Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 27.ª (DÍA NOVENO DE LA NOVENA DE NAVIDAD): Ascéndit áutem et Joseph, ut propterétur cum María desponsáta sibi, uxóre prægnánte. (Subió tambien José, para empadronarse con su esposa Maria, que estaba en cinta. San Lucas II, 4).
Había
ya decretado Dios que su Hijo naciese no en la casa de José, sí en una
gruta y establo de bestias, del modo más pobre y más penoso que puede
nacer un niño; y para esto dispuso que César Augusto publicase un
edicto, mandando que cada uno fuese a empadronarse en la propia ciudad
de la que traía su origen. José cuando tuvo noticia de esta orden se
puso en agitación, pensando si debía dejar o llevar consigo la Vírgen
Madre, que estaba próxima al parto. «Esposa y Señora mía, la dice; por
una parate, yo no quisiera dejaros sola; por otra, si os llevo me aflige
la pena de que Vos habéis de padecer mucho en este viaje tan largo, y
hecho en un tiempo tan rígido: mi pobreza no me permite llevaros con
aquealla comodidad que a Vos es debida». Mas responde María, y le da
ánimo, diciéndole: «José mio, no temas, yo iré contigo, el Señor nos
asistirá». Sabía bien esta Señora, por inspiracion divina, y tambien
porque estaba bien penetrada de la profecía de Miqueas, que en Belén
había de nacer el divino Infante. Por lo que, toma las fajas y los otros
pobres paños preparados ya, y marcha con José: Ascéndit áutem Joseph,
ut profiterétur cum María. Vamos aquí considerando los devotos y santos
discursos que en este viaje deberian tener los dos santos Esposos acerca
de la misericordia, de la bondad y del amor del Verbo divino, que
dentro de poco tiempo había de nacer y aparecer sobre la tierra, para la
salvación de los hombres. Consideremos aquí también las alabanzas, las
bendiciones y acciones de gracias, los actos de humildad y de amor en
que se ejercitarían por el camino estos dos grandes viajeros. Mucho
ciertamente padecía aquella santa doncellita vecina al parto, caminando
largas distancias por sendas extraviadas, y en la estación del invierno;
pero padecía con paz, y con amor; ofrecía todas aquellas penas a Dios,
uniéndolas con las de Jesús, que llevaba en su seno. ¡Ah!, unámonos
también nosotros, y acompañemos al Rey del Cielo con María y José: a
este Rey, que va a nacer en una cueva y hacer su primera entrada en el
mundo, de niño, pero niño el más pobre y abandonado que jamás ha nacido
entre los hombres, y pidamos a Jesús, María y José, que por el mérito de
las penas padecidas en este viaje nos acompañen en el que estamos
haciendo a la eternidad. ¡Oh! ¡Dichosos nosotros, si nos acompañásemos y
fuésemos siempre acompañados de estos tres grandes personajes!
AFECTOS Y SÚPLICAS
Mi
amado Redentor, yo sé que en este viaje a Belén os acompañan a
escuadrones los Ángeles del Cielo; ¿pero de los que habitan en la tierra
quién os acompaña? Solos llevais con Vos José y María, que os trae
dentro de sí. No rehuséis, pues, Jesús mío, que os acompañe también yo
miserable e ingrato como he sido; mas ahora reconozco el agravio que os
he hecho. ¡Ah! Sí, Vos habeis bajado del Cielo para salvarme, para ser
mi compañero sobre la tierra, y yo tantas veces os he dejado,
ofendiéndoos ingratamente. Cuando pienso, oh mi Señor, las muchas veces
que por mis gustos malditos me he separado de Vos renunciando a vuestra
amistad, quisiera morirme de dolor; pero habéis venido para perdonarme.
Ea, pues, perdonadme pronto, que ya me arrepiento con toda el alma de
haberos tantas veces vuelto las espaldas y abandonado. Propongo y espero
con vuestra gracia no dejaros más, y no separarme de Vos, único amor
mío. Mi alma se ha enamorado de Vos, oh mi amable Dios niño. Os amo, mi
dulce Salvador; y ya que habéis venido a la tierra a salvarme y a
dispensarme vuestras gracias, estas solo os pido; no permitáis que tenga
que separarme más de Vos. Unidme, estrechadme a Vos, encadenándome con
los dulces lazos de vuestro santo amor. ¡Ah mi Redentor y Dios!, ¿y
quién tendrá más corazón de dejaros y de vivir sin Vos, privado de
vuestra gracia? Santísima María, yo vengo para acompañaros en este
viaje; y Vos no dejéis de asistirme, Madre mía, en el viaje que hago a
la eternidad. Asistidme siempre, pero especialmente cuando me hallare al
fin de mi vida, próximo a aquel momento del que depende, o estar
siempre con Vos para ver a Jesús en el Paraíso, o estar siempre lejos de
Vos para aborrecer a Jesús en el Infierno. Reina mía, salvadme con
vuestra intercesión, y mi salud sea amar a Vos y amar a Jesús por
siempre, en el tiempo y en la eternidad. Vos sois mi esperanza; de Vos
todo lo confío.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)