Luego
 de presentar sus 95 tesis con las cuales pretendía la reforma de la 
Iglesia, Martín Lutero, el monje maldito, se vio envuelto en varias 
discusiones teológicas con representantes de la
 Iglesia católica romana, como las de la Dieta de Augsburgo (12-14 de 
octubre de 1518) con el cardenal Cayetano, y la disputa de Leipzig 
(julio de 1519) con el nuncio apostólico Juan Eck. En ese entonces, 
Lutero se jacta de su propia opinión, hasta el punto de creerse con la 
misión de combatir a un papado que él veía como Anticristo sólo porque 
no le aceptaba sus elucubraciones nacidas de una mente angustiada y un 
corazón lleno de envidia (recuérdese que la predicación de la 
indulgencia en el arzobispado de Maguncia le fue otorgada al dominico 
Juan Tetzel, a pesar de las instancias que movieron los agustinos), a 
pesar de que antes había aceptado someterse a él.
  
Por
 orden papal y a petición de Juan Eck, el juicio canónico inició en 1520
 (ya las tesis de Lutero fueron condenadas en las facultades de teología
 de Lovaina y Colonia), formándose tres comisiones para examinar los 
escritos de Lutero, y se celebraron tres consistorios (uno de los cuales
 duró ocho horas), que llevaron a condenar 41 opiniones que había 
expresado en diecisiete sermones y escritos entre 1511 y 1520, y a él y 
sus secuaces se les ordenó retractarse pública y solemnemente (y 
preferiblemente, delante del Papa) en un plazo de sesenta días, so pena 
de excomunión (después de todo, esta bula era una advertencia, que sólo 
puede entenderse a la luz de la caridad de la Iglesia, que no deseando 
que ninguno de sus hijos se pierda eternamente, les reprende sus errores
 y exhorta a volver al buen camino).
De esta bula “Exsúrge Dómine”, en la que trabajaron, además de León X, Juan Eck y los cardenales Benedetto Accolti y Giulio de’ Medici (futuro Clemente VII), se sabe que hay una copia manuscrita en el Archivo Secreto Vaticano y que fue reproducida integralmente por Judoc le Plat, doctor in utróque y profesor de cánones en la Universidad de Lovaina, en la compilación Monumentórum ad Históriam Concílii Tridentíni, tomo II, Imprenta Académica, Lovaina, 1782, pp. 60-72. Esta fuente ha sido la referencia para presentar la traducción completa al español, ya que hasta ahora sólo se conocen versiones fragmentarias (aunque conservan la sustancia del asunto). Una tarea que fue bastante ardua y susceptible de mejoras, pero que asumimos por la causa de la Verdad.
BULA “Exsúrge Dómine”, CONDENANDO LOS ERRORES DE MARTÍN LUTERO
Papa León X, Siervo de los siervos de Dios, para perpetua memoria.
Levántate, Señor, y juzga Tú mismo tu propia causa. Recuerda tus 
censuras a los que están llenos de insensatez todo el día. Escucha 
nuestras plegarias, pues los zorros avanzan, tratando de destruir la 
viña en cuyo lagar sólo Tú has pisado. Cuando estabas cerca de subir a 
tu Padre, entregaste el cuidado, el gobierno y la administración de la 
viña, que es una imagen de la Iglesia Triunfante, a San Pedro, como 
cabeza y vicario tuyo, y a sus sucesores. El jabalí del bosque busca 
destruirla, y toda bestia salvaje viene a devastarla. 
Levántate, oh San Pedro, y realiza el servicio pastoral que Dios te ha 
confiado, como ya se ha dicho. Presta atención a la causa de la Santa 
Iglesia Romana, madre de todas las iglesias y maestra de la fe, que por 
orden de Dios, santificaste con tu sangre. Avisaste bien de que vendrían
 falsos maestros en contra de la Iglesia Romana, para introducir sectas 
ruinosas, atrayendo sobre ellas rápidas condenas. Sus lenguas de fuego 
son un mal incansable, lleno de veneno mortal. Ellos tienen un celo 
amargo, la discordia en sus corazones, y se jactan y mienten en contra 
de la verdad. 
Te suplicamos también a ti, oh San Pablo, para que te levantes. Fuiste 
tú quien esclareció e iluminó a la Iglesia con tu doctrina y martirio, 
como el de San Pedro. Ahora se ha presentado un nuevo Porfirio quien, 
como el otro del pasado, lleno de errores, asedió a los santos 
apóstoles, y ahora ataca a los santos pontífices, nuestros predecesores.
 
Él, violando tu enseñanza, en vez de implorarles los condena, y no tiene
 pudor de atacarlos, de lamentarse de ellos, y cuando se desespera de su
 causa, de menospreciarlos con insultos. Él es como los herejes que, 
como dice San Jerónimo, “cuando ven que sus causas están para ser 
condenadas, como última defensa se ponen a vomitar veneno de serpiente 
con su lengua, y estallan en insultos cuando se ven vencidos”. Aunque 
hayas dicho que debería haber herejías para poner a prueba la fe, aun 
así ellos deben ser destruidos en la propia cuna por tu intercesión y 
ayuda, y así, no crecerán ni se harán fuertes como lobos. 
Finalmente, que se levante toda la Iglesia de los Santos y la Iglesia 
Universal. Algunos, dejando de lado la verdadera interpretación de la 
Sagrada Escritura, están ensandecidos por el padre de las mentiras. 
Sabios a sus propios ojos, de conformidad con la práctica antigua de los
 herejes, interpretan estas mismas Escrituras de una manera diferente a 
la inspirada por el Espíritu Santo, ya que están sólo inspirados por su 
propio sentido de la ambición, en consideración al aplauso popular, como
 dice el Apóstol. Realmente, tuercen y adulteran las Escrituras. Por lo 
tanto, de acuerdo con San Jerónimo, “no persiste más el Evangelio de 
Cristo, sino el del hombre, o lo que es peor, del demonio”. 
Clamamos para que toda la Santa Iglesia de Dios se ponga en pie, y con 
los Santos Apóstoles interceda ante Dios Todopoderoso para extirpar los 
errores de Su oveja, para desterrar todas las herejías de los campos de 
la fe, y para que sea de Su agrado mantener la paz y la unidad de Su 
Santa Iglesia. 
Nos cuesta expresar nuestra tristeza y aflicción por lo que ha llegado a
 nuestros oídos, desde hace algún tiempo, a través de noticias de 
hombres de confianza y del rumor general. ¡Ay de Nos!, que vimos con 
nuestros ojos y leímos los muchos y diversos errores. Algunos de ellos 
ya han sido condenados por los concilios y constituciones de nuestros 
predecesores, y hasta contienen formalmente las herejías de los griegos y
 bohemios. Otros errores o son herejes, falsos, escandalosos, u 
ofensivos a los oídos piadosos, así como seductores de las almas 
simples, el origen de falsos intérpretes de la fe que en su orgullosa 
curiosidad aspiran a la gloria del mundo, y que siendo contrarios a la 
enseñanza de los Apóstoles, desean ser más sabios de lo que podrían ser.
 La locuacidad de estos, no amparada por la autoridad de las Escrituras,
 como dice San Jerónimo, no ganaría confianza si no fuese porque 
aparentan sostener su perversa doctrina basándose en testimonios 
divinos, aunque mal interpretados. En el punto de vista de ellos, el 
temor de Dios es cosa del pasado. 
Estos errores, por inspiración humana, han sido revividos y propagados 
recientemente entre los más frívolos y los más ilustres de la nación 
Germánica. Nos afligimos más aún de que esto haya sucedido allí porque 
nosotros y nuestros predecesores siempre pusimos a esa nación en lo más 
alto de nuestro afecto. Después de que el imperio fue transferido de los
 griegos para estos alemanes por la Iglesia Romana, nuestros 
predecesores y Nos siempre elegimos de entre ellos abogados y defensores
 de la Iglesia. Realmente, es cierto que estos alemanes, verdaderos 
hermanos en la fe católica, han sido siempre encarnizados oponentes de 
las herejías, como atestiguan esas loables constituciones de los 
emperadores germánicos, en defensa de la independencia y la libertad de 
la Iglesia, y por la expulsión y extinción de todos los herejes de 
Alemania. Aquellas constituciones formalmente emitidas y luego 
confirmadas por nuestros predecesores, fueron escritas bajo las mayores 
sanciones, incluso la pérdida de tierras y señoríos para aquellos que 
los albergasen o no los echasen fuera. Si estas fuesen observadas hoy en
 día, ellos y Nos estaríamos obviamente libres de este altercado.
Prueba de esto es la condenación y castigo de la infidelidad de los 
Husitas y Wyclifistas, así como de Jerónimo de Praga en el Concilio de 
Constanza. Prueba de esto es la sangre derramada por los alemanes muchas
 veces en las guerras contra los Bohemios. Una prueba final es la 
refutación, el rechazo y la condena de los errores anteriores -no menos 
instructivo que las verdades o los santos- o de muchos de ellos, por las
 universidades de Colonia y Lovaina, las cultivadoras más devotas y 
religiosas de los campos del Señor. Podríamos citar muchos otros hechos 
que hemos decidido omitir con el fin de que no parezca que estamos 
componiendo una Historia. 
En virtud de nuestro trabajo pastoral transmitido a Nos por el divino 
favor, no podemos bajo ninguna circunstancia tolerar o subestimar por 
más tiempo el veneno pernicioso de los errores anteriores, sin perjuicio
 de la religión cristiana y del daño a la fe ortodoxa. Decidimos incluir
 en el presente documento alguno de estos errores. La sustancia de estos
 es como sigue:
- Es sentencia herética, pero muy al uso, que los sacramentos de la Nueva Ley, dan la gracia santificante a los que no ponen óbice.
 - Decir que en el niño después del bautismo no permanece en el pecado, es conculcar juntamente a Pablo y a Cristo.
 - El incentivo del pecado, aun cuando no exista pecado alguno actual, retarda al alma que sale del cuerpo la entrada en el cielo.
 - La caridad imperfecta del moribundo lleva necesariamente consigo un gran temor, que por sí solo es capaz de atraer la pena del purgatorio e impide la entrada en el Reino.
 - Que las partes de la penitencia sean tres: contrición, confesión y satisfacción, no está fundado en la Sagrada Escritura ni en los antiguos santos doctores cristianos.
 - La contrición que se adquiere por el examen, la consideración y detestación de los pecados, por la que uno repasa sus años con amargura de su alma, ponderando la gravedad de sus pecados, su muchedumbre, su fealdad, la pérdida de la eterna bienaventuranza y adquisición de la eterna condenación; esta contrición hace al hombre ser persona que finge sentir lo que no siente y hasta ser más pecador.
 - Muy veraz y superior a la doctrina es el proverbio hasta ahora enseñado por todos sobre las contriciones: “La suma penitencia es no hacerlo en adelante; la mejor penitencia, la vida nueva”.
 - En modo alguno presumas de confesar los pecados veniales; pero ni siquiera todos los mortales, porque es imposible que los conozcas todos. De ahí que en la primitiva Iglesia sólo se confesaban los pecados mortales manifiestos (o públicos).
 - Al querer confesarlo absolutamente todo, no hacemos otra cosa que no querer dejar nada a la Misericordia de Dios para que nos lo perdone.
 - A nadie le son perdonados los pecados, si, al perdonárselos el sacerdote, no cree que le son perdonados; muy al contrario, el pecado permanecería, si no lo creyera perdonado. Porque no basta la remisión del pecado y la donación de la gracia, sino que es también necesario creer que se está perdonado.
 - En modo alguno confíes ser absuelto a causa de tu contrición, sino a causa de la palabra de Cristo: “Cuanto desatares en la tierra quedará desatado en el Cielo”. Por ello, digo: ten confianza, si obtuvieres la absolución del sacerdote y cree fuertemente que estás absuelto, y estarás verdaderamente absuelto, sea la contrición que fuere.
 - Si el que se confiesa no estuviera contrito por una imposibilidad, o el sacerdote no lo absolviera en serio, sino por juego y sin embargo, cree que está absuelto, está en toda verdad absuelto.
 - En el sacramento de la penitencia y en la remisión de la culpa no hace más el Papa o el obispo que el ínfimo sacerdote; es más, donde no hay sacerdote, lo mismo hace cualquier cristiano, aunque fuere una mujer o un niño.
 - Nadie debe responder al sacerdote si está contrito, ni el sacerdote debe preguntarlo.
 - Grande es el error de aquellos que se acercan al sacramento de la Eucaristía confiados en que se han confesado, en que no tienen conciencia de pecado mortal alguno, en que han previamente hecho sus oraciones y actos preparatorios: todos ellos comen y beben su propio juicio. Más si creen y confían que allí han de conseguir la gracia, esta sola fe los hace puros y dignos.
 - Oportuno parece que la Iglesia estableciera en general Concilio que los laicos recibieran la Comunión bajo las dos especies; y los bohemios que comulgan bajo las dos especies, no son herejes, sino cismáticos.
 - Los tesoros de la Iglesia, de donde el Papa da indulgencias, no son los méritos de Cristo y de los Santos.
 - Las indulgencias son piadosos engaños de los fieles y abandonos de las buenas obras; y son del número de aquellas cosas que son lícitas, pero no del número de las que convienen.
 - Las indulgencias no sirven, a aquellos que verdaderamente las ganan, para la remisión de la pena debida a la divina justicia por los pecados actuales.
 - Se engañan los que creen que las indulgencias son saludables y útiles para provecho del espíritu.
 - Las indulgencias sólo son necesarias para los crímenes públicos y propiamente sólo se conceden a los duros e impacientes.
 - A seis géneros de hombres no son necesarias ni útiles las indulgencias, a saber: a los muertos o moribundos, a los enfermos, a los legítimamente impedidos, a los que no cometieron crímenes, a los que los cometieron, pero no públicos, a los que obran cosas mejores.
 - Las excomuniones son sólo penas externas y no privan al hombre de las comunes oraciones espirituales de la Iglesia.
 - Hay que enseñar a los cristianos a amar más la excomunión que a temerla.
 - El Romano Pontífice, sucesor de Pedro, no fue instituido por Cristo en el bienaventurado Pedro vicario del mismo Cristo sobre todas las Iglesias de todo el mundo.
 - La palabra de Cristo a Pedro: “Todo lo que desatares en la tierra, etc.” (Mt. 16), se extiende sólo a lo atado por el mismo Pedro.
 - Es cierto que no está absolutamente en manos de la Iglesia o del Papa, establecer artículos de fe, mucho menos leyes de costumbres o de buenas obras.
 - Si el Papa con gran parte de la Iglesia sintiera de este o de otro modo, y aunque no errara; todavía no es pecado o herejía sentir lo contrario, particularmente en materia no necesaria para la salvación, hasta que por un Concilio universal fuere aprobado lo uno, y reprobado lo otro.
 - Tenemos camino abierto para enervar la autoridad de los Concilios y contradecir libremente sus actas y juzgar sus decretos y confesar confiadamente lo que nos parezca verdad, ora haya sido aprobado, ora reprobado por cualquier concilio.
 - Algunos artículos de Juan Hus, condenados en el Concilio de Constanza, son cristianísimos, veracísimos y evangélicos, y ni la Iglesia universal podría condenarlos.
 - El justo peca en toda obra buena.
 - Una obra buena, hecha de la mejor manera, es pecado venial.
 - Es contra la voluntad de Dios el quemar a los herejes.
 - Batallar contra los turcos es contrariar la voluntad de Dios, que se sirve de ellos para castigar nuestra iniquidad.
 - Nadie está cierto de no pecar siempre mortalmente por el ocultísimo vicio de la soberbia.
 - El libre albedrío después del pecado es cosa de mero nombre; y mientras hace lo que está de su parte, peca mortalmente.
 - El purgatorio no puede probarse por Escritura Sagrada que esté en el canon.
 - Las almas en el purgatorio no están seguras de su salvación, por lo menos no todas; y no está probado, ni por razón, ni por Escritura alguna, que se hallen fuera del estado de merecer o de aumentar la caridad.
 - Las almas en el purgatorio pecan sin intermisión, mientras buscan el descanso y sienten horror de las penas.
 - Las almas libradas del purgatorio por los sufragios de los vivientes, son menos bienaventuradas que si hubiesen satisfecho por sí mismas.
 - Los prelados eclesiásticos y príncipes seculares no harían mal si destruyeran todas las bolsas de dinero de la mendicidad.
 
Nadie de mente sana es ignorante de lo destructivo, pernicioso, 
escandaloso y seductivo para las mentes piadosas y simples, que son 
varios de estos errores, contrarios como son ellos a toda caridad y 
reverencia para con la Santa Iglesia Romana, que es la madre de todos 
los fieles y maestra de la fe; destructivos, como son, del vigor de la 
disciplina eclesiástica, particularmente de la obediencia. Esa virtud es
 la fuente y origen de todas las virtudes, y sin ella cualquiera es 
fácilmente llevado a ser infiel. 
He aquí por qué Nos, en la enumeración anterior, importante como es, 
deseamos proceder con gran cuidado ya que es adecuado cortar el avance 
de esta plaga y enfermedad cancerosa, de modo que no se extienda más 
allá en el campo del Señor como espino nocivo. Nos levantamos, por lo 
tanto, una cuidadosa inquisición, escrutinio, discusión, examen severo y
 deliberación madura con cada uno de los hermanos, los eminentes 
cardenales de la santa Iglesia Romana, así como con los priores y 
maestros generales de las órdenes religiosas, junto con de otros 
profesores y maestros peritos en sagrada teología, en derecho civil y 
canónico. Concluimos que estos errores o estas personas no son 
católicos, como se dijo anteriormente, y que no deben ser considerados 
como tales. Más, antes, son contrarios a la doctrina y a la Tradición de
 la Iglesia Católica, y en contra de la verdadera interpretación de las 
Sagradas Escrituras recibidas de la Iglesia. San Agustín afirmaba que la
 autoridad de esta debía de ser aceptada tan fielmente que confirmó que 
no habría creído en el Evangelio sin la autoridad de la Iglesia Católica
 que había sido responsable de este. Por lo tanto, de acuerdo con estos 
errores, o alguno de ellos o varios de ellos, se sigue claramente que la
 Iglesia, que es guiada por el Espíritu Santo, estaría en el error y que
 siempre estuvo equivocada. Eso va en contra de lo que Cristo, con 
ocasión de su Ascensión, prometió a sus discípulos, como se lee en el 
santo Evangelio de Mateo: “Estaré con vosotros hasta la consumación del 
mundo”; va en contra de las determinaciones de los santos Padres, o de 
las determinaciones y leyes de los concilios y del supremo Pontífice. El
 mal que no esté de acuerdo con estas leyes, según el testimonio de San 
Cipriano, avivará y será causa de toda herejía y cisma. 
Con el consejo y consenso de dichos venerables hermanos nuestros, con la
 madura deliberación sobre cada una de las propuestas citadas arriba y 
por la autoridad de Dios Omnipotente, de los Santos Apóstoles Pedro y 
Pablo, y de nuestra propia autoridad, condenamos, reprobamos y de todo 
punto rechazamos todos y cada uno de los antedichos artículos o errores,
 respectivamente, según se previene, como heréticos, escandalosos, 
falsos u ofensivos de los oídos piadosos o bien engañosos de las almas 
sencillas, y opuestos a la verdad católica. Como tales al enumerarlos, 
decretamos y declaramos que todos los fieles de ambos sexos deberán 
considerarlos como condenados, reprobados y rechazados. 
Prohibimos a todos en virtud de la santa obediencia y bajo pena de 
excomunión mayor lata sentencia, y a las personas Eclesiásticas y 
Regulares, tanto los Obispos, Patriarcas, Metropolitanos y de otras 
iglesias catedrales, Monasterios y Prioratos y Conventuales y cualquier 
dignidad o Beneficio eclesiástico, secular o alguna autoridad en Órdenes
 regulares, ser privados o inhabilitados de ellos, y de cualquiera que 
obtengan en el futuro. A quienes en el Convento, Capítulo o casa, o 
lugar pío secular, tanto regular como mendicante, o en Universidad o 
Estudio General tengan el privilegio o indulto de la Sede Apostólica, o 
de sus Legados, o en cualquier otro lugar habiten u obtengan, o que 
vivan en cualquier tenor, no tendrán nombramiento y potestad de estudio 
general, lectura e interpretación de cualquier ciencia y facultad, ni 
residir en ella ni obtener otra posterior; ni predicar oficio alguno ni 
ser admitidos en estudios generales ni los privilegios que de ellos se 
deriven. Si son seculares, serán excomulgados y no serán admitidos en 
manera alguna a enfiteusis o a cualquier feudo, tanto de la Iglesia 
Romana, como cualquier otro que obtengan, y serán inhabilitados de ellos
 como de obtener otros posteriores. También a todos y cada uno de los 
arriba mencionados se les prohibirá recibir sepultura eclesiástica y 
serán inhabilitados para todos y cada uno de los actos legítimos, e 
incurrirán en las penas que en derecho corresponden a los infamadores y 
duelistas y criminales de lesa majestad, y a los heréticos o fautores de
 las mismas, por esta y por las ulteriores declaraciones para todos y 
cada uno de los supradichos, si (Dios no lo quiera) contravinieren esta 
declaración.
A todos cuantos tengan facultades y cláusula vigente para confesar a 
cualquier persona, bajo estas palabras conténganse, negándoles la 
absolución, que será reservada al Romano Pontífice o a otro que él 
faculte especialmente, y eso en artículo mortis. Todos y cada uno de los
 fieles cristianos de ambos sexos, tanto laicos como clérigos, seculares
 y de órdenes regulares, y cualquier otra persona de cualquier estado, 
grado o condición, y todo el que esté revestido de eclesiástica o 
mundana dignidad, tanto los Cardenales de la Santa Iglesia Romana, 
Patriarcas, Primados, Arzobispos y Obispos, en las Catedrales 
patriarcales, metropolitanas y cualquiera otra, Colegiados y demás 
Prelados eclesiales inferiores, Clérigos seculares y de órdenes 
regulares y mendicantes, Abades, Priores o Ministros generales o 
particulares, Frailes o Religiosos, exentos y no exentos; Estudios 
generales y Universidades tanto seculares como de órdenes mendicantes y 
regulares, y los Reyes, Emperadores, Electores, Príncipes, Duques, 
Marqueses, Condes, Barones, Capitanes, Conductores, Domicelos, y todos 
los Oficiales, Jueces, Notarios eclesiásticos y seculares, Comunidades, 
Universidades, Potentados, Ciudades, Aldeas, Tierras y lugares, a sus 
ciudadanos, habitantes y residentes, y como se dijo anteriormente, a 
cualquier otra persona eclesiástica o regular en el mundo entero, 
principalmente los que están en Alemania, y para los tiempos futuros, de
 ninguna manera pueden adherir, afirmar, defender, predicar, o de 
cualquier manera pública u oculta, bajo cualquier ingenio o color, 
presumir favorecer de forma expresa o tácita, los referidos errores o 
cualquier otra doctrina perversa.
Aún más, debido a los precedentes errores y de otros muchos contenidos 
en los libros escritos y en los sermones de Martín Lutero, del mismo 
modo Nos condenamos, reprobamos y rechazamos completamente todos los 
libros, escritos y sermones del citado Martín, que contengan dichos 
errores o cualquiera de ellos, ya sean en Latín o en cualquier otra 
lengua; y deseamos que sean considerados como totalmente condenados, 
reprobados y rechazados. Prohibimos a todos los fieles de ambos sexos, 
en nombre de la santa obediencia y bajo las penas mencionadas en las que
 incurrirán inmediatamente, leer, apoyar, predicar, alabar, imprimir, 
publicar o defender sus escritos, libelos, predicaciones, folletos, o 
los que contengan artículos o capítulos con los supradichos errores. 
Incurrirán en estas penas quienes osaren apoyarlos de cualquier manera, 
personalmente o a través de quien quiera que sea, directa o 
indirectamente, tácita o explícitamente, pública u ocultamente, ya sea 
en sus casas o en otros lugares públicos o privados. De hecho, e 
inmediatamente después de la publicación de esta carta, todas estas 
obras deberán ser buscadas cuidadosamente por los ordinarios y otros 
(eclesiásticos y regulares), y deberán,  bajo todas y cada una de las 
penas anteriores, ser quemadas pública y solemnemente en presencia de 
los clérigos y del pueblo. 
  
En cuanto se refiere al propio Martín, oh buen Dios, ¿en qué nos 
descuidamos o que dejamos de hacer? ¿Qué caridad paternal hemos omitido 
para que podamos hacerle retroceder de tales errores? Ya que después de 
haberlo llamado, le urgimos mediante varias tratados con nuestro legado y
 a través de nuestras cartas personales a abandonar estos errores. Pues 
hasta le ofrecimos un salvoconducto y el dinero necesario para su viaje,
 y a venir sin miedo o desconfianza de cualquier especie, que serían 
refutadas con toda caridad, y no hablaría en secreto sino abiertamente y
 cara a cara, según los ejemplos de nuestro Salvador, y del apóstol San 
Pablo. Si lo hubiera hecho, estamos seguros de que él podría haber 
cambiado su corazón y podría haber reconocido sus errores. Él no habría 
encontrado todos estos errores en la Curia Romana que tan mal atacó, 
vituperándola más de lo que debía, debido en parte a los rumores vacíos 
de hombres perversos. Podríamos haberle mostrado, más claramente que la 
misma luz del día, que los Pontífices Romanos, nuestros predecesores a 
los que atacó injuriosamente más allá de toda decencia, nunca se 
equivocaron en sus leyes o constituciones, las cuales trató de censurar.
 Porque, de acuerdo con el profeta, ni falta aceite saludable ni el 
médico en Galaad.
Pero él siempre se negó a escucharnos y, haciendo caso omiso a la 
notificación previa y en cada una y todas las aberturas, no se dignó a 
venir a Nos. Hasta ahora ha permanecido contumaz. Con el espíritu 
endurecido, continuó bajo censura por más de un año. Y lo que es peor, 
al añadir mal sobre mal, cuando tomando conocimiento de la citación, 
rompió temerariamente con cualquier llamamiento a un futuro concilio. 
Este querer estar seguro es contrario a la constitución de Pío II y 
Julio II, nuestros predecesores, por la cual todos los que apelasen de 
esta manera, deberían ser castigados con las penas correspondientes para
 los herejes. En vano suplicará la ayuda de un concilio, ya que 
abiertamente admite que no cree en el concilio. Ya que por el contrario,
 siendo alguien con una fe notablemente sospechosa, y siendo de hecho, 
un auténtico hereje, podemos proceder sin ningún otro llamamiento o 
retraso, con su condenación y damnación como hereje, con todas y cada 
una de las penas y censuras arriba mencionadas. 
Sin embargo, siguiendo el consejo de nuestros hermanos, e imitando la 
misericordia del Dios Todopoderoso que no quiere la muerte del pecador 
sino que este se convierta y viva, y olvidando todas las injurias hechas
 a Nos y a la Sede Apostólica, decidimos usar de toda la compasión de 
que somos capaces. Es nuestra esperanza, tanta como podamos tener, el 
que él pase por un cambio interior tomando el camino de la mansedumbre 
que le propusimos, para que vuelva y se aleje de sus errores. Lo 
recibiremos benignamente como al hijo pródigo que regresa para abrazar a
 la Iglesia. Por lo tanto, le hacemos saber al propio Martín y a todos 
aquellos que se han adherido a él, y a todos aquellos que lo cobijan y 
apoyan, por intercesión del Corazón lleno de misericordia de nuestro 
Dios, y la aspersión de la sangre de nuestro Señor Jesucristo, por la 
cual y a través de la cual se llevó a cabo la redención del género 
humano y la edificación de la Santa Madre Iglesia, que exhortamos y 
suplicamos de todo corazón para que deje de perturbar la paz, la unidad y
 la verdad de la Iglesia por la cual el Salvador oró tan insistentemente
 al Padre. Que él se pueda alejar de sus perniciosos errores, para que 
pueda volver a Nos. Si quieren realmente obedecer, y nos certifican 
mediante legítimo documento que obedecieron, encontrarán en Nos el 
afecto caritativo de un padre, y la fuente de la mansedumbre y de la 
clemencia abierta. 
  
Ordenamos a Martín para que a partir de ahora desista de toda 
predicación y que cese absolutamente en su oficio de predicador, 
mientras esto no ocurra, y aun pensando que el amor de la justicia y la 
virtud no lo hagan apartarse del pecado y la esperanza del perdón no le 
muevan a penitencia, quizá el terror al dolor del castigo le pueda 
mover. Por eso a este Martín, sus adherentes, fautores, patrocinadores y
 cómplices, les recordamos no sólo en virtud de las santa obediencia, y 
les requerimos bajo todos y cada uno de los castigos descritos, que él y
 sus patrocinadores, adherentes y cómplices en el plazo de sesenta días 
(el cual deseamos sea dividido en tres veces veinte días, contados a 
partir de la publicación de esta Bula en los lugares mencionados a 
continuación) desistan de predicar, tanto exponiendo sus opiniones y 
denunciando otras, de publicar libros y panfletos concernientes a alguno
 o todos esos errores. Además, todos los escritos que contengan alguno o
 todos sus errores deben ser quemados. Ítem, este Martín debe 
retractarse perpetuamente de dichos errores y opiniones. Él debe 
informarnos de tal retractación mediante un documento abierto, sellado 
por dos prelados, que deberán remitirlo dentro de otros sesenta días. O 
podría personalmente, con salvoconducto, informarnos de su retractación 
acudiendo a Roma. Preferiríamos esto último a fin de que no queden dudas
 de su sincera obediencia. 
Si, a pesar de ello, este Martín, sus defensores, adherentes y 
cómplices, decidieran obstinadamente no cumplir con las mencionadas 
estipulaciones dentro del período estipulado, deberemos, siguiendo las 
enseñanzas del Apóstol Pablo, que nos enseña a evitar a los herejes 
después de una y dos admoniciones, condenar a este Martín, sus 
defensores, adherentes y cómplices como sarmientos cortados que no están
 en Cristo, predicadores de ofensiva adversa a la Fe Católica y 
ofensores de la Divina Majestad, dogmatizantes de escándalo y detrimento
 contra la Iglesia Católica, y vilipendiadores de las llaves de la 
Iglesia como herejes públicos y pertinaces, y como tales queremos y 
mandamos sean tenidos por todos los fieles de uno y otro sexo. También a
 todos y cada uno de los supradichos y otros sean infligidas en derecho 
las penas que en el presente tenor arrojamos, y los mismos que fueron y 
son declarados y definidos por Nos.
Ordenamos principalmente a todos y cada uno de los fieles cristianos 
mencionados previamente, bajo todas y cada una de las penas antes 
señaladas en las que incurrirán, no  leer, adherir, predicar, alabar, 
imprimir, publicar o defender, por sí 
mismos o por interpuesta persona, directa o indirectamente, en forma 
tácita o expresa, pública o secreta, tanto en su casa como en otros 
lugares públicos o privados, así no contengan los dichos errores, los 
escritos concebidos o editados, compilados o publicados por el mismo 
Martín, o cualquier otro hombre enemigo de la fe ortodoxa o sospechoso 
de serlo, para que su memoria sea borrada de todos los fieles, los 
cuales han de ser quemados, como ya dijimos.
   
Y para que ni al dicho Martín ni ninguno de los supradichos, a quienes 
conciernen las presentes letras, pretendan ignorar o burlarse de las 
dichas letras, queremos y declaramos que estas letras sean publicadas en
 las puertas la Basílica del Príncipe de los Apóstoles y la Cancillería 
Apostólica, como también en las de las iglesias catedrales de 
Brandeburgo, Misnia y Merseburgo, para que el referido Martín y todos y 
cada uno de los demás a quienes conciernen las presentes letras, el día 
de la fijación de las mismas ellos personalmente puedan leer y ser 
informados, para que no sea verosímil el que afirmen que, como dormidos,
 de tan patentes que eran, les fueron desconocidas para ellos.
No obstan, de forma plena y expresa y de verbo ad verbum, ninguna 
constitución ni ordenanza apostólica, o cualquier otra de la Sede 
Apostólica, o por la potestad que por ella haya en alguna otra bajo 
cualquier forma, tanto confesional o bajo cualquier cláusula, o por 
cualquier causa o gran consideración, indulto o cualquier otra concesión
 existente, para que no puedan estas Letras apostólicas poner en 
entredicho, suspender o excomulgar, ni tampoco por cláusulas generales o
 especiales ni indultos, de cualquier tenor que sean, aunque por causa y
 froma tengamos que incluirlas de verbo ad verbum, que pueda impedir a 
las presentes su expreso y total efecto.
A ninguno pues le es lícito infringir esta página que contiene Nuestra 
Condenación, Reprobación, Rechazo, Decreto, Declaración, Prohibición, 
Voluntad, Mandato, Exhortación, Obsecración, Requisitoria, Advertencia, 
Asignación, Concesión, Condenación, Sujeción, Excomunión y Anatema, o 
temerariamente contrariarla. Si alguno presumiere atentarlo, sepa que 
incurrirá en la ira de Dios omnipotente y de los Bienaventurados 
Apóstoles Pedro y Pablo. 
Dado en Roma junto a San Pedro, en el Año de la Encarnación del Señor 
1520, a 17 de las Calendas de Julio (15 de Junio), año octavo de Nuestro
 Pontificado. LEÓN PP. X.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)