El
 arzobispo de Luxemburgo y presidente de la Comisión Europea de 
Conferencias Episcopales, Jean-Claude Hollerich SJ (61), cardenal 
presbítero de San Juan Crisóstomo en Monte Sacro Alto, cree que el 
coronavirus «cuestiona a nuestra sociedad divertida» y que «muchas 
personas están buscando ahora el sentido de la vida».
 
Jean-Claude Hollerich SJ 
Él
 dijo el 16 de marzo en una entrevista telefónica –el prelado está en 
autocuarentena tras descubrir que un empleado de la curia archidiocesana
 dio positivo con el coronavirus– realizada por el periodista Michael 
Merten para el Luxemburger Wort, que
 el virus muestra que por sí sola la globalización «no es suficiente» 
[¿para qué, sino para el NOM?], y que la “glocalización” será más 
importante.
Para
 él, el virus ayuda a propagar la mordaza de relaciones públicas “Greta 
Thunberg”, porque supuestamente cuestiona a «una economía que sólo 
desarrolla productos baratos para la gente».
Preguntado
 por la suspensión de las misas en casi toda Europa y la reacción de los
 fieles a ‘solución’ tran draconiana, Hollerich responde:
«La mayoría de la gente lo entiende, porque se trata de salvar vidas. Salvar las vidas de ancianos y de los más vulnerables, de no ponerlos en riesgo. Y la mayoría de la gente lo toma muy bien. Pero también hay algunos que se quejan y que alientan una creencia en los milagros, que no comparto».
El
 periodista le hace notar que en algunos lugares se han organizado 
rogativas y procesiones para pedir la protección del Altísimo contra la 
pandemia, algo que se ha hecho tradicionalmente en la Cristiandad frente
 a todo tipo de pestes. Pero al cardenal creado por Bergoglio en el 
consistorio de 2019 no le parece bien en absoluto: «Yo llamo a los 
fieles a la oración, pero nunca a las procesiones. Los únicos que 
disfrutan las procesiones son los virus».
Aterrizando
 sobre la “Peregrinación de la Octava”, que se celebra desde 1626 en 
honor a Nuestra Señora Consoladora de los Afligidos (patrona de la 
ciudad y el Gran Ducado de Luxemburgo) entre el III y el V domingo 
después de la Octava de Pascua, Hollerich se negó a dar declaraciones 
específicas, pero señaló que existe el plan B de hacerlo digital, y que 
aunque será una vergüenza, «proteger la vida debe ser una prioridad 
absoluta». Cosa irónica, puesto que la peregrinación nació tras el voto 
que hiciera el sacerdote jesuita Jacques Brocquart cuando enfermó de 
peste. Él le prometió a la Virgen completar la capilla del campo de 
Glacis (que fue inaugurada el 10 de Mayo de 1626), peregrinar allí 
descalzo y ofrecerle un cirio de dos libras.
Es,
 sin duda, una respuesta equivoca en un pretendido príncipe de la 
Iglesia. ¿No comparte la creencia en los milagros, o solo se refiere a 
que no cree posible que en este caso Dios haga un milagro en respuesta a
 las oraciones de los fieles? ¿O quizá simplemente que no le parece 
probable (ningún milagro lo es, por definición, en el orden natural)?
En
 cualquier caso, Hollerich ha mannifestado una vez más su pertenencia no
 a la Iglesia Católica (él es un laico travestido de cardenal) sino al 
racionalismo, e incurrido en anatema:
«Si quis dixérit, mirácula nulla fíeri posse, proindéque omnes de iis narratiónes, étiam in sacra Scriptúra conténtas, inter fábulas vel mythos ablegándas esse; aut mirácula certo cognósci núnquam posse, nec iis divínam religiónis Christiánæ oríginem rite probári: anathéma sit (Si alguno dijere que no puede darse ningún milagro y que, por ende, todas las narraciones sobre ellos, aun las contenidas en la Sagrada Escritura, hay que relegarlas entre las fábulas o mitos, o que los milagros no pueden nunca ser conocidos con certeza y que con ellos no se prueba legítimamente el origen divino de la religión cristiana, sea anatema)». [Papa Pío IX, durante el Concilio Vaticano I, Sesión III. Const. Dogmática “Dei Fílius” (sobre la Fe Católica), 24 de Abril de 1870, canon 3 “Sobre la Fe”, §4].
El mensaje central de Hollerich es que que «Proteger la vida debe ser una prioridad absoluta».
 Obviamente, se refiere a esa vida de aquí abajo, no a la que nunca 
acaba, la eterna, cuyas puertas se abrieron por un martirio: el de 
Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz del Calvario, que voluntariamente 
asumió la muerte para librarnos de la epidemia del pecado y la 
condenación eterna esparcidas por satanás el diablo.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)