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martes, 26 de enero de 2010

¿CUÁN ANTIGUO ES EL CANON DE LA MISA?

Por el Padre Francisco Radecki CMRI. Tomado de CONGREGACIÓN MARÍA REINA INMACULADA.
  
¿CUÁN ANTIGUO ES EL CANON DE LA MISA?
  

¿Compuso la Iglesia el canon de la Misa en épocas posteriores, o encuentra su institución y composición en los tiempos apostólicos? La respuesta a esta pregunta es de capital importancia ahora que la misa latina y el canon tradicional han sido suplantados ilegalmente por la Iglesia conciliar con el Novus Ordo.
   
El Concilio de Trento habló de la santidad y la perfección del canon en la siguiente manera: «Y como es conveniente que las cosas santas se manejen santamente; y de cuanto existe, este sacrificio es el más santo; la Iglesia católica, para que se ofreciese y recibiese digna y reverentemente, estableció muchos siglos ha el sagrado canon, tan limpio de todo error que nada incluye que no de a entender en sumo grado cierta santidad y piedad, y levante a Dios los ánimos de los que lo ofrecen; porque el canon consta en parte de […] las tradiciones de los Apóstoles, así como de los piadosos estatutos de los santos pontífices» [1].
   
La fraseología exacta que hoy se emplea en el canon no fue usada verbatim por los Apóstoles, y, sin embargo, gran parte de ella y de todos los elementos esenciales del canon pueden rastrearse a los tiempos apostólicos. En esa era no existían libros impresos, sino manuscritos plasmados en hojas de papiro, para los cuales se requería mucho tiempo y mucha labor. El vasto sistema de comunicación mundial, que nosotros damos por sentado, no existía. Los cristianos eran severamente perseguidos y cazados; la Iglesia estaba en su infancia; y los Apóstoles se encontraban esparcidos por el mundo conocido. Todos estos factores contribuyeron a una liturgia ligeramente diversificada. Sin embargo, las partes esenciales del canon existían en todas ellas; la terminología empleada era muy similar, y en ciertas partes, exactamente igual a la del canon de hoy.
   
«En todas las liturgias conocidas, la parte central de la Eucharistia y, por tanto, de la Misa, está formada por la narrativa de la institución y por las palabras de la consagración. Lo primero que observamos con respecto a eso es el hecho extraordinario de que los textos que hablan de la institución, en particular los más antiguos (los tenidos por tradición o los reconstruidos por estudios comparativos), nunca llegan a ser una simple repetición de textos bíblicos; sino que se remontan a tradiciones prebíblicas. Aquí nos enfrentamos al surgimiento de esa última novedad, a saber, que la Eucaristía fue celebrada mucho antes que los evangelistas y San Pablo registraran el Evangelio. Aun las notorias discrepancias en los textos bíblicos que conciernen este detalle se explican por ese mismo hecho, pues en ellas encontramos evidentemente segmentos de la vida litúrgica de la primera generación de cristianos».[2].
   
La asombrosa uniformidad de la Misa, especialmente en el área del canon como era observada en los primeros siglos, «quizá se evidencia más sorprendentemente en la convicción expresada por los Padres del siglo II, de que Cristo había instruido personalmente a sus Apóstoles en lo tocante a toda esa parte de la Misa, conocida como como la Oración Eucarística en la Iglesia primitiva, y que corresponde a la “Anáfora” en la Iglesia oriental, y al prefacio y canon combinados en la occidental» [3].
   
El término ‘canon’ significa regla fija, y viene de la epístola de San Pablo a los gálatas: «Y los que anden conforme esta regla, paz y misericordia sea a ellos» [4].
   
¿Alguna vez consagró Cristo el pan y el vino después de la Santa Cena?, o, que es lo mismo, ¿ofreció Misa alguna otra vez? En el camino a Emaús, en la tarde de Pascua, dos discípulos le pidieron a Cristo (sin reconocerle) que permaneciera con ellos. «Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, y lo partió, y les dio» [5]. Como no es posible que Nuestro Señor hubiera usado una forma de consagración incompleta, se sigue que utilizó las mismas palabras de la Santa Cena.
   
La Tradición y la Escritura nos informan que la Misa fue ofrecida en el cenáculo en la casa de María, la madre de Marcos, donde «muchos estaban reunidos orando» [6], y en incontables otras casas y oratorios de las comunidades cristianas.
   
Originalmente, la Misa fue ofrecida en el idioma hebreo o arameo en Jerusalén y en las ciudades circundantes. Conforme la Iglesia se extendió por todo el imperio romano, se introdujo el griego como el idioma litúrgico.
   
La Iglesia siempre ha sostenido que la esencia del canon de la Misa tuvo su origen en tiempos apostólicos, aunque con el transcurso del tiempo le fueron añadidos ornamentos para hacer de él algo más majestuoso, más impresionante, y más devocional. Pero de la sustancia o esencia de las propias palabras de Cristo, ni una jota fue cambiada. El más reciente de estos ornamentos ocurrió durante el pontificado de San Gregorio I, hace casi 1500 años. De ahí que el papa Vigilio pudiera escribirle al obispo Profuturo de Braga en 538: «Os mandamos el texto del canon en la forma que Nos hemos recibido, por la gracia de Dios, de la Tradición apostólica» [7].
  
Los historiadores debaten los años precisos, pero no las eras en las que el canon adquirió la forma usada hoy en el Misal Romano. La siguiente tabla coloca los varios elementos del canon en una perspectiva cronológica:
  1. Periodo primitivo: narración de la Última Cena (Qui Prídie).
    a. Periodo de los papas San León I (440-461) o San Dámaso (366-384).
  2. San Ambrosio garantiza las oraciones en su obra De Sacraméntis, siglo IV; pero en una forma menos pulida e incompleta que en el texto presente:
    • Quam Oblatiónem
    • Unde et Mémores
    • Supra Quæ Propítio
    • Súpplices Te Rogámus
  3. Oraciones cuya existencia se supone a partir de una carta del papa Inocencio I a Decencio, obispo de Gubbio, 19 de marzo de 416 [8]:
    • Te Ígitur
    • Meménto de los vivos
  4. Del periodo de los papas Símaco (498-514) o Vigilio (538):
    • Communicántes
    • Hanc Ígitur
    • Nobis Quóque
  5. En último lugar, en el siglo IX a más tardar:
    • Meménto de los muertos [9]
La fluidez y el perfecto balance de estilo y simetría en el canon lo hacen literalmente una obra maestra sin paralelo. La armoniosa combinación de oraciones de acción de gracias, de recuerdos y ofrendas sirve de factor unificante, y efectúa una sorprendente singularidad de propósito en toda la obra.
   
Además de las obras ya citadas, varios otros manuscritos antiguos confirman la autenticidad de la Misa tal como la tenemos hoy. «En el Sacramentario Leoniano pueden encontrarse casi 200 formularios del presente Missále Romanum» [10]. Esta obra es atribuida al papa San León I (440-461). Varios otros sacramentarios, como el Gelasiano, compuesto por el papa Gelasio (492-496), y el Gregoriano, compuesto por San Gregorio I (590-604), también prueban la antigüedad del canon. El Ordo Románus I, que fue publicado por Mabillion, asimismo proporciona a los eruditos contemporáneos de una mayor penetración hacia el canon primitivo. Este documento fue el primero en una serie de Órdines Románi compuestos entre los siglos VII y XIV y es, por tanto, uno de los más importantes a causa de su edad.
  
Algunos vestigios de la Misa romana se remontan a San Justino (150 d.C.) y San Hipólito (215 d.C.). Hacia el 250 d.C., el idioma latín fue usado en la liturgia en las ciudades más importantes del imperio romano. La práctica de rezar la Misa entera en latín se volvió costumbre para el 380 d.C.
  
¿Cuando inició el uso de rezar el canon en voz suave? «La recitación en voz suave aparece a principios del siglo VIII y en el IX y con el Ordo Románus II, se vuelve obligatoria. En todas partes la tendencia era rodear el canon con respeto y un sentido de misterio, y reservarlo para el celebrante solo» [11].
   
La Anáfora de San Hipólito, también llamada Tradición apostólica, y escrita antes del año 235, contiene la esencia del canon como lo tenemos hoy.
  
«Hacia finales del siglo IV, San Ambrosio de Milán, en una colección de instrucciones para los recién bautizados titulada De Sacraméntis, expresa la parte central del canon en forma sustancialmente idéntica al texto de nuestro misal, aunque algo reducida» [12]. «Con el paso del tiempo se añadieron oraciones, y muchos autores atribuyen la forma presente del canon al papa Gelasio (492-496). El único elemento que falta en este canon es el meménto de los muertos, el cual fue añadido después» [13]. ¡Esencialmente, el canon, como lo conocemos hoy, ya estaba completo 1000 años antes de que Colón descubriera América!
   
El prefacio y el Sanctus son enlaces tradicionales entre el ofertorio y el canon: el Te Ígitur es el que comienza el canon propiamente dicho. Con todo, el prefacio y el Sanctus a menudo son considerados parte del canon de la Misa. El prefacio, antes bien, es una oración de alabanza a Dios que cambia según la temporada o festividad litúrgica.
   
El primero en aludir al Sanctus fue San Clemente en su Primera epístola a los corintios. El Sanctus está tomado del «Santo» de Isaías, el Benedíctus de Mateo 21, 9, y el Hosanna de Salmos 117, 26.
  
El Te Ígitur invoca la bendición divina sobre la Iglesia: práctica de los primeros cristianos, como se prueba a partir de la Didajé (9.4 y 10.5) y de San Policarpo (155-156), quien oró «por la Iglesia católica extendida sobre la faz de la tierra» [14].
  
La conmemoración de los vivos se derivó de la lectura de los diptychon (tablas de madera, piedra o mármol en las que se grababan los nombres de los fieles cristianos). San Agustín nota que la oración «“Te ofrecemos… por tu santa Iglesia Católica: dígnate darle paz… por toda la redondez de la tierra” está hecha a modelo del pasaje bíblico de I Tim. 2, 1» [15].
  
En seguida se mencionan a la siempre Virgen María, Madre de Dios, los doce Apóstoles y los doce mártires en una oración llamada Communicántes.
  
Todos los santos mencionados aquí fueron mártires, todos murieron antes de terminar el siglo IV, y todos fueron especialmente venerados en Roma. A la Santísima Virgen, aun cuando en la realidad no fuera mártir, se le da el título de Reina de los Mártires, ya que siete espadas dolorosas atravesaron su corazón (San José, en cambio, no fue mártir y, por tanto, la Iglesia no lo colocó en el canon). El nombre de nuestra Santa Madre es seguido por los nombres de:
  • 11 Apóstoles, juntos con San Pablo;
  • 5 Papas mártires: Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio;
  • 1 Obispo: Cipriano;
  • 2 Clérigos: Lorenzo y Crisógono; y
  • 4 Laicos: Juan y Pablo, Cosme y Damián
El Hanc Ígitur fue añadido al Misal durante el pontificado de Vigilio, alrededor del año 538. Durante esta oración, el sacerdote coloca sus manos sobre la hostia y el cáliz. Esta práctica fue sacada de Levítico 1, 4; Salmos 50, 19 y Éxodo 29, 10, que simbolizaban el ofrecimiento de una víctima a Dios. El Dr. Gihr lo explica así: «Antes de la consagración, el sacerdote extiende sus dos manos horizontalmente sobre la hostia y el cáliz. El pulgar derecho se coloca sobre el izquierdo con lo cual forma una cruz. El ritual de la imposición de las manos ocurre a menudo en ambos Testamentos, así como en la liturgia. En el culto mosaico, la imposición de las manos representaba la transferencia del pecado y la culpa al animal que iba a ser sacrificado, el cual habría de morir en lugar del hombre. En la Santa Misa, la imposición de las manos […] muestra que Cristo se ofrece a sí mismo sobre el altar en lugar nuestro, por amor a nosotros y por causa de nuestros pecados; y, además, indica que debemos unirnos a su sacrificio, ofreciéndonos en él y junto con él» [16].
   
La consagración es el corazón del canon, así como la Misa es el corazón de la fe católica. El Concilio de Trento expresa de manera elocuente lo que ocurre durante la consagración: «Esto ha creído siempre la Iglesia de Dios, que inmediatamente después de la consagración, el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Nuestro Señor, juntamente con su alma y divinidad, existen bajo las apariencias del pan y del vino» [17]. El Doctor Angélico escribe en la Summa: «Sin embargo, cuando llegado el momento en que ha de realizarse el Venerable Sacramento, [el sacerdote] no usa ya sus propias palabras, sino las de Cristo. Por tanto, las palabras de Cristo son las que realizan el Sacramento» [18] (Está claro que la falsificación de las palabras de Cristo por el Novus Ordo impiden la transubstanciación del pan y del vino).
   
La forma utilizada en la consagración del pan y del vino no está tomada de una sola fuente bíblica, antes bien contiene pasajes de Mateo 26, 26-28; Marcos 14, 22-24; Lucas 22,19-20; Juan 17, 9; I Cor. 11, 23-26; y Hebreos 9, 28. «El texto del canon romano no se asemeja enteramente a ninguna de las cuatro narraciones de la institución halladas en el Nuevo Testamento, sino que, muy posiblemente, represente una tradición más antigua: cuando San Pablo escribió la narración de la Santa Cena en su primera epístola a los corintios —en el 55 ó 56—, la eucaristía ya había sido celebrada por casi un cuarto de siglo» [19].
  
«El texto es virtualmente idéntico al de De Sacraméntis y es común a todas las liturgias occidentales; hecho aún más extraordinario, ya que muestran notables diferencias en otros lugares. En el Este, existen diferencias de detalle» [20].
   
En tiempos contemporáneos, ha habido mucho debate sobre las palabras «ESTA ES MI SANGRE… QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR MUCHOS…» halladas en el canon de la Misa. Santo Tomás de Aquino dice: «El ætérni y el mystérium fídei fueron transmitidos por Nuestro Señor» [21]. «Generalmente se acepta que las palabras “NUEVO Y ETERNO TESTAMENTO: MISTERIO DE FE” fueron pronunciadas alguna vez por Nuestro Señor; ellas, además, manifiestan y explican la dignidad y los efectos de este sacrificio» [22]. Y Suárez apoya este argumento: «Debe decirse que todas estas palabras fueron pronunciadas por Cristo. Esta es la opinion común, y cierta para mí» [23].
   
San Buenaventura escribió: «La forma para la consagración del Cáliz, “ESTA ES MI SANGRE”, es muy característica de la Sangre de Cristo en cuanto que, en este sacramento, es derramada para pagar nuestra redención, y a la vez nos es ofrecida como bebida. Las palabras “CÁLIZ DE MI SANGRE” exponen mejor el doble sentido que la sola palabra “sangre”» [24].
   
El Concilio de Trento se expresa en forma definitiva: «Las palabras adicionales “POR VOSOTROS Y POR MUCHOS” son tomadas unas de Mateo, otras de Lucas; pero fueron unidas por la Iglesia Católica bajo la guía del Espíritu de Dios, en cuanto sirven para declarar el fruto y el provecho de su Pasión. Porque si miramos a su valor, hemos de confesar que el Redentor derramó su sangre para la salvación de todos; mas, si vemos el provecho que la humanidad ha sacado de ella, fácilmente veremos que corresponde no a todos, sino a muchos de la raza humana. Por tanto, cuando (Nuestro Señor) dijo “POR VOSOTROS”, se refería a los presentes o bien a los escogidos de entre el pueblo judío, tales como, con excepción de Judas, los discípulos con quienes hablaba. Y cuando añadió, “Y POR MUCHOS”, quizo dar a entender el remanente de los elegidos entre judíos o gentiles.
   
«Con razón no se usaron las palabras por todos, pues aquí solo se habla de los frutos de la Pasión, y únicamente a los elegidos vino Él a dar esos frutos de salvación. Y esta es la intención del Apóstol [25] cuando dice: “Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos”, y también lo son las palabras de Nuestro Señor en Juan: “Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son” [26]» [27]. Es imprescindible enteder cómo todas las referencias y narraciones bíblicas de la Última Cena, todos los cánones antiguos y versiones subsecuentes a través de las centurias, tanto en el Este como en el Oeste, han usado la frase o «por vosotros» o «por vosotros y por muchos». Ninguna narración emplea el término «por todos los hombres», ya que estas palabras no fueron usadas por Cristo en la Última Cena; y, si se colocaran, invalidarían la Misa al modificar la intención de Cristo.
   
La costumbre de elevar la Hostia después de la consagración para ser adorada por los fieles comenzó alrededor del siglo XII, el papa San Gregorio X la extendió a la Iglesia universal en el siglo XIII, en el siglo XVI comenzó la costumbre de elevar también el Cáliz; y en el siglo XX, el papa San Pío X instó a los fieles católicos a contemplar la Hostia y el Cáliz con amor, fe y devoción.
   
La oración Unde et Mémores, viene enseguida de la consagración. «Esta y las siguientes oraciones son compartidas por todas las liturgias, al menos en forma equivalente, y por inspiración se remontan a los tiempos apostólicos. Son elementos pertenecientes al antiguo canon romano, y la forma del texto se fijó probablemente en el siglo IV» [28].
   
El Supræ Quæ es la segunda oración que sigue a la consagración. En ella se mencionan los diferentes tipos de sacrificio hallados en el Antiguo Testamento, es decir, los de Abel (inmolación de una oveja), Abrahán (ofrecimiento de su hijo Isaac a Dios) y Melquisedec (consagración de pan y vino): figuras del sacrificio de Cristo. Esta oración en particular se encuentra en la Didajé, la Liturgia de Santiago y en el Diálogo con Trifón de San Justino. «Las palabras concluyentes “…estos santos e inmaculados sacrificios, esta Hostia pura, Hostia santa, Hostia inmaculada…” se refieren a la profecía hallada en Malaquías 1, 6-14, que trata de un sacrificio puro».
   
El meménto de los muertos también es una oración antigua. El libro de oraciones de Serapión dice: «Oramos también por todos los difuntos a quienes conmemoramos (los nombres se dicen a continuación). Santifica estas almas (Juan 17, 19), porque Tu conoces todo; santifica a todos los difuntos en el Señor y permite que se unan con Tus santos ángeles, y dáles un lugar y un hogar en Tu reino (Juan 17, 24)». No obstante, el texto es antiguo en forma, y varios documentos muestran que en el siglo IV, tanto en el Este como en el Oeste, se hacía una conmemoración de los muertos en la Misa, algunas veces antes y otras veces después de la consagración [29]. El Misal Irlandés de Bobbio, escrito a principios del siglo VIII, coloca el meménto de los muertos en el mismo lugar en que se encuentra hoy.
  
Símaco nos dice que el Nobis Quóque Peccatóribus menciona quince mártires venerados especialmente en Roma. Estos santos fueron todos martirizados antes del término del siglo IV:
  • San Juan Bautista (Profeta)
  • San Esteban (Diácono)
  • San Matías (Apóstol)
  • San Bernabé (Discípulo)
  • San Ignacio (Obispo)
  • San Alejandro (Papa)
  • San Marcelino (Sacerdote)
  • San Pedro (Exorcista)
  • Santa Felicidad (Mujer casada de Cartago)
  • Santa Perpetua (Mujer casada de Cartago)
  • Santa Águeda (Virgen de Sicilia)
  • Santa Lucía (Virgen de Sicilia)
  • Santa Inés (Virgen de Roma)
  • Santa Cecilia (Virgen de Roma)
  • Santa Anastasia (Viuda)
El Per Quem le sigue con elegancia, aunque en las liturgias galicanas y visigóticas era la conclusion del Supplices. La solemne doxología Per Ipsum concluye el canon. Se hacen cinco señales de la cruz con la Hostia, y luego es elevada junto con el Cáliz, acto que precedió por centurias la elevación de la Hostia y el Cáliz en la consagración. Es una muy apropiada conclusión al canon de la Misa. A través del sacrificio de Cristo sobre la cruz, y por la incruenta representación de ese acto terrible pero redentorio, se ofrece un honor infinito al Dios Trino. Las pinturas de las catacumbas, particularmente la Fractio Panis, igualmente prueban la antigüedad de la Misa y el canon. La Misa y el Pan de Ángeles robustecieron y fortificaron a los primeros cristianos de tal manera que el martirio fue deseado ansiosamente como prueba de su fidelidad.
   
El canon es la roca inmóvil sobre la que descansa la liturgia. Pocas obras literarias retienen su vigor original después de varios siglos; con todo, el canon de la Misa permanence tan vívido como siempre. Su excelencia integral, su sabia doctrina y sus oraciones sublimes han sobrevivido intactas hasta el siglo XX. Su antigüedad, su belleza celestial y sus aspiraciones nobles la hacen una obra digna de Dios, agradable a Dios. En todos los aspectos, ciertamente es una obra de Dios.
   
NOTAS
[1] Denz. 942.
[2] Rev. Joseph Jungmann, S.J., The Mass of the Roman Rite, p. 418.
[3] Rev. Joseph Husslein, S.J., The Mass of the Apostles, p. 319.
[4] Gálatas VI, 16.
[5] Lucas XXIV, 30.
[6] Hechos XII, 12.
[7] Carta al obispo Profuturo de Braga. En Patrología Latina 69, col 18.
[8] P. Pierre Batiffol, Leçons sur la Messe, París 1919.
[9] François Amiot, The History of the Mass, p. 76.
[10] Ibid., p. 18.
[11] Ibid., p. 77.
[12] Jungmann, op. cit., p. 33-37.
[13] Amiot, op. cit., p.17.
[14] Ibid., p. 81.
[15] Epist. 149 ad Paulinum.
[16] Dr. Nicholas Gihr, The Holy Sacrifice of the Mass, pp. 62-67.
[17] Denz. 876.
[18] De Sacramentis, IV, 4 c.f. Santo Tomás, Summa Theologíæ, parte IIIA, cuestión 78, art. 1.
[19] Amiot, op. cit., p. 90.
[20] Ibid.
[21] Santo.Tomás, op. cit., parte IIIA, cuestión 78, art. 3, respuesta a la objeción 9.
[22] Gihr, op. cit., p. 640.
[23] Disp. 60, secc. 3, N.º 2.
[24] P. Atanasio Bierbaum OFM, Pusillum, p. 72.
[25] Hebreos IX, 28.
[26] Juan XVII, 9.
[27] John A. McHugh y Charles J. Callan, Catechism of Council of Trent, p. 227.
[28] Amiot, op. cit., p.95.
[29] Jungmann, op. cit., pp. 237-48.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)