Finalmente, después de doce días, Isabel II de Windsor-Mountbatten, reina que fue de Inglaterra, fue sepultada en la capilla de San Jorge del palacio de Windsor en ceremonia presidida por su decano David Conner, luego del funeral de Estado presidido en la Abadía de Westminster por su decano David Hoyle y la oración fúnebre por el “arzobispo” cantuariense Justin Welby revestido de estola y capa pluvial negras. Todo siguiendo el Libro de Oración Común de 1662 al que Her Most Gracious Majesty era tan devota.
Justin Welby, “arzobispo” de Canterbury, haciendo la encomendación de la reina Isabel II.
Al respecto, Sergio Osvaldo Buenanueva Moscetta, de 59 años de edad y obispón de San Francisco (Argentina), tuvo para decir desde su cuenta de Twitter lo siguiente:
«Los pocos minutos que he visto del funeral de Isabel II han sido de la liturgia en la Abadía de Westminster.Siempre me impresiona el canto sacro de la Iglesia anglicana».
Desde luego, para alguien como él, que toda su vida ha visto y celebrado el Novus Ordo (incluyendo “funerales de la Resurrección” con ornamentos blancos, sin importar que el finado fuese una persona que vivió en contra de los Mandamientos), las ceremonias de la “Iglesia Alta” anglicana le parecerán lo más solemne que hay. Y sin embargo, el “canto sacro” anglicano (que valga anotar surgió en el siglo XVIII para el canto de los salmos en Maitines y Vísperas según el Libro de Oración Común) solo se conserva en las catedrales e iglesias con tradición coral litúrgica (que comenzó por el “Movimiento de Oxford” en 1839), porque en la mayoría de iglesias anglicanas y episcopalianas se ha remplazado por cantos e instrumentos modernos, igual que sus contrapartes deuterovaticanas (aunque, a la verdad, en esta tribuna no conocemos –ni imaginamos– una versión anglicana de Cesáreo Gabaraín).
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)