cualquier otra, debe atraer su atención y animar su
actividad consiste en asegurar a la generación presente y a las futuras
el bien de una Ley fundamental del Estado que no se oponga a los sanos
principios religiosos y morales, sino que obtenga más que todo vigorosa
inspiración, y proclame y persiga conscientemente sus altas finalidades.
Conviene a este respecto recordar que no siempre la novedad de las
Leyes es fuente de salud para el Pueblo: sabiendo en cambio que la
precipitada búsqueda de innovaciones radicales es índice de olvido de la
propia dignidad y de fácil toma de extrañas influencias y no de ideas
meditadas. SEPAN PUES LOS CATÓLICOS ITALIANOS QUE PERMANECER FIELES A
LAS MEJORES Y PROBADAS TRADICIONES ESPIRITUALES Y JURÍDICAS NO QUIERE
DECIR SER HOSTILES A LAS TRANSFORMACIONES SOCIALES QUE MEJOR RESPONDAN
AL BIEN COMÚN: y digan alto a su gran e infeliz país que el pacto por el
que quiere ser conducido a la unidad y estabilidad no puede cimentarse
ni con odios ni con egoísmos de clases, sino con la mutua y cristiana
caridad que todos los ciudadanos hermanados en ayuda recíproca,
colaboración y respeto».
RECHAZA LAS ADVERTENCIAS DEL SANTO PADRE
Este
enérgico llamado a las tradiciones, más allá de la pacificación, fue
hecho por Pío XII en su carta para la Semana Social italiana de 1945.
Es
vano que Degasperi intente hacer creer que Toniolo no supiese
desenredarse entre erradas concepciones de «güelfismo» y «gibelismo».
Toniolo, en cambio, había querido permanecer fiel a la tradición
racional y Católica, y por tanto NO HABÍA QUERIDO PLEGARSE al
Demoliberalismo con tanta ligereza y demagogia impuesto por la Burguesía
capitalista. ¡Degasperi se ha plegado! Su tentativa de defensa, en
polémica con el Santo Padre, en el citado ut supra discurso de Turín del
25 de Marzo de 1946, llevó a una confesión como la siguiente: «Cuando
se ha hecho compromiso general… habíamos tratado también el art. 66 como
objeto de compromiso. Compromiso quiere decir que uno cede por una
parte y uno cede por otra». Él ha admitido pues que, para mantener la
alianza con los partidos anticatólicos del Comité de Liberación
Nacional, y para realizar (agregamos nosotros) sus ideales de «Estado
Moderno», podía baratar el respeto de cánones fundamentales de la
Doctrina cristiana, defendidos por el Derecho canónico. Con esto tenía
incluso la temeridad de invocar «el haber combatido por tantos años por
la causa de las libertades religiosas». ¿Pero cuáles «libertades
religiosas»? ¿Las de la propaganda protestante y budistas, o la de la
Religión verdadera? El papa había invitado a no proceder con la «fácil
toma de influencias extrañas»: Degasperi nos ha confesado que hasta el
nombre de su partido –¡nombre que vale una doctrina!– lo adoptaron por
influjo de los demosocialistas y de los demoliberales.
Normas
derivantes de los más sacrosantos principios, venían barateadas por un
presunto «compromiso» para no romper el perfecto entendimiento con
aquellos con quien se había pactado realizar una revolución demoral y
por ende una República. La invitación a la pacificación tuvo como
respuesta la multiplicación de las leyes de persecución contra los
antiguos Fascistas. La invitación a deponer los odios tuvo como
respuesta el odio difundido y dejado difundir contra la legítima
autoridad de los Saboya, e incluso la expoliación de sus bienes
privados, que hasta ahora el Estado degasperiano no entrega ni mucho
menos en aquella parte que los Tribunales italianos lo han condenado
[7].
EL TRAVESTISMO DEL «ENEMIGO DE CRISTO»
Esta
es la triste realidad, que era nuestro deber restablecer contra la
horrible tentativa de especulación sobre una muerte, ¡¡¡en un régimen
que con tanta crueldad persigue a aquellos que quieran conmemorar a
otros muertos!!!
El Santo Padre habló con
mucha firmeza en el discurso a los Cardenales el 24 de Diciembre de 1944
tratando de la caridad misericordiosa de la Iglesia: «Un límite como
ninguno, una barrera moral se erige frente a esta caridad
misericordiosa, una barrera que la misma caridad no tiene derecho a
traspasar: la Verdad». Y agrega que «en un tiempo en que las palabras
libertad, independencia y demcoracia no son para algunos inspiraciones y
tendencias de espíritu sino un medio por el cual acallar la vigilancia
de aquellos, cuya fidelidad no se prestaría nunca científicamente a
abandonar o en poner en peligro el legado transmitido por todo el pasado
cristiano; en un tiempo en que, más fácilmente que nunca, el enemigo de
Cristo y de la Iglesia busca, según el Apóstol de las gentes,
travestirse de ángel de luz (2.ª Cor. XI, 14); en un tiempo como este,
la Iglesia y el Pastor Supremo, responsable de la heredad del Señor,
tienen más que nunca el deber de proclamar la Verdad, de defenderla
contra las insidias de los errores dominantes, sin respeto humano y sin
debilidad, de abrir los ojos a los hombres de buena voluntad, y
particularmente a los fieles, sobre los peligros de algunas corrientes
modernas, de agudizar la perspicacia de sus juicios para discernir
tempestivamente los errores que envisten una apariencia de verdad, a fin
que los pueblos no tengan que experimentar demasiado tarde y a su
propia costa la amarga advertencia del Profeta: Arasteis para sembrar
impiedad; y habéis segado iniquidad, y comido un fruto mentiroso (Oseas
X, 13)».
A esta advertencia siguió la lectura del Mensaje Navideño Pontificio
sobre el problema de la Democracia, Mensaje que es toda una condena de
la concepción degasperiana y democristiana de la Política.
Este
Mensaje, por nosotros muchas veces ilustrado en sus pasajes más
destacados, NUNCA fue invocado –hasta donde hemos podido saber– por
Degasperi y por sus diarios en apoyo a su acción político. Más, el
mensaje fue publicado con graves falsificaciones, en sentido
filodemocristiano, en las Revistas Diocesanas y en publicaciones que
tienden a sostener el Partido dominante: ni a nosotros fue posible, en
general, obtener una rectificación de estas falsificaciones [8]. ¿Cuáles
son pues los «errores que revisten una apariencia de verdad», según el
Sumo Pontífice? ¿Tal vez solo el error del Comunismo, que con su
materialismo brutal, con su abierta lucha contra la Religión, con sus
barreras de silencio y feroces purgas, no muestra precisamente
presentarse como un «ángel de luz?». Nosotros no hemos nunca dejado de
llamar la atención de Quien debe vigilar, y nuestras denuncias en el
Santo Oficio, contra los errores de Degasperi y de sus sostenedores,
documentan una dirección y una acción precisa que sin embargo los
eventos acaecidos en estos años han largamente demostrado el fundamento.
Estamos dispuestísimos a dejar un muerto, y todos los muertos, en la
esperada paz: pero no podemos desviarnos contra las renovadas tentativas
de «poner en peligro el legado transmitido por todo el pasado
Cristiano».
NOTAS (Del traductor español)
[1]
Giacomo Matteotti Garzarolo (1885-1924), diputado por el Partido
Socialista Unitario (escisión del Partido Socialista Italiano).
Secuestrado el 10 de Junio de 1924, su cadáver fue hallado en avanzado
estado de descomposición el 16 de Agosto. Su secuestro y asesinato fue
realizado por miembros de bajo rango de los Camisas Negras en rechazo a
la férrea postura antifascista de Matteotti, y a causa de su discurso en
el Parlamento el 30 de Mayo, en que denunció no solo el fraude
electoral que benefició al Partido Fascista, sino también las alianzas
de los sindicatos socialistas con los fascistas y los sobornos de la
petrolera estadounidense Sinclair Oil para obtener en concesión la
explotación petrolera italiana.
[2] El Centro Político
Italiano fue una disidencia de la Democracia Cristiana, de la cual
denunció su modernismo y apostasía (la DC solo tenía la cruz en el
escudo, no en su ideología). Carlo Francesco D’Agostino (1906-1999),
autor de este ensayo, era miembro fundador del Centro Político Italiano y
propugnó por la restauración de la Monarquía.
[3]
Capocotta es un sector de playa entre Castel Porziano y Torvaianica. Hoy
zona protegida ambiental, tiene fama como destino turístico nudista y
homosexual, pero en los años 50 estaba asociado a la muerte de la joven
Wilma Montesi el 9 de Abril de 1953, en un caso que atizó la polémica en
la política italiana de la época toda vez que entre los sospechosos a
Piero Piccioni Marengo, hijo del vicepresidente del Consejo de Ministros
Attilio Piccioni (uno de los prominentes líderes de la DC). Aunque
Piero fue absuelto (en medio de maniobras oscuras), Attilio vio
fuertemente golpeada su carrera política, ya que tuvo que renunciar a
todos sus cargos en el gobierno.
[4] Angelo Fausto Coppi
(1920-1960), uno de los más grandes ciclistas de todos los tiempos
(pentacampeón del Giro de Italia, doble vencedor del Tour de Francia,
campeón mundial de Ciclismo en ruta y récord mundial de la hora),
estando casado con Bruna Ciampolini, mantuvo desde 1953 una relación
adúltera con Giulia Occhini (esposa del médico Enrico Locatelli,
fanático de Coppi) y tras el Giro de 1954, convivieron juntos en Villa
Carla en Nove Ligure, causando fuertes condenas hasta por Pío XII. Los
medios de la DC defendían a Coppi, aun cuando este había sido adoptado
como símbolo de los comunistas en contraposición al también ciclista
Gino Bartali (con quien mantuvo una rivalidad deportiva), que fue
abanderado del movimiento católico.
[5] Roberto Rossellini inició una relación con la famosa actriz Ingrid Bergman y durante el estreno de la película Stromboli,
Ingrid dio a luz un hijo de este (aun cuando ambos estaban casados con
otras personas), causando un gran escándalo no solo en Italia, sino en
Estados Unidos y Suecia. Después, Rossellini y Bergman se divorcian
luego de siete años de matrimonio.[6] Giuseppe Toniolo Alessandrini (1845-1918), pionero de la sociología económica y colaborador en la redacción de la encíclica Rerum Novárum,
fue uno de los protagonistas del Movimiento Católico italiano. Condenó
tanto el socialismo como el capitalismo liberal, propugnando en cambio
por un sistema económico en que las fuerzas políticas, económicas y
sociales cooperasen proporcionalmente por el bien común, siguiendo los
principios morales cristianos.
[7] Aun tan reciente como Enero de 2022, los herederos del rey Humberto II de Saboya están disputando con el gobierno italiano las joyas de la familia que se encuentran en una bóveda del Banco Central desde el 5 de Junio de 1946 (tres días después del pucherazo
republicano del plebiscito del 2 de Junio –irónico final para los
Saboya-Carignano, que llegaron al poder a punta de fraude electoral–).
[8] Lejos de eso, el clero italiano (alineado con la DC) persiguió brutalmente al Centro Político Italiano, con más furia que no a los comunistas.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)