Por Carlos Esteban para INFOVATICANA.
Se reitera que ningún Católico debe permitir que él o su familia
reciban esa terapia génica fabricada con líneas celulares provenientes
de fetos abortados, so pena de participar en el pecado.
Mucho ha llovido desde que Su Santidad
calificó la vacunación contra el covid como “un acto de amor”, y no
poco ha cambiado en lo que sabemos de vacunas y pandemias desde que se
aplicó en el Vaticano el ‘superpase verde’ y se impuso uno de los
regímenes más restrictivos del planeta.
Aunque ya el país que más lejos ha llegado en el ‘totalitarismo covidiano’, Austria, ha dejado caer discretamente su proyecto de vacunación obligatoria, los CDC de Estados Unidos entonan un ‘mea culpa’ en voz baja aprovechando la crisis bélica en Ucrania, se publican los papeles de Pfizer en los que se insinúan efectos secundarios de sus vacunas en absoluto despreciables y, en fin, un país tras otro va a levantando las draconianas violaciones de derechos con la excusa de la pandemia, la misma Santa Sede que predica la apertura y la escucha atenta sigue manteniendo su estricto régimen en el centro de la cristiandad. ¿Hasta cuándo?
Pero quizá la apuesta más ‘arriesgada’ de Roma haya sido la de la vacunación. ElPapa
no se ha limitado a recomendarla y, como soberano del pequeño Estado
Vaticano, imponerla de hecho a sus empleados, sino que ha predicado la
‘obligación moral’ de someterse a esta terapia experimental, decretando
que no es admisible la objeción de conciencia por el material procedente
de fetos abortados utilizado en su elaboración. Vacunarse, dijo el Papa y repitieron los medios, es “un acto de amor”.
Pero el desarrollo de los acontecimientos posteriores han hecho de esta apuesta pastoral tan firme una postura cada vez más endeble. Casi inmediatamente, se demostró que la vacuna no impedía la transmisión del virus, algo que, como en seguida se apresuraron a aducir los fabricantes, ni siquiera se pretendía cuando se lanzaron al mercado. Lo que hacían, dijeron, era impedir el desarrollo de la enfermedad o, al menos, sus síntomas más graves.
Tampoco esto ha resultado cierto, hemos conocido las cifras de enfermos de covid con la doble pauta que no solo ingresaban en el hospital sino incluso en la UCI y, en fin, algunos que fallecían. De hecho, entre esos enfermos y fallecidos figuran algunos preladoscatólicos. A cada dato nuevo, el ‘acto de amor’ parecía más y más dudoso.
Pero si la eficacia del procedimiento distaba mucho de los que se pretendía en un primer momento, no es esta la única preocupación. Pfizer ha sido esta semana obligada a publicar el estudio que, inicialmente, no iba a hacerse público hasta 2096, y en él aparecen datos muy preocupantes sobre sus posibles efectos secundarios.
Nada de esto tiene necesariamente que hacer de la vacuna una mala opción personal, pero desde luego su beneficio potencial y no es ni mucho menos tan claro como se vendía inicialmente, por lo que la posición oficial del Vaticano parece, como poco, cuestionable. El fulminante cese del obispo de Arecibo, en una decisión en la que, por lo que se cuenta, ha pesado la defensa del prelado de la libertad de conciencia frente a la vacunación, pone más de relieve la posición maximalista de Roma a este respecto.
Aunque ya el país que más lejos ha llegado en el ‘totalitarismo covidiano’, Austria, ha dejado caer discretamente su proyecto de vacunación obligatoria, los CDC de Estados Unidos entonan un ‘mea culpa’ en voz baja aprovechando la crisis bélica en Ucrania, se publican los papeles de Pfizer en los que se insinúan efectos secundarios de sus vacunas en absoluto despreciables y, en fin, un país tras otro va a levantando las draconianas violaciones de derechos con la excusa de la pandemia, la misma Santa Sede que predica la apertura y la escucha atenta sigue manteniendo su estricto régimen en el centro de la cristiandad. ¿Hasta cuándo?
Pero quizá la apuesta más ‘arriesgada’ de Roma haya sido la de la vacunación. El
Pero el desarrollo de los acontecimientos posteriores han hecho de esta apuesta pastoral tan firme una postura cada vez más endeble. Casi inmediatamente, se demostró que la vacuna no impedía la transmisión del virus, algo que, como en seguida se apresuraron a aducir los fabricantes, ni siquiera se pretendía cuando se lanzaron al mercado. Lo que hacían, dijeron, era impedir el desarrollo de la enfermedad o, al menos, sus síntomas más graves.
Tampoco esto ha resultado cierto, hemos conocido las cifras de enfermos de covid con la doble pauta que no solo ingresaban en el hospital sino incluso en la UCI y, en fin, algunos que fallecían. De hecho, entre esos enfermos y fallecidos figuran algunos prelados
Pero si la eficacia del procedimiento distaba mucho de los que se pretendía en un primer momento, no es esta la única preocupación. Pfizer ha sido esta semana obligada a publicar el estudio que, inicialmente, no iba a hacerse público hasta 2096, y en él aparecen datos muy preocupantes sobre sus posibles efectos secundarios.
Nada de esto tiene necesariamente que hacer de la vacuna una mala opción personal, pero desde luego su beneficio potencial y no es ni mucho menos tan claro como se vendía inicialmente, por lo que la posición oficial del Vaticano parece, como poco, cuestionable. El fulminante cese del obispo de Arecibo, en una decisión en la que, por lo que se cuenta, ha pesado la defensa del prelado de la libertad de conciencia frente a la vacunación, pone más de relieve la posición maximalista de Roma a este respecto.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)