"Evita la impiedad de las vanas palabrería y las objeciones de la falsa
ciencia, ya que por haberla profesado, algunos han apostatado de la fe".
(I Timoteo 6, 20-21)
A fin de comprender la causa de la encíclica, recomendamos leer: LA "NUEVA TEOLOGÍA", UN NOMBRE NUEVO AL VIEJO MODERNISMO
CARTA
ENCÍCLICA "Humáni géneri in rebus", SOBRE LOS ERRORES DE LA "NUEVA
TEOLOGÍA" QUE AMENAZAN MINAR LOS FUNDAMENTOS DE LA DOCTRINA CATÓLICA
Siervo de los Siervos de Dios
Para perpetua memoria
Venerables Hermanos, Salud y Bendición apostólica:
INTRODUCCIÓN
1. Están amenazados los principios cristianos
Las disensiones y errores del género humano en las cuestiones religiosas
y morales han sido siempre fuente y causa de intenso dolor para todas
las personas de buena voluntad y, principalmente, para los hijos fieles y
sinceros de la Iglesia; pero en especial lo es hoy, cuando vemos
combatidos aun los principios mismos de la cultura cristiana.
No es de admirar que haya siempre disensiones y errores fuera del redil
de Cristo. Porque, aun cuando realmente la razón humana, con sus fuerzas
y su luz natural, pueda en absoluto llegar al conocimiento verdadero y
cierto de un Dios único y personal, que con su Providencia sostiene y
gobierna el mundo, y asimismo de la ley natural impresa por el Creador
en nuestras almas; sin embargo, no son pocos los obstáculos que impiden a
la razón el empleo eficaz y fructuoso de esta su potencia natural.
Porque las verdades, que se refieren a Dios y a las relaciones entre los
hombres y Dios, rebasan completamente el orden de los seres sensibles y
cuando entran en la práctica de la vida y la informan, exigen el
sacrificio y la abnegación propia. Ahora bien, el entendimiento humano
encuentra dificultades en la adquisición de tales verdades, ya por la
acción de los sentidos y de la imaginación, ya por las malas
concupiscencias nacidas del pecado original. Lo cual hace que los
hombres en semejantes materias fácilmente se persuadan ser falso o
dudoso lo que no quieren que sea verdadero.
2. Necesidad de la Revelación Divina.
Por esto se debe sostener que la revelación divina es moralmente
necesaria, para que, aun en el estado actual del género humano, todos
puedan conocer, con facilidad, con firme certeza y sin ningún error, las
verdades religiosas y morales que no son de suyo incomprensibles a la
razón (1).
Más aún, a veces la mente humana puede encontrar dificultad aun para
formarse un juicio cierto sobre la credibilidad de la fe católica, no
obstante los muchos y admirables indicios externos ordenados por Dios
para poder probar ciertamente, por medio de ellos, el origen divino de
la Religión cristiana con la sola luz natural de la razón. Puesto que el
hombre, o porque se deja llevar de prejuicios o porque le instigan las
pasiones y la mala voluntad puede, no sólo negar la evidencia de esos
indicios externos, sino también resistir a las inspiraciones
sobrenaturales, que Dios infunde en nuestras almas.
I. DOCTRINAS ERRÓNEAS ACTUALES
1. ERRORES ACERCA DEL MAGISTERIO Y LA REVELACIÓN
3. Cuáles son los principales errores
Si miramos fuera del redil de Cristo fácilmente descubriremos las
principales direcciones, que siguen no pocos de los hombres de estudios,
nos admiten sin discreción ni prudencia el sistema evolucionístico que
aun en el mismo campo de las ciencias naturales no ha sido todavía
probado indiscutiblemente, y pretenden que hay que extenderlo al origen
de todas las cosas, y con osadía sostienen la hipótesis monística y
panteística de un modo sujeto a perpetua evolución. De esta hipótesis se
valen los comunistas para defender y propagar su materialismo
dialéctico y arrancar de las almas toda noción de Dios.
Las falsas afirmaciones de semejante evolucionismo, por las que se
rechaza todo lo que es absoluto, firme e inmutable, han abierto el
camino a una moderna seudofilosofía, que, en concurrencia contra el
idealismo, el inmanentismo y el pragmatismo, ha sido denominada
existencialismo, porque rechaza las esencias inmutables de las cosas y
no se preocupa más que de la existencia de cada una de ellos.
Existe igualmente un falso historicismo, que se atiene sólo a los
acontecimientos de la vida humana y, tanto en el campo de la filosofía
como en el de los dogmas cristianos, destruye los fundamentos de toda
verdad y ley absoluta.
4. Áspero desprecio del magisterio de la Iglesia
Entre tanta confusión de opiniones, Nos es de algún consuelo ver a los
que hoy no rara vez, abandonando las doctrinas del racionalismo en que
habían sido educados, desean volver a los manantiales de la verdad
revelada, y reconocer y profesar la palabra de Dios conservada en la
Sagrada Escritura, como fundamento de la ciencia sagrada. Pero al mismo
tiempo lamentamos que no pocos de esos, cuanto más firmemente se
adhieren a la palabra de Dios, tanto más rebajan el valor de la razón
humana; y cuanto con más entusiasmo enaltecen la autoridad de Dios
Revelador, tanto más ásperamente desprecian el Magisterio de la Iglesia,
instituido por Nuestro Señor JESUCRISTO para defender e interpretar las
verdades reveladas. Este modo de proceder no sólo está en abierta
contradicción con la Sagrada Escritura, sino que aun por experiencia se
muestra ser equivocado. Pues los mismos disidentes con frecuencia se
lamentan públicamente de la discordia que reina entre ellos en las
cuestiones dogmáticas, tanto que se ven obligados a confesar la
necesidad de un Magisterio vivo.
2. ACTITUDES PELIGROSAS DENTRO DE LA IGLESIA
5. Obligación de los teólogos y filósofos católicos.
Los teólogos y filósofos católicos, que tienen el grave encargo de
defender e imprimir en las almas de los hombres las verdades divinas y
humanas, no deben ignorar ni desatender estas opiniones, que más o menos
se apartan del recto camino. Más aún, es necesario que las conozcan
bien, pues no se pueden curar las enfermedades, que antes
suficientemente no se conocen; además en las mismas falsas afirmaciones
se oculta a veces un poco de verdad; y por último, esas falsas opiniones
incitan la mente a investigar y ponderar con más diligencia algunas
verdades filosóficas o teológicas.
Si nuestros filósofos y teólogos solamente procurasen sacar este fruto
de aquellas doctrinas, estudiándolas con cautela, no tendría por qué
intervenir el Magisterio de la Iglesia. Pero, aunque sabemos que los
doctores católicos en general evitan contaminarse con tales errores, Nos
consta, sin embargo, que no faltan hoy quienes, como en los tiempos
apostólicos, amando la novedad más de lo debido, y también temiendo que
los tengan por ignorantes de los progresos de la ciencia, intentan
sustraerse a la dirección del sagrado Magisterio, y por este motivo
están en peligro de apartarse insensiblemente de la verdad revelada y
hacer caer a otros consigo en el error.
6. Arrebata a algunos un imprudente "irenismo"
Existe también otro peligro, que es tanto más grave cuanto que se oculta
bajo capa de virtud. Muchos, deplorando la discordia del género humano y
la confusión que reina en las inteligencias de los hombres, y guiados
de un imprudente celo de las almas, se sienten llevados por un interno
impulso y ardiente deseo a romper las barreras que separan entre sí a
las personas buenas y honradas; y propugnan una especie de irenismo,
que, pasando por alto las cuestiones que dividen a los hombres, se
proponen, no sólo combatir en unión de fuerzas el combatiente ateísmo,
sino también reconciliar opiniones contrarias aun en el campo dogmático.
Y, como hubo antiguamente quienes se preguntaban si la apologética
tradicional de la Iglesia constituía más bien un impedimento que una
ayuda para ganar las almas a Cristo, así también no faltan hoy quienes
se han atrevido a proponer en serio la duda de si conviene, no sólo
perfeccionar, mas aún reformar completamente la teología y el método que
actualmente, con la aprobación eclesiástica, se emplea en el
enseñamiento teológico, a fin de que se propague más eficazmente el
reino de Cristo en todo el mundo, entre los hombres de todas las
civilizaciones y de todas las opiniones religiosas.
Si los tales no pretendiesen más que acomodar, con algo de renovación,
el enseñamiento eclesiástico y su método a las condiciones y necesidades
actuales no habría casi de qué temer; pero algunos de ellos,
arrebatados por un imprudente irenismo, parece que consideran como óbice
para restablecer la unidad fraterna, lo que se funda en las mismas
leyes y principios dados por Cristo y en las instituciones por El
fundadas, o lo que constituye la defensa y el sostenimiento de la
integridad de la fe; cayendo lo cual se unirían sí, todas las cosas, mas
sólo en la común ruina.
7. Escándalo de muchos, sobre todo del clero joven
Los que, o por reprensible deseo de novedad, o por algún motivo
laudable, propugnan estas nuevas opiniones, no siempre las proponen con
la misma graduación, ni con la misma claridad, ni con los mismos
términos, ni siempre con unanimidad de pareceres: lo que hoy enseñan
algunos más encubiertamente, con ciertas cautelas y distinciones, otros
más audaces lo propalan mañana abiertamente y sin limitaciones, con
escándalo de muchos, sobre todo del clero joven y con detrimento de la
autoridad eclesiástica. Más cautamente se suelen tratar estas materias
en los libros que se dan a la luz pública; con más libertad se habla ya
en los folletos distribuidos privadamente y en las conferencias y
reuniones. Y no se divulgan solamente estas doctrinas entre los miembros
de uno y otro clero y en los seminarios y los institutos religiosos,
sino también entre los seglares, sobre todo entre los que se dedican a
la enseñanza de la juventud.
3. EL RELATIVISMO TEOLÓGICO Y DOGMÁTICO
8. Pretenden adaptar el significado de los dogmas.
En cuanto a la teología, lo que algunos pretenden es disminuir lo más
posible el significado de los dogmas; y librarlos de la manera de hablar
tradicional ya en la Iglesia y de los conceptos filosóficos usados por
los doctores católicos; a fin de volver, en la exposición de la doctrina
católica, a las expresiones empleadas por la Sagrada Escritura y por
los Santos Padres. Esperan que así el dogma, despojado de elementos, que
llaman extrínsecos a la revelación divina, se pueda comparar
fructuosamente con las opiniones dogmáticas de los que están separados
de la unidad de la Iglesia, y por este camino se llegue poco a poco a la
asimilación del dogma católico con las opiniones de los disidentes.
Reduciendo la doctrina católica a tales condiciones, creen que se abre
también el camino, para obtener, según lo exigen las necesidades
modernas, que el dogma sea formulado con las categorías de la filosofía
moderna, ya se trate del inmanentismo o del idealismo o del
existencialismo o de cualquier otro sistema. Algunos más audaces afirman
que esto se puede y se debe hacer también por la siguiente razón:
porque, según ellos, los misterios de la fe nunca se pueden significar
con conceptos completamente verdaderos, mas sólo con conceptos
aproximativos y que continuamente cambian, por medio de los cuales la
verdad se indica, si, en cierta manera, pero también necesariamente se
desfigura. Por eso no piensan ser absurdo, sino antes creen ser del todo
necesario que la teología, según los diversos sistemas filosóficos, que
en el decurso del tiempo le sirven de instrumentos, vaya sustituyendo
los antiguos conceptos por otros nuevos; de suerte que en maneras
diversas y hasta cierto punto aun opuestas, pero, según ellos,
equivalentes, haga humanas aquellas verdades divinas. Añaden que la
historia de los dogmas consiste en exponer las varias formas, que
sucesivamente ha ido tomando la verdad revelada, según las varias
doctrinas y opiniones que a través de los siglos ha ido apareciendo.
9. La Iglesia no puede ligarse a cualquier efímero sistema filosófico.
De lo dicho es evidente que estos conatos, no sólo llevan al relativismo
dogmático, sino ya de hecho lo contienen, pues el desprecio de la
doctrina tradicional y de su terminología favorece ese relativismo y lo
fomenta. Nadie ignora que los términos empleados, tanto en la enseñanza
de la teología como por el mismo Magisterio de la Iglesia, para expresar
tales conceptos, pueden ser perfeccionados y perfilados. Se sabe
también que la Iglesia no ha sido siempre constante en el uso de unos
mismos términos. Es evidente además que la Iglesia no puede ligarse a
cualquier efímero sistema filosófico; pero las nociones y los términos,
que los doctores católicos, con general aprobación, han ido componiendo
durante el espacio de varios siglos, para llegar a obtener alguna
inteligencia del dogma, no se fundan sin duda en cimientos tan
deleznables. Se fundan realmente en principios y nociones deducidas del
verdadero conocimiento de las cosas creadas: deducción realizada a la
luz de la verdad revelada, que, por medio de la Iglesia, iluminaba, como
una estrella, la mente humana. Por eso no hay que admirarse que algunas
de estas nociones hayan sido, no sólo empleadas por los Concilios
Ecuménicos, sino también aprobadas por ellos; de suerte que no es lícito
apartarse de ellas.
Abandonar, pues, o rechazar o privar de valor tantas y tan importantes
nociones y expresiones, que hombres de ingenio y santidad no comunes,
con esfuerzo multisecular, bajo la vigilancia del sagrado Magisterio y
con la luz y guía del Espíritu Santo, han concebido, expresado y
perfeccionado, para expresar las verdades de la fe, cada vez con mayor
exactitud; y sustituirlas con nociones hipotéticas y expresiones
fluctuantes y vagas de una moderna filosofía que como la flor del campo
hoy existe y mañana caerá; no sólo es suma imprudencia, sino que
convierte el dogma en una caña agitada por el viento. El desprecio de
los términos y las nociones, que suelen emplear los teólogos
escolásticos, lleva naturalmente a enervar la teología especulativa, la
cual, por fundarse en razones teológicas, ellos juzgan carecer de
verdadera certeza.
4. FALSO CONCEPTO DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
10. El Magisterio de la Iglesia y las Encíclicas.
Por desgracia, estos amigos de novedades fácilmente pasan del desprecio
de la teología escolástica a tener en menos y aun a despreciar también
el mismo Magisterio de la Iglesia, que tanto peso ha dado con su
autoridad a aquella teología. Presentan este Magisterio como impedimento
del progreso y obstáculo de la ciencia; y hay ya católicos, que lo
consideran como un freno injusto, que impide el que algunos teólogos más
cultos renueven la teología. Y aunque este sagrado Magisterio, en las
cuestiones de fe y costumbres, debe ser para todo teólogo la norma
próxima y universal de la verdad (ya que a él ha confiado Nuestro Señor
JESUCRISTO la custodia, la defensa y la interpretación del depósito de
la fe, o sea de las Sagradas Escrituras y de la tradición divina); sin
embargo, a veces se ignora, como si no existiese, la obligación que
tienen todos los fieles, de huir aun de aquellos errores, que más o
menos se acercan a la herejía, y por tanto de observar también las
constituciones y decretos, en que la Santa Sede ha proscrito y prohibido
las tales opiniones falsas(2).
Hay algunos que de propósito desconocen cuanto los Romanos Pontífices
han expuesto en las Encíclicas sobre el carácter y la constitución de la
Iglesia, a fin de hacer prevalecer un concepto vago, que ellos profesan
y dicen haber sacado de los antiguos Padres, sobre todo de los griegos.
Porque los Sumos Pontífices, dicen ellos, no quieren determinar nada en
las opiniones disputadas entre los teólogos; y así hay que volver a las
fuentes primitivas y con los escritos de los antiguos explicar las
modernas constituciones y decretos del Magisterio.
Este lenguaje puede parecer elocuente, pero no carece de falacia. Pues
es verdad que los Romanos Pontífices en general conceden libertad a los
teólogos en las cuestiones disputadas entre los más acreditados
doctores; pero la historia enseña que muchas cuestiones, que un tiempo
fueron objeto de libre discusión, no pueden ya ser discutidas.
Ni hay que creer que las enseñanzas de las Encíclicas no exijan de suyo
el asentimiento, por razón de que los Romanos Pontífices no ejercen en
ellas la suprema potestad de su Magisterio. Pues son enseñanzas del
Magisterio ordinario, del cual valen también aquellas palabras: El que a
vosotros oye, a Mí me oye(3), y la mayor parte de las veces, lo que se
propone e inculca en las Encíclicas, ya por otras razones pertenece al
patrimonio de la doctrina católica. Y si los Sumos Pontífices en sus
constituciones de propósito pronuncian una sentencia en materia
disputada, es evidente que, según la intención y voluntad de los mismos
Pontífices, esa cuestión no se puede tener ya como de libre discusión
entre los teólogos.
11. El Magisterio de la Iglesia y la fuentes de la doctrina revelada.
Es también verdad que los teólogos deben siempre volver a las fuentes de
la revelación; pues a ellos toca indicar de qué manera se encuentre
explícita o implícitamente(4), en la Sagrada Escritura y en la divina
tradición, lo que enseña el Magisterio vivo. Además, las dos fuentes de
la doctrina revelada contienen tantos y tan sublimes tesoros de verdad
que nunca realmente se agotan. Por eso con el estudio de las fuentes
sagradas se rejuvenecen continuamente las sagradas ciencias; mientras
que, por el contrario, una especulación, que deje ya de investigar el
depósito de la fe, se hace estéril, como vemos por experiencia. Pero,
esto no autoriza a hacer de la teología, aun de la positiva, una ciencia
meramente histórica. Porque, junto con esas sagradas fuentes, Dios ha
dado a su Iglesia el Magisterio vivo, para ilustrar también y declarar
lo que en el depósito de la fe no se contiene más que obscura y como
implícitamente. Y el Divino Redentor no ha confiado, la interpretación
auténtica de este depósito a cada uno de los fieles, ni aun a los
teólogos, sino sólo al Magisterio de la Iglesia. Y si la Iglesia ejerce
este su oficio (como con frecuencia lo ha hecho en el curso de los
siglos, con el ejercicio ya ordinario ya extraordinario del mismo
oficio), es evidentemente falso el método que trata de explicar lo claro
con lo obscuro; antes es menester que todos sigan el orden inverso. Por
lo cual Nuestro Predecesor de inmortal memoria Pío IX, al enseñar que
es deber nobilísimo de la teología el mostrar cómo una doctrina definida
por la Iglesia se contiene en las fuentes, no sin grave motivo añadió
aquellas palabras: con el mismo sentido con que ha sido definida por la
Iglesia.
5. EQUIVOCADA INTERPRETACIÓN DE LA BIBLIA
12. Disminuyen la Autoridad Divina y de la Sagrada Escritura.
Volviendo a las nuevas teorías, de que tratamos antes, algunos proponen o
insinúan en los ánimos muchas opiniones, que disminuyen la autoridad
divina de la Sagrada Escritura. Pues se atreven a adulterar el sentido
de las palabras, con que el Concilio Vaticano define que Dios es el
autor de la Sagrada Escritura, y renuevan una teoría ya muchas veces
condenada, según la cual la inerrancia de la Sagrada Escritura se
extiende sólo a los textos que tratan de Dios mismo o de la religión o
de la moral. Más aún, sin razón hablan de un sentido humano de la
Biblia, bajo el cual se oculta el sentido divino, que es, según ellos,
el solo infalible(5). En la interpretación de la Sagrada Escritura no
quieren tener en cuenta la analogía de la fe ni la tradición de la
Iglesia; de manera que la doctrina de los Santos Padres y del sagrado
Magisterio debe ser conmensurada con la de las Sagradas Escrituras,
explicadas por los exégetas de modo meramente humano; más bien que
exponer la Sagrada Escritura según la mente de la Iglesia, que ha sido
constituida por Nuestro Señor JESUCRISTO.
Además, el sentido literal de la Sagrada Escritura y su exposición, que
tantos y tan eximios exégetas, bajo la vigilancia de la Iglesia, han
elaborado, deben ceder el puesto, según las falsas opiniones de éstos, a
una nueva exégesis. que llaman simbólica o espiritual; con la cual los
libros del Antiguo Testamento, que actualmente en la Iglesia son una
fuente cerrada y oculta, se abrirían finalmente para todos. De esta
manera, afirman, desaparecen todas las dificultades, que solamente
encuentran los que se atienen al sentido literal de las Escrituras.
13. Frutos venenosos que estas novedades han producido.
Todos ven cuánto se apartan estas opiniones de los principios y normas
hermenéuticas, justamente establecidos por Nuestros Predecesores de
feliz memoria: LEÓN XIII, en la Encíclica "Providentíssimus Deus", y
BENEDICTO XV, en la Encíclica "Spíritus Paráclitus", y también por Nos
mismo, en la Encíclica "Divino afflánte Spíritu".
6. DIEZ ERRORES TEOLÓGICOS MODERNOS
Y no hay que admirarse de que estas novedades hayan producido frutos
venenosos en casi todos los tratados de la teología. Se pone en duda si
la razón humana, sin la ayuda de la divina revelación y de la divina
gracia, pueda demostrar la existencia de un Dios personal con argumentos
deducidos de las cosas creadas; se niega que el mundo haya tenido
principio, y se afirma que la creación del mundo es necesaria, pues
procede de la necesaria liberalidad del amor divino; se niega, asimismo,
a Dios la presencia eterna e infalible de las acciones todas contrarias
a las declaraciones del Concilio Vaticano(6).
Algunos también ponen en discusión si los Ángeles son personas; y si la
materia difiere esencialmente del espíritu. Otros desvirtúan el concepto
de gratuidad del orden sobrenatural, sosteniendo que Dios no puede
crear seres inteligentes sin ordenarlos y llamarlos a la visión
beatífica. No sólo, sino que, pasando por alto las definiciones del
Concilio de Trento, se destruye el concepto de pecado original, junto
con el de pecado en general en cuanto ofensa de Dios, como también el de
la satisfacción que Cristo ha dado por nosotros. Ni faltan quienes
sostienen que la doctrina de la Transubstanciación, basada como está
sobre un concepto filosófico de sustancia ya anticuado, debe ser
corregido; de manera que la presencia real de Cristo en la Santísima
Eucaristía se reduzca a un simbolismo, en el que las especies
consagradas no son más que señales externas de la presencia espiritual
de Cristo y de su unión íntima con los fieles, miembros suyos en el
Cuerpo Místico.
Algunos no se consideran obligados a abrazar la doctrina que hace
algunos años expusimos en una Encíclica, y que está fundada en las
fuentes de la revelación, según la cual el Cuerpo de Cristo y la Iglesia
Católica Romana son una misma cosa(7). Algunos reducen a una vana
fórmula la necesidad de pertenecer a la Iglesia verdadera para conseguir
la salud eterna. Otros, finalmente, no admiten el carácter racional de
la credibilidad de la fe cristiana.
Resumen
Sabemos que éstos y otros errores semejantes se propagan entre algunos
hijos Nuestros, descarriados por un celo imprudente o por una falsa
ciencia; y Nos vemos obligados a repetirles, con tristeza, verdades
conocidísimas y errores manifiestos, y a indicarles, no sin ansiedad,
los peligros de engaño a que se exponen.
II. LA EXPOSICIÓN DE LA DOCTRINA CATÓLICA
a) Recto juicio sobre la razón
14. La razón, nutrida por la filosofía cristiana
Es cosa sabida cuánto estime la Iglesia la humana razón, a la cual atañe
demostrar con certeza la existencia de un sólo Dios personal comprobar
invenciblemente los fundamentos de la misma fe cristiana por medio de
sus notas divinas, expresar por conveniente manera la ley que el Creador
ha impreso en las almas de los hombres y, por fin, alcanzar algún
conocimiento, y por cierto fructuosísimo, de los misterios(8).
b) La filosofía tradicional
Mas la razón sólo podrá ejercer tal oficio de un modo apto y seguro si
hubiere sido cultivada convenientemente, es decir, si hubiere sido
impregnada con aquélla sana filosofía, que es ya un patrimonio heredado
de las presentes generaciones cristianas y que por consiguiente, goza de
una autoridad de un orden superior, por cuanto el mismo Magisterio de
la Iglesia ha utilizado sus principios y sus principales asertos,
manifestados y definidos paulatinamente por hombres de gran talento,
para comprobar la misma divina Revelación. Esta filosofía, reconocida y
aceptada por la Iglesia, defiende el verdadero y recto valor del
conocimiento humano, los inconcusos principios metafísicos -a saber, los
de razón suficiente, causalidad y finalidad- y la consecución de la
verdad cierta e inmutable.
c) El genuino progreso filosófico
15. Lo que la Iglesia deja a la libre disputa
Cierto que en tal filosofía se exponen muchas cosas que, ni directa ni
indirectamente, se refieren a la fe o a las costumbres y que, por lo
mismo, la Iglesia deja a la libre disputa de los peritos; pero en otras
muchas no tiene lugar tal libertad, principalmente en lo que toca a los
principios y a los principales asertos que poco ha hemos recordado. Aun
en esas cuestiones esenciales se puede vestir a la filosofía con más
aptas y ricas vestiduras, reforzarla con más eficaces expresiones,
despojarla de ciertos modos escolares menos aptos, enriquecerla
cautelosamente con ciertos elementos del progresivo pensamiento humano;
pero nunca es lícito derribarla, o contaminarla con falsos principios, o
estimarla como un grande monumento, pero ya en desuso. Pues la verdad y
su expresión filosófica no pueden cambiar con el tiempo, principalmente
cuando se trata de los principios que la mente humana conoce por sí
mismos o de aquellos juicios que se apoyan tanto en la sabiduría de los
siglos como en el consenso y fundamento de la divina revelación.
Cualquier verdad que la mente humana, buscando con rectitud,
descubriere, no puede estar en contradicción con otra verdad ya
alcanzada, pues Dios, Verdad suma, creó y rige la humana inteligencia,
de tal modo que no opone cada día nuevas verdades a las ya adquiridas,
sino que, apartados los errores que tal vez se hubieren introducido,
edifica la verdad sobre la verdad, de modo tan ordenado y orgánico como
aparece formada la misma naturaleza de la que se extrae la verdad. Por
lo cual el cristiano, tanto filósofo como teólogo, no abraza apresurada y
ligeramente cualquier novedad que en el decurso del tiempo se proponga
sino que ha de sopesarla con suma detención y someterla a justo examen,
no sea que pierda la verdad ya adquirida o la corrompa, con grave
peligro y detrimento de la misma fe.
d) La doctrina de Santo Tomás
16. Una filosofía que la Iglesia ha aceptado y aprobado
Si bien se examina cuanto llevamos expuesto, fácilmente se comprenderá
por qué la Iglesia exige que los futuros sacerdotes sean instruidos en
las disciplinas filosóficas, según el método, la doctrina y los
principios del Doctor Angélico(9), puesto que con la experiencia de
muchos siglos conoce perfectamente que el método y el sistema del
Aquinate se distinguen por su singular valor, tanto para la educación de
los jóvenes como para la investigación de las más recónditas verdades, y
que su doctrina suena al unísono con la divina revelación y es
eficacísimo para asegurar los fundamentos de la fe y para recoger de
modo útil y seguro los frutos del sano progreso(10).
Es, pues, altamente deplorable que hoy día algunos desprecien una
filosofía que la Iglesia ha aceptado y aprobado, y que imprudentemente
la apelliden anticuada en su forma y racionalística, así dicen, en sus
procedimientos. Pues afirman que esta nuestra filosofía defiende
erróneamente la posibilidad de una metafísica absolutamente verdadera,
mientras ellos sostienen, por el contrario, que las verdades,
principalmente las trascendentes, sólo pueden expresarse con doctrinas
divergentes que mutuamente se completan, aunque entre sí parezcan
oponerse. Por lo cual conceden que la filosofía que se enseña en
nuestras escuelas, con su lúcida exposición y solución de los problemas,
con su exacta precisión de los conceptos y con sus claras distinciones,
puede ser apta preparación al estudio de la teología, como se adaptó
perfectamente a la mentalidad del medioevo; pero creen que no es un
método que corresponda a la cultura y a las necesidades modernas.
Añaden, además, que la filosofía perenne es sólo una filosofía de las
esencias inmutables, mientras que la mente moderna ha de considerar la
existencia de los seres singulares y la vida en su continua fluencia. Y
mientras desprecian esta filosofía, ensalzan otras, antiguas o modernas,
orientales u occidentales, de tal modo que parecen insinuar que
cualquier filosofía o doctrina opinable, añadiéndole algunas
correcciones o complementos, si fuere menester, puede compadecerse con
el dogma católico; lo cual ningún católico puede dudar ser del todo
falso, principalmente cuando se trata de los falsos sistemas llamados
inmanentismo, o idealismo, o materialismo, ya sea histórico ya
dialéctico, o también existencialismo, tanto si defiende el ateísmo como
si al menos impugna el valor del raciocinio metafísico.
Por fin, achacan a la filosofía que se enseña en nuestras escuelas el
defecto de atender sólo a la inteligencia en el proceso del
conocimiento, sin reparar en el oficio de la voluntad y de los
sentimientos. Lo cual no es verdad, ciertamente; pues la filosofía
cristiana nunca negó la utilidad y la eficacia de las buenas
disposiciones de toda el alma para conocer y abrazar plenamente los
principios religiosos y morales; más aún, siempre enseñó que la falta de
tales disposiciones puede ser la causa de que el entendimiento, ahogado
por las pasiones y por la mala voluntad, de tal manera se obscurezca
que no vea cuál conviene. Y el Doctor Común cree que el entendimiento
puede percibir de algún modo los más altos bienes correspondientes al
orden moral, tanto natural como sobrenatural, en cuanto experimente en
el ánimo cierta afectiva connaturalidad con esos mismos bienes, ya sea
natural, ya por medio de la gracia divina(11); y claro aparece cuánto
ese conocimiento subconsciente, por así decir, ayude a las
investigaciones de la razón. Pero una cosa es reconocer la fuerza de los
sentimientos para ayudar a la razón a alcanzar un conocimiento más
cierto y más seguro de las cosas morales, y otra lo que intentan estos
novadores, esto es, atribuir a las facultades volitiva y afectiva cierto
poder de intuición, y afirmar que el hombre, cuando con el discurso de
la razón no puede discernir qué es lo que ha de abrazar como verdadero,
acude a la voluntad, mediante la cual elige libremente entre las
opiniones opuestas, con una mezcla inaceptable de conocimiento y de
voluntad.
e) La tarea de la teodicea y de la ética
17. La teodicea y la ética en peligro
Ni hay que admirarse de que con estas nuevas opiniones se ponga en
peligro a dos disciplinas filosóficas que, por su misma naturaleza,
están estrechamente relacionadas con la doctrina católica, a saber, la
teodicea y la ética, cuyo oficio creen que no es demostrar con certeza
algo acerca de Dios o de cualquier otro ser trascendente, sino más bien
mostrar que lo que la fe enseña acerca de Dios personal y de sus
preceptos es enteramente conforme a las necesidades de la vida y que,
por lo mismo todos deben abrazarlo para evitar la desesperación y
alcanzar la salvación eterna: todo lo cual se opone abiertamente a los
documentos de Nuestros Predecesores León XIII y Pío X y no puede
conciliarse con los decretos del Concilio Vaticano. No habría,
ciertamente, que deplorar tales desviaciones de la verdad si aun en el
campo filosófico todos mirasen con la reverencia que conviene al
Magisterio de la Iglesia, al cual corresponde por divina institución no
sólo custodiar e interpretar el depósito de la verdad revelada, sino
también vigilar sobre las disciplinas filosóficas para que los dogmas
católicos no sufran detrimento alguno de las opiniones no rectas.
18. Sobre el evolucionismo y el poligenismo.
Réstanos ahora decir algo acerca de algunas cuestiones que, aunque
pertenezcan a las disciplinas que suelen llamarse positivas, sin embargo
se entrelazan más o menos con las verdades de la fe cristiana. No pocos
ruegan, con premura, que la Religión católica atienda lo más posible a
tales disciplinas; lo cual es ciertamente digno de alabanza cuando se
trata de hechos realmente demostrados, empero se ha de admitir con
cautela cuando más bien se trate de hipótesis, aunque de algún modo
apoyadas en la ciencia humana, que rozan con la doctrina contenida en la
Sagrada Escritura o en la tradición. Si tales conjeturas opinables se
oponen directa o indirectamente a la doctrina que Dios ha revelado
entonces tal postulado no puede admitirse en modo alguno.
a) Problemas biológicos y antropológicos
Por eso el Magisterio de la Iglesia no prohíbe que en investigaciones y
disputas entre los hombres doctos de entrambos campos se trate de la
doctrina del evolucionismo(12), la cual busca el origen del cuerpo
humano en una materia viva preexistente (pues la fe católica nos obliga a
retener que las almas son creadas inmediatamente por Dios), según el
estado actual de las ciencias humanas y de la sagrada teología, de modo
que las razones de una y otra opinión, es decir, de los que defienden o
impugnan tal doctrina, sean sopesadas y juzgadas con la debida gravedad,
moderación y templanza; con tal que todos estén dispuestos a obedecer
al dictamen de la Iglesia, a quien Cristo confirió el encargo de
interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y de defender los
dogmas de la fe(13). Empero algunos, con temeraria audacia, traspasan
esta libertad de discusión, obrando como si el origen mismo del cuerpo
humano de una materia viva preexistente fuese ya absolutamente cierta y
demostrada por los indicios hasta el presente hallados y por los
raciocinios en ellos fundados, y cual si nada hubiese en las fuentes de
la revelación que exija una máxima moderación y cautela en esta materia.
Mas tratándose de otra hipótesis, es a saber, del poligenismo, los hijos
de la Iglesia no gozan de la misma libertad, pues los fieles cristianos
no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra
verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural
generación, o bien de que Adán significa el conjunto de los primeros
padres; ya que no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con
la que las fuentes de la verdad revelada y los documentos del magisterio
de la Iglesia enseñan acerca del pecado original, que procede del
pecado verdaderamente cometido por un solo Adán y que, difundiéndose a
todos los hombres por la generación es propio de cada uno de ellos(14).
b) Valor histórico del libro del Génesis
19. La interpretación de los libros históricos del Antiguo Testamento.
Del mismo modo que en las ciencias biológicas y antropológicas, hay
algunos que también en las históricas traspasan audazmente los límites y
las cautelas establecidos por la Iglesia. Y de un modo particular es
deplorable el modo extraordinariamente libre de interpretar los libros
históricos del Antiguo Testamento. Los fautores de esa tendencia para
defender su causa invocan indebidamente la Carta que no hace mucho
tiempo la Comisión Pontificia para los Estudios Bíblicos envió al
Arzobispo de París(15). Esta carta advierte claramente que los once
primeros capítulos del Génesis, aunque propiamente no concuerden con el
método histórico usado por los eximios historiadores grecolatinos y
modernos, no obstante pertenecen al género histórico en un sentido
verdadero, que los exégetas han de investigar y precisar; y que los
mismos capítulos, con estilo sencillo y figurado, acomodado a la mente
del pueblo poco culto, contienen las verdades principales y
fundamentales en que se apoya nuestra propia salvación, y también una
descripción popular del origen del genero humano y del pueblo escogido.
Mas si los antiguos hagiógrafos tomaron algo de las tradiciones
populares (lo cual puede ser concedido), nunca debe olvidarse que ellos
eran guiados y ayudados por el soplo de la imaginación divina, inmunes
de todo error al elegir y juzgar aquellos documentos.
Empero, lo que se insertó en la Sagrada Escritura, sacándolo de las
narraciones populares, en modo alguno debe compararse con las mitologías
u otras narraciones de tal género, las cuales más proceden de una
ilimitada imaginación que de aquel amor a la simplicidad y la verdad,
que tanto resplandece aún en los libros del Antiguo Testamento, hasta el
punto que nuestros hagiógrafos deben ser tenidas en este punto como
claramente superiores a los antiguos escritores profanos.
EPÍLOGO
20. Los deberes de las autoridades eclesiásticas y de los profesores.
Sabemos, es verdad, que la mayor parte de los doctores católicos, que
con sumo fruto trabajan en las universidades, en los seminarios y en los
colegios religiosos, están muy lejos de estos errores que hoy abierta u
ocultamente se divulgan o por cierto afán de novedades o por un
inmoderado deseo de apostolado. Pero sabemos también que tales nuevas
opiniones pueden atraer a los incautos y, por lo mismo, preferimos
oponernos a los comienzos que no ofrecer un remedio a una enfermedad
inveterada.
Por lo cual, después de meditarlo y considerarlo largamente delante del
Señor, para no faltar a Nuestro sagrado deber, mandamos a los Obispos y a
los superiores religiosos, onerando gravísimamente sus conciencias, que
con la mayor diligencia procuren que ni en las clases, ni en las
reuniones, ni en escritos de ningún género se expongan tales opiniones
en modo alguno, ni a los clérigos ni a los fieles cristianos.
Sepan cuantos enseñan en institutos eclesiásticos que no pueden en
conciencia ejercer el oficio de enseñar, que les ha sido concedido, si
no reciben religiosamente las normas que hemos dado y si no las cumplen
escrupulosamente en la formación de sus discípulos. Y procuren infundir
en las mentes y en los corazones de los mismos aquélla reverencia y
obediencia que ellos en su asidua labor deben profesar al Magisterio de
la Iglesia.
Esfuércense con todo aliento y emulación por hacer avanzar las ciencias
que profesan; pero eviten también el traspasar los límites por Nos
establecidos para salvaguardar la verdad de la fe y de la doctrina
católica. A las nuevas cuestiones que la moderna cultura y el progreso
del tiempo han suscitado, apliquen su más diligente investigación, pero
con la conveniente prudencia y cautela; y, finalmente, no crean,
cediendo a un falso irenismo que los disidentes y los que están en el
error puedan ser atraídos con buen suceso, si la verdad íntegra que rige
en la Iglesia no es enseñada por todos sinceramente, sin corrupción ni
disminución alguna.
21. Bendición Apostólica
Fundados en esta esperanza, que vuestra pastoral solicitud aumentará
todavía, impartimos con todo amor, como prenda de los dones celestiales y
en señal de Nuestra paterna benevolencia, a todos vosotros, Venerables
Hermanos, a vuestro clero y a vuestro pueblo, la Bendición Apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 12 de Agosto de 1950, año duodécimo de Nuestro Pontificado. Pío Papa XII
NOTAS:
(1) Concilio Vaticano, D. B., Const. De Fide Cathólica, cap. 2, De revelatione, Denz-Umb nr. 1786
(2) Códex Iuris Canónici, can. 1324; cfr. Concilio Vaticano, D. B.,
1820, Const. De Fide Cathólica, post. canones, Denz-Umb. nr. 1820.
(3) Luc., 10, 16.
(4) Pío IX, Inter gravissimas, 28-X-1870, Pii IX Acta, vol. I, p. 260.
(5) Dos errores se condenan aquí: por una parte, el de los que limitan
la imposibilidad de errar de la Biblia (la inerrancia) a las cosas de la
fe y la moral, y por otra, el que afirma que en la Sagrada Escritura se
distinguen, así como dos autores, así también dos sentidos, el uno
divino y por tanto infalible, y el otro humano y por eso sujeto a error.
Dado que la inerrancia de la Biblia se basa en la inspiración trataron
de restringir la inspiración para eliminar así los presuntos errores de
la Biblia. Conceden que la Sagrada Escritura tiene a Dios por autor
(Concilio Vaticano I, sesión III, cap. 2; Denz. Umb. 1787) pero
disminuyen el significado de la palabra del Concilio que dice que son
inspirados "los libros íntegros en todas sus partes".
Como ya señalamos en la "Introducción" a la Encíclica "Spiritus
Paraclitus" (1920) de Benedicto XV, el Cardenal Newman, juzgando la
inspiración -no por el origen divino que tiene sino por el fin que Dios
con ella persiguió, escribió que "las cosas dichas de paso", "obiter
dicta" no eran inspirados porque no eran necesarias para el fin que Dios
se propuso al inspirar un libro, por cuanto lo único que interesaba a
Dios era el aspecto religioso de la Revelación.
Lenormant y Mons. D'Hulst menos avanzados concedían la inspiración de la
Biblia en todas sus partes, pero admitían -ilógicos consigo mismos- la
posibilidad que algunas cosas hubieran sido tomadas del medio ambiente y
no reveladas.
Ambos errores fueron condenados por León XIII en Providentíssimus Deus
(Enchir. Biblic. nr. 109,; más claramente aun por Benedicto XV en la
Encíclica Spíritus Paráclitus (Denz-Umb. 2186).
Pío XII renueva aquí primero la condenación de ambos errores y luego la
extiende a una sutileza que afloró en la "Nueva Teología": Dios no
siempre quiere decir las mismas cosas que el autor humano. El sentido
que da Dios a las palabras de la Biblia es, naturalmente, infalible,
pero "el sentido humano" o sea el que da el hombre a las mismas palabras
es falible. Según esta teoría errónea no hay inconveniente en conceder
que la Sagrada Escritura contenga errores, pues no fueron revelados por
Dios sino que se deben al "sentido" que les dio el autor "humano".
También este subterfugio es falso dice aquí Pío XII
(6) Compárese Conc. Vat. I, Const. De Fide cath., cap. 1, De Deo rerum omnium creatore, Denzinger-Umb. nrs. 1782 ss. (volver)
(7) Compárese Pío XII, Encíclica Mystici Corporis, 29-VI-1943, AAS. 35 (1943) 193-248.
(8) Compárese Conc. Vat. I De Fide Cath. cap. 4. Denzinger-Umb. nr. 1796.
(9) Códex Iuris Canónici, can. 1366, 2.
(10) Compárese Pío XII Alocución de los delegados al Capítulo General de los dominicos. 22-IX-1946. A. A. S. 38 (1946) 387; en la Exhortación que el 14 de enero de 1958 dirigió Pío XII al Colegio "Angélicum" de Roma recalcó extensamente a Santo Tomás y su importancia refiriéndose especialmente a este paso de Humant Generis. La parte principal de esa alocución reza así, en versión del L'Osservatore Romano edic. argentina, año VII Nº 3 22, del 30-I-58:
"Columbramos vuestra alegría por la próxima celebración del cincuentenario de la inauguración y por la importancia del acontecimiento. Pues, en verdad, lo que entonces era una temblorosa esperanza y el comienzo del camino, ahora, bajo l a protección de vuestro valiosísimo Patrono Santo Tomás, ha llegado a ser un éxito felicísimo por el trabajo de tantos eximios doctores de vuestro Instituto. Ciertamente, si éste alcanzó tan preclara fama en la casa de, Dios... que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (I Timoteo 3, 15), precisamente y en gran parte sucede porque estudia con solicitud y divulga extensamente las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino. Bueno es el camino que seguís, llevando a la cabeza el resplandor de éste vuestro gran protector, adornado de eximias virtudes.
En las preces litúrgicas que, en la fiesta de Santo Tomás de Aquino se dirigen a Dios, se hacen estas dos principales e importantes peticiones: ...comprender lo que enseñó e imitar lo que hizo. (Oración de la fiesta).
Y bien, preguntamos: ¿qué enseñó sobre todo el Aquínate? ¿Dónde se centra a primera vista su excepcional magisterio apto para instruirnos? Esto salta a la vista con lúcida claridad: con la palabra y con los ejemplos de su vida enseñó, ante todo, a los estudiosos de las sagradas disciplinas y también a los amantes de la filosofía racional, la máxima sumisión y reverencia que se deben a la autoridad de la Iglesia Católica. (S. Th. 3 p. Sppl. q. 29, a, 3, Sed contra 2; y 2a 2ae p, q, 10, a. 12 in c.).
Esta total sumisión a la autoridad de la Iglesia tenía origen en su plena persuasión de que el magisterio vivo e infalible de la Iglesia es la regla próxima y universal de la verdad católica.
Siguiendo la senda de Santo Tomás de Aquino y de los eximios varones de la Orden dominicana que se distinguieron por la religiosidad y santidad de costumbres, doquiera resuene la voz del magisterio extraordinario de la Iglesia, escuchadla atentamente y recibidla con ánimo sumiso, principalmente vosotros, amados hijos, que, por especial favor de Dios, os dedicáis al estudio de las disciplinas sagradas en esta Alma Urbe junio a la Cátedra de Pedro e Iglesia principal, de donde nació la unidad sacerdotal. (San Cipriano Epist. 55c. 14-Ed. Harte!, Corp. Script. Eccl. Lat. vol. 3, p. 2, pdfif. 683). Ni tan sólo debéis asentir diligente y prontamente a las disposiciones y decretos del sagrado Magisterio que pertenecen a verdades divinamente reveladas, ya que fiel custodio e intérprete no falible del depósito de éstas es la sola Iglesia Católica, Esposa de Cristo; sino que también han de ser aceptados con humilde sumisión de la mente los documentos que versan sobre cuestiones pertenecientes a ternas naturales y humanos, pues los que profesan la Pveligión católica, especialmente los teólogos y filósofos, como es justo deben apreciar en mucho también éstos, dado que las cosas de un tal orden inferior se proponen, en cuanto conexas y unidas con las verdades de fe y con el fin sobrenatural del hombre.
Sea también ley para el varón teólogo, siguiendo el ejemplo del Aquinate, escrutar diligentemente y con asiduidad la Sagrada Escritura, de incomparable importancia y peso para los estudiosos de las disciplinas religiosas; ya que, como atestigua el mismo Santo Doctor, la ciencia sagrada usa en su argumentación la autoridad de los libros canónicos con toda propiedad y por necesidad... pues nuestra fe se funda en la revelación hecha a los Apóstoles y Profetas que escribieron los libros canónicos y no en la revelación qne pudieron tener otros doctores (S. Th. 1, p. q. 1 a. 8 ad 2). Así lo enseñó y practicó siempre. Sus comentarios a los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, principalmente a las Epístolas del Apóstol San Pablo, gozan, según el pareecr de los más entendidos, de tal madurez, agudeza y diligencia que se pueden equiparar a sus mayores obras teológicas, estimándolas como un complemento bíblico, muy apreciable de éstas; por ello puede decirse que no tiene total y perfecta familiaridad con el Santo Doctor quien descuida estas obras. Nunca se echen de menos en vuestros estudios y prácticas de vida espiritual la investigación y el uso de las Sagradas Escrituras que continuamente estuvieron unidas a las meditaciones teológicas del Doctor de Aquino y que tan admirablemente alegraron su fin. Consideramos digno, por otra parte, de especial recomendación el estudio de la Teología Tomística especulativa que debéis estimar grandemente conforme a la prescripción de vuestro último Capítulo electivo: La Teología especulativa Tomista ha constituido siempre el singular patrimonio de la Orden (Acta Cap. Gen. eect. 1955, n. 113). Florezca, pues, en vuestro Ateneo, con gran influjo y estima la sagrada teología para la que el ilustre Aquinate justamente vindicó en su tiempo las prerrogativas de verdadera disciplina y sabiduría, concediéndole el primado entre todas las ciencia (S. Th. 1 p. q. 1 a. 5).
Nos mismo hemos abiertamente vindicado sus principales méritos en la Encíclica Humani generis contra algunos seguidores de novedades (Acta Ap. Sedis a. 42, 1950, pág. 573). Por lo que atañe a las varias cuestiones teológicas, aunque se ha de tener muy en cuenta, como es justo, el progreso de las ciencias históricas y experimentales, conviene, no obstante, que defendáis los principios y principales puntos de la doctrina de Sanio Tomás.
Esto mismo pensamos debe aplicarse, observando la comparación y proporción debidas, a las materias filosóficas.
Y ahora, después de haber admirado la casi angélica sabiduría de vuestro ínclito Protector y Maestro, meditad con Nos sus virtudes, que debéis procurar con empeño constante reproducir en vuestras costumbres. Él convirtió, sin duda alguna, en propio provecho espiritual las frases del Apóstol: cuando tuviere el don de profecía y penetrase todos los misterios y toda ciencia... no teniendo caridad, no soy nada (I Corintios 13, 2) y la ciencia hincha, la caridad es la que edifica (1 Corintio 8, 2); pues aunque cultivó con todo ardor las doctrinas especulativas, comprendió que el primer puesto corresponde a la caridad, a la que sirven, como a reina coronada, las demás virtudes: de ella la fe saca vida y vigor los dones del Espíritu Santo: de ella se nutre también la escondida llama de la contemplación de los divinos misterios. Cultivad también vosotros con toda diligencia y esfuerzo la caridad y con ella el gozoso sentido de la religión y las demás virtudes convenientes a vuestro estado para que los severos estudios a que os dedicáis no sólo no no obstaculicen, sino más bien ayuden, a escalar los grados de la perfección evangélica. Y junto con las virtudes sobrenaturales observad con todo cuidado religiosos, las normas y leyes del propio Instituto: sea la liturgia vuestra casta delicia: salgan a menudo y fervientes, más de vuestro pecho rebosante que de vuestros labios, conversaciones espirituales: sean vuestras fidelísimas y estimulantes compañeras la caridad de la verdad y la verdad de la caridad".
(11) Compárese S. Thom., Summa Theol., II-II quaest. 1. art. 1 ad 3 et quaest. 45 2, in c. .(volver)
(12) Sobre el evolucionismo y la unidad del género humano ya se habían pronunciado la Pontificia Comisión Bíblica en su "Respuesta 6ª sobre el carácter histórico de los tres primeros capítulos del Génesis'', del 30 de Julio de 1909 (AAS. 1 [1909] 567-569).
Luego Pío XII en un discurso a la Pontificia Academia de Ciencias, 30-XI-1941 repitió la enseñanza dogmática sobre la espiritualidad del alma humana, y su inmediata creación por Dios, para conceder luego la competencia de las ciencias profanas en la procedencia del cuerpo humano:
"El día en que Dios plasmó al hombre, dijo el Papa, y coronó su frente con la diadema de su imagen y semejanza, constituyéndolo en rey de todos los animales vivientes, del mar del cielo y de la tierra (Gen. 1, 26) aquel día el Señor, Dios de toda sabiduría, se hizo su Maestro... Solamente del hombre podía venir otro hombre que le llamase padre y progenitor; y "la ayuda" dada por Dios al primer hombre viene también de él y es carne de su carne, formada como compañera, que tiene nombre del hombre porque de él ha sido sacada (Gen. 2, 23). En lo alto de la escala de los vivientes, el hombre, dotado de un alma espiritual fue colocado por Dios como príncipe y soberano del reino animal. Las múltiples investigaciones, tanto de la paleontología como de la biología y de la morfología acerca de otros problemas referentes a los orígenes del hombre, no han aportado hasta ahora nada que sea positivamente claro y cierto. No queda, pues, sino dejar al futuro la respuesta a la cuestión de si un día la ciencia, iluminada y guiada por la revelación, podrá dar resultados seguros y definitivos sobre argumento tan importante... La verdadera ciencia no rebaja ni humilla al hombre en su origen, sino que lo eleva y exalta, porque ve, encuentra y admira en cada uno de los miembros de la gran familia humana la huella más o menos grande en ella estampada de la imagen y semejanza divinas".El Papa rechaza aquí el transformismo materialista, toda otra transformación que salve la espiritualidad del alma humana, y por ello, la diferencia esencial entre el hombre y los demás animales es posible, pues nunca podrá llamar el hombre "padre" al animal, ni considerarse descendiente de él sino en cuanto al cuerpo que es lo específico en el hombre.
Aquí en Humani Generis Pío XII es más explícito todavía que en su discurso.
Relacionado con el origen del hombre narrado en la Biblia está la cuestión de si todos los hombres actuales, proceden de una sola pareja (monogenismo) o de varias parejas(poligenismo) Pío XII señala claramente que el poligenismo no es admisible, y esto a causa de la naturaleza y universalidad del pecado original que consta no en el Génesis sino en otros libros sagrados.
(13) Compárese Alocución Pontificia a los miembros de la Academia de Ciencias, 30 Novembris 1941. AAS. 33.
(14) Compárese Rom. 5, 12-19; Concilio de Trento., sesión.V, cánones 1-4, Denz-Umb. nrs. 788-791.
(15) 16 de enero de 1948; AAS. 40 (1948) 45-48.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)