Síntesis
de la 652.ª conferencia de formación militante por la Comunidad
Antagonista Paduana de la Universidad Católica del Sagrado Corazón en
Milán, no realizada luego de la clausura del Ateneo a causa de la
epidemia de Coronavirus, preparada en la fiesta de San Buenaventura y
publicada en la fiesta de San Enrique Emperador (15 de Julio). Tomado de
RADIO SPADA. Traducción propia.
Las
tensiones entre dos potencias regionales notables del Medio Oriente,
Irán y Arabia Saudita, se remontan al menos a 1979, año en el cual
proclamando la revolución chií, el ayatolá Ruholá Jomeini se proponía
derrocar del poder al shá Reza Pahlevi, que había alentado el binomio de
una política autocrática y una conspicua penetración de las costumbres
occidentales en Irán [1].
¿Pero
sí se ha tratado y se trata efectivamente de una Guerra Fría,
inaugurada a distancia de treinta años de aquel Congreso de Yalta que
encendió aquella más conocida entre USA y la URSS?
La
respuesta es afirmativa, en la medida en que entrambas potencias
regionales no han llegado a un conflicto teatral directo; se habla
generalmente de un “conflicto subsidiario”, que se manifiesta por sus
conexiones en Iraq, Líbano, Pakistán, Afghanistán, Yemén (más
recientemente), en el Magreb e incluso en Nigeria.
Las
razones del conflicto no pueden reducirse a la sola matriz de
naturaleza religiosa, o la contraposición entre suníes y chiíes; en
razón a esto, me limitaré a resaltar, sin entrar en el mérito de un
profundo análisis de las diferencias entre las dos confesiones que no se
abordarán, que los chiíes consideran sucesores legítimos del profeta
Mahoma solo a los descendientes de Alí, derrocado por un golpe que puso
en el trono a la dinastía omeya.
El
chiísmo iraní pertenece a la particular confesión de los duodecimanos
que creen legítima una dinastía de doce imanes, entre los cuales el
duodécimo se habría ocultado misteriosamente en el 839 d.C. y cuya
parusía en calidad de “Mahdi” (Mesías) sucederá al fin de los Tiempos
[2]. También es significativo el hecho que Parlamento iraní haya un
escaño vacío, con el cual se intenta precisamente honrar al Mahdi que,
con milenarística espera, los chiíes siguen.
Es
de hecho que la persecución de los suníes (que por el contrario,
consideran legítimas a las dinastías Omeya y Abásida) es atávica,
durando hasta ahora por muchos siglos.
Regresando
a las matrices de un conflicto que se desarrolla en faidas ahora
decenales [3], la rivalidad entre suníes y chiíes es una explicación
parcial, ciertamente integrable con la política: Irán y Arabia Saudita
intentan imponerse para conseguir la hegemonía política en el Medio
Oriente y los primeros movimientos telúricos que han encendido el
conflicto se avizoran en la revolución teocrática jomeinista de 1979,
vuelta a exportar el modelo chií revolucionario aun más allá del mundo
estrictamente árabea.
Además,
una clave de comprensión adecuada de las fricciones entre las dos
potencias regionales del Medio Oriente no puede prescindir de la
situación todavía espinosa en Tierra Santa: tanto Irán como Arabia
Saudita están naturalmente interesados en forjar una legitimación
islámica en la lucha de independencia del pueblo palestino, aunque si la
Arabia Saudita luego, al denominado “pacto de Abraham” [4], se orientó
como tras monarquías del Golfo a intensificar las tratativas de negocios
con el estado de Israel, además de los compromisos (para no provocar
malhumor a Washington, estrecho aliado de Riyad) y en alguna manera a
reducir siempre más durante los vértices el reconocimiento del estado de
Palestina a una cuestión puramente circunstancial.
En
cambio Irán ha demostrado un apoyo más asiduo a la “causa palestina”,
financiando y armando los milicianos de Hamás (no obstante Hamás sea un
grupo político suní) y de la Yihad palestina.
Nuestro
conformismo dominante no ha dado, y hasta ahora no da la impresión de
percibir esta “Guerra fría” subsidiaria que ahora lleva poco más de
cuarenta años y los análisis periodísticos, y más en general mediáticos,
se han limitado generalmente a una información fragmentaria,
limitándose a referencias de faidas locales de trasfondo étnico o
religioso, sin jamás llegar al fondo de “Guerra fría”; las hostilidades
entre las dos potencias regionales del Medio Oriente deberían cuanto
menos preocupar al Occidente, más allá del punto de vista de las
coyunturas económicas desfavorables ligadas al precio del petróleo por
el cual la economía occidental depende en buena parte del mundo árabe.
Sin
duda, el mundo occidental teme mucho más la teocracia chií iraní que no
la saudí wahabí y mira con favor las sanciones de EUA y de la UE contra
Teherán; ¿cuál es el motivo de estos temores reverenciales frente a los
saudíes, al cual muchas naciones europeas (incluido el “socialista”
ministro español Pedro Sánchez) venden apoyo militar y logístico en el
conflicto contra la etnia hutí en el Yemén del sur?
La
teocracia wahabí no “preocupa” tanto al Occidente puesto que, aunque
bajo la actual regencia de Mohamed Bin Zalman, es un régimen feudal
conservador, que versa en un crónico inmobilismo social; al contrario,
la teología chií duodecimana que permea el régimen iraní es
revolucionaria, antiimperialista, recuerda en algunso aspectos la
“teología de la liberación” nacida en América Latina [bajo la égida de la KGB después del fracaso de las campañas contra Pío XII y la infiltración en las iglesias, N. del T.]:
los Guardianes de la Revolución intentan exportarla, siguiendo el
precepto del Corán según el cual es menester hacer justicia a los
oprimidos: rechazando al mismo tiempo el materialismo
capitalista-individualista del Occidentalismo y aquel
comunista-colectivista.
Además, el hecho que en nuestro mainstream
las violaciones de derechos humanos (linchamientos, condenas a muerte,
estado de sitio permanente) sean solamente relacionados a la República
islámica iraní, mientras raramente se hace mención de la ferocidad
imperante en los regímenes wahabíes del Golfo, es una desmentida
punzante a la doctrina del choque civilizacional entre Occidente e Islam
que Samuel Huntington adelantó a su tiempo.
Mencionaré
ahora los momentos más destacados de este “conflicto subsidiario” que,
aún en curso, ja tenido conexiones incluso en el África negra y las
Filipinas.
EL CONFLICTO DEL GOLFO PÉRSICO
Se
entiende por conflicto del “Golfo Pérsico” el contencioso entre Irán e
Iraq (1980-1988) iniciado en septiembre de 1980, con el apoyo descarado
de los Estados Unidos (por cuanto el Pentágono había siempre jurado su
propia “neutralidad” y equidistancia de los contiendentes), del
Occidente, de las monarquías del Golfo, de la URSS y del reino hachemita
de Jordania, las tropas de Saddam Hussein atacaron Irán. Las
motivaciones del conflicto eran de naturaleza geopolítica y religiosa;
los dos países contendientes aspiraban a garantizar la hegemonía sobre
el golfo Pérsico y, bajo el perfil confesional, la República chií era
enemiga del “impío” régimen baazista iraquí, de inspiración musulmana,
pero laico y socialistizante; de hecho el chiísmo duodecimano que ha
permeado la revolución jomeinista considera de hecho inválida cualquier
autoridad política que contemple una distinción entre el orden
espiritual (el Corán) y el temporal.
Desde
cuando el ayatola Ruholá Jomeini asumió las riendas de la nación iraní,
la Arabia Saudita no vivía más sueños tranqulos, por causa de la muchas
veces recordada discriminación confesional entre suníes y chiíes, por
el hecho que veía aumentar la aspiración iraní de convertirse en
potencia regional hegemónica.
La tesis de una posición de equidistancia entre los dos contendientes por parte de Occidente, en resumen, no es convincente.
El
vector del integralismo islámico y del terrorismo se observa
principalmente en la postura de la República islámica iraní, que
ambicionaba no más permanecer circunscrita sino expandirse en Medio
Oriente y más allá, mientras por otra parte Iraq no atravesaba una
situación económica feliz, desde que los cazas de la Estrella de David
habían bombardeado en 1981 el reactor nuclear de Osirak.
La
aspiración de los ayatolás de exportar la revolución se entrelazaba con
el orgullo de pertenencia a la insigne civilización persa en ruta de
colisión con el mundo árabe mismo, casi unánimemente alineado al lado
del régimen baazista iraquí; a excepción de la Siria, también gobernada
por una filial del baazismo, presidida por Hafez Assad, de inspiración
chií alauí, acérrimo enemigo de Saddam Hussein, de las milicias Hezbolá
(Partido de Dios) libanesas, financiadas por Teherán y aspirando
exportar en el país “de los cedros” la revolución jomeinista y del Yemén
del sur.
El conflicto terminó en 1988 gracias a la mediación de las Naciones Unidas.
Firmemente
al lado de Teherán habían algunas organizaciones militares de
inspiración chií con sede en el Reino Saudita: verbigracia, el Hezbolá
Al-Hejaz (“Partido de Dios en el Hejaz”) en el este del reino, que se
hacía portavoz de los derechos de la minoría chií oprimida y al mismo
tiempo se prefijaba exportar la revolución de los Pasdarán en la
Península arábiga.
Estuvo
activa sobre todo en el bienio 87-89 con ataques a la vuelta de
importantes objetivos estratégicos. El partido dejó de existir en 1996,
luego que sus miembros acusados del bombardeo de las torres Khobar [5]
fueron arrestados y procesados.
Los líderes del partido fueron Abdelkarim Mohamed al Nasser y Ahmed Ibrahim al-Mughassil.
Otro
movimiento político y militar se proponía, al inicio en el estatuto de
clandestinidad, establecer en el reino una revolución bajo el modelo del
islam chií inspirada en el jomeinismo: la OIRAP (Organización para la
Revolución Islámica en la Península Arábiga).
Fue
radical en el 1979 y en los años inmediatamente sucesivos a la
Revolución jomeinista, no obstante una vez fallado el intento de
exportar la revolución, el líder Hassan Saffar se replegó hacia una
política moderada, dirigida al compromiso con el reino saudita. Al
culmen de este cambio, la OIRAP se transformó en 1991 en un partido
reformista, hasta cuando se disolvió definitivamente en 1993.
La
OIRAP se destacó por haber patrocinado la denominada “Revuelta de
Qatif” en 1979 (nombrada por la ciudad en que tuvo lugar): una verdadera
y propia guerra civil entre la minoría chií y los colaboracionistas
suníes por una parte, y la mayoría suní por la otra. Los chiíes se
rebelaron por las vejaciones y discriminaciones a las cuales eran
sujetos en el reino saudita.
He
enfatizado en cómo esta Guerra “subterránea” se ha propagado en el
curso de los años también en el Magreb, donde facciones rivales han
apoyado a uno o a otra de las dos potencias regionales del Medio
Oriente.
Egipto
(aparte del breve paréntesis del reino de Mohamed Moursi que se
encontró con Mahmoud Ahmadinejad en un encuentro histórico que llevó a
una efímera distensión en las relaciones entre Irán y Egipto) tiene
relaciones borrascosas con la República islámica iraní de hecho desde
1979 y en cambio con excelentes relaciones con el reino saudita,
mientras que Túnez bajo la presidencia de Zine El Abidine Ben Alí llegó a
desacuerdos con la República islámica iraní, acusándola de patrocinar
atentados terroristas en el territorio nacional.
LA CUESTIÓN DEL SAHARA OCCIDENTAL
Arabia
Saudita e Irán, lejos de abstenerse de toda injerencia y neutralidad,
entraron en juego también en el actualmente atávico conflicto que opone
al reino marroquí con la república árabe democrática saharauí [6]. La
primera ha apoyado las pretensiones del reino de Maruecos de una
sujeción total del Sahara Occidentale, territorio por demás
sustancialmente desértico pero rico de materias primas y recursos
minerales; mientras que Irán apoya las instancias de autodeterminación
de los saharauíes, cuyo líder actualmente en exilio en la ciudad
argelina de Tinduf es Brahim Ghali.
Las
fricciones están destinadas a dispersarse y sin embargo, en la
primavera de 2018, el Reino de Marruecos acusó a la República Islámica
Iraní de proporcionar misiles y entrenamiento militar a la guerrilla del
Frente Polisario por medio del Hezbolá libanés.
Ipso facto,
le fue intimado al embajador iraní con sede en Rabat de abandonar el
país. Al mismo tiempo, tanto el presidente iraní Hassan Rouhani como el
Hezbolá libanés rechazaron las protestas movidas por Rabat como
acusaciones infundadas.
EL PAPEL DE LA ETNIA HAZARA Y DEL HEZB-E WAHDAT-I ISLAMI EN AFGANISTÁN EN LOS AÑOS 90
En
los primeros años 90’s, Afganistán configuraba prácticamente como un
“traje de Arlequín”, o como un mosaico de clanes, grupos tribales y
milicias en conflicto, un estado de permanente tensión que comenzó aún
antes de la caída definitiva del régimen comunista filosoviético de
Mohammad Najibulá [7].
La
mayor parte de los grupos de milicianos eran de religión suní y
apoyados por las monarquías del Golfo y sus servicios secretos: el
Harakat-i-Inqilab-i-Islami (“Movimiento Revolucionario islámico”) que
estaba permeado por los valores tradicionales de la cultura pastún, en
el cual probablemente había militado el mulá Omar; el Hezb-e Islami que
representaba el ala más moderada de aquel partido y que tenía como guía
propio a Mohammad Yunus Khales; además la formación integralista de
Gulbudin Hektamiar, apoyada por el servicio secreto paquistaní (ISI), el
Jamiat-i-Islami-yi-Afganistan, antagonista de la anterior, afiliada
como rama local a los Hermanos Musulmanes, cuyos milicianos pertenecían
por lo más a la etnia tayika, a la cual se agregaba un comando de
guerrilleros autónomos (Shura) que presidía las tres provincias del este
de Afganistán, la formación del degollador Abdul Rashid Dostum que controlaba
las seis provincias del norte y finalmente en el sur de la nación
decenas de señores de la guerra, disidentes, dedicados al bandidaje.
El
Hezb-e Wahdat-i Islami era el único partido de inspiración chií nacido
en 1988 gracias a una fusión de organizaciones de etnia hazara, lengua
persa y origen mongol [8].
En
1994 el mencionado partido controlaba las provincias del centro de
Afganistán. Se hallaba bajo el fuego cruzado de todas las otras
organizaciones suníes y al final debió sucumbir y abandonar las pocas
posiciones controladas: se encontró por otra parte de forzar alianzas
duraderas con las otras organizaciones y, si bien protegido oficialmente
por Irán, los ayatolás no garantizaron suficiente apoyo logístico y
militar. Aún hoy la etnia chií de los hazara es oprimida y discriminada,
y muchos de sus miembros debieron emigrar.
SIRIA Y YEMÉN
En
el pasado próximo dos conflictos han desangrado al Medio Oriente, con
consecuencias mucho más devastadoras que las funestas “Primaveras
árabes” que han abierto fuego en el Magreb en 2011: el conflicto sirio
que ha tomado pie en mayo de 2013 y el que ve hasta ahora contrapuesta
la Arabia Saudita y la etnia chií de los hutíes en Yemén.
Sobre el primer conflicto la vulgáta
dominante, presentada como tesis incontrovertible (a tal punto que
tesis no convergentes con ellas se podían repetir solamente en los
sitios de contrainformación) era basada en la idea que Bashar al Assad,
aunque legítimo presidente de la Siria, era descrito como autócrata
“corrupto”, tenía la entera responsabilidad del inicio del conflicto, y
era “reo” de más de una década de malversaciones y opresiones de los más
elementales derechos democráticos.
Una
narración más que discutible, en la medida en la cual describe a los
milicianos del “ejército sirio libre” como “rebeldes moderados” y omite
considerar los intereses ingentes de Occidente, del Mossad y de los
servicios secretos de las monarquías del Golfo en desestabilizar la
Siria [9].
Al
lado del ejército sirio regular se alinearon el Hezbolá libanés, la
República Islámica iraní y la Federación Rusa (cuyo aporte fue decisivo
para evitar la capitulación de la República siria y la constitución de
un Califato surmontado por la bandera negra de los degolladores del
ISIS).
También
está comprometida en el conflicto sirio fielmente al lado del ejército
sirio regular y de Teherán contra los degolladores de ISIS, Dáesh y Al
Nusra, está una milicia afgana nacida en 2014: la Liwa Fatemyoun
(Bandera Fatimí), cuyo primer líder fue Alí Reza Tavassoli, al cual
sucedieron Mustafá Sardarzadeh y Hussain Fedayeen, todos tres muertos en
combate contra el ISIS.
Es
bueno reafirmar que la República Islámica iraní y la República Siria
están vinculadas por una alianza político-militar pluridecenal, con
motivo de la prevalencia de la confesión chií en las dos naciones,
(declinada en el chiísmo duodecimano en Irán y septimano en Siria). El
mismo clan alauí al que pertenece el presidente Bashar al Assad es
musulmán chií
Por
otra parte, la decisión de la República islámica iraní de aliarse con
el ejército sirio regular fue todo menos automática, en la medida en que
el presidente iraní ha debido ponderar adecuadamente los pros y los
contras de esta deliberación, concluyendo al final que la caída del
régimen de Assad, atizada por Occidente y las monarquías del Golfo, la
desestabilización y balcanización de la Siria, y el triunfo de los
yihadistas wahabíes sería desastroso porque habría comportado un estatus
de anarquía y la segura persecución de los chiíes.
Hassan
Rouhani debió en aquella ocasión también afrontar el descontento
popular, puesto que un conspicuo porcentaje de iraníes lo acusaba de
invertir en un conflicto externo ingentes recursos que habrían podido
ser empleados para levantar la situación económica interna.
Como
informaban la agencia de prensa iraní Fars y el diario “The New Arab”,
en el curso de una visita no anunciada el 26 de febrero de 2019 del
presidente sirio Bashar Assad al líder supremo de la República islámica,
el ayatolá Alí Jamenei, este se felicitó vivamente, definiéndolo “el
héroe del mundo árabe”.
Para
Occidente y los Estados Unidos, el no haber logrado en Siria aquel
golpe desestabilizante que llevaron a término en Libia (con el asesinato
de Muamar Gadafi), en Túnez (con el derrocamiento de Ben Alí) y en
Egipto (donde el “suceso” de la Primavera árabe había llevado al efímero
triunfo del líder de la Hermandad Musulmana Mohamed Morsi y al arresto
de Hosni Mubarak).
En
2019 la coalición entre la República Siria, Irán, Hezbolá y la
Federación Rusa había casi completamente desmantelado los fortines de
los terroristas y en las manos de estos no quedaba sino la base de
Idlib. El prestigio de la República islámica iraní llegaba a las
estrellas y por contragolpe, la derrota de los terroristas y rebeldes
significaba una herida difícil de sanar para la monarquía saudí que
mucho antes de iniciar el conflicto no tenía miedo de armar y financiar a
fundamentalistas takfiríes, salafíes y wahabíes para destronar a Bashar
al Assad.
El
conflicto entre Yemén y Arabia Saudita se configura como un apéndice de
la denominada “primavera yemení” que en el 2014 culminó en una rebelión
popular contra el expresidente Alí Abdulá Saleh y a la toma del poder
por parte de un nuevo rais [en árabe رئیس, originalmente significaba “capitán”, pero actualmente con la acepción de “presidente” o “dictador”, N. del T.],
Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, que había instituido su propio cuartel
general en Adén en el sur de la nación; subsguió una guerra civil entre
los sostenedores del ex-presidente Saleh (entre ellos el clan hutí, que
sin embargo en 2014 tomaron parte en la insurrección antigubernamental)
y los del nuevo líder Hadi.
Luego
de la ofensiva victoriosa del Consejo Político de los Hutíes que el 25
de marzo de 2015 habían conquistado la ciudad de Adén y oblligado a las
fuerzas gubernamentales de Mansur al-Hadi a huir y reparar en Arabia
Saudita, los saudíes habían promovido una coalición (comprendiendo los
Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Jordania y en un primer momento
Marruecos) al fin de la cual invadieron el estado yemení y expulsaron al
Consejo Político de los Hutíes de las posiciones conquistadas.
El
estado de la nación yemení a lo largo de abril de 2021 era el
siguiente: el Consejo Político de los Hutíes controlaba firmemente el
área occidental, las fuerzas militares fieles a Mansur al-Hadi la parte
oriental, la zona costera del sur era presidida por el Consejo de
Transición del Sur y finalmente Al-Qaeda en la Península Arábiga (una
milicia qaedista con sede en la península arábiga) que había tomado
parte en el conflicto tanto contra los hutíes como contra las fuerzas
gubernamentales de Mansur al-Hadi, se había posesionado de algunos
fortines en el centro y la costa.
No
está muy claro el papel de Irán en relación al conflicto; la común
pertenencia a la confesión chií de los iraníes y del clan hutí (los
primeros son de confesión duodecimana reconociendo legítima una
descendencia de doce imanes, mientras que los segundos son zaidíes, que
reconocen a cinco imanes [los
zaidíes deben su nombre a Zaid ibn Alí, al que reconocen como quinto
imán en lugar de su hermano Mohamed el Báciro, N. del T.])
permite evaluar la hipótesis de un apoyo logístico y militar a los
hutíes por parte de Teherán; pero estos siempre han reivindicado su
propia autonomía de acción.
En
un conflicto iniciado por el pronunciamiento de los comités populares
en septiembre de 2014 contra Abdallah Saleh (que por ende sería definido
más precisamente como “otoño árabe” que no “primavera árabe”), los
hutíes han demostrado de súbito extraordinario valor; no obstante los
saudíes fueron del lejos más apertrechados desde el punto de vista
logístico y militar (también con fuerza de equipamiento de “bombas
inteligentes” [10] por parte de algunos países europeos), el Consejo
Político supremo hutí llegó en 2020 al control político de todo el país,
excepción hecha por la región de Marib.
Pero
siempre ha reivindicado la marcha de las prensas propias, que en cambio
frecuentemente la prensa medio oriental como operaciones “falsa bandera”, orquestadas por Teherán.
Del
resto, no es un misterio que la República Islámica iraní fue acusada
por USA y los saudíes de proveer armas a la guerrillas hutíes, incluso
por medio de Eritrea (donde Irán hacía tiempo tiene una base militar).
Acusaciones que Irán siempre ha liquidado como infundadas y devuelto al remitente.
En
el conflicto actual se ven espirales de diálogo entre las dos potencias
regionales, contrapuestas por una línea de falla que parecía acabar
inevitablemente toda apertura efímera (así, la perspectiva de diálogo
entre Teherán y Riyad que se abrió en septiembre de 2019 fracasó).
Más,
desde abril de 2021 podíamos atestiguar la existencia de un diálogo
oficial [11] entre los dos actores del Medio Oriente: el ministro de
exteriores Mohamed Zarif ha visitado algunas monarquías del Golfo, por
ejemplo Kuwait. El monarca reinante Mohamed Bin Zalman, por su parte,
declaró improducente la obstinación en la barrera respecto a la
República Islámica iraní, para el cual Irán nopuede ser tratado de igual
que una nación extraña al Medio Oriente: diversamente, la consecuencia
sería la exacerbación y cronicización de tenciones que no pueden tener
vía de escape.
En
la raíz de este viraje, sin duda también está la escalada de la
política israelí en los territorios ocupados; no obstante el “pacto de
Abraham” que ha alentado la normalización de las relaciones entre las
monarquías del Golfo e Israel, la Arabia Saudita ha condenado los
excesos de Netanyáhu, condena que se ha revelado un factor decisivo para
reanudar las relaciones con el histórico rival en el Medio Oriente.
Queridos amigos de Radio Spada y de la Comunidad Antagonista Paduana, gracias por la atención.
SILVIO ANDREUCCI
Relator
NOTAS
[1] Sobre Mohammed Reza Pahlevi (1919 - 1980), segundo y último monarca de la dinastía homónima, la casi total bibliografía disponible hoy es en lengua inglesa, y por otra parte difícilmente recuperable en parte su testamento personal que recaba el título original “Answer to History” (“Respusta a la historia”).
[2] Más allá de mis escasas anotaciones, para una reconstrucción sistemática de las diferencias doctrinales entre el sunismo y chiísmo, remito al ensayo de Tommaso Campanini “Califfato e potere” (Califato y poder) en “Islam e politica”, Il Mulino, Bolonia, págs. 87-148.
[3] Conviene también tener presente que, mientras la ideología jomeinista ha permeado profundamente al Hezbolá libanés y las milicias chiíes de la Resistencia popular iraquí, los chiíes zaidíes de Yemén (estructura portante de las milicias hutíes), los hazara afganos (componente esencial del “Wahdat” afgano), y la misma minoría chií saudita tienen vínculos menos firmes con Teherán y tienden a reivindicar su propia autonomía de acción.
[4] Por “acuerdos de Abraham” se entiende una declaración conjunta que el 13 de agosto de 2020 fue emitida por Estados Unidos, Israel y Emiratos Árabes Unidos, la cual fue seguida en septiembre del mismo año, con el mismo nombre, un vértice entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Baréin que tuvieron lugar en la South Lawn de la Casa Blanca. Se llegó de facto a la normalización de las relaciones diplomáticas entre estos países árabes y el Estado de Israel (hasta entonces solo Egipto y Jordania reconocían al Estado de Israel, en virtud de acuerdos suscritos respectivamente en 1979 y 1994).
También la Arabia Saudita, aunque no tomando parte en los “acuerdos de Abraham”, entró en vía de una progresiva distensión en las relaciones con el estado judío.
[5] El FBI incriminó a trece ciudadanos saudíes (pertenecientes a la milicia de Hezbolá en el Hejaz) y a un libanés del ataque a las torres Khobar. El Hezbolá chií, con este ataque a la aeronáutica estadounidense en territorio saudita, reivindicaba el alejamiento de las bases militares estadounidenses de Arabia Saudita.
[6] El conflicto comenzó de facto en 1975, después del deceso de Francisco Franco, el Polisario obtiene la independencia de la España; actualmente, el 80% del territorio está bajo la jurisdicción de Marruecos, el restante 20% está a merced de los conflictos entre los numerosos componentes tribales tuareg; el actual presidente de la República democrática árabe saharauí, Brahim Ghali (1963) se distinguió como líder de la lucha por la independencia de la España.
[7] Maurizio Stefanini, I nomi del male (Los nombres del mal), Boroli, Milán, 2007, pág. 86.
[8] Ibídem.
[9] Una reconstrucción atendible del conflicto sirio, fuera de los mantras de la narrativa oficial, es proporcionada por el periodista Fulvio Scaglione en “Siria. I cristiani nella guerra” (Siria. Los cristianos en la guerra), Paulinas, Milán, 2019, donde por otra parte se resalta la tendencia de negarse los periodistas a entrevistar a los cristianos autóctonos, portavoces de una versión diferente de aquella mainstream.
[10] El suscrito informa la definición cómica del presidente de gobierno español Pedro Sánchez; que entiende por “armas inteligentes” aquellas que se limitarían a golpear objetivos militares, salvaguardando los civiles.
[11] Las consideraciones hacen al artículo reciente de Annalisa Perteghella, publicado en el sitio Spionline (7 de mayo de 2021).
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)