De Las Cruces de las Espadas
Como siempre, como viene ocurriendo desde 1975 --y antes, casi desde la mitad de los sesenta por lo menos, que conste--, no son ellos, los enemigos de Dios y de España quienes por su inteligencia, preparación, valor o siquiera agallas --que nada de ello tiene en realidad-- ganan y se salen con la suya. No y no, que nadie se engañe. Por desgracia, son los de siempre, es decir, aquellos que se dicen defensores de Dios y de España, los que más deben a aquellos que dieron todo, hasta la vida por Dios y por España, los que haciendo gala de una cobardía monumental, de un complejo asqueroso, de una falta de fe y de patriotismo absolutos, les entregan en bandeja tanto a Dios como a España.
Los hijos de la oscuridad vencen sólo porque los que se dicen hijos de la Luz no hacen nada o.... mejor dicho y peor aun, sí hacen, hacen todo lo que está en sus manos para que el Mal triunfe.
Parece que este año el milagro del Valle de los Caídos no va a ser posible; decimos parece porque aun está por ver lo que determina la Divina Providencia que es quien lo realizaba. Como hemos dicho desde que comenzamos nuestra andadura, en el Valle de los Caídos, cada Sábado anterior al 20-N, se venía realizando un milagro. En ese día, sin convocatoria oficial; con la que viene cayendo desde hace décadas; a pesar del relevo generacional que la naturaleza venía imponiendo y, el año pasado, mal que le pesara a esos que se creen guardias civiles y que en realidad no son sino patéticos marcianos --tanto que hasta van de verde--, unas 8.000 personas de todo tipo y condición, acudían y pagaban por asistir a una Misa de funeral por el eterno y glorioso descanso de las almas del Caudillo y de José Antonio.
No hay un caso igual en la historia de la Humanidad; es decir, que tal número de personas se siguiera concentrando en memoria de un estadista muerto hace ya más de treinta años --del que nada pueden esperar--, y al que además es deporte nacional vilipendiar en contra de toda razón y verdad. No hay un caso igual; y puesto que el hecho es inexplicable, hay que concluir que es un milagro patente.
Pues bien, lo que no ha podido ni el paso del tiempo, ni las miles de trabas de todo signo que se han puesto a lo largo de estos años, sobre todo de los últimos; lo que los hijos de la oscuridad tampoco han podido, que es cortar un acto que les sacaba de quicio, puede que se produzca, como siempre, por la traición del de dentro, en este caso de usted, del propio abad del Valle de los Caídos. Es decir, que de nuevo no es el enemigo, sino el traidor interno, el causante del desastre.
Señor abad, sepa que sus homilías en dichos funerales nos parecieron siempre, año tras año, infumables por ladinas, apocadas, temerosas, cobardes y hasta faltas de caridad, especialmente las últimas que destilaban miedo, cobardía y apuntaban ya a la traición que ahora comete; usted se lo debe todo al Caudillo, pues el Valle que rige fue empeño suyo, Ahora, usted le niega hasta la Misa de funeral. Sepa, señor abad, que es de bien nacidos ser agradecido; pues bien, aplíquese lo contrario
La nota en la que nos comunica su traición, no se la cree ni usted. En ella no sólo no da razones, sino tampoco, siquiera, pobres excusas, pues ni a eso llegan sus penosas explicaciones; y recuerde: “Excusatio non petitas; acusatio manifiesta”. Y es que justificar lo injustificable, que es lo que usted ha pretendido, es, créanos, tontería por imposible.
Y, además, nos insulta. Porque mire usted, señor abad que nunca se enteró de nada: en el funeral nuca hubo ni apología ni nostalgias, como usted dice, sino fervor, oración, recuerdo y memoria y, a la salida, fuera de la basílica, explosión de patriotismo, de ese del que usted carece y por ello tergiversa y confunde.
En su nota, usted habla de "guerra civil", cuando nuestra guerra fue una "CRUZADA" --a ver si usted y sus compañeros de hoy se quieren enterar de una vez--, pues así está declarada por la propia Iglesia contra la cual usted ahora dispara, y así la entendendieron los que en ella lucharon y murieron por Dios y por España, por salvar la Fe y la civilización, por salvarle a usted que hoy es lo que es por ellos, por esos a los que usted ahora fusila; usted habla también de “caídos”, equiparando --como se viene haciendo ahora con el terrorismo--, a víctimas con verdugos, pues sepa de una vez que “caídos” sólo son los que lo hicieron por Dios y por España en el campo de batalla o en la siniestra checa. Los otros no lo son porque luchaban contra Dios y contra España, por la revolución, la barbarie y la imposición del marxismo que, junto con la democracia en la actualidad, son los sistemas de que se vale el Maligno para someter a los pueblos a su tiranía maldita que tantas almas se lleva al Infierno, que, por cierto, y por si tampoco se quiere enterar, existe; vaya que si existe. Habla usted también de "reconciliación", pues sepa que como católicos practicantes que somos --y que al contrario de lo que destila su nota, no nos resignamos a dejarnos infectar del relativismo que hoy impera y que es la herejía de las herejías--, rezamos no por la "reconciliación", que es término equívoco y filomasónico muy en boga, eso sí --otra prueba más de por dónde van las cosas--, sino por la conversión de los pecadores que es lo que reiterada e insistentemente predicó Nuestro Señor, pues sólo cuando todos nos convirtamos de verdad el mundo será lo que Él quiere que sea: Su reino en la Tierra; déjese de “reconciliaciones” "democráticas" que ya ve a dónde nos han llevado --por haber creído en ellas entre otros tontos útiles, usted--, y recuerde que lo esencial es que los pecadores nos convirtamos. Y ello sólo se produce cuando: primero, se reconoce el pecado; segundo, se siente un profundo dolor por él y por el daño causado; tercero, se reconoce y se pide perdón y, cuarto, se hace expreso deseo de firme propósito de enmienda. Sin esos puntos todo es baladí. Vaya usted a los hijos de la oscuridad y mire a ver si su “reconciliación”, que es la que usted pregona en su nota, supera el examen. La "reconciliación", la supuesta "tolerancia", los "derechos" y demás falsedades han creado esta sociedad hundida como nunca antes en un estado de crisis moral que ya ha evlucionado, como no podía ser de otra forma --con la complicidad de los que como usted callan por no molestar o por preferir ser "tolerantes", en pura y dura degeneración, aberración y triunfo del Mal que ha conseguido que lo anormal, lo más anormal, sea norma y normalidad. No nos alargamos más, aunque quedan en el “tintero” miles de cosas más por decirle.
En su conciencia queda servir de eslabón fundamental de la destrucción de la fe en España, y de la propia España, que ya bastante mal andan las dos. Aun puede dar marcha atrás. Recuerde que de nada vale ganar el aplauso del mundo --y ya verá como en breve ciertos de medios y sectores le van a aplaudir--, si con ello consigue el abucheo del Cielo. No se haga usted continuador de aquellos de infausta memoria que desde los sesenta socavaron los cimientos de la Iglesia y de España.
Por último, si cree que por llevar a cabo esta traición, los hijos de la oscuridad le van a respetar o... van a cesar en su empeño por ver el Valle cerrado y destruido, está usted en un craso error, pues además de que no pagan a traidores, se lo cerrarán y lo derribarán; nosotros, por nuestra edad, D.m., lo veremos llenos de sana ira y sufriremos tal dolor que ofreceremos por la remisión de nuestros pecados, pero también le veremos a usted --y eso no nos causará daño alguno--, salir de él para nunca más volver hundido por el peso de su propia traición e indignidad.
Sólo hay una forma de evitarlo: ni un paso atrás; no rendirse jamás; antes morir en él, que entregarlo; dejarse de escrúpulos legalistas --por cierto, no invoque la Ley de la “Mentira” Histórica para su traición porque en ella no hay nada que le obligue a suspender funerales--; valor, señor abad, valor, ánimo, fortaleza y, como recomendó el Caudillo al salir de Canarias el 18 de Julio de 1936, aun en la gran incertidumbre de lo que el futuro le depararía: Fe, fe y fe; que con que se tenga un grano de mostaza de ella, se mueven montañas.
Paco Berrocal
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