Traducción del artículo publicado en inglés por FIRST THINGS-THE INSTITUTE ON RELIGION AND PUBLIC LIFE.
 Aunque NECESARIAMENTE existe una diferencia ideal entre nuestro blog y 
Jean Duchesne, el autor del artículo (sobre todo en que él juzga como 
contraproducente la condena eclesial al modernismo y considera católicos
 a los modernistas Henri de Lubac, Yves Congar y Jacques Maritain), el 
artículo presenta un resumen de la historia y actualidad de la alguna 
vez “Hija predilecta de la Iglesia” para comprender la presente 
contienda electoral en la V República Francesa.
 
De
 izquierda a derecha: Emmanuel Macron (¡En marcha!, centro), François 
Fillon (Los republicanos, centroderecha), Jean-Luc Mélenchon (Coalición 
Francia Insumisa, ultraizquierda), Benoît Hamon (Partido Socialista, 
centroizquierda), y Marine Le Pen (Frente Nacional, ultraderecha)
Un
 día después de la victoria de François Fillon en la primaria 
republicana en Francia el pasado Noviembre, el encabezado del diario 
izquierdista Libération era: «Au secours, Jésus revient!» 
(¡Auxilio, Jesús está de vuelta!) La razón para este llamado angustioso 
era que Fillon es conocido como un católico practicante, un fiel esposo 
(algo inusual entre los políticos contemporáneos), y un visitante 
regular
 de la abadía benedictina de Solesmes, símbolo del alegadamente 
reaccionario avivamiento religioso neomedieval decimonónico. Peor aún, 
es apoyado por muchos de los militantes que organizaron las 
espectaculares
(aunque infructíferas) protestas masivas contra la legalización del 
matrimonio homosexual en 2013.
En retrospectiva, el grito de auxilio de Libération
 no generó pánico entre los secularistas; que anunciaron su 
determinación en torpedear la candidatura de Fillon. En cuestión de 
semanas, Fillon fue acusado por la prensa escarbabasuras de hacer lo que
 muchos políticos en todos los partidos hacen: poner a su esposa e hijos
 que trabajaron para él en trabajos asalariados —lo que es ilegal 
solamente si no se hace ningún trabajo actual—. Un fiscal fue 
súbitamente designado por el gobierno socialista y predeciblemente 
indició al líder de la oposición conservadora. Los cargos quedaron 
discutidos, por decir lo menos. 
No ha habido reportes de instituciones públicas o privadas que paguen 
salarios a miembros de la familia Fillon. Detalles de la investigación 
preliminar fueron filtrados a la prensa, que entonces agregó nuevas 
acusaciones.
Fillon
 era consciente de que contratar a miembros de su familia no era muy 
listo, y se disculpó por ello. Pero él ha sido incapaz de deshacer las 
sospechas de deshonestidad. Antes del escándalo, él era el puntero para 
la presidencia; actualmente es el tercero, detrás de Le Pen y el 
centrista Emmanuel Macron.
La
 acusación de corrupción contra Fillon no fue solo una sucia treta 
política. Fue motivada por una ideología, y refleja la hostilidad hacia 
el Cristianismo en varios círculos donde la religión en general, y el 
Catolicismo en particular, es vista como una enfermedad infantil. No es 
solo la idea de los marxistas impenitentes aún prestos a enfilar contra 
“el opio de las masas”, o de otros materialistas izquierdistas. La 
aversión al Cristianismo puede también encontrarse en la extrema 
derecha, con su mística que desprecia el amor y la misericordia, y entre
 los centristas cuya moderación asimila la fe con el fanatismo.
Marine
 Le Pen, la candidata del populista Frente Nacional, también es acusada 
de incluir a trabajadores del partido en la nómina del Europarlamento, 
del cual ella es miembro electo. Pero ella no ha sido perseguida tan 
salvajemente como Fillon. Una razón es que ella parece ser menos que una
 amenaza: Se espera que vaya a segunda vuelta y entonces pierda. Pero la
 principal razón de que los medios han cazado a Le Pen con menos fiereza
 que a Fillon es que ella no es enemiga del “progreso” en el área que 
más le preocupa a los “ilustrados”: la autodenominada liberación sexual.
 Ella se divorció dos veces y es “gay-friendly.” Ella no puede y no 
reclama ser una buena católica.
La
 hostilidad hacia la Iglesia no es nada nuevo en la Francia. Algunos 
historiadores apuntam que el país nunca fue suficientemente 
evangelizado. 
Las misiones provinciales fueron necesarias hasta el siglo XIX, cuando 
el creciente secularismo eventualmente forzó al clero a retirarse a 
posiciones defensivas. Después del bautismo de Clodoveo rey de los 
francos por el obispo San Remigio de Reims en el 496 A.D. (considerado 
el nacimiento de la nación), 
la Iglesia tendió a cubrirse en el poder real, proporcionándole en 
retorno a la monarquía un aura de sacralidad (a veces contra el papa en 
los tiempos del “Galicanismo”) y súbditos obedientes. La alianza 
fundante Trono-Altar fue desafiada primero durante la Reforma (cuando la
 aristocracia protestante amenazó la unidad nacional laboriosamente 
alcanzada en la Edad Media bajo los reyes), luego más seriamente en los 
siglos XVII y XVIII, con el ascenso de la burguesía, la nueva clase rica
 mercante.
La
 Revolución Francesa no tiene sentido sin el preexistente peso de los 
nuevos ricos en la sociedad y su odio tanto al régimen como a la Iglesia
 que lo apoyaba. Porque ellos no fueron admitidos en la alta burguesía 
(como en el caso de Inglaterra, por ejemplo), los plebeyos ricos 
financiaron a los intelectuales librepensadores. Esos escritores 
produjeron historias, obras teatrales y panfletos que difundieron entre 
las clases bajas la noción de que la pobresa y el hambre se debían al 
orden social injusto garantizado por la religión establecida. Una turba 
sitió el convento des Carmes de París donde cientos de sacerdotes y 
monjes estaban detenidos como “enemigos de la nación” en 
Septiembre de 1792, y los masacró a todos. Esa turba no salió de la 
nada. Tampoco lo hicieron las multitudes que aplaudieron cuando monjas 
indefensas fueron guillotinadas por el simple delito de haber tomado 
votos religiosos.
   
Napoleón,
 que inesperadamente emergió del caos revolucionario, trajo la paz al 
reconocer al Catolicismo como “la religión de la mayoría de los 
franceses”. Pero también le concedió reconocimiento oficial al 
protestantismo y al judaísmo para mejor controlarlos. Esto facilitó el 
trabajo a los secularistas que estaban en el poder un siglo después para
 denunciar y revocar el
 Concordato que había firmado con la Santa Sede. Por supuesto el clero y
 sus rebaños desde la Revolución han sido notablemente reconocidos por 
apostar a los caballos equivocados en la política. Ellos apoyaron todos 
los regímenes que se sucedieron en el siglo XIX, antes de volverse 
contra ellos cuando probaban ser o demasiado autoritarios o demasiado 
liberales: suscesivamente el imperio napoleónico, una monarquía menos 
absoluta entonces, una segunda república, un segundo imperio…
Luego
 de que un debilitado Napoleón III perdiera la guerra que los prusianos 
le tendieron en 1870, los católicos hubieran preferido una segunda 
restauración, pero una tercera república basada en los ideales de la 
Revolución de 1789
 finalmente prevaleció por el voto popular. Ellos fallaron al aceptarla 
(aunque el Papa León XIII les había advertido), y la separación 
Iglesia-Estado de 1905 
fue facilitada por dos crisis simultáneas: los católicos estuvieron una 
vez más del lado equivocado del caso Dreyfus, que polarizó el país, y la
 represión de la exégesis y la teología “modernista” 
sugirieron que la fe era incompatible con la razón y la ciencia.
Puesto
 que eran patriotas, los católicos franceses pelearon el la Gran Guerra,
 ignorando al Papa Benedicto XV; pero continuaron perdiendo terreno 
político y cultural, hasta que los alemanes volvieron en 1940 y trajeron
 el archiconservador y antisemita (sic) gobierno de Vichy, que muchos 
clérigos y fieles acogieron, de nuevo equivocadamente. A ellos no les 
agradaba mucho Charles de Gaulle, 
incluso aunque pertenecía a este gremio, y fueron lentamente marginados 
después de la II Guerra Mundial, cuando el crecimiento económico y la 
urbanización socavaron las estructuras de la Iglesia rural, y Marx, 
Nietzsche y Freud devinieron en las nuevas lumbreras intelectuales 
confirmando que la Cristiandad estaba acabada.
En
 las recientes décadas, la creencia de que el Catolicismo no estaba 
solamente desactualizado sino peligroso ha estado basada en el sexo y no
 en la política. 
La Modernidad considera que sus luchas por el divorcio, la 
anticoncepción y el aborto han sido decisivamente ganadas, y ahora busca
 imponer la aceptación de todos los tipos de actualidad sexual en nombre
 de los derechos de las minorías. En esas circunstancias, la Iglesia es 
más que nunca el enemigo.
Luchos
 ciudadanos franceses no son activamente hostiles al cristianismo. 
Simplemente son indiferentes a una religión que conocen cada vez menos.
 Pero existen unos pocos grupos de presión prestos a desacreditar a la 
Iglesia. Esta prontitud para eliminar la religión ahora se estrella con 
la inaudita expansión del islam, que formalmente niega que la 
secularización sea irresistible. Pero esta no es razón para evitar al 
Catolicismo, puesto que no puede ayudar a controlar el fanatismo 
musulmán y permanece como un blanco fácil.
Francia
 no es la excepción entre las otrora naciones cristianas. 
La asesina ira anticlerical campeó en México y durante la Guerra Civil 
Española. Y el rechazo de la Unión Europea a reconocer cualquier raíz 
espiritual muestra que el anticristianismo no está limitado a los 
militantes dogmáticos, sino que está esparcido entre todas las élites 
“ilustradas” del Viejo Continente.
Este
 estado de cosas no justifica el pesimismo. Artistas cristianos de talla
 mundial pudieron haber requerido el apoyo de una civilización donde la 
fe era omnipresente, proporcionándole un ambiente favorable y una fuente
 de inspiración. Pero las combatidas Iglesias nacionales, no menos que 
las triunfantes, han producido misioneros, santos y teólogos. En
 Francia, el auge del secularismo en torno a 1900 coincidió con Santa 
Teresa de Lisieux, y las conversiones de Charles Péguy, Paul Claudel y 
Jacques Maritain. Los totalitarismos del siglo XX coexistieron con 
Georges Bernanos, Henri de Lubac, 
Jean Daniélou, Yves Congar y Louis Bouyer. Algunos de los filósofos 
franceses hoy reconocidos internacionalmente (Jean-Luc Marion, Rémi 
Brague) son católicos. La Iglesia da frutos también cuando es 
malentendida y despreciada. Ella no estará sin oposición hasta el fin de
 los tiempos. Esta es una de las lecciones de la Cruz de Cristo.
  
Jean Duchesne es profesor emérito en el Condorcet College y consejero especial del Arzobispo de París.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios deberán relacionarse con el artículo. Los administradores se reservan el derecho de publicación, y renuncian a TODA responsabilidad civil, administrativa, penal y canónica por el contenido de los comentarios que no sean de su autoría. La blasfemia está estrictamente prohibida, y los insultos a la administración constituyen causal de no publicación.
Comentar aquí significa aceptar las condiciones anteriores. De lo contrario, ABSTENERSE.
+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)