Tomado de la revista SÍ SÍ NO NO, Junio de 2006
LA MASONERÍA Y EL ALZAMIENTO NACIONAL
El
día 14 de diciembre de 1935 quedaba constituido, después de una
prolongada crisis, el Gobierno presidido por Manuel Portela Valladares,
grado 33 de la masonería, según recordó Gil-Robles el 7 de
enero de 1936 en Lugo, y con personalidad relevante en las logias
extranjeras. Formaban parte del nuevo Gobierno, además de los amigos
directos de Alcalá Zamora y de Portela, personas muy destacadas en el
campo “derechista”, como José Martínez de Velasco, del Partido Agrario, y
Pedro Rahola, de la Lliga catalana.
«Un partido joven y fuerte, a la par significativo de lo netamente tradicional, y conservador del alma de la Nación», según la fraseología de El Debate, había sido apartado del Poder.
¿Quiénes eran los culpables?
Por de pronto, una nota oficiosa de la Presidencia de la República, publicada poco antes de encargarse Portela de la Jefatura del Gobierno, decía. que el objetivo de la designación prevista era la formación de un «Gobierno de concordia republicana» apoyado en los partidos del Centro, indicando «la probable dificultad definitiva y la evidente imposibilidad actual» de una eficaz labor parlamentaria. Lo cual, sino era señalar una próxima disolución de las Cortes, representaba algo muy parecido.
Sin embargo, el órgano periodístico de la CEDA señalaba a dos «extraños colaboradores de la injusticia» cometida contra el partido de Gil Robles. Las personas aludidas eran, nada más y nada menos, que Martínez de Velasco y Francisco Cambó. «A uno y a otro -escribía El Debate- alcanza la responsabilidad de este proceso». Aunque no daba referencias exactas del porqué ambos jefes políticos se habían prestado al designio común de Portela y Alcalá Zamora.
Un escritor hacía hincapié, al tratar de este asunto, en la consigna de Frente Popular lanzada por el VII Congreso de la Komintern, 25 de julio de 1935, y recuerda cómo poco después se produjo la «maniobra, tramada en el extranjero» -a cargo de Daniel Strauss y Jules Perel, dos judíos holandeses- en la que “picó” Alejandro Lerroux, y que dejó sin autoridad a la coalición “derechista” gubernamental. Según el autor de referencia, algo y aún mucho tiene que ver esa tramoya con la formación del Gobierno Portela, a cuya inspiración no es tampoco extraña la presencia de Churchill en Barcelona y Tánger «durante los días en que se decide Alcalá Zamora a dar su ‘golpe de Estado’ contra las derechas».
La Revolución iba madurando sus proyectos.
Pocos días después de la subida de Portela, el jefe de la CEDA imprecaba a los “derechistas” que apoyaban al flamante bierno, con estas palabras:
Pero el propio Gil Robles que tan claramente, al parecer, veía en el Gobierno Portela un puente tendido hacia la Revolución, entendía que su vuelta al Poder, de la que estaba muy seguro, según decía, había de basarse en «el mandato de una democracia triunfante», en unos «poderes que nacen del pueblo», como si las elecciones que se barruntaban ya entonces como muy próximas, no hubieran de ser obra de la Revolución y a su específico servicio. ¿O es que, acaso, la presencia de Portela en la jefatura del Gobierno significaba algo distinto?
El ultimátum de la CEDA a sus antiguos aliados, negándoles su participación en una coalición electoral “derechista” si antes no se retiraban del Gobierno, provocó, en parte al menos, la caída de Portela y su inmediato nombramiento para constituir un Gabinete de amigos más íntimos. El 30 de diciembre, con el Decreto de disolución en el bolsillo, el antiguo masón se disponía a abrir el camino a las extremas izquierdas.
Era inútil -o debía de haberlo sido- que El Debate explicara a sus lectores que el «1936 se anuncia desde ahora como el año del triunfo contrarrevolucionario». Por lo visto, la convicción democrática de la CEDA era muy superior a las realidades vistas y oídas.
Los que sabían exactamente a donde iban, eran las izquierdas. «La próxima etapa izquierdista -explicaba Antoni Rovira y Virgili en La Humanitat- no ha de ser de dos años o de cuatro. Ha de ser una etapa larga y gradual, siempre ascendente, en la cual cada paso adelante sea inmediatamente consolidado y no quede expuesto a las contraofensivas revolucionarias».
Las elecciones del 16 de febrero y la actuación inmediatamente posterior de Portela confirmarían en todas sus partes las esperanzas, por no decir la casi seguridad del extremismo izquierdista.
El camino abierto el 12 de abril de 1931 y consolidado pacíficamente dos días después, lograba ese 16 de febrero su consagración efectiva en una marcha sin freno y sin restricciones hacia el comunismo.
¿Cómo fué posible que las “derechas” malgastaran su dinero, su propaganda y las mismas energías populares en unas elecciones que habían de saber de antemano irremisiblemente perdidas?
En el VII Congreso de la Internacional Socialista, celebrado en la primera quincena de julio de 1936 en Londres, el secretario general de la U.G.T. y presidente del Partido Socialista Español, Francisco Largo Caballero, increpaba a los dirigentes moderados de la Internacional, que pedían cuentas a la delegación española por los sucesos de octubre de 1934, con una lógica -desde el punto de vista marxista- explicación:
No eran necesarias estas palabras del jefe marxista español para saber el “respeto” que merece a la Revolución, la voluntad del “pueblo soberano” y el Parlamento. Los revolucionarios habían acudido a los comicios del 16 de febrero, como antes a los del 12 de abril de 1931, sabiendo de antemano que existía una complicidad, más o menos acusada, en las alturas, con sus propios designios. El 6 de octubre de 1934 se lanzaron a la revuelta armada porque sabían que una “acción parlamentaria” propia no podía tener efectos favorables de un modo inmediato. Todo eso, además de los marxistas y de sus aliados, no podían desconocerlo ni olvidarlo quienes se llamaban jefes “derechistas”, aunque algunos de ellos se acercaban cada vez más a la nomenclatura centrista muy al estilo parlamentario francés.
Pero, Largo Caballero hizo algo más en Londres. Convencido de la pujanza de sus huestes, y del apoyo internacional, el marxismo español trataba de quemar etapas, a pesar de que el nuevo Parlamento era mucho más manejable que el anterior. «No os extrañe -decía Largo Caballero a los miembros de la Internacional- que cualquier día vuelva el proletariado español a coger las armas, si así lo exige la defensa de los intereses, de sus libertades y de sus derechos».
Posiblemente a Indalecio Prieto, menos contundente que su “correligionario”, no le gustó demasiado la posición violenta de la delegación de su partido en Londres. Pero, pocos días más tarde, José Calvo Sotelo, traidoramente arrancado de su domicilio, caía asesinado. La Revolución iniciaba su etapa cruenta.
¿Hasta qué punto la masonería coadyuvaba a la tesis de Largo Caballero?
Resulta claro que las dos grandes obediencias masónicas habían colocado estratégicamente sus elementos para apoyar, y a ser posible encauzar, el levantamiento revolucionario.
Sin embargo, es posible que una importante minoría masónica temiera, por motivos personales o por otras consideraciones los efectos de la revolución que se anunciaba y tratara de oponerse a la táctica marxista. Si a ello se une la persistente maniobra de infiltración en los cuadros contrarrevolucionarios, podremos entender algunos hechos ocurridos alrededor del 18 de julio, que nos limitaremos, casi, a citar:
1) Según cuenta Comín Colomer en su Historia Secreta de la Segunda República, refiriéndose al “accidente” que costó la vida al general Sanjurjo, «junto al general no faltaron personas ‘sospechosas’ y hasta algún masón, además de Joaquín Moral».
2) Comentando la interpelación hecha por Gil Robles al Gobierno, el 16 de julio, decía, una información:
3) Días más tarde, refiriéndose al Alzamiento Nacional, podía leerse:
4) Con anterioridad, las dos potencias masónicas: Diego Martínez Barrios y Augusto Barcia Trelles, habían ensayado «en plan de último recurso» -es frase de Comín Colomer- un Gobierno carente de respaldo oficial cuyo cometido, en extremo laborioso, duró sólo unas hora. «Fracasando los esfuerzos y llamamientos de Martínez Barrios y Barcia a la cordialidad y arreglo pacífico de toda clase de diferencias», Azaña -grado 3º de la secta- dió paso al “ensayo” Giral.
Nada más queremos añadir por hoy. Tratábamos de señalar algunos acontecimientos significativos desarrollados alrededor del 18 de julio de 1936, en el presente mes en que conmemoramos el vigésimo aniversario del Alzamiento Nacional. Una vez más, por la misericordia de Dios, el pueblo español supo hacer frente a las maniobras de la masonería y del izquierdismo, en general, y a los errores y debilidades de los jefes “derechistas”, lanzándose a una nueva guerra de Reconquista que la Iglesia bendijo y la calificó de Cruzada.
Pero, ¿sabremos todos entender aquella lección y aprovecharnos de tan trágica experiencia?
«Un partido joven y fuerte, a la par significativo de lo netamente tradicional, y conservador del alma de la Nación», según la fraseología de El Debate, había sido apartado del Poder.
¿Quiénes eran los culpables?
Por de pronto, una nota oficiosa de la Presidencia de la República, publicada poco antes de encargarse Portela de la Jefatura del Gobierno, decía. que el objetivo de la designación prevista era la formación de un «Gobierno de concordia republicana» apoyado en los partidos del Centro, indicando «la probable dificultad definitiva y la evidente imposibilidad actual» de una eficaz labor parlamentaria. Lo cual, sino era señalar una próxima disolución de las Cortes, representaba algo muy parecido.
Sin embargo, el órgano periodístico de la CEDA señalaba a dos «extraños colaboradores de la injusticia» cometida contra el partido de Gil Robles. Las personas aludidas eran, nada más y nada menos, que Martínez de Velasco y Francisco Cambó. «A uno y a otro -escribía El Debate- alcanza la responsabilidad de este proceso». Aunque no daba referencias exactas del porqué ambos jefes políticos se habían prestado al designio común de Portela y Alcalá Zamora.
Un escritor hacía hincapié, al tratar de este asunto, en la consigna de Frente Popular lanzada por el VII Congreso de la Komintern, 25 de julio de 1935, y recuerda cómo poco después se produjo la «maniobra, tramada en el extranjero» -a cargo de Daniel Strauss y Jules Perel, dos judíos holandeses- en la que “picó” Alejandro Lerroux, y que dejó sin autoridad a la coalición “derechista” gubernamental. Según el autor de referencia, algo y aún mucho tiene que ver esa tramoya con la formación del Gobierno Portela, a cuya inspiración no es tampoco extraña la presencia de Churchill en Barcelona y Tánger «durante los días en que se decide Alcalá Zamora a dar su ‘golpe de Estado’ contra las derechas».
La Revolución iba madurando sus proyectos.
Pocos días después de la subida de Portela, el jefe de la CEDA imprecaba a los “derechistas” que apoyaban al flamante bierno, con estas palabras:
«¿No habéis visto lo trágico del momento actual? ¿No sabéis que ese grupo de centro que se trata de fundar en los Gobiernos civiles va a ser una tabla tendida entre nosotros y la revolución?... ¿Son acaso medidas de protección de las derechas entregar Cataluña a Cambó, autorizar la publicación de los periódicos revolucionarios y repartiros entre vosotros los Gobiernos civiles?».
Pero el propio Gil Robles que tan claramente, al parecer, veía en el Gobierno Portela un puente tendido hacia la Revolución, entendía que su vuelta al Poder, de la que estaba muy seguro, según decía, había de basarse en «el mandato de una democracia triunfante», en unos «poderes que nacen del pueblo», como si las elecciones que se barruntaban ya entonces como muy próximas, no hubieran de ser obra de la Revolución y a su específico servicio. ¿O es que, acaso, la presencia de Portela en la jefatura del Gobierno significaba algo distinto?
El ultimátum de la CEDA a sus antiguos aliados, negándoles su participación en una coalición electoral “derechista” si antes no se retiraban del Gobierno, provocó, en parte al menos, la caída de Portela y su inmediato nombramiento para constituir un Gabinete de amigos más íntimos. El 30 de diciembre, con el Decreto de disolución en el bolsillo, el antiguo masón se disponía a abrir el camino a las extremas izquierdas.
Era inútil -o debía de haberlo sido- que El Debate explicara a sus lectores que el «1936 se anuncia desde ahora como el año del triunfo contrarrevolucionario». Por lo visto, la convicción democrática de la CEDA era muy superior a las realidades vistas y oídas.
Los que sabían exactamente a donde iban, eran las izquierdas. «La próxima etapa izquierdista -explicaba Antoni Rovira y Virgili en La Humanitat- no ha de ser de dos años o de cuatro. Ha de ser una etapa larga y gradual, siempre ascendente, en la cual cada paso adelante sea inmediatamente consolidado y no quede expuesto a las contraofensivas revolucionarias».
Las elecciones del 16 de febrero y la actuación inmediatamente posterior de Portela confirmarían en todas sus partes las esperanzas, por no decir la casi seguridad del extremismo izquierdista.
El camino abierto el 12 de abril de 1931 y consolidado pacíficamente dos días después, lograba ese 16 de febrero su consagración efectiva en una marcha sin freno y sin restricciones hacia el comunismo.
¿Cómo fué posible que las “derechas” malgastaran su dinero, su propaganda y las mismas energías populares en unas elecciones que habían de saber de antemano irremisiblemente perdidas?
En el VII Congreso de la Internacional Socialista, celebrado en la primera quincena de julio de 1936 en Londres, el secretario general de la U.G.T. y presidente del Partido Socialista Español, Francisco Largo Caballero, increpaba a los dirigentes moderados de la Internacional, que pedían cuentas a la delegación española por los sucesos de octubre de 1934, con una lógica -desde el punto de vista marxista- explicación:
«Con el movimiento de octubre -decía Largo Caballero- cumplimos mandatos de esta Internacional, ya que constantemente venía reclamando de sus secciones que lucharan contra el Fascismo y la guerra. Nosotros lo hemos hecho con las armas en la mano, en la calle, porque al Fascismo no se le vence con verbalismos, con revoluciones platónicas, con manifiestos, con la acción parlamentaria, sino con la acción revolucionaria de las masas».
No eran necesarias estas palabras del jefe marxista español para saber el “respeto” que merece a la Revolución, la voluntad del “pueblo soberano” y el Parlamento. Los revolucionarios habían acudido a los comicios del 16 de febrero, como antes a los del 12 de abril de 1931, sabiendo de antemano que existía una complicidad, más o menos acusada, en las alturas, con sus propios designios. El 6 de octubre de 1934 se lanzaron a la revuelta armada porque sabían que una “acción parlamentaria” propia no podía tener efectos favorables de un modo inmediato. Todo eso, además de los marxistas y de sus aliados, no podían desconocerlo ni olvidarlo quienes se llamaban jefes “derechistas”, aunque algunos de ellos se acercaban cada vez más a la nomenclatura centrista muy al estilo parlamentario francés.
Pero, Largo Caballero hizo algo más en Londres. Convencido de la pujanza de sus huestes, y del apoyo internacional, el marxismo español trataba de quemar etapas, a pesar de que el nuevo Parlamento era mucho más manejable que el anterior. «No os extrañe -decía Largo Caballero a los miembros de la Internacional- que cualquier día vuelva el proletariado español a coger las armas, si así lo exige la defensa de los intereses, de sus libertades y de sus derechos».
Posiblemente a Indalecio Prieto, menos contundente que su “correligionario”, no le gustó demasiado la posición violenta de la delegación de su partido en Londres. Pero, pocos días más tarde, José Calvo Sotelo, traidoramente arrancado de su domicilio, caía asesinado. La Revolución iniciaba su etapa cruenta.
¿Hasta qué punto la masonería coadyuvaba a la tesis de Largo Caballero?
Resulta claro que las dos grandes obediencias masónicas habían colocado estratégicamente sus elementos para apoyar, y a ser posible encauzar, el levantamiento revolucionario.
«Gracias a la previsión de los masones -reconocía meses después la masonería-, una gran parte de los mandos de la Guardia Civil y de Asalto estaban en manos de verdaderos republicanos al estallar la sublevación. Masones eran los que consiguieron que la mayor parte de nuestra Marina de guerra, se pusiera de parte del pueblo, desarmando a los jefes facciosos...; masones son también en gran mayoría los que en la Prensa, en la Tribuna d ante el micrófono mantienen el fuego sagrado de la causa; masones los que dirigen la victoria desde la retaguardia, masones los que en el extranjero luchan...» etc.
Sin embargo, es posible que una importante minoría masónica temiera, por motivos personales o por otras consideraciones los efectos de la revolución que se anunciaba y tratara de oponerse a la táctica marxista. Si a ello se une la persistente maniobra de infiltración en los cuadros contrarrevolucionarios, podremos entender algunos hechos ocurridos alrededor del 18 de julio, que nos limitaremos, casi, a citar:
1) Según cuenta Comín Colomer en su Historia Secreta de la Segunda República, refiriéndose al “accidente” que costó la vida al general Sanjurjo, «junto al general no faltaron personas ‘sospechosas’ y hasta algún masón, además de Joaquín Moral».
2) Comentando la interpelación hecha por Gil Robles al Gobierno, el 16 de julio, decía, una información:
«Era difícil para la oposición contestar la requisitoria del señor Gil Robles, porque no podía poner en duda sus afirmaciones. Y menos podía hacerlo porque los dos partidos “burgueses” que forman parte del Frente Popular, la Izquierda Republicana y la Unión Republicana, se han dirigido oficialmente, hace unos días, al Gobierno del señor Casares Quiroga, para pedirle que mantenga el orden en el país y que actúe contra la anarquía que va en aumento».
3) Días más tarde, refiriéndose al Alzamiento Nacional, podía leerse:
«¿Cuál ha sido la reacción del Gobierno? Su contraofensiva había sido, no hay duda alguna, preparada con anterioridad. Estaba, en efecto, perfectamente al corriente de la preparación de un movimiento militar... Una crisis ministerial se ha abierto ayer por la mañana en Madrid y el señor Giral reemplaza al señor Casares Quiroga al frente del Gobierno. Esta crisis ministerial, sobrevenida a las cuatro de la madrugada, es por otra parte bastante misteriosa... Azaña... hacía una suprema tentativa para hacerse suya a la burguesía».
4) Con anterioridad, las dos potencias masónicas: Diego Martínez Barrios y Augusto Barcia Trelles, habían ensayado «en plan de último recurso» -es frase de Comín Colomer- un Gobierno carente de respaldo oficial cuyo cometido, en extremo laborioso, duró sólo unas hora. «Fracasando los esfuerzos y llamamientos de Martínez Barrios y Barcia a la cordialidad y arreglo pacífico de toda clase de diferencias», Azaña -grado 3º de la secta- dió paso al “ensayo” Giral.
Nada más queremos añadir por hoy. Tratábamos de señalar algunos acontecimientos significativos desarrollados alrededor del 18 de julio de 1936, en el presente mes en que conmemoramos el vigésimo aniversario del Alzamiento Nacional. Una vez más, por la misericordia de Dios, el pueblo español supo hacer frente a las maniobras de la masonería y del izquierdismo, en general, y a los errores y debilidades de los jefes “derechistas”, lanzándose a una nueva guerra de Reconquista que la Iglesia bendijo y la calificó de Cruzada.
Pero, ¿sabremos todos entender aquella lección y aprovecharnos de tan trágica experiencia?
José-Oriol Cuffí Canadell
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)