Francisco
 Vieira de Matos (Vieira Lusitano). San Agustín derrotando la herejía 
(detalle). Lisboa, Museo Nacional de Arte Antiguo.
«Sigilosamente se mantenían aún algunas de las reliquias de los antiguos maniqueos
 en Italia, de donde podían fácilmente comunicar con los paulicianos del
 imperio griego [1]. Desde la Italia, al entrar en el siglo XI, una 
mujer se dice había propagado la secta en las Galias, y ganóse también a
 los eclesiásticos. Ademaro de Angulema relata de los maniqueos de 
Aquitania, que negaban la virtud del bautismo y de la cruz, se abstenían
 de ciertas viandas y, profesando castidad en el exterior, rompían en 
bestial lujuria.
Según este y otros cronistas, 
fueron descubiertos tales hechos heréticos en Orléans, donde dos 
sacerdotes singularmente, Esteban y Lisois, se dedicaron a diseminar 
falsas doctrinas. Estos negaban el nacimiento de Cristo de la Virgen, su
 pasión, su sepultura y su resurreción (Docetistas), la 
Trinidad y la creación del mundo; rechazaban el bautismo y la 
eucaristía, no menos que la veneración de los santos; reputaban como 
superfluas las buenas obras, las disoluciones de la carne como nada 
peligrosas para la salvación del alma; usaban cierta iniciación suya con
 imposición de las manos y tenían conventículos nocturnos, en los cuales
 aparece que se abandonaban sin distinción a toda lujuria. Además se les
 imputaba de quemar a los niños así procreados, y de sus cenizas 
preparar una especie de eucaristía [2].
En un 
sínodo celebrado en presencia del rey Roberto en Orléans, el año
1022, trece de estos herejes, entre ellos diez canónigos de la Santa 
Cruz, que no quisieron convertirse, después de largo examen fueron 
entregados a las llamas; solo un clérigo y una monja hicieron 
abjuración. No mucho después (1025) el obispo Gerardo de Cambrai 
descubrió en Arrás a los herejes venidos de Italia, los cuales 
rechazaban el bautismo, la eucaristía, la penitencia y el matrimonio, 
hacían depender la salvación solo de las buenas obras, afirmaban que 
nada había en la iglesia que no se encontrase igualmente en casa, y 
además combatían el culto de los santos, salvo quizá de los apóstoles y 
de los mártires, presumiendo en contra su propia santidad y perfección.
 El obispo Gerardo los hizo apresar y se argumentó rebatir sus razones 
contra la necesidad del bautismo (respecto a la indignidad de los 
ministros, a la recaída de los bautizados en las antiguas culpas y a la 
falta de fe y de deseo en los infantes), y también contra la presencia 
real de
Cristo en el Sacramento del altar, contra los ritos de la Iglesia y el 
sacerdocio, contra la penitencia y el matrimonio. Él vino a la cabeza de
 reducir a los extraviados a la abjuración; después se dedicó también a 
poner celo en el obispo de Lieja, para que se afanase en la reducción de
 los herejes de su diócesis.
Entonces (entre 
1028 y 1030), el duque Guillermo de Aquitania reunió un sínodo en 
Charroux, a este designio también de oponerse a la propagación de la 
herejía maniquea [3]. En la Alta Italia igualmente se daban tales 
herejes, que frecuentemente se engañaban en ocultarse con el nombre de patarinos,
 máxime en el castillo de Montfort cerca de Turín. Uno de estos 
maniqueos, de nombre Gerardo, declaraba ante el arzobispo Heriberto
 de Milán (1027-1046) que convenía empujar de fuerza a la eternidad los moribundos para conseguir la salvación.
 Y así pues exponía el misterio de la Trinidad: el Padre era eterno, el 
Hijo era el alma del hombre amada por Dios, Jesucristo el alma nacida 
sensiblemente de la Virgen, esto es, decir por la Sagrada Escritura; el 
Espíritu Santo ser la inteligencia verdadera y devota de las Santas 
Escrituras, de la ciencia divina. El sumo sacerdote o pontífice dee los fieles no ser el de Roma, sino otro, enviado inmediatamente por Dios, sin tonsura, que de continuo visita los hermanos dispersos y remite los pecados.
El
 obispo Roger de Chalons escribía al obispo Wazo de Lieja
(1043-1048), haberse hallado entre la gente del campo a los maniqueos, 
los cuales tenían conventículos secretos con acciones obscenas e 
iniciaciones sacrílegas, y tenían en horror el matrimonio y el uso de 
las carnes. Y en la gente de villa pertenecía también Leutardo, el cual 
en Chalons sobre el Marne impugnaba entre el vulgo el culto de las 
imágenes y despedazaba los crucifijos; y que después acabó, como parece,
 con el suicidio. El sínodo de Reims 
de 1049 fulminaba ya excomunión sobre estos herejes como sobre todos 
aquellos que de ellos aseptasen servicios y les saliesen a defender. De 
ahí a poco se descubrieron herejes similares en Alemania; y en torno al 
1052 
el emperador Enrique III en Goslar hizo colgar a varios en las horcas. 
Es verdad que contras semejantes rigores hacia los herejes se levantaron
 casi de todo tiempo algunas voces, como entre otros el obispo Wazo de 
Lieja († 1048); pero estando los principios de derecho civil y 
religiosos entonces vigentes no se podía demostrar por ningún modo la 
ilegalidad [4]. Cierto
 que el usar violencia en razón de la fe fue condenado decididamente 
también por los Papas, como por ejemplo Nicolás I; pero más hacia los 
infieles que hacia los infieles que hacia los apóstatas bautizados, los 
cuales eran verdaderos rebeldes contra el orden religioso y civil, y por
 su rebelión no era deber que trajesen provecho en detrimento de la 
sociedad cristiana [5]».
Card. JOSÉ HERGENRÖTHER HORSCH, Historia universal de la Iglesia, vol. 4: “La Iglesia educadora en la sociedad medieval y el Imperio carolingio”.
NOTAS
[1]
 Bajo los papas Gelasio, Símaco, Hormisdas y San Gregorio I (l. 2, ep. 
37, al. 25), se hace mención de los maniqueos en Italia y otras partes 
en el Liber diurnórum, cap. 3, tit. 9, en Gregorio II en el 723. Según la Crónica de Alberico
 (1241) en el año 1239, Fortunato, contemporáneo de San Agustín, habría 
venido del África en Campania y le habría traído allí el jefe corsario 
Widomaro. La continuación de la secta en Italia es afirmada por Radulfo 
Calvo en su Crónica del año 1000, III, 8, y por las Actas del Concilio Atrebatense de 1025, en Mansi, Sacrórum Conciliórum,
 XIX, 423 s. En cuanto a su relación con los paulicianos admitida por 
Muratori, por Johann Lorenz von Mosheim y por Edward Gibbon, hay 
testimonios más recientes: Evervino de Steinfeld, Epístola a San Bernardo (1143), Rainero Sacconi de Piascenza OP († 1259), Summa de Cátharis et Leonístis (Martène et Durand. Thesáurus anecdotárum, tomo V., pág 1767).
[2] En torno a los maniqueos del siglo XI traen muchos pasajes Charles du Plessis d’Argentrè en el Colléctio judiciórum, tomo I, cap. 1, pág. 5 s., también Adémar de Chabannes, Chronicon ad anno 1010, ed. Labbè, Nova Bibliothéca II, 176, ed. Bouquet, Recueil X, 154 s. Radulfo Calvo, en  Luc d’Achery, Spicilégio I, 604; Chrónica Sancti Petri ibid. IV, 474. Fragmentos de Historia Aquitanense en Pierre Pithou, História Francórum (Baronio, Annales, año 1017; Jacques Basnage consideraba a estos herejes como «cristianos purificados», Mosheim, por místicos; al contrario Johann Heinrich Füßli, Carl Schmidt y otros, con razón, por maniqueos.
[3] Sínodos de Orléans, de Arrás y de Charroux, ver Mansi, loc. cit., XIX, 373 s. 376 s. 423 s. 486. Hefele l. c. IV, 674 ss. 680 ss. 687 ss.
[4] Landulfo el Viejo, História Mediolanénse, libro II, c. 27, ed. Murat., Rerum Itálicum Scriptórum. IV, 88. Radulfo Calvo, Historia, libro 2. c. 2; libro 4, c. 2. Roger, Epístola a Wazo en Gesta Epíscopi Leodénsis c. 59, ed. Martène et Durand l. c. IV, 898 s. Concilio de Reims de 1049 v. Hefele l. c. IV. 722 ss. Hermán Contracto, Crónica, año 1025, ed. Pertz, Monuménta Germánica história Scriptórum V. 67 ss.
[5] Nicolás I, Epístola ad consulta Bulgárica, c. 41. Cfr. Hergenrother. Katholische Kirche und christlicher Staat. págs. 553-555.

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