«El que venciere será así vestido con vestiduras blancas, y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus Ángeles». (Apocalipsis 3, 5)
Porfirio nació de una familia acomodada en el año 347 en Tesalónica. A los 25 años abandonó el mundo y se retiró al desierto de Scete en Egipto para abrazar la vida monástica. Permaneció allí por cinco años, retirándosé a Palestina, donde vivió otros cinco años en una gruta cercana al Jordán; el extenuante régimen de austeridad que se había impuesto, sumado al ambiente húmedo de la cueva, lo redujo, aún joven, al reumatismo.
Visitaba los Santos Lugares en Jerusalén, usando un bastón a causa de su estado de salud, y en esta ciudad conoce a un peregrino asiático llamado Marcos, quien al ver su devoción,, le ofreció un día ayudarle, al ver que el santo tenía gran dificultad en subir la escalinata de una iglesia. Porfirio se negó a aceptar su ayuda, diciéndole: «No está bien que, habiendo venido a implorar el perdón de mis pecados, permita que me ayudes a subir; déjame sufrir un poco para que Dios se apiade de mí». Por débil que estuviera, Porfirio no omitió jamás su visita de los Santos Lugares, ni la comunión diaria. Su única preocupación era que no había vendido todavía la herencia de su padre para repartir el producto entre los pobres. Confió esta misión a Marcos, quien partió con rumbo a Tesalónica para regresar tres meses después, cargado de dinero y objetos de gran valor.
Marcos pudo apenas reconocer a Porfirio, porque, entretanto, se había mejorado prodigiosamente. Su rostro, antes pálido, estaba ahora fresco y rosado. Al ver el asombro de su amigo, Porfirio le dijo: «No te sorprendas de verme en perfecto estado de salud, pero admira en cambio la inefable bondad de Cristo, quien cura fácilmente las enfermedades que los hombres no pueden aliviar». Marcos le preguntó cómo se había efectuado la curación, a lo que Porfirio replicó:
«Hace cuarenta días, en un momento de grandes dolores, me desmayé al subir al Calvario y entré en una especie de trance o éxtasis. Me parecía ver al Señor, crucificado junto al buen ladrón. Entonces dije a Jesucristo: “Señor, acuérdate de mi cuando estés en tu Reino”. En respuesta, el Señor ordenó el buen ladrón que viniese en mi ayuda. El buen ladrón me ayudó a levantarme y me ordenó ir a Cristo. Yo corrí hacia Él, y el Señor descendió de la cruz y me dijo: “Encárgate de cuidar mi cruz”. Obedeciendo a sus órdenes, a lo que me parece, me eché la cruz sobre los hombros y la transporté algo más lejos. Poco después me desperté; el dolor había desaparecido, y desde entonces no he vuelto a sufrir de ninguna de mis antiguas enfermedades».
Porfirio distribuyó sus bienes no sólo en Jerusalén y las aldeas vecinas, sino que también envió buena parte de los bienes a los monasterios de Egipto.
A causa de su generosidad, quedó completamente pobre y se dedicó a fabricar zapatos y a trabajar el cuero, en tanto que Marcos, un hábil escribano, se hizo famoso copiando libros. Marcos quería que Porfirio viviese de lo que él ganaba, pero el santo replicó citando al Apóstol: «Que no coma quien no trabaja». Tenía 45 años cuando en el 392, Juan II, arzobispo de Jerusalén, oyendo hablar de él, le ordenó sacerdote y le confió la custodia de la reliquia de la Santa Cruz. El santo no cambió nada en su austera forma de vida; se alimentaba exclusivamente de raíces y pan ordinario, y generalmente después de la caída del sol (excepto los domingos y días festivos, en que comía por la tarde, añadiendo un poco de aceite y queso, y unas gotas de vino en el agua por razón de su enfermedad). Hasta su muerte, continuó en este género de vida.
Marcos le describe así: «Hombre sin mancha, dulce, piadoso, poseía más que otros el don de interpretar la Sagrada Escritura, de contrastar a los herejes; amaba a los pobres, y se conmovía fácilmente hasta las lágrimas». Tras la muerte de Eneas, obispo de Gaza, en el año 395, Porfirio fue llamado por Juan II de Jerusalén a Porfirio para que acudiese en ocho días a Cesarea a explicar algunos puntos de la Sagrada Escritura. Ese día, el santo le dijo a Marcos: «Hermano Marcos, vamos a venerar los Santos Lugares y la cruz, porque pasará mucho tiempo antes de que podamos volver a hacerlo». Marcos le preguntó por qúe, y Porfirio le contó que el Salvador se le había aparecido la noche anterior y le había dicho: «Renuncia a la custodia de la cruz, pues voy a darte una esposa pobre y de humilde origen, pero de gran virtud y piedad. Adórnala bien, pues, a pesar de su pobre apariencia, es mi hermana». Porfirio añadió: «Esto me dijo Cristo anoche; esto me hace temer que tendré que cargar con los pecados de los otros y no sólo expiar los míos, pero hay que obedecer a la voluntad de Dios». Después de visitar los Santos Lugares, Porfirio y Marcos partieron a Cesarea y llegaron sin novedad.
Al día siguiente de llegar, Juan I, Obispo de Cesarea Marítima, ordenó a unos cristianos de Gaza que sostuvieran a Porfirio, y le consagró obispo. Éste sufrió mucho el verse elevado a una digindad que consideraba inmerecida, pero los ciudadanos de Gaza le consolaron, emprendieron el viaje a dicha ciudad, a donde llegaron el miércoles por la noche. El viaje había sido fatigoso, pues los paganos de los pueblos de los alrededores, al enterarse de la noticia de la llegada del nuevo obispo, habían destrozado y obstruido los caminos, hasta dejarlos casi intransitables.
Aunque había sido la sede episcopal de San Zaqueo y de San Cornelio Centurión en tiempos apostólicos, Gaza tenía historia como lugar hostil para los primeros Cristianos. Varios de ellos sufrieron martirio durante la persecución de Diocleciano, y el breve resurgimiento pagano bajo Julián Apóstata vio presenciar la quema de la basílica cristiana y a varios cristianos condenados a muerte.
La gente de Gaza era tan hostil a los cristianos que la iglesia de San Timoteo tuvo que construirse extramuros, a una distancia segura, y a los obispos cristianos del siglo IV se les llamaba específicamente “obispos de las iglesias alrededor de Gaza”. La comunidad cristiana en dicha ciudad escasamente contaba con 280 personas, y la mayoría se oponía al cierre de los templos y la destrucción de las imágenes paganas que había comenzado en regiones más cristianizadas. Teodosio I, aunque ordenó cerrar los templos paganos en el año 395, no demolió el templo de Gaza por su belleza artística; y el gobernador ordenó su reapertura.
A poco de llegar a Gaza, los paganos le imputaron a Porfirio la causa de una sequía, diciendo: «Nos fue revelado por Zeus Marna (encarnación helenística de Dagón, el mismo cuyo templo fue destruido por Sansón mil años atrás) que el pie de Porfirio traerá mala suerte a la ciudad». Porfirio no se dio por ofendido sino que se dedicó a instruir a los ignorantes y a ayudar a los pobres y así se fue ganando las simpatías de la población. Los cristianos, después de un día de ayuno y una noche de oración, se dirigieron en procesión a la iglesia de San Timoteo extramuros, cantando himnos. A su vuelta encontraron cerradas las puertas de la ciudad. Entonces Porfirio y su grey pidieron a Dios con renovado fervor que enviase la lluvia; las nubes empezaron a acumularse, y pronto cayó una lluvia tan abundante, que los paganos abrieron las puertas de la ciudad y se unieron a los cristianos, gritando: «Cristo es el único Dios verdadero, el único capaz de acabar con la sequía». Este hecho y la curación milagrosa de una mujer produjeron la conversión de 176 paganos; mas la práctica de la idolatría proseguía y los paganos contrastaban las prédicas de San Porfirio en varias ocasiones con el apoyo de las autoridades locales, por lo que mandó a su diácono Marcos a Constantinopla, y con la ayuda de San Juan Crisóstomo, pudo obtener una ordenaza imperial para la interdicción y clausura de los templos idolátricos de Gaza.
Esta disposición no se puso completamente en práctica, puesto que Hilario, el oficial imperial enviado para cerrar los templos paganos, recibió una gruesa suma de dinero para dejar abierto el Marneion y otros grandes templos. A pesar de las nuevas conversiones, acaecidas a causa de los milagros que Porfirio obraba, se intensificaron las agresiones contra los neófitos, y a los cristianos se les prohibía ejercer el comercio y acceder a cargos públicos, siendo tratados como esclavos.
Porfirio fue obligado a partir en el invierno del año 401 hacia Constantinopla junto al metropolita de Cesarea, para exponer personalmente la causa cristiana en el palacio imperial. Arcadio, hijo de Teodosio I, si bien deseaba cerrar los templos paganos, no estaba muy convencido de ello porque veía en ello un riesgo para el erario:
«Sé que aquella ciudad [Gaza] es idólatra, pero es cumplidora con los impuestos y aporta mucho a las arcas públicas. Si la asustamos de repente, se darán a la fuga y perderemos estos ingresos. Pero, si te parece, los presionaremos poco a poco privando a los idólatras de sus honores y de los demás cargos públicos y ordenaremos que sus templos sean cerrados y privados de sus ingresos».
Con el apoyo de San Juan Crisóstomo, y habiendo ganado para su causa a la emperatriz Eudoxia, que poco antes había dado a luz al futuro Teodosio II (a quien nuestro santo bautizó el 18 de Abril de 402), se embarcaron de regreso llevando consigo un nuevo decreto del emperador Arcadio donde se ordenaba la destrucción de los templos idolátricos, y la concesión de privilegios a los lugares de culto cristiano. Cuando los dos obispos desembarcaron en Palestina, cerca de Gaza, los cristianos salieron a su encuentro llevando delante una Cruz y cantando himnos. Al pasar la procesión por la plaza de Tetrámfodos (fin de cuatro vías), en la que había una estatua marmórea de Venus que, según la tradición pagana, aconsejaba a las jóvenes en la elección de sus maridos (aunque los mismos paganos le tenían ya en descrédito porque muchos de esos matrimonios fueron desdichados), el ídolo cayó del pedestal y se hizo pedazos, convirtiéndose siete mujeres y treinta y dos hombres que presenciaron el hecho.
Diez días después, en Mayo del 402, Cinegio, patricio y celoso cristiano, ejecutó el edicto con un gran contingente de soldados, destruyendo los templos de Venus, Hécate, el Sol, Apolo, Perséfone, Tique, Gerión e, incluso, el citado Marneion. Los paganos adinerados se dieron a la fuga, dejando atrás sus casas en la ciudad y el campo, que fueron allanadas, y cuantos ídolos y libros de magia y superstición encontraban los soldados, acabaron como pasto de las llamas. Muchos paganos pidieron el bautismo, mas San Porfirio les probaba a fin de ver si su conversión era sincera e instruíalos diariamente; pero otros, furiosos, se levantaron en armas, y Porfirio escapó milagrosamente con vida.
Sobre las ruinas del Marneion, San Porfirio hizo construir una gran catedral que fue dedicada el 17 de Abril del 408, Domingo de Pascua, y con las piedras del templo idolátrico hizo pavimentar los caminos hacia la iglesia. Con esa ocasión, distribuyó grandes limosnas a los pobres, cosa en la que se mostraba siempre muy generoso. Su fama de taumaturgo se expandió con más milagros, como el de los tres niños rescatados sanos y salvos de un pozo.
En el 415, San Porfirio asisitó al Concilio de Diospolis, donde fue condenada la herejía pelagiana. Luego de haber dirigido la diócesis de Gaza por muchos años y, después de encomendar a Dios los miembros de su grey y clero, nuestro santo murió el 26 de Febrero del 420, a los 73 años de edad y 25 de episcopado.
En el Martirologio Romano se lee: «Gazæ, in Palæstína, sancti Porphýrii Epíscopi, qui, témpore Arcádii Imperatóris, Marnam idólum ejúsque templum evértit, ac, multa passus, quiévit in Dómino. (En Gaza, en Palestina, San Porfirio obispo, que en tiempo del emperador Arcadio, derribó al ídolo Marnas y su templo, y después de mucho padecer, descansó en el Señor)».
La Vida de San Porfirio fue escrita por su discípulo Marcos Diácono, algunos años después de su muerte, por lo que su testimonio es verídico. Él concluye su relato diciendo: «[Porfirio] está ahora en el paraíso de las delicias, intercediendo por nosotros con todos los Santos, por cuyas oraciones ha de tener Dios misericordia de nosotros».
REFLEXIÓN
Entre las virtudes de San Porfirio se destacó su celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas, y por tal celo, ya entronizado obispo de Gaza, dedicó todo su empeño en extirpar el culto idolátrico y propagar la Fe Católica. Así también, alma cristiana, debes aplicarte en primera instancia a desterrar de tu corazón cualquier afecto e inclinación al pecado, a fin de ser una digna morada para Cristo y que tu testimonio ante los demás sea verdadero.
ORACIÓN (del Misal Propio de Jerusalén)
Oh Dios, que iluminas a tu Iglesia con los méritos y la doctrina de tus Santos, haz que nosotros, por la intercesión de tu Confesor y Pontífice el bienaventurado San Porfirio, seamos instruidos con la luz de la fe, llevemos devotamente tu voluntad, y sirvamos a tu Majestad con sincero corazón. Por J. C. N. S. Amén.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)