Desde MILES CHRISTI.
"¿Qué entendimiento puede haber entre Cristo y Belial?, ¿o qué unión entre el creyente y el que no cree?"
(II Corintios VI, 15)
Algunos conciliares aseguran que nuestra oposición al diálogo religioso y al ecumenismo no se basan sino en temores irracionales y a un sectario fanatismo. Pero deben saber que desde antiguo está establecido que NINGÚN CATÓLICO DEBE APOYAR A LOS ECUMENISTAS, PUES SON EL RESBALADERO HACIA EL INDIFERENTISMO RELIGIOSO.
Por esta causa, publicamos la encíclica "Mortalium Animos", del Papa Pío XI, en la cual expone que el ecumenismo de "todas las religiones son válidas" es HERÉTICO, Y SUPONE LA IRRUPCIÓN DEL ATEÍSMO; y que el único modo de acercamiento y unidad es LA CONVERSIÓN A LA FE DE LA IGLESIA UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA, FUERA DE LA CUAL ABSOLUTAMENTE NO HAY SALVACIÓN PARA NADIE.
Encíclica "Mortalium Animos"
Acerca de cómo fomentar la VERDADERA unidad religiosa
Acerca de cómo fomentar la VERDADERA unidad religiosa
1. Ansia universal de paz y fraternidad
Nunca
quizás como en los actuales tiempos se ha apoderado del corazón de
todos los hombres un tan vehemente deseo de fortalecer y aplicar al bien
común de la sociedad humana los vínculos de fraternidad que, en virtud
de nuestro común origen y naturaleza, nos unen y enlazan a unos con
otros.
Porque
no gozando todavía las naciones plenamente de los dones de la paz,
antes al contrario, estallando en varias partes discordias nuevas y
antiguas, en forma de sediciones y luchas civiles y no pudiéndose además
dirimir las controversias, harto numerosas, acerca de la tranquilidad y
prosperidad de los pueblos sin que intervengan en el esfuerzo y la
acción concordes de aquellos que gobiernan los Estados, y dirigen y
fomentan sus intereses, fácilmente se echa de ver --mucho más
conviniendo todos en la unidad del género humano-, porque son tantos los
que anhelan ver a las naciones cada vez más unidas entre sí por esta
fraternidad universal.
2. La fraternidad en religión. Congresos ecuménicos.
Cosa
muy parecida se esfuerzan algunos por conseguir en lo que toca a la
ordenación de la nueva ley promulgada por Jesucristo Nuestro Señor.
Convencidos de que son rarísimos los hombres privados de todo
sentimiento religioso, parecen haber visto en ello esperanza de que no
será difícil que los pueblos, aunque disientan unos de otros en materia
de religión, convengan fraternalmente en la profesión de algunas
doctrinas que sean como fundamento común de la vida espiritual. Con tal
fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias,
con no escaso número de oyentes e invitar a discutir allí promiscuamente
a todos, a infieles de todo género, de cristianos y hasta a aquellos
que apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada pertinacia
niegan la divinidad de su Persona o misión.
3. Los católicos no pueden aprobarlo.
Tales
tentativas no pueden, de ninguna manera obtener la aprobación de los
católicos, puesto que están fundadas en la falsa opinión de los que
piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y
laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y
significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos
llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.
Cuantos
sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan, sino también
rechazan la verdadera religión, adulterando su concepto esencial, y poco
a poco vienen a parar al naturalismo y ateísmo; de
donde claramente se sigue que, cuantos se adhieren a tales opiniones y
tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios.
4. Otro error - La unión de todos los cristianos. - Argumentos falaces
Pero
donde con falaz apariencia de bien se engañan más fácilmente algunos,
es cuando se trata de fomentar la unión de todos los cristianos. ¿Acaso
no es justo -suele repetirse- y no es hasta conforme con el deber, que
cuantos invocan el nombre de Cristo se abstengan de mutuas
recriminaciones y se unan por fin un día con vínculos de mutua caridad?
¿Y quién se atreverá a decir que ama a Jesucristo, sino procura con
todas sus fuerzas realizar los deseos que El manifestó al rogar a su
Padre que sus discípulos fuesen una sola cosa? (1)
y el mismo Jesucristo ¿por ventura no quiso que sus discípulos se
distinguiesen y diferenciasen de los demás por este rasgo y señal de
amor mutuo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os améis unos a otros? (2) ¡Ojalá -añaden- fuesen una sola cosa todos
los cristianos! Mucho más podrían hacer para rechazar la peste de la
impiedad, que, deslizándose y extendiéndose cada más, amenaza debilitar
el Evangelio.
5. Debajo de esos argumentos se oculta un error gravísimo
Estos y otros argumentos parecidos divulgan y difunden los llamados "pancristianos"; los
cuales, lejos de ser pocos en número, han llegado a formar legiones y a
agruparse en asociaciones ampliamente extendidas, bajo la dirección,
las más de ellas, de hombres católicos, aunque discordes entre sí en
materia de fe.
6. La verdadera norma de esta materia.
Exhortándonos,
pues, la conciencia de Nuestro deber a no permitir que la grey del
Señor sea sorprendida por perniciosas falacias, invocamos vuestro celo,
Venerables Hermanos, para evitar mal tan grave; pues confiamos que cada
uno de vosotros, por escrito y de palabra, podrá más fácilmente
comunicarse con el pueblo y hacerle entender mejor los principios y
argumentos que vamos a exponer, y en los cuales hallarán los católicos
la norma de lo que deben pensar y practicar en cuanto se refiere al
intento de unir de cualquier manera en un solo cuerpo a todos los
hombres que se llaman católicos.
7. Sólo una Religión puede ser verdadera: la revelada por Dios.
Dios,
Creador de todas las cosas, nos ha creado a los hombres con el fin de
que le conozcamos y le sirvamos. Tiene, pues, nuestro Creador
perfectísimo derecho a ser servido por nosotros. Pudo ciertamente Dios
imponer para el gobierno de los hombres una sola ley, la de la
naturaleza, ley esculpida por Dios en el corazón del hombre al crearle: y
pudo después regular los progresos de esa misma ley con sólo su
providencia ordinaria. Pero en vez de ella prefirió dar El mismo los
preceptos que habíamos de obedecer; y en el decurso de los tiempos, esto
es desde los orígenes del género humano hasta la venida y predicación
de Jesucristo, enseñó por Sí mismo a los hombres los deberes que su
naturaleza racional les impone para con su Creador. "Dios, que en
otro tiempo habló a nuestros padres en diferentes ocasiones y de muchas
maneras, por medio de los Profetas, nos ha hablado últimamente por su
Hijo Jesucristo". (3) Por donde
claramente se ve que ninguna religión puede ser verdadera fuera de
aquella que se funda en la palabra revelada por Dios, revelación que
comenzada desde el principio, y continuada durante la Ley Antigua, fue
perfeccionada por el mismo Jesucristo con la Ley Nueva. Ahora bien: si
Dios ha hablado -y que haya hablado lo comprueba la historia- es
evidente que el hombre está obligado a creer absolutamente la revelación
de Dios, y a obedecer totalmente sus preceptos. Y con el fin de que
cumpliésemos bien lo uno y lo otro, para gloria de Dios y salvación
nuestra, el Hijo Unigénito de Dios fundó en la tierra su Iglesia.
8. La única Religión revelada es la de la Iglesia Católica.
Así
pues, los que se proclaman cristianos es imposible no crean que Cristo
fundó una Iglesia, y precisamente una sola. Mas, si se pregunta cuál es
esa Iglesia conforme a la voluntad de su Fundador, en esto ya no
convienen todos. Muchos de ellos, por ejemplo, niegan que la Iglesia de
Cristo haya de ser visible, a lo menos en el sentido de que deba
mostrarse como un solo cuerpo de fieles, concordes en una misma doctrina
y bajo un solo magisterio y gobierno. Estos tales entienden que la
Iglesia visible no es más que la alianza de varias comunidades
cristianas, aunque las doctrinas de cada una de ellas sean distintas.
Sociedad perfecta, externa, visible.
Pero
es lo cierto que Cristo Nuestro Señor instituyó su Iglesia como
sociedad perfecta, externa y visible por su propia naturaleza, a fin de
que prosiguiese realizando, de allí en adelante, la obra de la salvación
del género humano, bajo la guía de una sola cabeza (4), con magisterio de viva voz (5) y por medio de la administración de los sacramentos (6), fuente de la gracia divina; por eso en sus parábolas afirmó que era semejante a un reino (7), a una casa (8), a un aprisco (9), y a una grey (10).
Esta Iglesia, tan maravillosamente fundada, no podía ciertamente cesar
ni extinguirse, muertos su Fundador y los Apóstoles que en un principio
la propagaron, puesto que a ella se le había confiado el mandato de
conducir a la eterna salvación a todos los hombres, sin excepción de
lugar ni de tiempo: "Id, pues, e instruid a todas las naciones" (11),
y en el cumplimiento continuo de este oficio, ¿acaso faltará a la
Iglesia el valor ni la eficacia, hallándose perpetuamente asistida con
la presencia del mismo Cristo, que solemnemente le prometió: "He aquí que yo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos"? (12) Por
tanto, la Iglesia de Cristo no sólo ha de existir necesariamente hoy,
mañana y siempre, sino también ha de ser exactamente la misma que fue en
los tiempos apostólicos, si no queremos decir -y de ello estamos muy
lejos- que Cristo Nuestro Señor no ha cumplido su propósito, o se engañó
cuando dijo que las puertas del infierno no habían de prevalecer contra
ella (13).
9. Un error capital del movimiento ecuménico en la pretendida unión de iglesias cristianas.
Y
aquí se Nos ofrece ocasión de exponer y refutar una falsa opinión de la
cual parece depender toda esta cuestión, y en la cual tiene su origen
la múltiple acción y confabulación el de los católicos que trabajan,
como hemos dicho, por la unión de las iglesias cristianas. Los autores
de este proyecto no dejan de repetir casi infinitas veces las palabras
de Cristo: "Sean todos una misma cosa. Habrá un solo rebaño y un solo pastor" (14),
mas de tal manera las entienden, que, según ellos, sólo significan un
deseo y una aspiración de Jesucristo, deseo que todavía no se ha
realizado. Opinan, pues, que la unidad de fe y de gobierno, nota
distintiva de la verdadera y única Iglesia de Cristo, no ha existido
casi nunca hasta ahora, y ni siquiera hoy existe: podrá, ciertamente,
desearse, y tal vez algún día se consiga, mediante la concordante
impulsión de las voluntades; pero en entre tanto, habrá que considerarla
sólo como un ideal.
"La división" de la Iglesia.
Añaden
que la Iglesia, de suyo o por su propia naturaleza, está dividida en
partes, esto es, se halla compuesta de varias comunidades distintas,
separadas todavía unas de otras, y coincidentes en algunos puntos de
doctrina, aunque discrepantes en lo demás, y cada una con los mismos
derechos exactamente que las otras; y que la Iglesia sólo fue única y
una, a lo sumo desde la edad apostólica hasta tiempos de los primeros
Concilios Ecuménicos. Sería necesario pues -dicen-, que, suprimiendo y
dejando a un lado las controversias y variaciones rancias de opiniones,
que han dividido hasta hoy a la familia cristiana, se formule se
proponga con las doctrinas restantes una norma común de fe, con cuya
profesión puedan todos no ya reconocerse, sino sentirse hermanos; y
cuando las múltiples iglesias o comunidades estén unidas por un pacto
universal, entonces será cuando puedan resistir sólida y fructuosamente
los avances de la impiedad..
Esto es así tomando las cosas en general, Venerables Hermanos; mas hay quienes afirman y conceden que el llamado Protestantismo
ha desechado demasiado desconsideradamente ciertas doctrinas
fundamentales de la fe y algunos ritos del culto externo ciertamente
agradables y útiles, los que la Iglesia Romana por el contrario aún
conserva; añaden sin embargo en el acto, que ella ha obrado mal porque
corrompió la religión primitiva por cuanto agregó y propuso como cosa de
fe algunas doctrinas no sólo ajenas sino más bien opuestas al
Evangelio, entre las cuales se enumera especialmente el Primado de
jurisdicción que ella adjudica a Pedro y a sus sucesores en la sede
Romana.
En
el número de aquellos, aunque no sean muchos, figuran también los que
conceden al Romano Pontífice cierto Primado de honor o alguna
jurisdicción o potestad de la cual creen, sin embargo, que desciende no
del derecho divino sino de cierto consenso de los fieles. Otros en
cambio aun avanzan a desear que el mismo Pontífice presida sus
asambleas, las que pueden llamarse "multicolores". Por lo demás, aun
cuando podrán encontrarse a muchos no católicos que predican a pulmón
lleno la unión fraterna en Cristo, sin embargo, hallarás pocos a quienes
se ocurre que han de sujetarse y obedecer al Vicario de Jesucristo
cuando enseña o manda y gobierna. Entre tanto asevera que están
dispuestos a actuar gustosos en unión con la Iglesia Romana,
naturalmente en igualdad de condiciones jurídicas, o sea de iguales a
igual; mas si pudieran actuar no parece dudoso de que lo harían con la
intención de que por un pacto o convenio por establecerse tal vez, no
fueran obligados a abandonar sus opiniones que constituyen aun la causa
por qué continúan errando y vagando fuera del único redil de Cristo.
10. La Iglesia Católica no puede participar en semejantes uniones.
Siendo
todo esto así, claramente se ve que ni la Sede Apostólica puede en
manera alguna tener parte en dichos Congresos, ni de ningún modo pueden
los católicos favorecer ni cooperar a semejantes intentos; y si lo
hiciesen, darían autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente
ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo.
11. La verdad revelada no admite transacciones.
¿Y
habremos Nos de sufrir -cosa que sería por todo extremo injusta- que la
verdad revelada por Dios, se rindiese y entrase en transacciones?
Porque de lo que ahora se trata es de defender la verdad revelada. Para
instruir en la fe evangélica a todas las naciones envió Cristo por el
mundo todo a los Apóstoles; y para que éstos no errasen en nada, quiso
que el Espíritu Santo les enseñase previamente toda la verdad (15);
¿y acaso esta doctrina de los Apóstoles ha descaecido del todo, o
siquiera se ha debilitado alguna vez en la Iglesia, a quien Dios mismo
asiste dirigiéndola y custodiándola? Y si nuestro Redentor manifestó
expresamente que su Evangelio no sólo era para los tiempos apostólicos,
sino también para las edades futuras, ¿habrá podido hacerse tan obscura e
incierta la doctrina de la Fe, que sea hoy conveniente tolerar en ella
hasta las opiniones contrarias entre sí? Si esto fuese verdad, habría
que decir también que el Espíritu Santo infundido en los apóstoles, y la
perpetua permanencia del mismo Espíritu en la Iglesia, y hasta la misma
predicación de Jesucristo, habría perdido hace muchos siglos toda
utilidad y eficacia; afirmación que sería ciertamente blasfema.
12. La Iglesia Católica depositaria infalible de la verdad.
Ahora
bien: cuando el Hijo Unigénito de Dios mandó sus legados que enseñasen a
todas las naciones, impuso a todos los hombres la obligación de dar fe a
cuanto les fuese enseñado por los testigos predestinados por Dios (16); obligación que sancionó de este modo: el que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere será condenado (17).
Pero ambos preceptos de Cristo, uno de enseñar y otro de creer, que no
pueden dejar de cumplirse para alcanzar la salvación eterna, no pueden
siquiera entenderse si la Iglesia no propone, íntegra y clara la
doctrina evangélica y si al proponerla no está ella exenta de todo
peligro de equivocarse. Acerca de lo cual van extraviados también los
que creen que sin duda existe en la tierra el depósito de la verdad,
pero que para buscarlo hay que emplear tan fatigosos trabajos, tan
continuos estudios y discusiones, que apenas basta la vida de un hombre
para hallarlo y disfrutarlo: como si el benignísimo Dios hubiese
hablado por medio de los Profetas y de su Hijo Unigénito para que lo
revelado por éstos sólo pudiesen conocerlo unos pocos, y ésos ya
ancianos; y como si esa revelación no tuviese por fin enseñar la
doctrina moral y dogmática, por la cual se ha de regir el hombre durante
el curso de su vida moral.
13. Sin fe, no hay verdadera caridad.
Podrá parecer que dichos "pancristianos", tan
atentos a unir las iglesias, persiguen el fin nobilísimo de fomentar la
caridad entre todos los cristianos. Pero, ¿cómo es posible que la
caridad redunde en daño de la fe? Nadie, ciertamente, ignora que San
Juan, el Apóstol mismo de la caridad, el cual en su Evangelio parece
descubrirnos los secretos del Corazón Santísimo de Jesús, y que solía
inculcar continuamente a sus discípulos el nuevo precepto Amaos unos a los otros, prohibió absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesasen, íntegra y pura, la doctrina de Jesucristo: Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, y ni siquiera le saludéis (18),
Siendo, pues, la fe íntegra y sincera, como fundamento y raíz de la
caridad, necesario es que los discípulos de Cristo estén unidos
principalmente con el vínculo de la unidad de fe.
14. Unión irrazonable.
Por
tanto, ¿cómo es posible imaginar una confederación cristiana, cada uno
de cuyos miembros pueda, hasta en materias de fe, conservar su sentir y
juicio propios aunque contradigan al juicio y sentir de los demás? ¿y de
qué manera, si se nos quiere decir, podrían formar una sola y misma
Asociación de fieles los hombres que defienden doctrinas contrarias,
como, por ejemplo, los que afirman y los que niegan que la sagrada
Tradición es fuente genuina de la divina Revelación; los que consideran
de institución divina la jerarquía eclesiástica, formada de Obispos, presbíteros y servidores del altar, y los que afirman que esa Jerarquía
se ha introducido poco a poco por las circunstancias de tiempos y de
cosas; los que adoran a Cristo realmente presente en la Sagrada
Eucaristía por la maravillosa conversión del pan y del vino, llamada "transubstanciación", y
los que afirman que el Cuerpo de Cristo está allí presente sólo por la
fe, o por el signo y virtud del Sacramento; los que en la misma
Eucaristía reconocen su doble naturaleza de sacramento y sacrificio, y
los que sostienen que sólo es un recuerdo o conmemoración de la Cena del
Señor; los que estiman buena y útil la suplicante invocación de los
Santos que reinan con Cristo, sobre todo de la Virgen María Madre de
Dios, y la veneración de sus imágenes, y los que pretenden que tal culto
es ilícito por ser contrario al honor del único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo? (19).
15. Resbaladero hacia el indiferentismo y el modernismo.
Entre
tan grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir
camino para conseguir la unidad de la Iglesia, unidad que no puede nacer
más que de un solo magisterio, de una sola ley de creer y de una sola
fe de los cristianos. En cambio, sabemos, ciertamente que de esa
diversidad de opiniones es fácil el paso al menosprecio de toda
religión, o "indiferentismo", y al llamado "modernismo", con el cual los que están desdichadamente inficionados, sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa, o
sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos, y a
las varias tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una
revelación inmutable, sino siendo de suyo acomodable a la vida de los
hombres.
Además,
en lo que concierne a las cosas que han de creerse, de ningún modo es
lícito establecer aquélla diferencia entre las verdades de la fe que
llaman fundamentales y no fundamentales, como gustan decir ahora,
de las cuales las primeras deberían ser aceptadas por todos, las
segundas, por el contrario, podrían dejarse al libre arbitrio de los
fieles; pues la virtud de la fe tiene su causa formal en la autoridad de
Dios revelador que no admite ninguna distinción de esta suerte. Por
eso, todos los que verdaderamente son de Cristo prestarán la misma fe al
dogma de la Madre de Dios concebida sin pecado original como, por
ejemplo, al misterio de la augusta Trinidad; creerán con la misma
firmeza en el Magisterio infalible del Romano Pontífice, en el mismo
sentido con que lo definiera el Concilio Ecuménico del Vaticano, como en
la Encarnación del Señor.
No
porque la Iglesia sancionó con solemne decreto y definió las mismas
verdades de un modo distinto en diferentes edades o en edades poco
anteriores han de tenerse por no igualmente ciertas ni creerse del mismo
modo. ¿No las reveló todas Dios?
Pues,
el Magisterio de la Iglesia el cual por designio divino fue constituido
en la tierra a fin de que las doctrinas reveladas perdurasen incólumes
para siempre y llegasen con mayor facilidad y seguridad al conocimiento
de los hombres aun cuando el Romano Pontífice y los Obispos que viven en
unión con él, lo ejerzan diariamente, se extiende, sin embargo, al
oficio de proceder oportunamente con solemnes ritos y decretos a la
definición de alguna verdad, especialmente entonces cuando a los errores
e impugnaciones de los herejes deben más eficazmente oponerse o
inculcarse en los espíritus de los fieles, más clara y sutilmente
explicados, puntos de la sagrada doctrina.
Mas
por ese ejercicio extraordinario del Magisterio no se introduce,
naturalmente ninguna invención, ni se añade ninguna novedad al acervo de
aquellas verdades que en el depósito de la revelación, confiado por
Dios a la Iglesia, no estén contenidas, por lo menos implícitamente,
sino que se explican aquellos puntos que tal vez para muchos aun parecen
permanecer oscuros o se establecen como cosas de fe los que algunos han
puesto en tela de juicio.
16. La única manera de unir a todos los cristianos.
Bien
claro se muestra, pues, Venerable Hermanos, por qué esta Sede
Apostólica no ha permitido nunca a los suyos que asistan a los citados
congresos de acatólicos; porque la unión de los cristianos no se puede
fomentar de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la
única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente
se alejaron; a aquella única y verdadera Iglesia que todos ciertamente
conocen y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer siempre tal
cual El mismo la fundó para la salvación de todos. Nunca, en el
transcurso de los siglos, se contaminó esta mística Esposa de Cristo, ni
podrá contaminarse jamás, como dijo bien San Cipriano: No puede
adulterar la Esposa de Cristo; es incorruptible y fiel. Conoce una sola
casa y custodia con casto pudor la santidad de una sola estancia (20). Por eso se maravillaba con razón el santo Mártir de que alguien pudiese creer que
esta unidad, fundada en la divina estabilidad y robustecida por medio
de celestiales sacramentos, pudiese desgarrarse en la Iglesia, y
dividirse por el disentimiento de las voluntades discordes (21). Porque siendo el cuerpo místico de Cristo, esto es, la Iglesia, uno (22), compacto y conexo (23), lo mismo que su cuerpo físico, necedad es decir que el cuerpo místico puede constar de miembros divididos y separados; quien, pues, no está unido con él no es miembro suyo, ni está unido con su cabeza, que es Cristo (24).
17. La obediencia al Romano Pontífice.
Ahora
bien, en esta única Iglesia de Cristo nadie vive y nadie persevera, que
no reconozca y acepte con obediencia la suprema autoridad de Pedro y de
sus legítimos sucesores. ¿No fue acaso al Obispo de Roma a quien
obedecieron, como a sumo Pastor de las almas, los ascendientes de
aquellos que hoy yacen anegados en los errores de Focio, y de otros
novadores?
Alejáronse
¡ay! los hijos de la casa paterna, que no por eso se arruinó ni
pereció, sostenida como está perpetuamente por el auxilio de Dios.
Vuelvan, pues, al Padre común, que olvidando las injurias inferidas ya a
la Sede Apostólica, los recibirá amantísimamente. Porque, si, como
ellos repiten, desean asociarse a Nos y a los Nuestros, ¿Por qué no se
apresuran a venir a la Iglesia, madre y maestra de todos los fieles de Cristo? (25). Oigan como clamaba en otro tiempo Lactancio: Sólo
la Iglesia Católica es la que conserva el culto verdadero, Ella es la
fuente de la verdad, la morada de la Fe, el templo de Dios, quienquiera
que en él no entre o de él salga, perdido ha la esperanza de vida
y de salvaci6n, Menester es que nadie se engañe a sí mismo con
pertinaces discusiones, Lo que aquí se ventila es la vida y la
salvación, a la cual si no se atiende con diligente cautela, se perderá y
se extinguirá (26).
18. Llamamiento a las sectas disidentes.
Vuelvan,
pues, a la Sede Apostólica, asentada en esta ciudad de Roma, que
consagraron con su sangre los Príncipes de los Apóstoles San Pedro y San
Pablo, a la Sede raíz y matriz de la Iglesia Católica (27); vuelvan los hijos disidentes, no ya con el deseo y la esperanza de que la Iglesia de Dios vivo, la columna y el sostén de la verdad (28) abdique
de la integridad de su fe, y consienta los errores de ellos, sino para
someterse al magisterio y al gobierno de ella. Pluguiese al Cielo
alcanzásemos felizmente Nos, lo que no alcanzaron tantos predecesores
Nuestros; el poder abrazar con paternales entrañas a los hijos que tanto
nos duele ver separados de Nos por una funesta división.
Plegaria a Cristo y a Maria.
Y ojalá Nuestro Divino Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad (29), oiga Nuestras ardientes oraciones para que se digne llamar a la unidad de la Iglesia a cuantos están separados de ella.
Con
este fin, sin duda importantísimo, invocamos y queremos que se invoque
la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Divina
Gracia, develadora de todas las herejías y Auxilio de los cristianos,
para que cuanto antes nos alcance la gracia de ver alborear el
deseadísimo día en que todos los hombres oigan la voz de su divino Hijo,
y conserven la unidad del Espíritu Santo con el vínculo de la paz (30).
19. Conclusión y Bendición Apostólica.
Bien
comprendéis, Venerables Hermanos, cuánto deseamos Nos este retorno, y
cuánto anhelamos que así lo sepan todos Nuestros hijos, no solamente los
católicos, sino también los disidentes de Nos; los cuales, si imploran
humildemente las luces del cielo, reconocerán, sin duda, a la verdadera
Iglesia de Cristo, y entrarán, por fin, en su seno, unidos con Nos en
perfecta caridad. En espera de tal suceso, y como prenda y auspicio de
los divinos favores, y testimonio de Nuestra paternal benevolencia, a
vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestro Clero y pueblo, os concedemos
de todo corazón la Apostólica Bendición.
Dado
en San Pedro de Roma, el día 6 de enero, fiesta de la Epifanía de
Nuestro Señor Jesucristo, el año 1928, sexto de Nuestro Pontificado.
Papa Pío XI
NOTAS
(1) Juan, 17, 21.
(2) Juan, 13, 35
(3) Hebr. 1, 1-2.
(4) Mat. 16, 15.
(5) Marc. 16, 15
(6) Juan 3, 5; 6, 48-59; 20, 22. Juan 18, 18.
(7) Mat. 13, 24, 31, 33, 44, 47.
(8) Ver Mat. 16, 18.
(9) Juan 10, 16.
(10) Juan 21, 15-17.
(11) Mat. 28, 19. (12) Mat. 28, 20. (13) Mat. 16, 18. (14) Juan 17, 21; 19,16. (15) Juan 16, 13.
(3) Hebr. 1, 1-2.
(4) Mat. 16, 15.
(5) Marc. 16, 15
(6) Juan 3, 5; 6, 48-59; 20, 22. Juan 18, 18.
(7) Mat. 13, 24, 31, 33, 44, 47.
(8) Ver Mat. 16, 18.
(9) Juan 10, 16.
(10) Juan 21, 15-17.
(11) Mat. 28, 19. (12) Mat. 28, 20. (13) Mat. 16, 18. (14) Juan 17, 21; 19,16. (15) Juan 16, 13.
(16) Act. 10, 41.
(17) Marc. 16, 16.
(18) IIJuan vers. 10.
(19) Ver I Tim. 2, 5.
(20) San Cipriano. De la Unidad de la Iglesia (Migne P. L. 4, col. 518-519)
(21) San Cipriano. De la Unidad de la Iglesia (Migne P. L. 4, col 519-B y 520-A.
(22) I Cor. 12, 12.
(23) Efes. 4, 15
(24) Efes. 5, 30; 1, 22.
(25) Concilio Lateranense IV, c. 5 (Denz-Umb. 436)
(26) Lactancio. Div. Inst. 4, 30. (Corp. Scr. E. Lat., vol. 19, pag. 397, 11-12; Migne P.L. 6, col. 542-B a 543-A).
(27) San Cipriano. Carta 38 a Cornelio 3. (Entre las cartas de San Cornelio Papa III; Migne P.L. 3, col. 733-B).
(28) I Tim. 3, 15.
(29) I Tim. 2, 4.
(30) Efes. 4, 3.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)