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ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

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miércoles, 14 de febrero de 2018

DEL AYUNO Y LA ABSTINENCIA, POR MONS. MARCEL LEFEBVRE

Mis queridos hermanos, según una antigua y saludable tradición en la Iglesia, con ocasión del inicio de la Cuaresma, yo dirijo estas palabras a vosotros con el fin de alentaros a entrar sinceramente en esta temporada penitencia, con las disposiciones establecidas por la Iglesia y para cumplir el propósito por el cual las prescribió.
 
Al mirar los libros de principios de este siglo XX, encuentro que ellos indican tres propósitos por los cuales la Iglesia prescribió este tiempo penitencial:
  • Primero, en orden a frenar la concupiscencia de la carne;
  • Para facilitar la elevación de nuestras almas hacia las divinas realidades;
  • Finalmente, para ofrecer reparación por nuestros pecados.
 
Nuestro Señor nos dio el ejemplo durante Su vida, aquí en la tierra: orar y hacer penitencia. Sin embargo, Nuestro Señor, siendo como es libre de la concupiscencia y el pecado, hizo penitencia y ofreció reparación por nuestros pecados, mostrándonos así que nuestra penitencia puede ser beneficiosa no sólo para nosotros mismos, sino también para otros. Orad y haced penitencia. Haced penitencia con el fin de orar mejor, con el fin de estar más cerca de Dios Todopoderoso. Eso es lo que todos los santos hicieron, y es lo que nos recuerdan todos los mensajes de la Santísima Virgen.
 
¿Osaríamos decir que esta necesidad es menos importante en nuestros días que lo que fue en tiempos pasados? Por el contrario, podemos y debemos afirmar que hoy, más que nunca, la oración y la penitencia son necesarias porque se ha hecho todo lo posible para disminuir y denigrar estos dos elementos fundamentales de la vida cristiana.
 
Nunca antes se había visto que el mundo buscase satisfacer, sin ningún límite, los desordenados instintos de la carne, incluso hasta el punto de asesinar a millones de inocentes niños no nacidos. Uno pudiera creer que la sociedad no tiene otra razón de su existencia que darle el mayor nivel material de vida para todos los hombres, a fin de que no se vean privados de bienes materiales.
 
Por eso podemos ver que tal sociedad está en oposición a lo que prescribe la Iglesia. En estos tiempos, cuando incluso los hombres de Iglesia se alínean con el espíritu del mundo, somos testigos de la desaparición de la oración y la penitencia, particularmente en su carácter de reparación de pecados y para obtener el perdón de las culpas. Son pocos hoy los que aman recitar el Salmo 50, el Miserére, y que dicen con el salmista “Peccátum meum contra me est semper” (Mi pecado está siempre delante de mí). ¿Cómo puede un cristiano remover el pensamiento del pecado si la imagen del Crucificado está siempre ante sus ojos?
 
En el Concilio [Vaticano II] los obispos pidieron una disminución del ayuno y la abstinencia en tal manera que las prescripciones prácticamente han desaparecido. Debemos reconocer el hecho de que esta desaparición es conseciencia del espíritu ecumenista y protestante que niega la necesidad de nuestra participación para la aplicación de los méritos de Nuestro Señor para cada uno de nosotros en la remisión de nuestros pecados y la restauración de nuestra filiación divina, esto es, nuestro carácter de hijos adoptivos de Dios.
 
En el pasado los mandamientos de la Iglesia preveían:
  • Un ayuno obligatorio todos los días de la Cuaresma (excepto los Domingos), los días de las Témporas y en muchas vigilias;
  • Abstinencia todos los Viernes del año, los Sábados de Cuaresma y, en numerosas diócesis, todos los Sábados del año.
Lo que quedó de esas prescripciones fue el ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y la abstinencia para el Miércoles de Ceniza y los Viernes de Cuaresma.
 
Uno se sorprende ante los motivos de tan drástica disminución. ¿Quiénes están obligados a observar el ayuno? Los adultos de 21 a 60. ¿Y quiénes están obligados a observar abstinencia? Todos los fieles desde los siete años.
 
¿Qué significa el ayuno? Ayunar significa tomar una única comida (completa) al día, a la cual uno puede tomar dos colaciones (o pequeñas comidas): una en la mañana y otra en la tarde, que, combinadas, no igualen una comida completa.
 
¿Qué se entiende por abstinencia? Por abstinencia se entiende que uno debe dejar de consumir carne.
 
Los fieles que tienen un verdadero espíritu de fe y que entienden a cabalidad los motivos de la Iglesia como han sido mencionados arriba, cumplirán sinceramente no sólo las ligeras prescripciones de hoy, sino que entrando en el espíritu de Nuestro Señor y de la Bienaventurada Virgen María, se dedicarán a hacer reparación por los pecados que han cometido y por los pecados de su familia, vesinos, amigos y compatriotas.
  
Es por esta razón que ellos las agregarán las prescripciones actuales. Estas penitencias adicionales pueden ser el ayuno todos los viernes de Cuaresma, abstinencia de toda bebida alcohólica, abstinencia de televisión, u otros sacrificios similares. Ellos harán un esfuerzo para orar más, para asistir más frecuentemente al Santo Sacrificio de la Misa, para recitar el Rosario, y no faltar a la oración nocturna con la familia. Ellos se desprenderán de sus bienes materiales superfluos con el fin de apoyar a los seminarios, ayudarán a establecer escuelas, ayudarán a sus sacerdotes para decorar adecuadamente las capillas y para establecer noviciados para monjas y religiosos.
 
Las prescripciones de la Iglesia no solo conciernen al ayuno y la abstinencia solamente, sino también a la obligación de comulgar por Pascua (Deber Pascual).
 
He aquí lo que el vicario de la Diócesis de Sion (Suiza) recomendó a los fieles de esa diócesis el 20 de Febrero de 1919:
  1. Durante la Cuaresma, los sacerdotes que tengan cura de almas harán el Via Crucis dos veces a la semana: un día para los niños de las escuelas, y otro día para los demás parroquianos. Después del Via Crucis, recitarán la Letanía del Sagrado Corazón de Jesús.
  2. Durante la Semana de Pasión, es decir, la semana antes del Domingo de Ramos, habrá un tríduo en todas las iglesias parroquiales, con enseñanza, Letanía del Sagrado Corazón de Jesús en presencia del Santísimo Sacramento y Bendición con el mismo. En esas instrucciones los curas de almas les recordarán en forma simple y clara las principales condiciones para recibir dignamente el Sacramento de la Penitencia.
  3. El tiempo durante el cual uno puede cumplir con el Deber Pascual ha sido establecido para todas las parroquias desde el Domingo de Pasión hasta el Domingo in Albis (Octava de Pascua).
 
¿Por qué esas directrices no serían ser útiles hoy? Aprovechemos este tiempo salutífero durante el cual Nuestro Señor está acostumbrado a dispensar abundantemente su gracia. No imitemos a las vírgenes bobas que por no tener aceite en sus lámpara encontraron cerrada la puerta de la casa del esposo y su terrible respuesta: “Néscio vos” (No os conozco).
 
Bienaventurados los que tienen espíritu de pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos. El espíritu de pobre significa el espíritu de desprenderse de las cosas mundanas.
 
Bienaventurados los que lloran porque serán consolados. Pensemos en Jesús en el Huerto de los Olivos, donde lloró por nuestros pecados. En adelante, nosotros debemos llorar por nuestros pecados y por los de nuestros hermanos.
 
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de santidad, pues serán saciados. La santidad se obtiene por medio de la Cruz, la penitencia y el sacrificio. Si verdaderamente buscamos la perfección, debemos seguir el Camino de la Cruz.
 
Escuchemos, durante este tiempo de Cuaresma, el llamado de Jesús y María, y comprometámonos a seguirlos en esta Cruzada de Oración y Penitencia.
 
Que nuestras oraciones, nuestras súplicas y nuestros sacrificios nos alcancen del Cielo la gracia para aquellos que están en lugares de responsabilidad en la Iglesia retornen a la verdadera y santa tradición, que es la única solución para revivir y florecer nuevamente las instituciones de la Iglesia.
 
Amemos recitar la conclusión del Te Deum: “In te Dómine, sperávi; non confúndar in ætérnum” (En ti, Señor, he esperado, no sea yo confundido eternamente).
 
+ Marcel Lefebvre
(Rickenbach, Suiza, 14 de Febrero de 1982)

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)