Ejercicio devoto compuesto por el Padre Gabino Chávez, publicado en Querétaro en 1892, con licencia eclesiástica. Tomado de APOSTOLADO DE LA PIEDAD POPULAR.
EJERCICIO EN HONOR DE LAS INSIGNIAS DEL SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESÚS
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
℣. Señor, abrirás mis labios.
℞. Y mi boca anunciará tu alabanza.
℣. Dios mío, entiende en mi ayuda.
℞. Apresúrate, Señor, a socorrerme.
Gloria al Padre…
ACTO DE CONTRICIÓN
Adorable
Redentor mío, que de la Magdalena dijisteis habérsele perdonado mucho,
porque había amado mucho: ¡quién pudiera amaros con amor ardentísimo a
fin de obtener el perdón de mis gravísimos pecados! ¡Quién pudiera tener
un corazón fino, tierno y generoso, que solo palpitase de amor por Vos,
y se encendiese cada día en mayores ardores, y lograse ver extinguidas
en vuestras santas llamas todas sus culpas pasadas, con sus presentes
faltas y sus tristes infidelidades! Yo, Señor, nada puedo sin Vos, pero
vuestro dulce Corazón todo lo puede: su cruz me dice que sufre con
paciencia el peso de mis pecados, porque me ama; su Corazón me indica,
que aunque lo he coronado de espinas, siempre me ama; su herida
testifica que si yo traspaso ingratamente el sacrosanto costado, Él
quiere abrirme y tenerme siempre patente un asilo seguro donde
refugiarme de las iras del Padre; sus llamas me muestran cómo vino a
traer fuego a la tierra, y nada desea tanto como que se encienda en los
corazones, y se propague por todo el universo. Perdonadme, pues, Señor,
por vuestra cruz, la pesadez de mis iniquidades, mis impaciencias,
flojedad y negligencias; por vuestra punzante corona, perdonad los
pensamientos indignos con que he clavado vuestro Corazón, y las
punzantes palabras con que haya herido a mis hermanos; por vuestra
profunda herida, curad las heridas de mi alma, y perdonad las que haya
hecho a mi prójimo con mis injusticias; por vuestras ardientes llamas,
perdonad la tibieza de mi fe, y encended en su fuego mi pobre corazón.
Limpiadme, Jesús mío, purificadme, consumid las manchas de mis culpas
con los ardores de vuestro amor, y mandadme ahora todas las penas y
todos los castigos, con tal que me libréis de la espantosa desgracia de
ofenderos, y de la inmensa desdicha de perderos eternamente. Amén.
INVOCACIÓN
Corazón
de Jesús, que quisisteis aparecer a los ojos de los hombres, en estos
últimos siglos, con cuatro insignias misteriosas que nos mostrasen
vuestro amor y vuestros dolores, y que nos iniciasen en los misterios de
vuestra ternura infinita para con nosotros; dejadnos acercar llenos de
amor y de respeto a este signo sagrado, permitidnos tomar algunas
lecciones en esa escuela soberana, sacar aguas de gracia de esa fuente
saludable e introducirnos a esa morada celestial siempre abierta a
nuestro refugio. Dadnos luz para distinguir los divinos arcanos que
encierra vuestro Corazón adorable, que Vos mismo quisisteis se pintase
con sus conmovedoras insignias. Y que nuestro entendimiento más y más os
conozca, y nuestro corazón más y más os ame, y nuestra alma más y más
con vos se estreche, ¡oh amor mío, y mi único Bien para siempre! Amén.
DÍA PRIMERO
«Lleva sobre sí el pecado del mundo». — (Joánnes I, 20)
¡Cuánto
me admiro y me complazco, oh Jesús, dulce dueño de mi alma! ¡Cuánto me
consuelo, cuando me pongo a venerar vuestro Corazón Divinísimo, al
considerar que Vos mismo nos lo habéis dado a conocer por vuestra sierva
Margarita, haciendo de nuevo, ahora que estáis en el Cielo, el oficio
de maestro que tan bien practicásteis en la tierra! Todo, todo lo habéis
dispuesto Vos por Vos mismo: las prácticas con que habíais de ser
honrado, el día de cada mes que os había de ser consagrado; el día de
cada año, en que debía de celebrarse una fiesta en honor de vuestro
Corazón adorable, y en fin, hasta el modo y la traza con que se había de
pintar, rodeado y penetrado de insignias admirables, emblemas de dolor y
de amor, signos prodigiosos de donde deberíamos sacar rayos vivos de
luz para nuestra mente, y fuentes copiosas de gracias para nuestro
corazón. ¡Gracias, Señor, por tan grande bondad y por tanta fineza!
Haced que sepamos aprovecharnos de ellas, y merecer las copiosas
bendiciones que tenéis prometidas a los amantes de vuestro Corazón, y
aun a las imágenes que nos le representan. Mas decidme, Amado y Señor
mío: ¿qué nos indica la cruz que carga vuestro santísimo y amante
Corazón? Porque la cruz es llevada sobre los hombros, y el corazón
parece muy estrecha base para alzarla, y muy débil entraña para soportar
su peso sin ser despedazado… Mas ya entiendo, Jesús mío, que el llevar
la cruz sobre vuestro Corazón quiere decirnos: que cuando la llevasteis
unas horas sobre los hombros, en el camino del Calvario, ya la habíais
llevado treinta y tres años en el alma; desde el primer instante de la
Encarnación, se os propuso el gozar, y escogisteis el padecer, desde la primera palpitación de vuestro Corazón adorable en el seno de María, vuestra Madre, ya habíais dicho: heme aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios mío!, vuestra voluntad,
y bien sabíais que esa voluntad era, que redimiéseis con vuestra Sangre
al género humano, y a ella fuisteis obediente hasta la muerte, y muerte
de cruz. Así, Dios mío y amor mío, la cruz estuvo en vuestro Corazón
desde el momento en que fue formado: la cruz fue vuestra expectación
gozosa, vuestro deseo incesante, vuestra delicia suspirada; podemos
decir que cuando la llevasteis a cuestas desde el Pretorio, no hicisteis
más que trasladarla a vuestros hombros lastimados, arrancándola del
Corazón ardiente, o por mejor decir, la llevasteis por fuera fin dejarla
por dentro, para mostrar el indecible amor que le teníais. Y ahora.
Señor, nos la mostráis también sobre el Corazón, como para decirnos, que
aun allá en el cielo, donde estáis inmortal, impasible y glorioso, no
le habéis perdido el amor y el cariño, y os preciáis de ella, como de
las llagas que en ella recibisteis.
Mas
¡cuántas cosas me enseña, oh Corazón divino, vuestra cruz! Enséñame
que, para ser discípulo del Salvador, no debo rehusar tomar la cruz, y
que debo ir en vuestro seguimiento; que no debo llevarla con caimiento,
con fastidio y con tristeza, y vuelta al suelo la cara como quien lleva
un peso a las espaldas, sino mirando al Cielo, sirviendo al Señor con
alegría, y mostrando a todos la suavidad de su yugo y la ligereza de su
carga; que no debo huir la cruz, sino buscarla, o al menos recibirla
gustoso cuando venga; que no debo mirarla con horror ni aborrecerla,
sino llevarla con amor y regocijo; que no he de pretender dejarla ni
arrojarla, sino llevarla al corazón siempre clavada, donde no pueda
entrar ninguna mano a arrancarla. La cruz me enseña también que, si
quiero amar de veras a Jesucristo, si quiero unirme a ÉL, si quiero
poseerle, debo también amar su cruz y estrecharme con ella, pues de su
Sagrado Corazón es inseparable. ¡Oh mi Jesús, y cuán lejos estoy de
seguir estas santas lecciones! ¡Cuán poco dispuesto me he hallado a
practicarlas! Huyo de la cruz como de un árbol maligno, siendo ella el
verdadero árbol de la vida: quiero seguiros con Pedro y Santiago hasta
el Tabor, pero no con María vuestra Madre y con Juan hasta el Calvario;
quiero estrechar mi corazón contra el vuestro, pero me espantan los
brazos de la cruz que enarbola, y temo lastimarme a su contacto: si no
soy enemigo declarado de la cruz como aquellos de los que habla vuestro
Apóstol, tampoco soy de sus francos y leales amigos. Toda pena me
asusta, toda tribulación me abate, todo sufrimiento se me hace
insoportable. Remediadme, Salvador mío; que el amor que yo tengo a
vuestro santo Corazón y que Vos mismo me habéis dado, me haga amar
igualmente a la cruz que sostiene, y que parece formar con él un solo
cuerpo. Hacedme llevar con paciencia las cruces de la vida, para gozar
en la gloria de las delicias que allí difunde vuestro Corazón adorable.
Amén.
Se rezarán tres credos, y al fin de cada uno la siguiente Jaculatoria:
℣. Corazón de Jesús, con la cruz atormentado
℞. Haz que el mío, con la cruz sea aligerado.
ORACIÓN FINAL
Corazón adorable de Jesús mi Salvador, peana
celeste de la sagrada Cruz; Rey de los corazones, cercado con una corona
de dolor y de amor: dulce morada de las almas amantes, que en vuestra
honda herida gustan haceros oír la voz de su dolor y arrepentimiento;
horno encendido en divinas llamas que vuelan por de fuera, como para
mostrar cuánto deseáis comunicarnos vuestros sagrados fuegos; a Vos me
acojo para aprender a llevar la cruz de mis trabajos, plantándola con
amor en medio de mi corazón como un árbol fructuoso; para curar las
llagas de mis culpas con la Sangre que destila de vuestra herida, para
sujetar y ligar mis desordenados apetitos con la punzante corona que os
circunda, y para inflamar mi tibio corazón con las llamas que el
vuestro despide. ¡Oh, y qué bueno es estar aquí, Dios mío! No necesito
fabricar ni un tabernáculo, porque sois Vos el tabernáculo, no hecho de
mano de hombres, tabernáculo donde la misma Divinidad está encerrada, y
en el cual se encuentran, por lo mismo, las delicias de la gloria. Que
en Vos viva yo siempre, amor mío, que en Vos muera, ¡y en Vos
eternamente more! Amén.
PLEGARIA
Corazón que sostienes
De la cruz la opresión,
La mía a llevar enséñame
Con fiel resignación.
Te amo, dulce amor mío,
Con todo el corazón.
Con todo el corazón.
Corazón circundado
De espinas de aflicción,
Hazme sentir punzadas
De amarga compasión.
Te amo, dulce amor mío,
Con todo el corazón.
Con todo el corazón.
Corazón que ha entreabierto
La lanza del sayón,
Mostrándome arca y fuente,
Nido, rosa y mansión.
Te amo, dulce amor mío,
Con todo el corazón.
Con todo el corazón.
Corazón todo llamas,
Dulce y santa visión,
Que enciendes a las almas
Que te amen con pasión.
Te amo, dulce amor mío,
Con todo el corazón.
Con todo el corazón.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu
Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO
Por la señal…
℣. Señor, abrirás mis labios.
℞. Y mi boca anunciará tu alabanza.
℣. Dios mío, entiende en mi ayuda.
℞. Apresúrate, Señor, a socorrerme.
Gloria al Padre…
Acto de contrición e Invocación.
«Mirad
al Rey Salomón con la diadema con que su madre lo coronó en el dia de
su desposorio, y de la alegría de su corazón». — (Cánticis III, 11)
Ya
vengo hoy a miraros, Rey mío y Señor mío, con esa preciosa diadema que,
como una corona, rodea, no solo ya vuestra cabeza, sino vuestro divino
Corazón. Mas si la corona es señal de realeza; ¿por qué no ostentáis una
diadema de esplendor y de gloria, o al menos una corona de oro y de
piedras preciosas? Si así las ponéis, Señor, en la cabeza de los santos,
vuestros siervos, ¡cuánto mejor y más preciosa no le conviene a vuestro
deífico Corazón!… Mas ¡qué digo, dulcísimo dueño de mi alma! ¡Qué
humanamente discurro! ¿No sois Vos quien en vida no quisisteis llamaros
Rey, pues que huísteis y os escondísteis de las turbas conmovidas que
como Rey pretendían aclamaros, y que, no obstante, en el día de vuestra
muerte confesáis ante Pilato vuestro reinado, y queréis que aparezca, a
pesar de la mala voluntad de los fariseos, hasta en la inscripción de
vuestra cruz? ¿No sois Vos quien quisisteis mostraros Rey de veras, y
revestir las insignias reales, cuando vuestros verdugos os saludaban y
os trataban como a Rey de burlas? Sí, adorado Redentor mío; no
quisisteis ser Rey terreno, porque vuestro reino no es de este mundo;
sois por naturaleza Rey inmortal de los siglos a quien se debe honor y
gloria: sois Rey de los reyes, y Señor de los señores; el Señor, a quien
dijo el Señor, vuestro Padre: siéntate a mi derecha, mientras voy poniendo a tus enemigos por escabel de tus pies;
pero queríais ser también Rey de dolor y de amor, y por eso lleváis la
cruz como cetro, y la corona de espinas como diadema de la dignidad
real: queréis ser el Rey de los corazones, y por eso lleváis en vuestro
Corazón las insignias reales. Ya desde el instante de la Encarnación, os
había coronado María, vuestra Madre Inmaculada, con la humana
naturaleza, como con una blanca diadema, y ese fue el día de vuestros
desposorios, pues a la Divinidad se unió en vínculo indisoluble la
humanidad, y ese fue el día de la alegría de vuestro Corazón, que
escogió una esposa tan tiernamente amada. Mas como no solo la amasteis,
sino que os entregasteis a Vos mismo por ella, y os entregasteis a la
prisión y a las cárceles, a los azotes y a las espinas, a los verdugos y
a la cruz, por eso sois un Rey, no solo de amor, sino de dolor, y por
eso os conviene muy bien esa corona, que con su verdor indica la lozanía
de vuestro amor, y con sus agudas espinas vuestros punzantes dolores.
María os coronó con diadema de amor, y nosotros con diadema de dolor:
ella os rodea con una corona blanca y pura, y nosotros os cercamos de
agudísimas puntas de ingratitudes pecados: ella es la Madre del hermoso
amor, y nosotros somos los hijos de vuestras penas y dolores… Reinad
pues, oh Corazón real, sobre nuestros pobres corazones: reinad por
vuestro amor y ternura sobre nosotros; pero reinad también por vuestros
dolores y tormentos: haced que participando de esa corona que os rodea,
no solo sintamos la frescura de sus ramas, sino también las punzadas de
sus espinas: dadnos a conocer que el padecer por el amado es la mayor
prueba de amor que puede darse, y que debíamos andar gozosos y
reputarnos dichosos, como los sagrados Apóstoles, cuando fuésemos dignos
de padecer contumelias ante las reuniones de los hombres por vuestro
santo Nombre.
Haced
que en estos tiempos en que la impiedad y la persecución os coronan de
nuevo de espinas en vuestro Cuerpo místico, no queramos nosotros
vuestros hijos, andar coronados de rosas: que nos enamoremos de esas
espinas, que con el contacto de vuestro Corazón se truecan para nosotros
en suavísimas rosas, y destilan de sus puntas el bálsamo aliviador de
vuestra Sangre. Que vuestra corona preciosa, símbolo de lucha y de
victoria, pues vencisteis al pecado y a la muerte, y al demonio y al
infierno, nos ayude a triunfar de nuestros terribles enemigos; que
vuestra corona, de Sacerdote y de Pontífice, pero llena de espinas,
porque también sois Víctima del sacrificio, nos enseñe a sacrificarnos a
nosotros mismos y a ofrecernos como un holocausto, inmolado con el
cuchillo de las persecuciones y quemado en el fuego de vuestro amor.
Que vuestra corona triunfal y gloriosa, nos lleve algún día a aquel reino dichosísimo, donde las amarguras se trocarán en suavidad, y las penas en delicias, y los llantos en sonrisas, y las espinas de la vida presente, en las flores inmarcesibles de la gloria. Amén.
Que vuestra corona triunfal y gloriosa, nos lleve algún día a aquel reino dichosísimo, donde las amarguras se trocarán en suavidad, y las penas en delicias, y los llantos en sonrisas, y las espinas de la vida presente, en las flores inmarcesibles de la gloria. Amén.
Se rezarán tres credos, y al fin de cada uno la siguiente Jaculatoria:
℣. Corazón de Jesús, de espinas coronado
℞. Haz que el mío, con tu corona sea ensalzado.
La Oración final y la Plegaria se rezarán todos los días.
DÍA TERCERO
Por la señal…
℣. Señor, abrirás mis labios.
℞. Y mi boca anunciará tu alabanza.
℣. Dios mío, entiende en mi ayuda.
℞. Apresúrate, Señor, a socorrerme.
Gloria al Padre…
Acto de contrición e Invocación.
«Uno de los soldados le abrió el costado con una lanza».
— (Joánnes XIX, 34)
¿Por
qué no dijo el Evangelista, que el soldado hirió o atravesó vuestro
costado, sino advierte que lo abrió? usó de esta despierta palabra, como
dice vuestro siervo Agustino, para mostrar grandes misterios; pues esa
herida, que penetrando hasta el Corazón, también le abrió, es como la
puerta de la vida, antes cerrada, y desde entonces patente a todos los
que quisieren entrar por ella. Sí, dulce Jesús mío, dos dichosas puertas
nos abrió aquella lanza: la puerta exterior en vuestro sacratísimo
costado, y la puerta interior y secreta en vuestro amantísimo Corazón:
la una, que es como la gran puerta del atrio del templo, por donde entra
la multitud, la otra, puerta de la más íntima habitación, donde
penetran los amigos más queridos. Mas no solo vuestro divino Corazón nos
fue abierto como el palacio de la vida, sino también como una fuente de
cristalinas aguas. Las fuentes solían estar cerradas y aun selladas;
pero esta fuente es la que estaba anunciada por un Profeta cuando decía:
«habrá una fuente patente en la casa de Jacob, para ablución de los
pecados y de las manchas» (Zacharía XIII, 1), patente y no cerrada,
patente y no escondida ni secreta, para poder tomar todos de sus aguas, y
refrigerar la sed de nuestras almas, y limpiar las culpas y pecados, y
regar los áridos terrenos de nuestros corazones. Vuestra herida está
también abierta, porque Vos sois, ¡oh Corazón divino!, el arca real que
contiene todos los tesoros del Cielo. Vos sois, como dice vuestro
Apóstol, el heredero riquísimo del Padre, porque todos sus
tesoros y riquezas os pertenecen, y no las queréis tener reservadas ni
escondidas, sino que queriendo comunicarlas a los hombres vuestros
hermanos, dispusisteis que la lanza del soldado, como una llave maestra,
nos abriese el arca sagrada de vuestro pecho, y el arca más guardada de
vuestro Corazón, para que podamos fácilmente enriquecernos, y hacernos
dueños de las riquezas inefables que contiene; y no menos puedo decir
que vuestro Corazón, en el huerto de vuestro pecho, se entreabrió como
una rosa nacarada, cuyo aroma hace correr tras de Vos a las almas
amantes, que encuentran en ella, con el suave olor de vuestros ejemplos
la miel de vuestros celestiales consuelos. Y a esa rosa rubicunda se
acercaba vuestro siervo Bernardo, y con entusiasmo la saludaba, y le
entonaba dulces himnos, diciéndole inflamado: «¡Salve blanda abertura,
más que la rosa nacarada; salve, oh encanto de las almas; salve, ¡oh
saludable medicina! Mas ¿qué queríais vos, significar, Dios mío, cuando
invitabais a la esposa de los cánticos diciéndole: «levántate, amiga
mía, hermosa mía, paloma mía, y ven: en las hendeduras de la piedra, en
la caverna del cercado, muéstrame tu semblante y haz resonar tu voz en
mis oídos, porque dulce es tu voz y agraciado tu semblante»? (Cánticis
III, 13-14).
¿Cuáles
son esas hendeduras de la piedra, y esa caverna del cercado, en las
cuales su voz os parece tan suave, y tan hermoso su semblante? Vuestro
Apóstol nos lo declara cuando dice, que la piedra era Cristo, y así
comprendemos que las hendeduras de esa piedra son las heridas de los
pies y de las manos, y la caverna del cercado, es la llaga del costado
abierta entre los huesos que se pueden contar todos, como pueden
contarse las piedras de un cercado. Y pues cuando el alma deja oír su
voz en esa maravillosa caverna, su acento os es dulce, y cuando allí a
pediros se presenta, su semblante os es hermoso: y pues deseáis tanto
que os pida, que la invitáis a ello con tan amorosas palabras, dejad,
Señor, que mi pobre alma, como paloma extraviada, venga a este nido de
amor, a haceros oír sus quejas y gemidos. Lejos estoy de la vida, Jesús
mío, dejadme entrar por esa puerta abierta a encontrarla en su plenitud;
manchada estoy y sucia con mis culpas y pecados: permitidme acudir a
esa fuente de aguas vivas para lavarme y purificarme; pobre me encuentro
de buenas obras, escasa de méritos, y vacía de virtudes: concededme el
que me acerque a esa arca tan colmada, para remediar mí indigencia y
enriquecer mi pobreza; hedionda está mi alma con el mal olor de sus
iniquidades y miserias; consentid que me acerque a esa rosa rubicunda, a
respirar su purísimo aroma que me embalsame, y á libar su néctar
delicioso que me dulcifique; vagabunda camino, sin hallar la dicha que
busco por todas partes, y sin tener en que reposar mis inquietos deseos:
dejad que unida a vos, y perdida en el dulce nido de vuestro abierto
Corazón, pueda cantar agradecida: «¡Oh, y cuán amables son vuestros
tabernáculos, Señor de las virtudes, ansia y desfallece mi alma en los
atrios del Señor; porque el pajarillo ha encontrado una guarida, y un
nido la pobre tórtola donde poner sus polluelos. Vuestros altares, ¡oh
Dios de las virtudes, Rey mío y Dios mío!» (Psalmi LXXXIII, 2-5). Sí,
Jesús mío; porque en los altares está la Eucaristía, y en ella estáis
vos todo entero, y en ella vuestro amante Corazón. Él sea mi morada, mi
asilo y mi refugio en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Se rezarán tres credos, y al fin de cada uno la siguiente Jaculatoria:
℣. Corazón de Jesús, por la lanza traspasado,
℞. Quede en el tuyo, el mío, purificado.
La Oración final y la Plegaria se rezarán todos los días.
DÍA CUARTO
Por la señal…
℣. Señor, abrirás mis labios.
℞. Y mi boca anunciará tu alabanza.
℣. Dios mío, entiende en mi ayuda.
℞. Apresúrate, Señor, a socorrerme.
Gloria al Padre…
Acto de contrición e Invocación.
«Fuera del horno derramábase la llama». — (Daniel III, 47)
Aquellas
llamas que sobre el horno de Babilonia se extendían, y que por dentro
llenaban de alegría a los tres niños y los recreaban con admirable
suavidad, símbolo son de las llamas, dulce Jesús mío, que veo arder
sobre vuestro Corazón, horno ardiente de caridad, que devora a los que
se le acercan, y conforta y recrea dulcemente a los que entran á su
seno. Vos mismo dijisteis que habíais venido a traer fuego a la tierra, y
que nada queríais como que se encendiese. Paréceme, Señor, que vuestro
Corazón es como la antorcha ardiendo, con la cual vais pegando ese fuego
divino, y encendiendo a las almas y prendiendo en los corazones. En
otro tiempo pedía a Dios el profeta David que tomase venganza de tus
enemigos, «arrojándolos como el viento una paja delgada, y devorándolos
como el fuego que abraza las selvas y como las llamas que prenden en los
montes y consumen su verdor y sus pastos» (Psalmi LXXXII, 15). Tal
quería que fuese la prontitud y lo terrible de su castigo, como una
tempestad de ira que los sumergiera. Mas entonces era la ley del temor,
publicada entre truenos y rayos; mas ahora, en la ley del amor, con otro
fuego seguís vos a vuestros enemigos: con otras llamas mu y distintas
corréis á abrasarlos: en otra tempestad, no de ira, sino de misericordia
y de perdón, pretendéis anegarlos; con esas llamas color de oro
encendido que lleváis en vuestro Corazón, como con una tea causadora de
celestes incendios, vais pegando fuego a las selvas y a los montes, es
decir, a la multitud de almas sencillas, al común de los fieles que
arden en la devoción a vuestro Corazón adorable, y que por su número
incontable son como los árboles de las selvas; y a los montes, que son
las almas fervorosas y elevadas, que como más altas y á vos más
cercanas, participan mucho más de vuestros divinos ardores. Pedro,
calentándose a las llamas en el atrio del Pontífice, perdió el calor del
corazón, y fríamente os negó por tres veces, porque las llamas del
mundo, si encienden las malas pasiones, y excitan los perversos deseos é
inflaman la concupiscencia, al mismo tiempo hielan el corazón para las
cosas divinas, y nos preparan horribles caídas; mas el alma que se
acerca a calentarse en vuestras llamas divinas, ¡oh ardentísimo Corazón!
enfriase para las cosas de la tierra, pero enciéndase en deseos
celestiales, limpiase como el hierro al convertirse en acero, haciéndose
fuerte para el sufrimiento, resistente al peso de las penas y flexible
para ser trabajada por vuestras manos poderosas. En ese doble haz de
llamas que salen de vuestro santo Corazón, se encienden las almas en el
doble fuego de la caridad para con Dios y para con el prójimo, y
ardiendo en esa flama, admiran a los hombres y aun a los ángeles con el
espectáculo de sus virtudes. En esas llamas se inflamaba Bernardo, que
exhalaba no menos fuego que dulzura con sus palabras; en esas llamas se
abrazaba Francisco de Sales, aprendiendo a hacer amar la devoción en los
palacios, y escribiendo la historia y los progresos del amor divino; a
la luz de esas llamas aprendía Teresa de Jesús la doctrina celestial que
reboza en sus libros; al contacto de esas llamas se consumía la
Bienaventurada Margarita, la fiel discípula, la tierna amante, y la
ardorosa promotora del culto y devoción de vuestro Corazón adorable.
Dejad que yo también me acerque hacia esas llamas, dulce amor de mi
vida, permitid que descalzándome con respeto, de los terrenales afectos,
me acerque, como Moisés, a contemplar esa visión misteriosa: aplicad a
mi pecho esa antorcha sagrada para que su fuego penetre el interior de
mi alma: haced que ese faro de luz eterna, alumbre mi camino y me dirija
en el mar tempestuoso de la vida, y permitidme que entrando devotamente
en ese horno de rebosantes llamas, entone como los tres jóvenes
hebreos, el himno de amor y gratitud, invitando a las criaturas todas
del cielo, y de la tierra a bendeciros y alabaros por los siglos. Sí,
Dios mío y Señor mío, que esas llamas me vigoricen y me enciendan; que
su fulgor me encamine y me guie: que sus soberanos ardores purifiquen
las asquerosas manchas de mi alma; que su calor derrita el duro hielo de
mi corazón, y que transformándose en vos algún día, como el hierro en
el fuego, logre llegar a unirme con vos eternamente, en las felices
mansiones de la gloria. Amén.
Se rezarán tres credos, y al fin de cada uno la siguiente Jaculatoria:
℣. Corazón de Jesús, por mí abrasado,
℞. Haz que en tus llamas quede el mío inflamado.
La Oración final y la Plegaria se rezarán todos los días.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)