Artículo publicado por la revista ROMA, N.º 19 (Mayo-Junio de 1971). Rescatado de CATÓLICOS ALERTA - PRIMERA ÉPOCA, vía MILES CHRISTI RESÍSTENS.
El
 23 de mayo de 1553 un tribunal eclesiástico, presidido por Thomas 
Cranmer, Arzobispo de Canterbury, declaró nulo el matrimonio del rey 
Enrique VIII con Catalina de Aragón. En sus dieciocho años de casados 
habían tenido seis hijos. El Papa Clemente VII se negó a anular esta 
unión y, por tal motivo, Enrique VIII recurrió a los buenos oficios del 
episcopado inglés. Tenía prisa porque su amante Ana Bolena esperaba un 
hijo (la futura reina Isabel nacería el 7 de septiembre). Clemente VII 
dejó pasar un año antes de excomulgar a Enrique VIII, así le daba tiempo
 de separarse de Ana Bolena; el rey se proclamó jefe de la Iglesia de 
Inglaterra arrastrando a su país al cisma.
Inmediatamente
 después de la ruptura con Roma, la elite de la Reforma acudió a 
Londres. El ataque se dirigió, de inmediato, al punto esencial: la Misa.
 La experiencia de Lutero en Alemania había demostrado que la supresión 
brutal de la Misa «escandaliza a las almas débiles». Los luteranos 
comenzaron por pedir al jefe de la Iglesia de Inglaterra que suprimiera 
las Misas privadas. No fue sin razón que León X proclamara “Defensor de 
la Fe” a Enrique, poco tiempo antes de que rechazara las tesis de 
Lutero.
Enrique VIII era católico en el fondo. Para él, no había diferencia entre misas públicas y privadas, entre misas “cum” o “sine” pópulo.
 La Misa es la Misa. Respondió a los emisarios de Lutero que, de 
abolirse las misas privadas también tendrían que ser abolidas las 
públicas. La continuación de esta carta de agosto de 1538, demuestra que
 había comprendido perfectamente hasta dónde querían llegar los 
luteranos. «La Misa –escribe– es un verdadero sacrificio y negarlo es 
negar la realidad del Cuerpo y Sangre de Jesucristo en la Eucaristía». 
Enrique habla como un Doctor de la Iglesia.
Pero
 nadie se separa impunemente de Roma en el siglo de la Reforma. Enrique 
debe batirse en cinco puntos a la vez. Desde noviembre de 1537 a 
noviembre de 1538, se niega sucesivamente, a abolir la confesión 
personal en favor de la confesión comunitaria. Se niega a autorizar la 
Comunión bajo las dos especies (aunque ésta no se opone en nada a la fe,
 pero Juan Huss y Lutero pretendían que era necesaria para la salvación.
 Enrique VIII recuerda que Nuestro Señor está íntegramente en cada 
partícula de la Hostia). Se niega a abolir el culto de los Santos. (Se 
limita a permitir la supresión del oficio de Santo Tomás Becket, obispo 
que había resistido al rey de Inglaterra). Se niega a abolir el celibato
 eclesiástico. Por un edicto del 19 de noviembre de 1537, se ordena a 
los obispos que procesen a «los sacerdotes que se han atrevido a casarse
 contra el uso de nuestra Iglesia de Inglaterra y nuestra voluntad». 
Cranmer, Arzobispo de Canterbury, casado secretamente con la sobrina de 
Andreas Osiander, teólogo luterano alemán, debe esconder a su mujer en 
una caja que lleva en sus traslados. Los concubinarios son privados de 
sus beneficios y encarcelados.
Osiander
 hace intervenir al propio Melanchton desde Alemania. Este envía a 
Londres un grupo de teólogos, encargados de demostrar al rey de 
Inglaterra que «el celibato es contrario a la Sagrada Escritura y a las 
costumbres de la primitiva Iglesia» y que «además, obliga a los 
sacerdotes a recurrir a mujeres públicas». Enrique ni siquiera los 
recibe y les contesta por su secretario: «El celibato no es contrario ni
 a la Sagrada Escritura ni a las costumbres de la primitiva Iglesia. Por
 el contrario, el matrimonio de los clérigos está prohibido por decretos
 de varios Concilios. El Rey se apoya, a este respecto, en el testimonio
 de los Padres de los que ha extraído citas copiadas de su puño y letra»
 (Carta de agosto de 1538).
Enrique VIII murió el 18 de enero de 1547 recomendando educaran a su hijo en la religión católica.
Inglaterra
 cismática pero no hereje, tendría que haber vuelto naturalmente al seno
 de la Iglesia Romana. Sus reyes se enemistaron con el Papa. Enrique 
VIII no fue la excepción. Por tanto, ocurrirá lo contrario: la 
Inglaterra cismática caerá en la herejía. Hemos dicho el porqué: nadie 
se separa impunemente de Roma en el siglo de la Reforma.
El
 nuevo jefe de la Iglesia de Inglaterra es un niño de diez años, es 
Eduardo VI, nacido del matrimonio de Enrique con Juana Seymour. Este 
niño no será responsable de lo que va a ocurrir. Edward Seymour, su tío 
materno, conde de Hereford y duque de Somerset, se apoderará del trono 
fraudulentamente a despecho del testamento de Enrique VIII. Seymour, 
nacido en 1505, fue com batiente distinguido de las campañas contra 
Francia y Escocia. Asoló, en varias oportunidades a Escocia, y fortificó
 poderosamente Boulogne, Guines y Calais.
Holbein
 nos ha dejado un retrato muy singular de Lord Seymour. Este hombre de 
armas que se enriqueció fabulosamente con el despojo de conventos, es un
 bello tema de estudio para los fisiognómicos. La mitad derecha del 
rostro aparece velada de melancolía, hundida en la barba. En la mitad 
izquierda el ojo negro y escrutador entronca a su dueño con los hombres 
terribles de ese terrible siglo XVI. El duque de Somerset implantará la 
Reforma con implacable mansedumbre.
Sus
 primeras medidas fueron liberales. Otorgó la libertad de discusión en 
el Parlamento, suprimió la “Ley sobre la traición” que mandó al patíbulo
 a Juan Fisher y a Tomás Moro. Abolió la picota y las torturas, medida 
única en los anales de su siglo y del siguiente, que su sucesor se 
apresurará a restablecer.
El
 verdugo de Escocia es un hombre cortés y apacible, tolerante y 
bondadoso. Jamás vengará una injuria personal, y cuando obligatoriamente
 mande un obispo a la cárcel, le enviará su médico. Al poner su cabeza 
en el cepo, el 22 de enero de 1552, dirá: «Tengo algo que decir sobre la
 religión. La he favorecido siempre para gloria de Dios mientras estuve 
en el poder. No me arrepiento de nada. Al contrario, me alegro de lo que
 hice. Señor Jesús, sálvame». Estas fueron sus últimas palabras. ¿Desde 
cuando adhirió a la Reforma? Es imposible fijar la fecha, ya que la 
prudencia era de rigor bajo Enrique VIII que enviaba a los católicos al 
patíbulo y a la hoguera a los herejes. Sin embargo, en 1540 al casarse 
Enrique con Ana de Cleves, los protestante abrigaban grandes esperanzas 
en esta unión, y Lord Seymour escribió al Rey que «no había 
experimentado alegría tan grande desde el nacimiento del príncipe 
Eduardo». Se sospechó, en 1545, que Lady Seymour escondía a los 
reformados. Finalmente, cuando en enero de 1547 se adueñó del poder, los
 protestantes se alegraron muchísimo. Uno de ellos, Richard Hills, 
escribe: «El duque de Somerset está bien dispuesto hacia la piadosa 
doctrina, abomina las locas invenciones de los papistas, no ha sido 
nunca muy favorable a los sacerdotes, y es gran enemigo del Obispo de 
Roma».
“Quietness”: tranquilidad. Esta palabra se repite como leitmotiv
 en las Ordenanzas del Protector relativas a la religión. Inglaterra 
católica va a deslizarse en la herejía pero sin agitación, sin 
estruendo, sin perturbaciones, tan suave y tranquilamente que ni 
siquiera lo advertirá.
El
 6 de febrero de 1548 se publica la primera Ordenanza tocante a asuntos 
religiosos, se dice que nada deberá cambiar. «Nadie, cualquiera que sea 
su rango y dignidad, tiene derecho de cambiar algo de los ritos 
aprobados por el rey Enrique». Se pone en guardia a los fieles contra 
«aquellos que innoven, alteren o rechacen por su propia autoridad 
ciertos ritos o ceremonias de la Iglesia y que inventen otros de su 
fantasía». Así se tranquiliza a los que se habían inquietado a la muerte
 de Enrique VIII.
Un
 mes más tarde, el 8 de marzo de 1548, aparece la segunda Ordenanza. Se 
autoriza el uso del inglés en las oraciones de la Misa para lograr una 
mejor participación del pueblo (la mejor participación del pueblo fue 
invocada por Lutero al traducir al alemán las oraciones de la Misa). 
Esta Ordenanza regula al mismo tiempo algunos detalles accesorios: se 
autoriza la supresión de los ramos, del agua y del pan benditos, de los 
cortinados violeta de la Semana Santa. Además, se recomienda a los curas
 párrocos que todos los domingos lean en inglés un capítulo del Antiguo 
Testamento. Cinco días más tarde, el 13 de marzo, se promulga otra nueva
 Ordenanza, no sobre la religión, sino relativa al orden público. Se 
previene a quienes están deseosos de reformas demasiado rápidas que 
podrían alterar la tranquilidad (quietness) pública. Se recuerda que 
están prohibidos los cambios e innovaciones y que, también está 
prohibido blasfemar la Eucaristía. Se prohíben también las procesiones 
aun en las iglesias y cementerios, «para evitar las querellas por 
precedencias y las disputas». En cambio, se autoriza la Comunión bajo 
las dos especies «para quienes desean recibirla». Se invita, además, a 
los párrocos y vicarios a conseguir, antes de Pascua (1 de abril de 
1548) un folleto titulado “Order of Communion” con oraciones de la 
Comunión en inglés. Dos meses más tarde, el 12 de mayo de 1548, en la 
Abadía de Westmínster se canta una Misa sin Ofertorio; totalmente en 
inglés. Al salir de esta ceremonia, los obispos presentes se pusieron de
 acuerdo. Pero, al día siguiente se los tranquiliza: un Edicto del 
Consejo Privado, del 13 de mayo de 1548, recuerda que «están prohibidos 
todos los cambios e innovaciones».
Aparte de los “cambios e innovaciones”,
 nada está prohibido, todo está autorizado. El 3 de septiembre se impone
 la Nueva Misa sin Ofertorio a los colegios y universidades. Nadie 
protestó porque los rectores y profesores de colegios y universidades, 
adictos esta novedad, fueron prevenidos con anticipación. Por otra 
parte, la Misa en inglés agradaba a los fieles.
Días
 después, nueva Ordenanza relativa a la tranquilidad y orden público. 
Los párrocos son autorizados a reemplazar las imágenes y estatuas que 
llevan a los ignorantes a la superstición. «Para evitar en el pueblo 
contiendas y disputas ocasionadas por la distinción de lo que es o no un
 abuso». «Esta distinción es difícil de hacer, pero los curas 
aprovecharon la ocasión para despojar a sus iglesias de los tesoros 
artísticos». El resultado no se hizo esperar; se lucha en todos los 
sitios donde los fieles quieren conservar las imágenes de la Virgen y de
 los Santos. La Ordenanza de febrero de 1549, prescribe, en vista de la 
tranquilidad pública, que «se supriman todas las imágenes y las estatuas
 de las iglesias en favor del respeto debido a los lugares del culto». 
Mientras tanto, una ley sobre el celibato eclesiástico se demoraba en el
 Parlamento desde noviembre de 1547. Se mantenía firmemente la ley del 
celibato eclesiástico. El “bill” sometido a discusión en la Cámara de 
los Comunes pedía solamente «que los laicos y casados pudieran ser 
sacerdotes». Al cabo de trece meses de debate se votó finalmente la ley 
en esta Cámara y pasó, el 24 de diciembre de 1548, a la Cámara de los 
Lores, pero esta última postergó la discusión para más tarde. Recién se 
votaría en 1549, pero a disgusto «como desaprobando lo que autorizaba». 
«Sería mejor, por el buen nombre y estima de los sacerdotes y demás 
ministros del culto, que vivan en castidad y separados de la compañía de
 mujeres, libres de vínculos matrimoniales para que así puedan 
consagrarse mejor al ministerio del Evangelio. Es de desear que se 
consagren con castidad perpetua».
Los
 obispos que examinaron el “Order of Communion”, cuyo texto debían 
conseguir los sacerdotes para Pascua, no encontraron en él ninguna 
herejía. Era una cartilla de diez páginas con las oraciones de la 
Comunión en inglés. Algunos lamentaron, sin embargo, que se sustituyera a
 la nitidez de las fórmulas latinas ambigüedades vernaculares de este 
género: «Nuestro Salvador para darnos su Cuerpo y su Sangre 
espiritualmente…». Este vocablo “espiritualmente” ponía en tela de 
juicio la fe de los autores del “Order” en la Presencia real. La 
cartilla, al referirse a la Comunión bajo las dos especies, hablaba de 
«administrar el pan» y «administrar el vino», fórmula extraña y de 
sentido protestante, al parecer. Miles Coverdale envió un ejemplar del 
“Order” a Lutero señalando: «son éstos los primeros frutos de la 
verdadera piedad». En la cartilla se declaraba, además, que el Confíteor
 rezado en voz alta por el sacerdote con toda la Asamblea, podía 
reemplazar la confesión personal siempre en vigor. Los autores del 
folleto hacían un llamamiento a la caridad común entre cristianos: «Los 
que se contenten con la confesión general no se ofenderán si los otros 
practican la confesión auricular y secreta. Y, quienes crean necesario 
para tranquilizar su conciencia, la confesión de sus pecados al 
Sacerdote, no deben escandalizarse de las personas que se limiten a una 
humilde confesión ante Dios y la confesión general ante la Iglesia». 
Esto parece insinuar que el Sacramento de la Penitencia es inútil, hace 
coexistir la verdad y el error, admite en la misma Iglesia la práctica 
católica y el rito protestante. El Concilio de Trento condenará esta 
coexistencia en las sesiones del 11 de octubre al 25 de noviembre de 
1551. Los obispos no se equivocaron a este respecto. Los llamados 
“enriquistas” porque admitieron la separación de Roma, pero conservaban 
la doctrina católica en todo lo demás, vieron en el “Order of Communion”
 una tentativa de cambiar la misa en comida, el Sacrificio en “Cena”, 
«altering or turning the Mass into a Communion», decían.
Sin
 embargo, había “enriquistas” entre los obispos que se ha bían reunido 
con Cranmer para redactar el “Order of Communion”. Siete obispos y seis 
teólogos se reunieron con este fin, bajo su presidencia, en el castillo 
de Windsor. La Ordenanza del 13 de marzo de 1548 prescribiendo a los 
sacerdotes que con siguieran la cartilla para Pascua, manifiesta que ha 
sido redac tada por prelados: «conocidos por su ciencia, piedad y 
prudencia, que conferenciaron y deliberaron largamente». Privado de la 
autoridad de Roma, el jefe de los “enriquistas” Gardiner, obispo de 
Winchester, fundamenta su resistencia en un argumento jurídico. «El Rey,
 dice Gardiner, es PERSONALMENTE el jefe de la Iglesia. Su autoridad 
espiritual no puede ejercerse durante la minoridad, de tal modo que no 
podrá hacer ningún cambio hasta que tenga edad de dar su aprobación».
Una
 ley de Enrique VIII, publicada en 1536, otorgaba a Eduardo VI el 
derecho de anular todo cuanto se hubiera hecho durante su minoridad. Los
 “enriquistas” se apoyaron en esta ley, y Carlos V estimó que era una 
posición jurídica defendible. En las instrucciones que el Emperador dio 
el 2 de septiembre de 1549 a van der Delft, su embajador en Londres, le 
decía: «Trataréis de persuadirlos lo mejor que podáis que hagan volver 
las cosas de la religión a su sitio, si no del todo como en nuestra 
antigua religión, por lo menos, al estado en que la dejó el finado Rey, 
para evitar la acusación de haber hecho cambios durante la minoridad del
 Rey actual». Ya para entonces el Parlamento había votado la Nueva Misa,
 y el Protector Somerset respondería a van der Delft que no estaba en su
 poder retrotraer una ley promul gada por el Parlamento: «Me demandáis 
una cosa peligrosa para el Reino». No obstante, en esta ley de 1536 
intentará apoyarse la infortunada princesa María (la futura Reina María 
Tudor, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón) cuando se le quiera 
imponer la Nueva Misa. El Rey de Francia Enrique II hará valer esta ley 
para negarse a firmar un tratado con Inglaterra (en realidad, Enrique no
 piensa sino en retomar Calais que reconquistará efectivamente en 1558. 
La pérdida de Calais asestará un golpe fatal a la Contra-Reforma en 
Inglaterra, obra de María Tudor. Tenemos que creer que esta tentativa de
 restauración católica llegaba demasiado tarde: menos de diez años 
habían bastado para borrar la fe católica en el espíritu del clero y del
 pueblo inglés).
En
 1548, el estado de Inglaterra tanto en lo exterior como en lo interior 
ya no era brillante. Los obispos “enriquistas” sus cribieron el “Order 
of Communion” para mantener la paz y la unión en torno al pequeño Rey. 
Puesto que tampoco el “Order” contenía ninguna herejía.
Pero
 en la práctica: ¿de qué valen los argumentos jurídicos en tiempos de 
revolución? Para Somerset y Cranmer, el “order” no es más que un 
comienzo. Inmediatamente después de su aparición en marzo de 1548, 
Cranmer envía un cuestionario a veintisiete obispos. ¿Qué pensaban de la
 Misa? ¿Qué entendían por Misa, según la institución de Jesucristo? ¿Es 
un sacrificio o una comunión? ¿Hay que suprimir la Misa ofrecida por 
vivos y muertos, y ésta es distinta de la Comunión? Sobre veintisiete 
obispos respondieron diecisiete. Los “enriquistas” dieron respuestas 
católicas, los demás adoptaron decididamente la doctrina de Lutero. «No 
se puede, respondieron especialmente Ridley de Rochester y Holbeach de 
Lincoln, hablar de “oblación” y “sacrificio” de Jesucristo en la Misa. 
Estas son palabras impropias, puesto que la Misa es sólo una 
recordación, una representación del Sacrificio de la Cruz. Solamente 
quien comulga participa de los frutos de la Misa».
Conclusión:
 «Hay que conservar la Comunión y suprimir la Misa ofrecida por los 
vivos y difuntos». Es decir, hay que suprimir la Misa católica. Así 
estaban las cosas al año de morir Enrique VIII.
Goodrich,
 Obispo de Ely, consagrado por Cranmer después del cisma, respondió al 
cuestionario diciendo que: «en materia de doctrina se remitía a lo que 
la autoridad decidiese». Esta prudencia tan pastoral le valdrá conservar
 su sede bajo María Tudor. Durante este tiempo, teólogos y predicadores 
no perdieron su tiempo. Para predicar se necesitaba licencia del 
gobierno. Esto explica que, a partir de 1548, el pueblo inglés ya no era
 instruido en las verdades de la fe católica. Un Latimer predicaba en 
San Pablo: «Hace quince siglos que el demonio trabaja para destruir la 
eficacia de la muerte única del Salvador, hablándonos de una salvación 
por el sacrificio cotidiano». Un Hooper tronaba contra las Misas 
privadas «nefastas y diabólicas». Un Hancock desplegaba su elocuencia en
 presencia de los cancilleres del Obispo de Salisbury:  «Nuestro 
Salvador ha dicho en el Evangelio: “Voy a mi Padre”. Por consiguiente, 
cuando os arrodilláis delante de la Hostia le rendís honores como a 
Dios, hacéis de ella un ídolo, y cometéis un horrible crimen de 
idolatría». Un predicador ataca a un «vil pastel», otro a «un Dios hecho
 de harina fina». El pueblo comienza a preguntarse si conviene ser más 
católico que los mismos sacerdotes. Se discute sobre la Eucaristía en la
 mesa familiar, en las asambleas parroquiales, en las tabernas y 
mercados; las mujeres no son las menos apasionadas (el calvinismo se 
difundió en Francia gracias a las mujeres). Sander, un hombre de la 
época, escribe: «En todas las boticas y hoteles, en las tabernas y 
plazas públicas, no se hacía sino discutir sobre la fe. No había vieja 
parlanchina ni viejo chocho, ni sofista locuaz, que no enseñara la 
Escritura antes de haberla aprendido».
En
 la serie de medidas liberales adoptadas por el duque de Somerset, 
figuraba la libertad de imprenta (Ordenanza de 1547). Inglaterra fue 
inundada de panfletos contra la «Misa papista»; la Presencia real fue 
ridiculizada en canciones.
El
 29 de junio de 1548, un obispo se atrevió a predicar sobre la Presencia
 real de Jesucristo en la Eucaristía, delante del Rey. Ese obispo era 
Stephen Gardiner, Obispo de Winchester. Su sermón alcanzó gran 
resonancia, las polémicas redoblaron. Gardiner resistía a menudo a 
Enrique VIII, Gardiner no temía a nada ni a nadie. En 1548 tenía sesenta
 y cuatro años y dieciséis de obispo. Embajador ante Carlos V, fue 
experto en los negocios temporales de este mundo, hábil diplomático y 
jurista erudito. Su retrato, conservado en el Trinity College de 
Cambridge, da impresión de seguridad apacible, de inteligencia y de 
malicia. Este obispo que perdió su sede, sus cargos y dignidades, sus 
prebendas y su libertad, no era ni cobarde ni ignorante (fue encarcelado
 en la torre de Londres en varias oportunidades, totalizando largos años
 de prisión). Gardiner negoció el asunto de Enrique VIII ante Clemente 
VII; no le faltó habilidad pues el asunto se prolongó durante siete años
 (1527-1534). Gardiner habría quizá terminado apaciblemente sus días en 
Roma, a no ser por la gravidez de Ana Bolena). ¿Cómo un hombre semejante
 se plegó al cisma? No fue por interés ya que, quince años más tarde, 
perdería todo por Cristo, sino por convicción; en un sólo punto Gardiner
 seguía a Lutero: la primacía del Papa. «El jefe de la Iglesia –decía 
Lutero– es Cristo, no es el Papa». Gardiner pensaba lo mismo. Clemente 
VII dio largas al asunto porque Catalina de Aragón, primera mujer de 
Enrique VIII era tía de Carlos V, y el Papa no quería enemistarse ni con
 el Emperador ni con el Rey de Inglaterra. Esto contribuyó no poco a 
persuadir a Gardiner de que Lutero tenía razón. Señalemos que el actual 
arzobispo de París, Monseñor Marty, declaró a La Croix el 27 de junio de
 1969, que «la cabeza de la Iglesia es Cristo. Ni los obispos, ni el 
primero de ellos es la cabeza de la Iglesia» (en latín: caput, jefe).
¿Gardiner
 habría aceptado el cisma si hubiera conocido la definición dogmática 
del Vaticano I en 1870? Pregunta ociosa, volvamos a 1548. En esta fecha,
 el obispo de Winchester presiente que no hay sino un solo recurso, una 
defensa única contra la herejía cuando los argumentos constitucionales 
ya nada pueden. En su famoso sermón sobre la Presencia real, pronunciado
 ante Eduardo VI en la fiesta de San Pedro, dijo: «En ciertos casos, el 
Rey podría enviar un embajador a Roma, y si el Obispo de Roma fuera 
capaz por su prudencia, ciencia y virtud, de establecer la unidad de la 
Iglesia de Inglaterra, el Rey podría muy bien pedirle ayuda y consejo. Y
 eso, no otorgaría en absoluto al Obispo de Roma superioridad alguna 
sobre el Rey…». Esto es menos claro que la admirable parte de su homilía
 sobre la Eucaristía, pero por primera vez, después del arresto de Santo
 Tomás Moro, se menciona un acercamiento entre Roma y la Corte de 
Inglaterra (en 1548, el Papa era Paulo III quien convocaría el Concilio 
de Trento).
Dos
 meses después del sermón del 29 de junio, Cranmer convocó a algunos 
obispos a reunirse en su casa de Chertsey-Abbey, a principios de 
septiembre. El objeto era examinar las controversias que agitaban los 
espíritus. En realidad, se trataba de operar la “mutación” de la Misa en
 la Cena. Cranmer, según su propia declaración, pensaba desde hacía 
mucho tiempo que era necesario «suprimir la Misa de las iglesias 
cristianas por ser una idolatría manifiesta». Pero esto no lo confiesa a
 los obispos reunidos en su casa en septiembre de 1548. Entre ellos 
están los “enriquistas” que ya habían participado, seis meses antes, en 
la redacción del “Order of Communion”. Se trata de que los obispos no se
 alarmen, y sobre todo, impedir la alarma del clero: quietness. 
No obstante, los obispos, convocados para un debate (el examen de las 
controversias) se sorprendieron de verse abocados al examen no de las 
controversias, sino de un “ordinario de la Misa” titulado “Prayer book” 
que Cranmer sacó de su manga muy orgullosamente. El “Prayer book”, salvo
 ciertas modificaciones posteriores, sigue usándose todavía.
El deseo de no inquietar a los sacerdotes en 1548, explica las ambigüedades que aún hoy caracterizan la liturgia anglicana.
Este
 folleto ocupó toda la vida de Cranmer. Ya había trabajado en él, 
secretamente, bajo Enrique VIII. Para hacerlo, comparó las liturgias 
griega y luterana, ayudado por su tío el teólogo luterano Osiander. 
Cuando en 1549, el “Prayer book” sea sometido a discusión en la Cámara 
de los Lores, los obispos “enriquistas” dirán que no esperaban, en 
absoluto, tener que examinar un nuevo Ordinario de la Misa cuando 
Cranmer los convocó en su casa de Chertsey-Abbey, en septiembre de 1548.
 Uno de ellos, Thirbly, obispo de Westmínster, reprochará públicamente a
 Cranmer haber suprimido el término “oblación” en la edición para uso de
 sacerdotes y fieles, pese a que dicha palabra figuraba en el manuscrito
 sometido al examen de los Obispos. Cranmer no pudo responder nada. 
Tenemos que decir que los “enriquistas” estaban privados de su jefe: al 
día siguiente de la homilía de la Eucaristía (el 30 de junio de 1548) 
Gardiner fue encarcelado en la Torre de Londres donde permanecería seis 
años. En este tiempo se implantaba definitivamente la nueva liturgia. El
 Acta del Consejo Privado, al notificarle su arresto le reprochaba: 
«haber hablado con arrogancia y por desobediencia, en presencia de Su 
Majestad y de sus Gracias los Consejeros, de ciertas cuestiones, 
contraria mente a la orden explícita del Rey». Otro “enriquista” 
notable, Bonner, obispo de Londres, se le unió por idéntico motivo. De 
este modo, la oposición había perdido sus más importantes miembros. 
Cuando el embajador van der Delft enviaba a Carlos V la noticia de este 
arresto le decía el verdadero motivo: «El Obispo de Winchester permanece
 firme en la antigua religión». El mismo día (7 de julio de 1548) van 
der Delft escribía al Príncipe Felipe (el futuro Felipe II): «El Obispo 
de Winchester ha hablado delante del Rey en defensa de la Misa y de las 
imágenes, ha condenado el matrimonio de los sacerdotes y, al día 
siguiente, fue arrestado».
La
 “desobediencia” de Gardiner con respecto a “ciertas cuestiones” 
afectaba la prohibición de suscitar temas doctrinales o litúrgico s, 
mientras que las autoridades competentes no hubieran zanjado la 
dificultad de detener las innovaciones y experiencias, llevando la fe y 
el culto a la unidad. Por eso, Cranmer había convocado a los obispos en 
Chertsey-Abbey.
El
 preámbulo del “Prayer book” comienza por despojar a la Misa de su 
nombre: «La Cena y la Santa Comunión, comúnmente llamada Misa…».
La
 primera parte de la Misa, del Introito al Ofertorio, sufrió pocos 
cambios. Lutero aprobaba el Kyrie, el Gloria y el Credo como también el 
Prefacio, Sanctus y el Agnus Dei, porque expresaban –decía–: «La 
alabanza y la acción de gracias y no el pensamiento del sacrificio». El 
“Prayer book” suprime solamente las oraciones al pie del altar, y por 
consiguiente, el Confíteor incluido desde el siglo X, pero que Lutero consideraba como preparación del Sacrificio.
Se
 suprimen igualmente el Gradual y el Tracto así como el ceremonial que 
precede a la lectura del Evangelio. La Misa propiamente dicha comienza 
en el Ofertorio. En otros tiempos, los catecúmenos debían salir antes 
del Ofertorio. En Polonia, los luteranos obligados asistir a Misa salían
 de la Capilla Real inmediatamente después del Credo (es de notar el 
apego de los anglicanos al Credo). En 1687, los obispos triunfaron en su
 oposición a que se modificara el término “consustancial” apoyándose en 
que esa palabra afirmaba la divinidad de Jesucristo desde el Concilio de
 Nicea. Esta actitud de los obispos les mereció una entusiasta carta 
aprobatoria de la Asamblea del Clero de Francia. Este fue un ejemplo de 
verdadero ecumenismo en lo más fuerte de la tormenta desatada por la 
Revocación del Edicto de Nantes.
Con
 las oraciones del Ofertorio, el sacerdote ofrece a Dios Padre el Pan y 
el vino, materias del Sacrificio del Hijo de Dio. (la noción de 
sacrificio es tan antigua como el mismo rito, así lo atestigua San 
Justino, decapitado en el año 165). El “Prayer book” suprime el 
Ofertorio; el celebrante coloca el pan y el vino sobre el altar sin más 
ceremonia.
Los
 “enriquistas” protestaron; querían mantener el Ofertorio, o por lo 
menos, la palabra “Óffere” en la nueva Misa. La palabra “Óffere” designa
 la Misa en los textos más antiguos, esperando que se inventara la 
palabra Misa. Apoyándose en los testimonios de San Cipriano y San 
Agustín, declaran que la supresión del Ofertorio pone en tela de juicio 
la función del sacerdote y la noción del ministerio en la Iglesia 
Católica y hasta la creencia en la Comunión de los Santos. En suma, 
fueron tan hábiles que Cranmer hizo una concesión: propuso una fórmula 
ambigua: «Dignáos aceptar nuestras limosnas y nuestros dones». Esta 
frase podía aludir tanto al pan y al vino presentes en el altar como al 
total de la colecta. En efecto, la Secreta que iba inmediatamente 
después fue suprimida, y se la reemplazó con un versículo de la 
Escritura sobre los frutos de la limosna. No escasean en la Escritura 
los versículos sobre la limosna: los sacerdotes tuvieron veintiuno para 
elegir.
El
 Prefacio y el Sanctus se conservaron gracias a Lutero, el “Prayer book”
 llega hasta el Canon que Lutero llamaba «un montón de basura». Cranmer 
no se atrevió a suprimirlo pues los “enriquistas” no lo hubieran 
consentido. Poco antes, el 12 de mayo de 1547, Cranmer tuvo una molesta 
experiencia personal: suprimió totalmente el Canon en una misa cantada 
en inglés por el alma de Enrique VIII. Esto dejó atónito al pueblo; así 
lo cuenta el consejero Wriothesley en su “Chronicle”. Como habitualmente
 se pronunciaban las palabras de la Consagración en voz alta, los fieles
 se sorprendieron de no oírlas, y la gente salió murmurando que se 
cambiaba la religión. Quietness, quietness. Cranmer impuso la 
obligación de decir en voz alta las palabras del Canon; despojábalas así
 de su carácter sagrado y misterioso (el uso de decir en voz baja, por 
respeto, las palabras del Canon fue establecido por el Papa Inocencio I 
(años 410-417).
La
 oración “Te ígitur” ruega a Dios tomando por intercesor a Jesucristo, 
«de tener por aceptos y bendecir estos dones, estos presentes, estos 
sacrificios santos y puros». El “Prayer book” reemplaza las palabras 
«dones, ofrendas y sacrificios» por la palabra “oraciones”: «Os 
suplicamos recibas misericordiosamente nuestras oraciones». Así se borra
 la idea de ofrenda y oblación.
Por
 supuesto, se suprime la oración por el Papa, pero se ruega profusamente
 por el Rey, los miembros del Consejo, los obispos y los ministros del 
culto. Rezar por los poderes constituidos está completamente en la línea
 de Lutero.
El
 “Quam oblatiónem”, última oración antes de la Consagración, cierra 
todas las salidas a la herejía haciendo de la Misa un verdadero 
Sacrificio: «Suplicámoste, oh Dios, te dignes ordenar que esta ofrenda 
sea plenamente bendita, aprobada, ratificada, racional y agradable, de 
suerte que se convierta para nosotros en el Cuerpo y Sangre de Nuestro 
Señor Jesucristo»… En este punto el “Praer book” refuta la propia 
doctrina del Canon para afirmar la de Lutero, según la cual, el 
Sacrificio de la Cruz es único y no renovable, la Misa es sólo una 
recordación. El “Quam oblatiónem”del “Prayer book” dice: «Oh Dios, Padre
 Celestial, que, en vuestra tierna misericordia habéis entregado a 
vuestro Hijo Único Jesucristo para padecer muerte de Cruz, con el fin de
 rescatarnos; que habéis hecho por esta oblación única y ofrecida una 
sola vez, una oblación, una satisfacción y un sacrificio com pletos, 
perfectos y suficientes por los pecados del mundo entero, que habéis 
instituido un memorial perpetuo de su Preciosa Muerte, y nos mandáis en 
vuestro santo Evangelio celebrarlo, escuchadnos…».
La
 oración “Unde et mémores”, que sigue inmediatamente a la Consagración, 
precisa formalmente el Sacrificio que acaba de consumarse: «Ofrecemos a 
vuestra Suprema Majestad, de entre vuestras dádivas y beneficios, la 
Hostia pura, la Hostia santa, la Hostia inmaculada, el Pan santo de la 
vida eterna y el cáliz de perpetua salvación». El “Prayer book” subraya 
la idea de que la Consagración es una recordación. «Es por esto, Señor, 
que conforme a la institución de vuestro amadísimo Hijo, nuestro 
Salvador Jesucristo, nosotros, vuestros humildes siervos, celebramos y 
hacemos, en presencia de vuestra Divina Majestad, con estos dones 
santos, la memoria que vuestro Hijo quiso que hiciéramos». Está hecho el
 juego: la Misa en Inglaterra ya no será más un sacrificio sino una 
recordación.
Hemos
 seguido el admirable libro de Gustave Constant: “La Réforme en 
Angleterre” (París, Alsatia, 1939) para la traducción del “Prayer book” y
 lo esencial de sus comentarios. Gustave nos muestra un sorprendente y 
último ejemplo de la astucia diabólica con la que se cambia con una sola
 palabra, una oración católica en oración protestante. El “Súpplices te 
rogámus” pide a Dios que mande a su Ángel trasladar hasta su divina 
presencia “las cosas” presentes en el altar, o sea, el pan y el vino. 
«El “Prayer book” reemplaza las cosas» por una aclaración que sustituye 
el Cuerpo y la Sangre de Cristo por los homenajes del hombre: «Ordenad 
que nuestras oraciones y súplicas sean llevadas por ministerio de 
vuestros Santos Ángeles hasta vuestro tabernáculo santo, hasta la 
presencia de vuestra Divina Majestad». Casi todas las palabras han sido 
conservadas: ¿cómo podría advertir el pueblo que sus pobres oraciones 
han sustituido a la Víctima Divina? Poca gente sabía leer en el siglo 
XVI; por otra parte, cabría preguntamos si la alfabetización serviría 
para algo en este caso. A los fieles les basta saber que una traducción 
fue aprobada por los obispos. El pueblo no es más católico que los 
obispos y es contra natura –contra la naturaleza divina de la 
Iglesia– que los corderos sospechen de cada brizna de hierba, que los 
pastores lleven a su rebaño a apacentarse en pastos envenenados.
Aunque
 discutido por los obispos que se reunieron en la casa de Cranmer, el 
“Prayer book” no fue sometido a la Convocación, es decir, a la Asamblea 
del Clero. Los historiadores de la Reforma en Inglaterra no dejan de 
señalar esta anomalía. Froude, citado por Gustave Constant, escribió en 
su Historia del Reinado de Eduardo VI: «Entre todos los extraños 
caracteres del cambio religioso, el más extraño fue quizá que no se 
pidiera, ni por mero formulismo, la opinión oficial de la Convocación. 
En adelante, el Parlamento discutiría la fe de Inglaterra, y los laicos 
legislarían sobre la doctrina cuya enseñanza competía al clero. El 
canónigo anglicano Dixon hizo hincapié: “Las Convocaciones del Clero 
nada tienen que ver con el Acta primera de uniformar la religión... Los 
laicos fueron autores de estas graves medidas. Los laicos hicieron el 
primer Libro de la Oración Pública, junto con la sanción penal anexa, y,
 desde entonces, una sanción penal acompaña, como triste constancia, 
toda revisión del “Prayer book”. En la obra impuesta al Reino, el clero,
 originariamente, apenas tuvo una parte”».
Los
 laicos, es decir los parlamentarios que votaron el nuevo Ordinario de 
la Misa el 10 de enero de 1549, lo impusieron como obligatorio a partir 
de la fiesta de Pentecostés siguiente (9 de junio de 1549). El sacerdote
 que conservara la antigua Misa sería privado de sus estipendios por un 
año o castigado con seis meses de prisión a la primera infracción; a la 
segunda infracción sería privado de sus funciones eclesiásticas, y a la 
tercera, castigado con prisión perpetua. Los tribunales reales y 
municipales fueron también requeridos, y las censuras eclesiásticas, que
 tanta risa causaron cuando Clemente VII excomulgó a Enrique VIII, 
entraron nuevamente en vigor. Esto ocurrió con el clero ¿Y… los obispos?
Hemos
 dicho que su jefe, Gardiner, estaba en la cárcel. Liberado seis meses 
después, estimará que mantener la oración por los vivos y difuntos 
implicaba la noción de sacrificio propiciatorio. Bonner, obispo de 
Londres, se molestó seriamente y pudo conseguir que, en la rúbrica de la
 Comunión, las palabras “pan” y “vino” fueran reemplazadas por las de 
“Cuerpo” y “Sangre”. Cranmer accedió a ello, y Bonner se dio por 
satisfecho. Los “enriquistas” de la comisión de Chertsey-Abbey, 
sostendrían que el mantenimiento del Canon se debió a su intervención, y
 esto, quizá sea verdad (Calvino consideró que la conservación del Canon
 era una concesión «pueril y absurda»).
Los
 “enriquistas” consiguieron que se conservaran algunos cantos en latín. 
Estamos en el siglo del Renacimiento, y el latín está de moda. Cranmer 
cedió en este punto. Su “Prayer book” es, por otra parte, uno de los 
monumentos de la lengua inglesa del siglo dieciséis. Cranmer estimaba 
que: «la palabra de Dios debía poder traducirse al inglés, siendo éste 
el idioma más apropiado para instruir a los fieles y estimularlos a la 
piedad». Sólo uno de los “enriquistas” que fueron a la casa de Cranmer 
en septiembre de 1548, votó en contra del “Prayer book”, sólo uno se 
negará a firmarlo. Retengamos el nombre de este héroe: Day, obispo de 
Chichester (Day, día).
En
 el curso del debate llevado al Parlamento el 14 de diciembre de 1548, 
Thirbly, obispo de Westmínster, dijo que lo había firmado bajo promesa 
de revisión posterior (el “Prayer book”, en efecto, sufrirá revisiones 
que lo hará pasar del luteranismo al calvinismo). Otros “enriquistas” 
como Tunstall, Heath, y Bonner, dijeron que no aprobaban la doctrina de 
Cranmer, pero que habían suscripto a una especie de compromiso para 
conservar la unidad interna del Reino. Se reservaban la posibilidad de 
retomar la discusión de ciertas partes del “Prayer book” más adelante, 
en su oportunidad. Thirbly se lamentó de que se llevaran al Parlamento 
cuestiones sobre las cuales los obispos no habían podido entenderse.
Un
 público elegante se agolpaba, en efecto, en las galerías de la Cámara 
de los Lores. El Protector Somerset abrió la sesión invocando «la 
consulta de los obispos para la unidad». Como esto parece muy necesario 
al fin propuesto, se pide a los obispos tengan a bien discutir si el pan
 permanece o no en el Sacramento después de la Consagración. El debate 
duró cuatro días, del 14 al 18 de diciembre de 1548. Trece obispos 
votaron por la nueva Misa y diez en contra. Voyser, obispo de Exeter, 
llegó después de la votación, Wakeman de Gloucester estaba enfermo, y el
 obispo de Laudaff que tomó la palabra contra Cranmer, volvió a su casa 
antes de concluido el debate. El “Prayer book” fue impuesto por un Acta 
del Parlamento del 21 de enero de 1549. Dicha Acta abolía todas las 
líturgias locales, y comenzaba así:
«Compuesto con ayuda del Espíritu Santo y el acuerdo unánime de sabios y piadosos prelados…».
EDITH DELAMARE
APÉNDICE: PEQUEÑA CRONOLOGÍA DEL CISMA DE INGLATERRA
La
 historia de la reforma que condujo a la separación de Roma de una de 
las más florecientes provincias de la Iglesia es poco conocida. Se 
conoce algo de la cuestión de Enrique VIII con Ana Bolena, de la 
voluntad del Rey de cohonestar con la bendición del Papa un divorcio 
imposible y un matrimonio adúltero. De la vida privada de Enrique se 
sirvieron grupos laicos y “reformistas” de entonces para iniciar una 
operación anticatólica que estaba en el ánimo del tiempo y que fue 
conducida a fondo en apenas veinte años; como se verá las reformas que 
desquiciaron en la isla la fe de Roma fueron siempre y sobre todo 
litúrgicas.
- Bajo Enrique VIII:
- 30 de Marzo de 1533: Oath of Allegiance (Juramento de Lealtad): se establece que el Romano Pontifice debe ser llamado solamente “Obispo de Roma”.
 - 3 de Noviembre de 1534: Act of Supremacy (Acta de Supremacía): el Papa tiene únicamente jurisdicción sobre su propia diócesis, no autoridad sobre la Iglesia entera.
 - 1539: se inicia la expoliación de las iglesias que deben aparecer desnudas, sin estatuas ni imágenes, y la predicación contra la “idolatría”: culto mariano, de los Santos, peregrinaciones e imágenes sagradas.
 
 - Bajo Eduardo VI:
- 4 de Noviembre de 1547: son abolidas las leyes contra la herejia. Se comienza en algunas diócesis a dar la comunión bajo las dos especies. Se vota contra el celibato sacerdotal.
 - 8 de Marzo de 1548: The Order of the Communion (El Orden de la Comunión): el ordo para la comunión de los laicos se reforma sobre modelo luterano.
 - La confesión auricular se vuelve facultativa. Un año después la liturgia entera es transformada y reformada: el misal, el breviario y el ritual se refunden enteramente en el único y obligatorio Book of Common Prayer. En él, el dogma de la presencia real es conservado pero la misa no es más la renovación incruenta del sacrificio de la cruz sino solamente «un memorial de la Cena del Señor». En la Iglesia no se habla más de doctrina sino del «puro Evangelio».
 - Enero de 1550: Leyes de la Cámara de los Lores: se reforma enteramente el Sacramento del Orden. Se ordena la destrucción de todos los viejos misales, breviarios, antifonarios, rituales, etc., con excepción del ya dicho Book of Common Prayer. Desaparecen los altares, substituidos por simples «mesas para la cena». Se consiente en recibir todavía la comunión de rodillas «no como acto de adoración a Jesús» sino en señas de recuerdo de la Cena.
 - Se reforma el catecismo substituyéndolo por los 42 artículos totalmente protestantizados de la Collection of Articles of Religion y se reforma el código de la Iglesia romana reemplazado por el Code of Eclesiastical Constitution (Código de Constitución Eclesiástica).
 
 - El reino de la católica María Tudor interrumpió por tres años la serie de reformas.
 - Bajo Isabel I:
- Navidad de 1558: se prohíbe al sacerdote elevar la hostia para la adoración de los fieles.
 - 27 de Diciembre de 1558: se introducen las primeras lecturas y oraciones en lengua inglesa.
 - 15 de Enero de 1559 (coronación de Isabel): las palabras de la consagración se pronuncian en inglés y en alta voz.
 - 24 de Junio de 1559: Act of Uniformity (Acta de Uniformidad): con la nueva edición del Book of Common Prayer
 los dogmas de la Presencia Real y de la Transustanciación, la esencia 
de la Misa como sacrificio propiciatorio por los vivos y los difuntos 
son completamente borrados.
La liturgia tradicional latina es substituida por doquiera por liturgia inglesa reformada.
La Misa y la doctrina católica y la autoridad del Papa desaparecen completamente de la isla. 
 
Estos
 trágicos itinerarios fueron signados por doquiera y de continuo por las
 revueltas de los católicos, tanto clero como laicos (los famosos recusantes);
 para someter a éstos, de las multas y persecuciones personales se pasó a
 las encarcelaciones, luego a las represiones armadas y de allí a las 
ejecuciones capitales precedidas de indecibles torturas que dieron a la 
isla bajo los tres reinos, memorables mártires; y esta carnicería 
espiritual más aún que material fue conducida con extrema sagacidad, 
siguiendo la técnica de la sorpresa y del hecho consumado, amén de 
periódicas y mentirosas profesiones de pura fe católica. Todo esto podrá
 el lector conocerlo leyendo el bellísimo libro «Il primato di Pietro 
difeso dal sangue dei Martiri Inglesi» del R. P. Celestino Testore SJ, 
(pedidos a Una Voce, Roma, Corso Vittorio Emmanuele 21) fuente riquísima
 de meditación para los católicos contemporáneos. 

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)