José Miguel Gambra, Jefe delegado de la Secrtetaría Política de S. A. R Don Sixto Enrique de Borbón 
Madrid, 21 de  febrero de  2010
Estimado amigo:
Recientemente he sido nombrado Jefe  Delegado de la  Comunión Tradicionalista.  Desearía, en semejante  tesitura, ponerme a tu  disposición para cuanto redunde en beneficio de nuestra  causa que, como sabrás, se resume en el lema Dios, Patria, Fueros y  Rey. Como esa causa resulta, para muchos, desconocida y, cuando se  conoce, es frecuente tener de ella una visión distorsionada, quisiera  aprovechar esta ocasión para hacerte unas breves consideraciones.
Pocas  doctrinas políticas habrán sido tan denostadas como el carlismo, en los  tiempos que corren. Muchos no ven en él más que una supervivencia  atávica de recuerdos obsoletos, cuando no lo identifican con meras  cuestiones de preferencias dinásticas; otros, fieles a los manuales de  la historia oficial, lo confunden con una caricatura del absolutismo  derrocado por el liberalismo y la democracia. No faltan los que mezclan  el carlismo con los orígenes del separatismo, ni quienes lo asimilan a  doctrinas fascistas, más o menos pasadas por agua; y los hay --o ha  habido-- que se dicen carlistas por socialistas autogestionarios o  porque confunden el carlismo con cierto  clericalismo, de larvadas inclinaciones demócrata-cristianas.
Denostado  por tantos y de manera tan contradictoria, ¿no se te ha ocurrido pensar  que, precisamente por ello, el carlismo tiene virtudes insoportables  para nuestra decadente sociedad? Amañado por tantos otros, y en  direcciones tan dispares ¿no te sugiere eso que la doctrina carlista  oculta tesoros de sabiduría, de prestigio y arraigo social que merecen  ser instrumentalizadas? Y es que el pensamiento carlista no coincide con  ninguna de esas doctrinas que vulgarmente se le achacan, aunque de  todas tenga un poco.
El carlismo no es fruto de una invención  transeúnte de una escuela filosófica, que la haya elaborado para  resolver los problemas sociales o políticos de un momento dado. Al  contrario, es el resultado de toda la sabiduría política, recogida y  depurada por el cristianismo a lo largo de muchos siglos. Sabiduría ya  presente en filósofos paganos, como Aristóteles,  decantada y perfeccionada por los padres de la Iglesia, como San  Agustín, por filósofos, como Santo Tomás y los grandes pensadores de la  escolástica española. Decaída y medio olvidada, tras las necedades  prerrevolucionarias del s. XVIII y las subsiguientes perversidades  revolucionarias, fue lentamente reconstruida y acomodada a las nuevas  circunstancias por los pensadores tradicionalistas españoles, en  perfecta consonancia con las encíclicas pontificias del s. XIX y  principios del s. XX. En otras palabras, el pensamiento carlista no es  sino la que se llamaba "doctrina social de la Iglesia", hasta los  tiempos en que casi ha logrado destruirla el modernismo eclesiástico.  Doctrina social universal e imperecedera, de la que el carlismo  constituye su aplicación a las costumbres y tradiciones de nuestra  patria, y que sólo la dinastía carlista ha mantenido incólume hasta hoy,  sin tolerar en sus miembros que la legitimidad de origen prevalezca  sobre la de ejercicio.
Esta egregia doctrina --dije antes-- algo  tiene de cuanto le achacan. ¿Absolutista? Algo, pero bien escaso,  porque no admite ni la intromisión del poder real en las prerrogativas  eclesiásticas, ni forma alguna de despotismo; pero sí reconoce al REY un  ámbito de poder exclusivo, limitado, sin embargo, por el poder de las  sociedades inferiores y sometido a los dictados de la ley natural y de  la Iglesia. ¿Separatista? No en cuanto proponga secesión alguna, pero sí  en cuanto reconoce, frente al uniformismo racionalista, las  peculiaridades de los reinos, regiones y municipios, cuyos FUEROS debe  jurar el rey legítimo. ¿Socialista? No, desde luego porque defienda  forma alguna de totalitarismo, pero sí es lo que Mella llamaba  "sociedalista" : más sociedad y menos estado. ¿Fascista? Misma respuesta  en lo que al estatismo se refiere, pero además coincide con él en su  declarado amor a nuestra PATRIA, sin necesidad de  divinizarla o hipostatizarla, como hace algún falangismo. Más aún, el  carlismo comulga con los anteriores en el odio al capitalismo, nacido de  la destrucción de los estamentos del antiguo régimen y fuente de  innumerables males e injusticias, contra el cual propone no una  revolución, sino una restauración ¿Demócrata cristiano? Católico, sin  duda; demócrata también, pero no a la manera en que estamos  acostumbrados, con elecciones de partidos obsequiosos en los programas y  tiránicos en el poder, sino a la manera de las cortes, cuyos miembros  son elegidos por estamentos, entre personas conocidas que, a modo de  compromisarios, defienden los intereses de municipios, gremios, regiones  y reinos, y no los del partido.
Algo de cada cosa tiene, pero no  es un amasijo ecléctico de todo ello. Al contrario, son esas doctrinas,  erradas por parciales y desmesuradas, las que, desgajadas del tronco  lleno de savia y vitalidad del pensamiento social  clásico, se han convertido en nocivas ramas muertas, sólo de lejos  parecidas a las del árbol. El todo de esta doctrina es infinitamente  superior a la suma de sus partes, pues cada pieza se unifica con las  otras y se vivifica porque todas han de tender al bien común de la  sociedad y, en última instancia, al bien común del hombre que sólo en  DIOS reside.
De suyo esta doctrina es imperecedera, porque hunde  sus raíces en la naturaleza social del hombre y ha sido refrendada por  el magisterio eclesiástico, que no puede cambiar ni corromperse. Pero sí  puede desdibujarse en la conciencia humana y desaparecer por completo  en una sociedad. El carlismo, derrotado en tres guerras mantuvo, sin  embargo, una admirable vitalidad. Paradójicamente, tras su victoria en  la Cruzada del 36, su situación ha terminado por serle mucho más  desfavorable, en parte por el maltrato que sufrió durante el régimen  franquista, pero, sobre todo, por la defección de  los eclesiásticos progresistas que, desde la década de los sesenta, han  desautorizado sistemáticamente la concepción del estado confesional,  han propugnado la libertad de cultos y han tergiversado la doctrina de  la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo. Ante este desconcertante  hecho, que atenta contra el principio fundamental en que confluye todo  el pensamiento social de la Iglesia y del tradicionalismo, cada carlista  tiró hacia donde se le ocurrió y surgieron así esos absurdos  "carlismos" socialistas, separatistas o demócrata-cristianos de que  antes hablé.
Hoy, sólo la Comunión Tradicionalista, con su  Abanderado, Don Sixto Enrique de Borbón, al frente, mantiene en su  integridad la doctrina carlista; sólo desde sus filas se estudia y se  propaga, sin rehuir la acción política. De unos años a esta parte, su  reduplicada actividad se ha plasmado en innumerables actuaciones de las  que hallarás un elenco en la hoja adjunta.  También podrás informarte de nuestras próximas convocatorias, empezando  por la Misa que se celebrará el próximo 10 de marzo, en la festividad  de los Mártires de la Tradición.
Te ofrezco estas simples  consideraciones para invitarte a que te unas a nosotros. La Comunión  Tradicionalista necesita apoyo, trabajo y todo tipo de ayudas. Y la  necesita tanto como a ella la necesitas tú, católico que asqueado tiras  al suelo el periódico y estragado apagas el televisor cuando dan las  noticias. Porque somos naturalmente sociables y no podemos mantenernos  en la verdadera doctrina ni a solas, ni son el solo apoyo del entorno  familiar.
Atentamente:

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)