Hasta la última reforma (1), la Iglesia anticipaba a la víspera el
Oficio de la noche del día siguiente, para estos tres últimos días de la
Semana Santa (Jueves, Viernes y Sábado Santo), con el fin de dar al
pueblo cristiano mayor facilidad para tomar parte en él. Los Maitines y
Laudes celebrábanse, por tanto, en las horas de la tarde de los días
previos.
Así, pues, los fieles deben apresurarse a asistir a ellos en tanto en
cuanto sus ocupaciones se lo permiten. En cuanto al mérito de esta
piadosa asistencia, es indudable que sobrepasa al de cualquier devoción
privada. El medio más seguro para llegar al corazón de Dios será siempre
emplear como intermediario a la Iglesia: En cuanto a las impresiones
santas que pueden ayudarnos a hondar más en los misterios, que se
conmemoran en estos tres días, por lo general son más fuertes y más
seguras las que se reciben en el oficio, que las que se buscan en
cualquier libro humano. Alimentada por la palabra y los ritos de la
Iglesia, el alma cristiana aprovechará doblemente con los ejercicios y
lecturas del oficio, aunque también debe ocuparse en particular de
ellas. La oración de la Iglesia será, pues, la base sobre la cual se
levantará todo el edificio de la piedad cristiana, en este santo
aniversario; así imitaremos a nuestros padres que, en los siglos de fe,
fueron tan profundamente cristianos porque vivían de la vida de la
Iglesia por la Liturgia.
CARÁCTER DEL OFICIO. — El oficio de Maitines
y Laudes de los tres últimos días de la Semana
Santa difiere en muchas cosas del de los demás
días del año. La Iglesia suspende las aclamaciones
de alegría y esperanza con que suele comenzar
la alabanza divina. Ya no se oye resonar en
el templo el Domine labia mea aperies. Señor
abre mi boca para que te alabe; ni Deus in adiuiorium
meum intende. Señor, apresúrate a socorrerme;
ni Gloria Patri al fin de los salmos, de los cánticos y de los responsorios. Los oficios
no conservan sino lo que les es esencial en la
forma y se han suprimido todas estas aspiraciones vivas que se habían añadido al sucederse
de los siglos.
EL NOMBRE. — Dase vulgarmente el nombre de
Tinieblas a los Maitines y Laudes de estos tres
últimos días de la Semana Santa, porque se los
celebra muy de mañana, antes de salir el sol.
EL CANDELABRO. — Un rito imponente y misterioso,
propio únicamente de estos oficios confirma
también este nombre. Se coloca en el presbiterio,
cerca del altar, un gran candelabro triangular
sobre el cual se hallan quince velas. Estas
velas, así como las seis del altar, son de cera
amarilla como en el oficio de difuntos. Al fin de
cada uno de los salmos o cánticos se va apagando
una vela del gran candelabro; sólo queda
encendida la que se halla en la extremidad del
triángulo. Igualmente se apagan mientras el Benedíctus
las velas del altar. Entonces toma un
acólito la vela que quedó encendida en el candelabro
y la tiene apoyada sobre el altar mientras
el coro canta la Antífona que le sigue. Luego
esconde la vela (sin apagarla) detrás del altar.
La mantiene así, oculta a las miradas, durante
la recitación de la oración final que sigue
al Benedíctus. Acabada esta oración, ya no se hace como antiguamente se hacía al terminar
este oficio.
EL SIMBOLISMO DE LOS RITOS. — Expliquemos
ahora el sentido de las diversas ceremonias. Nos
hallamos en los días, en que la gloria del Hijo de
Dios es eclipsada ante las ignominias de la Pasión. “Era la luz del mundo”, poderoso en obras
y palabras, vitoreado poco ha por las aclamaciones
de la muchedumbre, pero vedle hoy despojado
de toda grandeza, el hombre de dolores,
un leproso, como dice Isaías. “Un gusano de la
tierra y no un hombre”, dice el Rey Profeta; “causa de escándalo para sus discípulos”, dice el
mismo Jesús. Todos le abandonan: Pedro incluso
llega a negar que le ha conocido. Este abandono,
esta defección casi general se halla figurada
por la extinción sucesiva de las velas del candelabro
triangular y de las del altar.
Sin embargo de eso, la luz desconocida de
Cristo no se apaga. Se coloca un momento la
candela sobre el altar. Está allí como Cristo en
el Calvario donde padece y muere. Para significar
la sepultura de Jesús, se coloca la candela
detrás del altar; su luz no aparece más. Entonces
un ruido confuso se deja oír en el santuario.
Este ruido expresa las convulsiones de la naturaleza
en el momento en que al expirar Jesucristo
en la Cruz, tembló la tierra, se desquebrajaron las rocas y se abrieron los sepulcros.
Pero de repente aparece de nuevo la candela sin
haber perdido nada de su luz; el ruido cesa y
todos adoran al glorioso vencedor de la muerte.
(Dom Prósper Guéranger, El Año Litúrgico -Traducción española de 1956-)
Con el propósito de presentar y recuperar esta práctica devota,
presentamos los respectivos Oficios de Tinieblas de los Tres Días
Santos. Basta para acceder a ellos hacer clic sobre el respectivo título:
Nota:
(1) Se refiere a la reforma a las ceremonias de la Semana Santa hecha en 1955 por el cardenal masón Achile Liénart y con las directrices de su hermano masón Aníbal Bugnini. Dicha reforma (NO APROBADA POR PÍO XII, SINO POR JUAN XXIII BIS) fue el ensayo inicial para el Novus Ordo Missae que llegaría después.
(1) Se refiere a la reforma a las ceremonias de la Semana Santa hecha en 1955 por el cardenal masón Achile Liénart y con las directrices de su hermano masón Aníbal Bugnini. Dicha reforma (NO APROBADA POR PÍO XII, SINO POR JUAN XXIII BIS) fue el ensayo inicial para el Novus Ordo Missae que llegaría después.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)