PRÓLOGO
Esta Salutación consta de tres
partes. Una, es obra del ángel, a saber: «Dios te salve, llena de
gracia, el Señor es contigo, bendita Tú entre las mujeres». Otra, lo es
de Isabel, la madre de Juan el Bautista, esto es: «Bendito el fruto de
tu vientre». La tercera parte la añadió la Iglesia, es decir: «María»,
pues el ángel no dijo: Dios te salve, María; sino «Dios te salve, llena
de gracia». Y este nombre –María– según su interpretación concuerda con
las palabras del ángel, como se pondrá de manifiesto.
DIOS TE SALVE, MARÍA, LLENA DE GRACIA, EL SEÑOR ES CONTIGO
En
cuanto a lo primero, es digno de
considerarse que antiguamente era cosa muy grande el que los ángeles se
aparecieran a los hombres; o que los hombres los reverenciasen, cosa
que se tenía por un honor máximo. Por donde en honor de Abrahán se dice
en la Sagrada Escritura que recibió como huéspedes a los ángeles y que
los
reverenció.
Mas que un ángel reverenciase a un
hombre no se oyó nunca, a no ser después que el ángel saludó a la
Bienaventurada Virgen, diciéndole reverentemente: «Dios te salve». Mas
la razón de que antiguamente no reverenciase el ángel al hombre, sino el
hombre al ángel, es que el ángel era superior al hombre; y esto en
cuanto a tres cosas:
Primera, en cuanto a la dignidad: la razón es que el ángel es de naturaleza espiritual. El Salmo 103, 4 dice: El que hace espíritus a sus ángeles; mas el hombre es de naturaleza corruptible; por donde decía Abrahán (Gén 18, 27): Hablaré a mi Señor, aun cuando sea polvo y ceniza. No era, pues, decoroso que una criatura espiritual e incorruptible reverenciase a una corruptible, esto es al hombre.
La segunda es en cuanto a su familiaridad con Dios. Pues el ángel es familiar de Dios, como asistente suyo. Dan 7, 10 dice: Millares de millares le servían, y miríadas de miríadas le asistían. Mas el hombre es como un extraño y alejado de Dios por el pecado. El Salmo 54, 8 dice: Me alejé huyendo. Por consiguiente es conveniente que el hombre reverencie al ángel, en cuanto que éste es cercano y familiar del rey.
La tercera es que el ángel tenía la
preeminencia por la plenitud del esplendor de la gracia divina, pues los
ángeles participan de la luz divina misma en la plenitud suma. Job 25, 3
dice: ¿Acaso tiene número su milicia, sobre la cual no surgirá su luz? Y
por eso siempre se aparecen con luz. Mas los hombres, aunque participen
algo de la misma luz de la gracia, sin embargo es poco, y con cierta
oscuridad.
No convenía, pues, que el ángel
reverenciase al hombre hasta que en la naturaleza humana se encontrase
alguien que excediese a los ángeles en estas tres cosas. Y ésta fue la
Bienaventurada Virgen. Y por eso, para manifestar que ella le superaba
en las tres, quiso reverenciarla el ángel. De ahí que dijera: «Dios te
salve».
Por donde se ve que la Bienaventurada Virgen excedió a los ángeles en estas tres cosas.
A) En primer lugar, en la
plenitud de la gracia, la cual es mayor en la Bienaventurada Virgen que
en cualquier ángel; y por eso, para insinuar esto, el ángel le mostró
reverencia, diciendo: «Llena de gracia», como si dijese: Por esto te
reverencio, porque me superas en la plenitud de la gracia.
Y la Bienaventurada Virgen se dice «llena de gracia» en tres sentidos:
Primero, en cuanto al alma, en la que
tuvo toda la plenitud de la gracia. Pues la gracia de Dios se da para
dos fines: para obrar el bien y para evitar el mal, y en cuanto a estas
dos cosas la Bienaventurada Virgen tuvo una gracia perfectísima. Pues
ella evitó todo pecado más que santo alguno después de Cristo. Pues el
pecado o es el original, y de éste fue purificada en el seno materno por la Inmaculada Concepción; o
es el mortal; o el venial; y de éstos estuvo libre. Por donde en el Cant
4, 7 se dice: Toda hermosa eres, amiga mía, y en ti no hay mancha alguna. San Agustín escribe en el libro De
Natura et Gratia: Exceptuando a esta Virgen, si pudiésemos reunir a
todos los santos y santas cuando vivían sobre la tierra y preguntarles
si estaban exentos de todo pecado, todos responderían a una voz: Si
dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad está ausente
de nosotros. Exceptuando, pues, a la santa Virgen María, acerca de la
cual, por el honor debido a Nuestro Señor, cuando se trata de pecados,
no quiero mover absolutamente ninguna cuestión, porque sabemos que a
ella le fue conferida más gracia para vencer por todos sus flancos al
pecado, pues mereció concebir y dar a luz al que nos consta que no tuvo
pecado alguno.
Ella también practicó todas las virtudes,
mientras otros santos sólo algunas: pues uno fue humilde, otro casto,
otro misericordioso; y por eso se ponen como ejemplo de virtudes
especiales, como San Nicolás cual ejemplo de misericordia, etc.. Mas la
Bienaventurada Virgen se pone como ejemplo de todas las virtudes: pues
en ella encuentras un ejemplo de humildad; en Lc 1, 3 dice: He aquí la esclava del Señor; y más adelante, en el verso 48: Miró la humildad de su sierva; de castidad: pues no conozco varón (verso 34); y
de todas las virtudes, como es claro. Así pues, la Bienaventurada
Virgen está llena de gracia ya en cuanto a practicar el bien, ya en
cuanto a evitar el mal.
En segundo sentido, estuvo llena de
gracia en cuanto a su redundancia del alma en la carne o el cuerpo. Pues
es grande en los santos tener tanta gracia que santifique el alma; mas
el alma de la Bienaventurada Virgen estuvo llena de tal manera que de
ella redundó la gracia en su carne, de modo que concibiese al Hijo de
Dios mediante ella (su carne). Y por eso dice Hugo de San Víctor: Puesto
que en su corazón ardía especialmente el amor del Espíritu Santo, por
eso en su carne hacía maravillas, en cuanto que de Ella habría de nacer
el Dios y hombre. En Lc 1, 35 se dice: Pues el Santo, que nacerá de ti, se llamará Hijo de Dios.
En
tercer sentido, en cuanto a su
redundancia respecto de los hombres. Pues es grande en cualquier santo
el tener tanta gracia que baste para la salvación de muchos; pero si
alguno tuviese tanta que fuera suficiente para la salvación de todos
los hombres del mundo, esto sería lo máximo: esto es lo que ocurre en
Cristo y en la Bienaventurada Virgen. Pues en todo peligro puedes lograr
la salvación por la misma gloriosa Virgen. Por donde en el Cant 4,4 se
dice: Mil escudos –esto es: remedios contra los peligros– penden de ella. E igualmente en toda práctica de la virtud la puedes tener como auxilio; y por eso dice ella misma: En mí hay toda esperanza de vida y de virtud (Eclo 14, 15).
Así pues, está llena de gracia y excede a
los ángeles en la plenitud de la gracia; y por esto se la llama
convenientemente María, nombre que se interpreta «iluminada en sí misma». Por donde en Is 58, 11 se dice: Llenará de esplendores tu alma; y se interpreta también «iluminadora de los otros», en cuanto al mundo entero; y por eso se asemeja al sol y a la luna.
B) En segundo lugar, excede a
los ángeles en cuanto a la familiaridad divina. Y refiriéndose a esto el
ángel dijo: «El Señor es contigo». Como si dijera: Por esto te
reverencio, porque tú eres más familiar con Dios que yo, pues «el Señor
está contigo». «El Señor» denota al Padre con el Hijo mismo (de ambos),
cosa que ningún ángel ni criatura alguna tuvo. Lc 1, 35 dice: Pues el Santo, que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios. El Hijo Señor en el vientre: Is 12, 6 dice: Alégrate y alaba, habitación de Sión, porque es grande el que está en medio de ti, el Santo de Israel. Por
consiguiente, está de distinta manera con la Bienaventurada Virgen que
con el ángel, pues con ella está como Hijo y con el ángel como Señor. Y
está el Espíritu Santo como en su templo; por donde se dice de ella
en la Liturgia: Templo del Señor, sagrario del Espíritu Santo, ya que concibió por obra del Espíritu Santo: Lc 1, 35 dice: El Espíritu Santo vendrá sobre ti.
Así pues, la Bienaventurada Virgen es
más familiar para con Dios que el ángel, pues está con ella el Padre
Señor, el Hijo Señor y el Espíritu Santo Señor; es decir: toda la
Trinidad. Y por eso se canta, refiriéndose a ella: Noble triclinio de toda la Trinidad.
Esta frase «el Señor es contigo» es la
más grande que se pueda decir a uno. Con razón, pues, el ángel
reverencia a la Bienaventurada Virgen, porque siendo Madre del Señor,
por eso también es Señora. Por lo cual le conviene este nombre, María,
que en siriaco significa Señora.
C) En tercer lugar, excede a
los ángeles en cuanto a la pureza: porque la Bienaventurada Virgen no
sólo era pura en sí misma; sino que procuró la pureza a otros. Pues ella
misma fue purísima tanto en cuanto a la culpa, ya que no incurrió ni en
pecado mortal ni en venial; y lo mismo en cuanto a la pena.
Tres maldiciones se dieron a los hombres por el pecado.
- La primera se dio a la mujer, a saber: que concebiría con corrupción, que llevaría lo concebido con molestias; y lo daría a luz con dolor. Mas de esta maldición fue inmune la Bienaventurada Virgen, pues concibió al Salvador sin corrupción, lo llevó con solaz, y lo dio a luz con alegría. Isaías 35, 2 dice: Fructificará copiosamente, y se regocijará llena de alborozo, y entonará himnos.
- La segunda maldición se dio al hombre, a saber, que con sudor comería su pan. De ésta también estuvo inmune la Bienaventurada Virgen, porque, como dice el Apóstol en 1 Corintios (7, 34), las vírgenes están libres de las preocupaciones de este mundo y se dedican sólo a Dios.
- La tercera maldición fue común para varones y mujeres, a saber: que volverían al polvo. Y de ésta también estuvo inmune la Bienaventurada Virgen, ya que fue asunta al cielo en cuerpo y alma. Pues creemos en el dogma de la Asunción, que después de su muerte (dormición de la Virgen María, el 13 de agosto) fue resucitada y llevada al cielo. En el Salmo 131, 8 se dice: Levántate, Señor, y ven a tu mansión: tú y el arca de tu santificación.
BENDITA TÚ ENTRE LAS MUJERES
Así pues, estuvo inmune de toda
maldición y, por consiguiente, «[fue] bendita entre [todas] las
mujeres», porque ella sola puso bajo sus pies la maldición, portó la
bendición y abrió la puerta del paraíso. Y por eso le conviene también
el nombre de María, que se interpreta [así mismo] «estrella del mar»;
porque así como los navegantes se dirigen al puerto por la estrella del
mar, así también los cristianos por María se dirigen a la gloria.
BENDITO EL FRUTO DE TU VIENTRE
El pecador a veces busca en alguna cosa lo que no puede conseguir; pero lo consigue el justo. Prov 13,22 dice: La hacienda del pecador está reservada para el justo. Así
Eva buscó el fruto y en él no encontró todo lo que deseaba; mas la
Bienaventurada Virgen encontró en su fruto todo lo que deseó.
Pues Eva en su fruto deseó tres cosas.
- La primera: Lo que falsamente le prometió el diablo, a saber: que serían como dioses, conocedores del bien y del mal: Seréis –dijo aquel mentiroso– como dioses, según se dice en Génesis 3,5. Y mintió, porque es mentiroso y el padre de la mentira. Pues Eva por la comida de aquel fruto no vino a ser semejante a Dios, sino desemejante: pues, pecando, se apartó de Dios, su salvador, por lo cual también fue expulsada del paraíso. Pero esto lo encontró la Bienaventurada Virgen y todos los cristianos en el fruto de su vientre: ya que por Cristo nos unimos y asemejamos a Dios. En la 1ª Epístola de Juan (3, 2) se dice: Cuando aparezca, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
- La segunda: Eva en su fruto deseó el deleite, porque (parecía) bueno para comer. Pero no lo encontró, porque enseguida se conoció desnuda, y tuvo dolor. Mas en el fruto de la Virgen encontramos la suavidad y la salvación. Juan 6, 55 dice: El que come mi carne tiene vida eterna.
- La tercera: El fruto de Eva era bello de aspecto; pero es más bello el de la Virgen, en el cual desean contemplar los ángeles. El Salmo 44, 3 dice: Bello es su aspecto, más que el de los hijos de los hombres: y esto es porque es esplendor de la gloria del Padre.
No pudo, pues, Eva encontrar en su fruto
lo que tampoco puede encontrar ningún pecador en los pecados. Por eso
busquemos las cosas que deseemos en el fruto de la Virgen.
Este fruto es bendito de Dios, porque de
tal manera lo colmó Dios de toda gracia que llegó hasta nosotros,
manifestándole por ello reverencia. Efesios 1, 3 dice: Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendición en Cristo. Se la manifiestan los ángeles, pues en el Apocalipsis 7, 12 dicen: La
bendición y la claridad y la sabiduría y la acción de gracias, el honor
y la virtud y la fortaleza sean dadas a nuestro Dios; y se la manifiestan los hombres: el Apóstol en Filipenses 2, 11 dice: Toda lengua confiese que Jesucristo está en la gloria del Padre; y en el Salmo 117, 26 se dice: Bendito el que viene en nombre del Señor.
Así, pues, es bendita la Virgen; pero más bendito todavía es su fruto.
NOTA
El nombre de Jesús, que añadimos al bendito es el fruto de tu
vientre, procede de Urbano IV (1261-1264).
La parte final de nuestra Avemaría [Santa María,
Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en
la hora de nuestra muerte. Amén] fue añadida por San
Pio V (1566-1572), de santa y feliz memoria (su cuerpo
es incorrupto en la Basílica Patriarcal Santa María la
Mayor).
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)