Recopilado por el P. Dr. Vicente Alberto Rigoni, Cura Párroco de Santa Ana en Villa del Parque (Buenos Aires), el 12 de Mayo de 1944. Tomado de RADIO CRISTIANDAD.
DÍA VIGESIMOTERCERO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al Señor. Amén.
MEDITACIÓN: Santa Conversación entre Santa Ana y María.
¡Cuáles serían los angélicos coloquios de aquellos corazones! ¡Cuáles las afectuosas y mutuas ternuras de sus almas! Cómo se entenderían admirablemente en el amor que sentían hacia Dios y en el recíproco afecto, no es cosa fácil imaginar.
Santa Ana, en toda ocasión, debía mostrar su maternal contento hacia su querida Hija; Esta, a su vez, debía sentir irresistible atracción hacia su Madre, la cual ponía todo el cuidado y atención en informar su corazón de Ella en aquellos sentimientos sublimes a los cuales se sentía poderosamente atraída. El esplendor de la virtud y de las perfecciones con que correspondía María a los maternales cuidados, transportaban a Santa Ana a lo más sublime, al apogeo de aquella excelsa santidad que requería su nobílisima misión. De aquí nació aquella fusión de alma, la más perfecta en pensamientos, afectos, acciones, plegarias.
María y Santa Ana estaban en continuo éxtasis con Dios y sus plegarias enteramente conformes a la divina voluntad, subían hasta el trono de la Majestad sumamente agradables. En sus frecuente elevaciones atendían solamente a agradar a Dios, contentas con que triunfase su gloria, felices de que se cumpliera su voluntad.
Y Dios, secundando los ardientes deseos de aquellos cándidos corazones, les iluminaba, les instruía, les hacía conocer los arcanos de sus designios.
Ellas esperaban, amaban y ardientemente anhelaban el cumplimiento de los sagrados misterios, pero nunca hubieran querido anticipar de un solo instante lo que era la voluntad de su Dios. La alegría grandísima de aquellas dos almas celestiales, más que humanas, era celestial.
Ejemplo envidiable para las almas que de veras quieren santificarse y ningún medio más práctico para que la vida cotidiana sea perfecta que modelarla según los ejemplos de María y Santa Ana.
Reformemos bajo estos inefables ejemplos nuestra conducta y mientras ella nos hará agradables al Señor y, por reflejo, al prójimo, nosotros veremos a éste, con nuestro ejemplo, estimulado a la virtud y nuestra vida será un apostolado diferente edificante y grato a Dios.
EJEMPLO: Santa Ana muestra maravillosamente su protección a sus devotos en los trances más difíciles. Lo demuestra el siguiente hecho.
Encontrábase en Palestina visitando aquellos Santos Lugares Juan Hoya, ministro que fue de Suecia y Noruega, y por casualidad mató a un pobre hombre. Encarcelado y procesado, nada le valieron las firmes protestas y la enérgica defensa, no le quedaba otra cosa que someterse a la pena capital, no había salvación.
Entonces él, con grandísima confianza de ser escuchado y con aquel fervor que le sugirió el encontrarse en los últimos momentos de su vida, invoca a Santa Ana, a la cual profesaba tierna devoción y la Santa oye sus ruegos.
Todo estaba preparado para ejecutar la sentencia, cuando se desencadenó un huracán, una tempestad y un terremoto tan violento que todos huyeron, y él se sintió aliviado y trasladado a lugar seguro.
Admirable prueba de la asistencia de nuestra Santa para con sus devotos.
OBSEQUIO: Recitemos un Gloria a Santa Ana, para que nos obtenga de Dios el conocer su divina voluntad.
JACULATORIA: Celosísima Santa Ana, ayudadnos a seguir las divinas inspiraciones.
ORACIÓN
¡Oh, mil y mil veces feliz Santa Ana!, que tuviste por hija a la Madre de Aquel, que vino a reparar el mundo abatido. El Señor sólo para Vos reservó tanta gloria, porque, Vos sólo fuisteis digna. ¡OH madre bienaventurada de la Reina del Universo!, haced que yo siempre conozca mejor la excelencia de vuestra hija, haced que la honre y la ame y cuide de agradarla continuamente. Esta gracia os pido por aquella consolación y gozo del paraíso que experimentasteis al ternerla a vuestro cuidado. Oídme, amorosísima Patrona mía, y hacedme verdadero hijo de vuestra excelsa hija. Amén. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
℣. Ruega por nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la gracia de dar al mundo a la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a Ti la intercesión de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)