Tomado de ADELANTE LA FE, no sin antes precisar los siguientes aspectos.
- En aplicación del Decreto-Ley 10 del 26 de Agosto de 1975 sobre prevención del terrorismo, fueron condenados a muerte once terroristas del Frente Revolucionario Antifascista y Popular (FRAP) y del ETA Político-Militar, de los cuales seis fueron indultados por el Consejo de Ministros, mientras que los cinco restantes (José Humberto Baena Alonso, José Luis Sánchez-Bravo Solla y Ramón García Sanz -del FRAP-; Juan Paredes Manot alias Txiki, y Ángel Otaegui Etxeberria alias Caraquemada o Azpeiti -del ETA-pm-) fueron fusilados el 27 de Septiembre.
- En respuesta a las protestas surgidas en Europa -donde incluso la embajada española en Lisboa fue incendiada-, el 1 de Octubre de 1975 tuvo lugar la manifestación de la Plaza de Oriente, donde el Generalísimo Franco alzó su voz:
«Todo lo que en España y Europa se ha armado obedece a una conspiración masónico-izquierdista, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece».
Fue su último acto público, ya que el 20 de Noviembre falleció. - Vicente Enrique y Tarancón fue arzobispo de Toledo desde 1969 hasta 1971, cuando fue nombrado arzobispo de Madrid tras la muerte de don Casimiro Morcillo González (quien, vale anotar, fue parte del Cœtus Internationális Patrum, que defendía la Doctrina Católica durante el conciliábulo).
- Giovanni Battista Montini Alghisi fue hereje y apóstata, y en aplicación de la Bula Cum ex Apostolátus (confirmada por el Motu Próprio Inter Multíplices y el Código Pío-Benedictino de Derecho Canónico), NUNCA FUE PAPA DE LA IGLESIA CATÓLICA. Si el Generalísimo Francisco Franco Bahamonde (quien es mucho más santo que Montini) llegó a considerarlo como tal en 1963, fue porque en aquella época no existía la claridad teológica que hoy tenemos sobre el Sedevacantismo y porque nadie se imaginaba lo que sucedería posteriormente. Y en cuanto a las palabras de Montini tras la lectura del Testamento del Generalísimo, ellas NO SON MÁS QUE EXPRESIÓN DE UN ARREPENTIMIENTO TARDÍO, ESTÉRIL E INÚTIL, que hacen recordar aquel incidente del Lunes de Pentecostés de 1970.
Sin más, el artículo del doctor Mario Caponnetto (hermano de Antonio).
PAULO VI Y LA ESPAÑA DE FRANCO
La Santa Sede ha anunciado, como es sabido, la canonización del
Papa Paulo VI el próximo mes de octubre. Con motivo de este anuncio nos
ha parecido oportuno redactar esta nota sobre uno de los aspectos más
controvertidos y negativos del Pontificado del Papa Montini.
***
Dicen que cuando el Cardenal Juan Bautista Montini fue elegido Papa
el 21 de junio de 1963 uno de los funcionarios del Gobierno del
Generalísimo Franco dirigiéndose al entonces Jefe del Estado Español
exclamó: Ha ocurrido lo peor para España, el cardenal Montini es el nuevo Papa. A lo que el Caudillo habría replicado: El Cardenal Montini ya no existe; ahora es el Papa Paulo VI y España le guardará el respeto y la filial obediencia que merece.
La anécdota, que supongo cierta, revela dos cosas: la primera que
Franco fue realmente un gobernante católico, hijo fiel de la Iglesia a
la que sirvió siempre como corresponde a un Príncipe cristiano; la
segunda, que se equivocó redondamente pues el nuevo Papa
llevaría
adelante una guerra implacable, digna de mejor causa, contra el único
Estado católico de Europa hasta lograr, tras la muerte del Caudillo, su
total desaparición. Una vez más pudo decirse con propiedad en la
historia de España aquello del Cid: ¡Dios, qué buen vassallo! ¡si oviesse buen señor!
Las conflictivas relaciones de Montini con el régimen surgido tras la
Cruzada del 18 de Julio de 1936 reconocen antecedentes lejanos. En su
documentada obra La Iglesia y la Guerra Española (1936-1939),
Blas Piñar recuerda que Juan Bautista Montini creció en el seno de una
familia fuertemente comprometida con la Democracia Cristiana, de
reconocida tendencia democratista y antifascista (un antifascismo, me
permito acotar, no siempre fundado en las razones más correctas y
acordes con la Doctrina Social de la Iglesia). El padre, Jorge, fue
diputado por el Partido Popular cuyo fundador y presidente fue el
sacerdote italiano Luigi Sturzo quien al llegar al poder Benito
Mussolini se exilió en Estados Unidos. Este sacerdote, al igual que el
filósofo francés Jacques Maritain, fue un crítico implacable del bando
nacional durante la Guerra Española del 1936 a 1939 a la que negaba el
carácter de Cruzada que le había sido reconocido por la casi totalidad
del Episcopado Español. También un hermano suyo, Ludovico, había sido
diputado por la Democracia Cristiana después de la Segunda Guerra en
tanto que otro hermano, Francesco, tras emigrar a la Argentina, marchó a
España donde se alistó en las Brigadas Internacionales y murió en
combate del lado del bando rojo. El joven Juan Bautista, sobre el que
gravaba además una fuerte influencia del pensamiento mariteniano, creció
por tanto en un ambiente familiar e intelectual fuertemente hostil a
Franco y a la Cruzada, hostilidad que llegaba, incluso, a apoyar
abiertamente la causa republicana no obstante la feroz persecución
religiosa desatada por la República y pese al explícito apoyo de la
Santa Sede a la causa nacional[1].
En su época de Secretario de Estado de Pío XII eran conocidas las
vinculaciones de Montini con Palmiro Togliatti, el histórico líder del
Partido Comunista italiano, Al parecer, relata Blas Piñar, “tanto a
Montini como a Togliatti les gustaba mucho el canto gregoriano”[2].
Durante la gestión de Montini como Secretario de Estado tuvo lugar un
hecho escandaloso: el seguimiento y posterior detención por orden de Pío
XII de Monseñor Alighiero Tondi, miembro del Partido Comunista que
había ingresado al Instituto de los Jesuitas por orden del partido, por
ende, un infiltrado, quien se desempeñaba como secretario particular de
Monseñor Montini. Este Tondi había sido sorprendido mientras fotocopiaba
documentos secretos de la Santa Sede; interrogado, confesó que era
agente de la KGB y que enviaba a sus jefes moscovitas documentos robados
relacionados con los sacerdotes y obispos que el Papa Pacelli enviaba
secretamente a la Unión Soviética a fin de asistir a los fieles
católicos y realizar ordenaciones. Gracias a este perverso espionaje
(los documentos sustraídos por Tondi llegaban a destino por medio de
Togliatti) aquellos sacerdotes y obispos enviados a las URSS fueron
descubiertos y asesinados. De esta manera nada menos que el amigo y el
secretario de Montini aparecía directamente involucrados en una acción
de espionaje que costó la vida de los abnegados enviados secretos del
Papa al “paraíso” comunista. Este escándalo tuvo por resultado la
destitución de Montini como Secretario de Estado y su traslado a la sede
arzobispal de Milán[3].
Como Arzobispo de Milán, Montini tuvo su primer enfrentamiento
público con Franco. Fue a causa de un pedido suyo de clemencia por unos
anarquistas condenados a muerte en 1963: un tal Grinau, ejecutado el 20
de abril de 1963, y otros dos, Granados y Salgado, ejecutados el 17 de
agosto de ese año. El Caudillo denegó el pedido de clemencia aduciendo,
lo que era estrictamente cierto, que se trataba de peligrosos agentes
comunistas autores de numerosos crímenes durante la guerra. El
historiador José Andrés Gallego, en su libro La época de Franco,
refiriéndose a estos hechos escribe: “La petición de gracia del
entonces Cardenal Montini para unos anarquistas condenados a muerte
anticipó las difíciles relaciones entre Franco y Montini, después que
éste fuera elegido Papa”; y añade a continuación esta interesante
observación: “La negativa de Franco a renunciar al anacrónico derecho de
presentación fue sólo parte del conflicto, en cuyo fondo estaba el
contraste entre la Iglesia del Segundo Concilio Vaticano, que Pablo VI
había llevado a puerto, y el régimen de Franco”[4].
Esta última observación resume la clave de todo este asunto. El Concilio Vaticano II, principalmente a través de la Declaración Dignitátis humánæ,
sobre la libertad religiosa imprimió un cambio radical en el modo de
concebir las relaciones de la Iglesia con los Estados. El Estado
Católico (que suponía la tolerancia de los otros cultos en los casos en
que ello resultara necesario en orden al bien común) fundado en lo que
se conocía como “la unión del Trono y del Altar” y que hasta entonces
constituía el ideal del Estado promovido y alentado por el Magisterio
(con las consiguientes actualizaciones que los tiempos aconsejaban) fue
directamente dejado de lado y sustituido por una nueva concepción, la
llamada “libertad religiosa” que consagró, de hecho, el pluralismo
indiscriminado de todas las religiones y aún del ateísmo con
prescindencia de toda referencia específica de los Estados a reconocer
los derechos de la verdadera religión. Pero ocurría que, precisamente,
el Estado que Franco había construido tras la victoria del 39 era un
Estado explícitamente confesional cuya legislación se conformaba en todo
con la doctrina de la Iglesia. En 1953, y tras no pocas y laboriosas
negociaciones, España había suscripto con la Santa Sede un Concordato
tenido en su tiempo como modelo. Dicho Concordato reconocía en su
Preámbulo que su objetivo era regular las relaciones entre la Santa Sede
y el Estado Español “en conformidad con la ley de Dios y la tradición
de la nación española”. El artículo primero, por su parte, declaraba que
la Religión Católica “seguía siendo la única de la Nación española”.
Además completaba la restauración de los privilegios del Clero, que
habían sido eliminados en una parte en políticas liberales, consagraba
la absoluta libertad de la Iglesia respecto de cualquier eventual
control o censura de parte del Estado, sostenía el libre ejercicio en
todo el territorio español de las actividades de los grupos de Acción
Católica, aseguraba la independencia de la Iglesia, garantizaba el
aspecto jurídico de la misma y la validez del Matrimonio Canónico. Pero
el punto que finalmente resultaría el más cuestionado fue que este
Concordato confería al Jefe del Estado el derecho de presentar los
Obispos para su designación por parte de Roma. Sin duda, ante los nuevos
aires conciliares, todo esto resultaba anacrónico. Paulo VI fue la
piqueta encargada de llevar a cabo la destrucción sistemática de este
Estado visto como un inadmisible residuo de un pasado definitivamente
superado.
Los primeros conflictos surgieron a raíz del mencionado derecho de
presentación de obispos. Paulo VI presionó a Franco forzándolo a que
renunciase a este derecho. El Caudillo no cedió alegando entre otras
razones precisamente la existencia del Concordato que en ese caso debía
ser revisado o reformado. En respuesta a esta negativa, Paulo VI puso en
marcha una astuta política de designación de Obispos que, de hecho,
representaba una franca violación de los términos del Concordato. Merced
a esta política en poco tiempo la configuración del Episcopado Español
cambió por completo con la designación de obispos fuertemente
comprometidos con el progresismo y el aggiornamento conciliar y
francamente desafectos al régimen franquista cuando no decididos
opositores; estos obispos se hicieron con el control total de la Iglesia
española reduciendo a sus pares de la “vieja guardia” a un grupo
minoritario y silenciado.
Al respecto Blas Piñar relata en su mencionado libro una conversación
que Joaquín Ruíz Giménez, al finalizar como embajador de España ante la
Santa Sede mantuvo con Paulo VI. El Papa
le recomendó al diplomático
saliente que fundara en España la Democracia Cristiana a lo que Ruíz
Giménez respondió que eso era imposible porque el Episcopado Español
apoyaba a Franco con quien simpatizaba. Paulo VI fue muy claro: Usted preocúpese del Partido, porque de los obispos me encargo yo[5].
Vaya si se encargó de los obispos. El mismo Blas Piñar me dijo, en
cierta ocasión, que la abolición del Estado Católico en España había
sido obra casi exclusiva de los obispos designados por Paulo VI. El
cambio radical del Episcopado culminó con la designación del Cardenal
Vicente Enrique y Tarancón en la Sede Primada de Toledo en reemplazo del
fallecido Cardenal Casimiro Morcillo. Tarancón, enemigo declarado de
Franco, iba a ser la pieza clave de Paulo VI en su descabellada guerra
contra un Estado católico.
Las tensiones fueron in crescendo. Obedeciendo a las
directivas del Concilio el Estado Español confesionalmente católico se
vio obligado a reformar el artículo 6 del Fuero de los Españoles dejando
de lado la doctrina tradicional sobre la libertad de cultos en la que
dicho artículo se había inspirado[6].
La tensión llegó a un punto máximo en 1975, poco antes de la muerte de
Franco: un grupo de cinco terroristas etarras fue condenado a muerte por
un Tribunal Militar en El Goloso. Paulo VI, reiterando su gesto de la
época de Arzobispo de Milán, pidió el indulto de los condenados los que,
pese al pedido papal, fueron ejecutados en septiembre de 1975. A raíz
de esta condena se desató una indigna campaña mundial de desprestigio
contra el Gobierno español que presentaba a esos terroristas, autores de
brutales asesinatos de policías, mujeres y aún niños, como si fueran
unos honrados opositores a la “dictadura”. El pedido del Papa, formulado
no sólo a través de gestiones diplomáticas sino hecho público ante la
multitud reunida en la Plaza de San Pedro durante el rezo del Ángelus,
se sumaba, así a esta campaña aumentando enormemente la presión contra
el Gobierno. Franco, que había indultado a cuatro de los procesados, ya
que en principio eran nueve los sentenciados, respondió que con profunda
tristeza se veía obligado a no acceder al pedido del Santo Padre en
defensa de una elemental justicia. Pero un hecho más vendría a
incrementar las tensiones: en octubre de ese mismo 1975 un policía que
había sido afectado a la custodia del Tribunal de El Goloso que condenó a
los cinco terroristas fue vilmente asesinado por los compañeros de
andanzas de los fusilados. Todo el pueblo español esperaba ansiosamente
una condena del Papa
a este hecho aberrante. Fue en vano pues la única
respuesta de Paulo VI fue el más sepulcral de los silencios[7].
Pocos meses después de estos episodios Francisco Franco Bahamonde,
Caudillo de España, entregaba su alma a Dios. Se iniciaba, de este modo,
el oscuro período de la llamada Transición que culminaría con
la liquidación total del Estado erigido sobre la limpia Victoria del
Primero de Abril de 1939. El mismo Blas Piñar nos cuenta que a la muerte
de Franco, según testimonio del Cardenal Tarancón, Paulo VI tuvo
palabras de reconocimiento hacia su figura y su obra: “Ha hecho mucho
bien a España y ha proporcionado un desarrollo extraordinario y una
época de larguísima paz. Franco merece un final glorioso y un recuerdo
digno de gratitud”; y al leer el Testamento de Franco, exclamó: “¡Me
equivoqué con este hombre!”[8].
Reconocimiento sin duda valioso que habla bien de Paulo VI. Pero
tardío. El mal ya estaba hecho y sus consecuencias duran hasta hoy.
Franco se llevó a la tumba el último Estado Católico de Occidente, un
Estado fruto de una larga y paciente obra de reconstrucción, levantado
sobre la sangre y el sacrificio de miles de héroes y de mártires que
regaron con su sangre las tierras de España.
MARIO CAPONNETTO
NOTAS
[1] Cf. Blas Piñar, La Iglesia y la Guerra Española (1936-1938), Madrid, 2011, páginas 258 y siguientes.
[2] Ibídem.
[3] Ibídem.
[4] José Andrés Gallego, La época de Franco, Madrid, 1991.
[5] Cf. Blas Piñar, La Iglesia y…, o. c., página 270.
[6] Ibídem.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
En 1965, Año Santo Compostelano, se invitó a Montini a venir a España. El gobierno de Franco amplió el aeropuerto de Labacolla para que pudieran aterrizar vuelos internacionales. Al entonces Arzobispo de Santiago, S.E.R. Fernando Card. Quiroga Palacios, le espetó Pablo VI: “A España no iré nunca”. Con el odio que Montini le tenía a Franco y la España nacional, NI FALTA HIZO SU PRESENCIA PARA TAN MAGNA CELEBRACIÓN.
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