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domingo, 8 de marzo de 2020

EL ODIO AL LATÍN ES ODIO A LA ORTODOXIA ROMANA

Ayer 7 de marzo fue un dies nefas. Sí, el 7 es la fiesta del Angélico Doctor Santo Tomás de Aquino, pero también –y es por esto nefasto– el día en el cual, en 1965 (ese año era el I Domingo de Cuaresma), Giovanni Battista Montini Alghisi/Pablo VI celebró en la iglesia romana de Todos los Santos (construida entre 1914 y 1920, y a cargo de la Pequeña Obra de la Divina Providencia del padre Luis Orione desde el 4 de noviembre de 1919, cuando fue erigida en parroquia) la primera misa en italiano (más exactamente, las lecturas –lección, salmo y Epístola–, el Evangelio, la oración de los fieles –reintroducidas a instancia de Sacrosánctum Concílium–, el Kýrie, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei; los cantos en las aclamaciones y los saludos, el Padre nuestro y la oración sobre las ofrendas –ya no “Secreta”– fueron en italiano, sólo el Canon permanecía en latín). No era todavía la misa de Lutero y Cranmer, pero ya tenía la mesa y de cara al pueblo. Y, adviértase, no lo hizo porque la Escuela de Bolonia (grupo de teólogos e historiadores dirigido por el historiador Giuseppe Alberigo y el teólogo y político Giuseppe Dossetti Ligabue –perito del cardenal Giacomo Lercaro–, que introdujo la “hermenéutica de la ruptura”) y los mass media distorsonaran un Concilio aún inconcluso: lo hizo en nombre del Concilio y para obedecerlo. Montini mismo lo dice:
«Esta domínica señala una fecha memorable en la historia espiritual de la Iglesia, porque la lengua hablada entra oficialmente en el culto litúrgico, como habéis ya visto esta mañana. La Iglesia ha considerado imperativa esta providencia –el Concilio lo ha sugerido y deliberado– y esto para hacer inteligible y hacer entender su oración. El bien del pueblo exige esta premura, la de hacer posible la participación activa de los fieles al culto público de la Iglesia. Es un sacrificio que la Iglesia ha hecho de la lengua propia, el latín; lengua sagrada, grave, bella, extremadamente expresiva y elegante. Ha sacrificado tradiciones de siglos» (Ángelus del 7 de marzo de 1965).
   
A esto, recordemos las palabras del venerado abad de Solesmes Dom Prósper Guéranger OSB:
«Como la reforma litúrgica tiene entre sus fines principales la abolición de los actos y las fórmulas de los Sagrados Misterios, de ello se desprende, necesariamente, que sus autores tenían que reivindicar el uso de la lengua vulgar en el servicio divino. Éste es, pues, uno de los puntos más importantes para los sectarios. Sostienen que el culto no es una cosa secreta, que es necesario que el pueblo entienda lo que canta. El odio de la lengua latina es algo innato en el corazón de todos los enemigos de Roma; en ella ven el lazo que une a todos los católicos del mundo, el arsenal de la ortodoxia en contra de todas las sutilezas del espíritu de secta, el arma más poderosa del Papado. El espíritu de rebeldía que los empujó a confiar la plegaria universal al idioma de cada pueblo, de cada provincia, de cada siglo, produjo, por otra parte, sus frutos, y los reformados pueden constatar día a día que los pueblos católicos, a pesar de sus plegarias latinas, aman más y cumplen con mayor celo los deberes del culto que los pueblos protestantes. A toda hora del día, el servicio divino se lleva a cabo en las iglesias católicas: el fiel que asiste deja, en el umbral, su lengua materna; excepto en el momento de la predicación escucha solamente esos misteriosos acentos que dejan de resonar, incluso, en el momento más solemne, durante el Canon de la Misa; y, sin embargo, ese misterio lo encanta de tal manera que no envidia la suerte del protestante, aunque los oídos de éste último sólo escuchen sonidos cuyo significado entiende. Mientras que al templo reformado le cuesta reunir, una vez por semana, a los cristianos puristas, la Iglesia papista ve como, sin cesar, sus numerosos altares son asediados, cada día, por sus religiosos hijos que dejan un momento sus trabajos para ir a escuchar esas palabras misteriosas que tienen que ser del mismo Dios porque nutren la fe y calman el sufrimiento. Confesemos que fue una jugada maestra del protestantismo el haber declarado la guerra a la lengua santa; si pudiera llegar a destruirla, su triunfo total estaría cercano. Desnuda ante las miradas profanas, como una virgen deshonrada, la Liturgia perdió, a partir de ese momento su carácter sagrado y ha de llegar pronto el momento en que el pueblo se dé cuenta de que no vale demasiado la pena abandonar sus labores o sus placeres para ir a oir hablar de la misma manera en se habla en la plaza pública. Saquémosle a la Iglesia de Francia sus declamaciones radicales y sus diatribas contra la supuesta venalidad del clero, y ya veremos si el pueblo irá a escuchar, por mucho tiempo aún, al así llamado Primado de las Galias gritar: “Le Seigneur soit avec vous” (El Señor esté con vosotros); y a otros que le responden: “Et avec votre esprit” (Y con tu espíritu). Nos ocuparemos, en otra parte, de manera especial, de la lengua litúrgica».
  
Dom PRÓSPER GUÉRANGER OSB, Instituciones litúrgicas (2ª edición francesa), tomo I, libro I, cap. XIV: “La herejía antilitúrgica y la reforma protestante del siglo XVI considerada en sus relaciones con la liturgia”, numeral 8. Paris, Société Génerale de Librairie Catholique, 1878, págs. 388-407. Traducción española de Miguel Frontán Alfonso.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)