Al
celebrarse los 50 años de que Pío IX, mediante el decreto “Quemadmódum
Deus” de la Sagrada Congregación de Ritos erigiera a San José como
Patrono de la Iglesia Católica y elevara su fiesta del 19 de Marzo a
Rito Doble de I Clase (aunque sin octava, por razón de la Cuaresma),
Benedicto XV en su carta de Motu “Bonum sane et salutáre” [Acta Apostólicæ Sedis,
vol. XII (1920), n. 8, págs. 313-317], insiste en la propagación de su
culto y devoción, particularmente como Patrono contra el contagio del
comunismo, el socialismo, el naturalismo y la relajación moral.
En
este Año Santo Josefino, levantemos nosotros también el estandarte de
San José y enlistémonos en el Ejercito de Jesucristo para luchar por
defender nuestra Fe y Moral Católica tradicional frente a los ataques
que dirigen actualmente el Mundo y la Pseudo-iglesia.
MOTU
PRÓPRIO “Bonum sane et salutáre” DEL SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XV, SOBRE
LAS SOLEMNIDADES DEL 50º ANIVERSARIO DE LA DECLARACIÓN DE SAN JOSÉ COMO
PATRONO DE LA IGLESIA CATÓLICA
1. Motivo: 50º aniversario del Patronato de San José y aumento de su culto.
Bueno
y saludable para el nombre cristiano fue que Nuestro predecesor de
inmortal memoria, Pío IX, declarara Patrono de la Iglesia Católica a
José, castísimo esposo de la Madre de Dios y padre nutricio del Verbo
Encarnado; y, por cuanto en el próximo mes de Diciembre harán 50 años
que auspiciosamente se efectuara esa proclamación, creímos de mucha
utilidad el que en todo el orbe se celebrase la solemne conmemoración de
este acontecimiento.
Al
tender la mirada retrospectiva sobre ese lapso del pasado, salta a la
vista la aparición de una no interrumpida serie de Institutos que
indican que el culto al santísimo Patriarca está sensiblemente creciendo
entre los fieles cristianos hasta nuestros días. Mas al contemplar de
cerca las acerbas penalidades que afligen hoy al género humano parece
que debemos fomentar mucho más intensamente en el pueblo este culto y
propagarlo más extensamente.
2. Mayor motivo de recurrir a San José: el naturalismo.
En
Nuestra Encíclica “Sobre la restauración cristiana de la Paz” [1] en
que considerábamos principalmente, las relaciones tanto entre los
pueblos como entre los individuos, señalábamos cuánto aún falta para
lograr restablecer la tranquilidad general del orden después de esa
grave contienda de la guerra pasada. Pero ahora debemos atender a otra
causa de perturbación mucho más grave por cuanto se infiltró en las
mismas venas y entrañas sociedad humana; pues, se comprende que en ese
tiempo en que la calamidad de la guerra absorbía la atención de los
hombres, el naturalismo, esa peste perniciosísima del siglo, los
corrompiera totalmente y que, donde se desarrollaba bien, debilitaba el
deseo de los bienes celestiales, ahogaba las llamas de la caridad
divina, sustraía al hombre de la gracia de Cristo que sana y eleva y,
despojándolo finalmente de la luz de la fe y abandonándolo a las solas
fuerzas enfermas y corrompidas de la naturaleza, permitía las
desenfrenadas concupiscencias del corazón. Por cuanto demasiados hombres
acariciaban ansias dirigidas exclusivamente a las cosas caducas, y que
entre los proletarios y ricos reinaban celos y odios muy enconados, la
duración y magnitud de la guerra aumentó las mutuas enemistades de
clases y las hacía más agudas, especialmente porque por un lado, para
las masas causó una intolerable carestía de víveres y por el otro,
proporcionó a un grupo muy reducido una súbita abundancia de bienes de
fortuna.
3. Relajación moral.
Sumóse
a eso que por la guerra en muchísimos hombres había sufrido no poco
detrimento la santidad de la fidelidad conyugal y el respeto a la patria
potestad, por cuanto la larga separación de los cónyuges relajó los
lazos de sus mutuas obligaciones y la ausencia del que las había de
custodiar empujó, especialmente a los jóvenes a la temeridad de lanzarse
a una conducta más licenciosa.
Por
lo tanto, hemos de deplorar mucho más que antes que las costumbres sean
más libres y depravadas y que, por la misma razón, se agrave cada día
más la que llaman causa social, de modo que debemos temer males de
gravedad extrema.
4. El comunismo extiende sus amenazas.
Pues,
en los deseos y la expectativa de cualquier desvergonzado se presenta
como inminente la aparición de cierta República Universal que como en
principios fijos se basa en la perfecta igualdad de los hombres y la
común posesión de bienes, y en la cual no habría diferencia alguna de
nacionalidades ni se acataría la autoridad de los padres sobre los
hijos, ni la del poder público sobre los ciudadanos, ni la de Dios sobre
los hombres unidos en sociedad.
Si
esto se llevara a cabo no podría menos de haber una secuela de horrores
espantosos; hoy día ya existe esto en una no exigua parte de Europa que
los experimenta y siente. Ya vemos que se pretende producir esa misma
situación en los demás pueblos; y que, por eso, ya existen aquí y allá
grandes turbas revolucionarias porque las excitan el furor y la audacia
de unos pocos.
5. San José, remedio contra estos males.
Nos
ante todo, preocupados, naturalmente, por el curso de los
acontecimientos, no omitimos, ocasionalmente, recordar sus deberes a los
hijos de la Iglesia, como en las recientes cartas al Obispo de Bérgamo y
a los obispos de la región véneta. Por la misma razón, para retener en
su deber a todos los hombres que se ganan el sustento por sus fuerzas y
su trabajo donde quiera vivan, y conservarlos inmunes del contagio del socialismo que es el enemigo más acérrimo de la sabiduría cristiana,
ante todo les proponemos fervorosamente a San José para que lo elijan
como guía particular de su vida y lo veneren como patrono.
Pues,
él pasó, sus años llevando un género de vida similar al de ellos; y por
esta misma razón, Cristo-Dios, siendo como era el Unigénito del eterno
Padre, quiso ser llamado Hijo del Carpintero. Pero con ¡cuántas y cuán
eximias virtudes adornó la humildad del lugar y de la fortuna,
especialmente con aquéllas que correspondían a aquel que era esposo de
MARÍA Inmaculada y que se tenía por el padre de Jesús, Nuestro Señor!
6. Elevar la mirada a las cosas imperecederas.
Por
esto, aprendan todos en la escuela de San José a mirar todas las cosas
que pasan bajo la luz de las cosas futuras que permanecen y,
consolándose, por las incomodidades de la humana condición, con la
esperanza de los bienes celestiales, a encaminarse hacia ellos,
obedeciendo a la voluntad de Dios, conviene a saber: viviendo sobria,
recta y piadosamente (Tito II, 12).
7. Cita de León XIII sobre el respeto al orden establecido por Dios.
Por
lo que respecta propiamente a los obreros, plácenos citar lo que
Nuestro predecesor de feliz recordación, LEÓN XIII dijo en una ocasión
similar [2]: «Los obreros y cuantos se ganan el sustento con el salario
de sus manos, pensando en estas cosas, deben levantar los ánimos y
sentir rectamente; que, aunque estén en su derecho (cuando no se opone
la justicia) de salir de la pobreza y de lograr una mejor situación, la
razón y la justicia no permiten trastrocar el orden establecido por la
providencia de Dios. Insensato, empero, sería el propósito recurrir a la
fuerza y emprender algo semejante, mediante la sedición y el desorden,
lo cual en la mayoría de los casos causaría males mayores que aquellos
que se tratan de aliviar. No se fíen pues, los pobres, si quieren ser
prudentes, de las promesas de los hombres sediciosos sino que confíen en
el ejemplo y el patrocinio de San José, y así mismo en la maternal
caridad de la Iglesia la cual en verdad se preocupa de ellos cada día
más solícitamente».
8. Frutos de la devoción a San José para la vida del hogar y de la sociedad.
Si
crece la devoción a San José, el ambiente se hace al mismo tiempo más
propicio a un incremento de la devoción a la Sagrada Familia, cuya
augusta cabeza fuera: una devoción brotará espontáneamente de la otra.
Pues, JOSÉ nos lleva derecho a María, y por María llegamos a la fuente
de toda santidad, a JESÚS, quien por su obediencia a José y María
consagró las virtudes del hogar.
Deseamos
que las familias cristianas se renueven a fondo y se hagan conformes a
tantos ejemplos de virtudes como ellos practicaron. Por cuanto la
comunidad del género humano se ha fundado sobre la familia se inyectará,
bajo la universal influencia de la virtud de Cristo, cierto nuevo vigor
y una como nueva sangre en todos los miembros de la sociedad humana,
cuando la sociedad doméstica, comunidad, pues, más religiosamente de
castidad, concordia y fidelidad, goce de una mayor firmeza; y de allí no
sólo seguirá la enmienda de la costumbres de los particulares sino
también la de la vida común y del orden civil.
9. Exhortación papal a una mayor devoción a San José.
Nos,
pues, totalmente confiados en el patrocinio de aquel a cuya vigilancia y
previsión quiso Dios encomendar a su Unigénito encarnado y a la Virgen y
Madre de Dios, propiciamos que todos los Obispos del orbe católico exhorten
a todos los fieles a implorar el auxilio de San José, tanto más
insistentemente cuanto es más adverso el tiempo a la causa cristiana.
Dado
que esta Sede Apostólica ha aprobado varios modos de venerar al Santo
Patriarca, ante todo, cada miércoles del año y por un mes entero
determinado, deseamos que, bajo la insistente admonición del Obispo, se
practiquen todos ellos de ser posible, en todas las Diócesis, en
especial, empero, incumbe a Nuestros Venerables Hermanos apoyar y
fomentar con todo el peso de su autoridad e interés las asociaciones
piadosas, como la de la Buena Muerte, la del Tránsito de San José y la
de los Agonizantes, las cuales fueron fundadas para implorar a San José
por los agonizantes, porque con razón se considera a aquel como
eficacísimo protector de los moribundos a cuya muerte asistieron el
mismo Jesús y María.
10. Plegaria e indulgencia.
Para
perpetua memoria, empero, del Decreto Pontificio que arriba
mencionamos, ordenamos y mandamos que dentro del año que comienza a
correr el 8 de Diciembre próximo, se hagan en todo el orbe católico
solemnes súplicas, en el tiempo y modo que parezca mejor a cada Obispo,
en honor de San José, Esposo de la Santísima Virgen y Patrono de la
Iglesia Católica.
Todos cuantos asistan a ellas podrán ganar para sí una indulgencia de sus pecados, bajo las acostumbradas condiciones.
Dado
en Roma, junto a San Pedro, el día 25 de julio, en la fiesta de
Santiago Apóstol, en el año 1920, sexto de Nuestro pontificado.
BENEDICTO PP. XV.
NOTAS
[1] Se refiere a la Encíclica Pacem, Dei munus pulchérrimum.
[2] Encíclica Quámquam plúries, de agosto de 1889.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)