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ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

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domingo, 5 de noviembre de 2017

ANSELM GRÜN: UN BENEDICTINO RENEGADO

Traducción del artículo publicado en OPPORTUNE IMPORTUNE.
   
    
Mirad bien a esta especie de Rasputín con cogulla: se llama dom Anselm (en el siglo Wilhelm) Grün Dederichs, y es un monje benedictino alemán herético. Uno de los tantos, diréis. Pero este personaje, que vive en la Abadía de Münsterschwarzach (Baviera), lejos de ser condenado por sus delirantes afirmaciones heterodoxas, es idolatrado por la Conferencia Episcopal Alemana y, el que vocifera, es uno de los miembros de la comisión vaticana que prepara la autodenominada “Misa ecuménica”.
  
Este renegado osa afirmar:
«Cuando tengo cursos en la casa para huéspedes de nuestra abadía de Münsterschwarzach, invito siempre y expresamente a todos a hacer la Comunión, porque algunos cristianos evangélicos no creen en ella. Pero cuando los invito, acuden voluntariamente. Que el párroco católico celebre la Eucaristía en forma distinta al evangélico, hace parte de las diferencias de representación de las varias confesiones. Lo que es importante es la fe en el hecho de que Jesús está presente en la hostia, expresada por las palabras de la institución: “Esto es mi cuerpo” y “Esta es mi sangre”. Dado esto, nada impide hacer juntos la Comunión».
  
Epítome del nuevo curso conciliar bergogliano, él se hace paladín de la intercomunión considerando irrelevante, a fin del diálogo interreligioso, la diferencia sustancial entre la fe en el dogma católico de la Transustanciación y la herejía luterana de la Transignificación.
  
Alerta: él no niega explícitamente que las Sagradas Especies, por el ministerio del sacerdote ordenado, se transforman sustancialmente en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo nuestro Señor [N. del T. En la Iglesia Deuterovaticana el Orden Sacerdotal y la Transustanciación NO EXISTEN]; mas afirma que este dogma católico pueda conjugarse con el error protestante, según el cual en el Pan y en el Vino, por la fe de los presentes, se realiza una presencia meramente espiritual de Jesús.
   
A continuación, lo que afirmaba la primera versión heretical de 1969 de aquel artículo VII de la Institútio Generális Missális Románi promulgada por Pablo VI, y que después fue modificada en la siguiente Edítio týpica, sin aun cambiar el rito al cual daba forma:
«La Cena del Señor, o Misa, es la sagrada sinaxis o asamblea del pueblo de Dios, presidida por el sacerdote, para celebrar el memorial del Señor. De ahí que sea eminentemente válida para esta asamblea local de la Santa Iglesia, aquella promesa de Cristo: “Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. XVIII, 20)».
Artículo que en 1970 fue enmendado así:
«En la Misa o Cena del Señor, el pueblo de Dios es convocado bajo la presidencia del sacerdote, que representa a la persona de Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico. De ahí que sea eminentemente válida para esta asamblea local de la Santa Iglesia, aquella promesa de Cristo: “Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. XVIII, 20). Pues en la celebración de la Misa, en la cual se continúa el sacrificio de la cruz, Cristo está realmente presente en la misma asamblea congregada en su nombre, en la persona del ministro, en su palabra y, con toda verdad, sustancial y contínuamente, bajo las especies eucarísticas».
  
La astucia diabólica de las afirmaciones de dom Grün reside en el ignorar deliberadamente la diferencia entre la Misa católica y la Cena luterana, considerándolas entrambas dos legítimas declinaciones de la fe, meras diferencias de representación de las distintas confesiones, en nombre de la unidad en la diversidad tan cara a los fautores del ecumenismo.
  
Se diría que un comportamiento no disímil caracteriza también, ad intra, la aceptación de dos formas de celebración del mismo Rito Romano, razón por la cual la Misa tridentina [la reforma roncalliana de 1962, N. del T], a través de Summórum Pontíficum, se encuentra legitimada, pero sólo si se la acepta como versión extraordinaria del Novus Ordo, que en la mens del Legislador permanece como forma ordinaria.
  
No es que no vea que, si es difícil considerar posible una equiparación entre un rito perfectamente católico y su versión censurada y equívoca, es también imposible fingir que uno de los más sagrados dogmas custodiados y defendidos por la Iglesia en todos tiempos –y particularmente contra la herejía de Lutero– sea puesto en el mismo nivel que el error que lo niega. Mas en nombre de la unidad con las sectas inaugurada por el Concilio, hay quien evidentemente está dispuesto a comportarse exactamente como quien considera irrelevante el abismo doctrinal que separa la Misa católica de su versión omisoria y edulcorada elaborada por Bugnini con la colaboración activa de pastores protestantes.
  
Lo que de ahí resulta es hoy claro: el católico cree –más o menos– que en el Pan Eucarístico está sustancial e ininterrumpidamente presente el Señor, mientras que el calvinista cree que aquella presencia es solamente simbólica y temporera. Pero como entrambos creen en una presencia, esto les une al punto de poder participar de la misma mesa.
     
Me pregunto si piensan lo mismo, en el Cielo, los Mártires masacrados por los herejes por defender el dogma de la Presencia Real.
  
Grün afirma también:
«María es el prototipo del hombre redimido y lo que viene dicho de ella vale también para nosotros. La Inmaculada Concepción no es otra cosa que lo que se dice en la carta a los Efesios y en la liturgia: todos hemos sido elegidos en Cristo antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados. Ello no significa por tanto, que María es un ser especial y nosotros los pobres pecadores. Lamentablemente es una interpretación frecuente, pero esta no es la dogmática católica».
 
El horror que suscita esta afirmación blasfema contra la Beatísima Virgen no debe sin embargo llevar a considerar que dom Grün negó explícitamente el dogma de la Inmaculada Concepción: como en el caso precedente, él muestra una perfidia luciferina en extender dicho dogma a toda la humanidad, haciendo así que no sea más un privilegio exclusivo de la Madre de Dios, sino compartido por toda la humanidad según una interpretación arbitraria y distorsionada de la Carta a los Efesios de San Pablo.
   
Así, según este delirio, la Virgen fue preservada del pecado, pero nosotros también lo somos; y no por la incorporación a Cristo en virtud del Bautismo –cosa que de todos modos sería errónea–, sino ciertamente en virtud del simple hecho de ser, igual que Ella, seres humanos. Lo que hace eco a aquella herejía posconciliar, según la cual la salvación habría sido adquirida por Cristo, de hecho, casi impuesta a la humanidad entera, por medio de la Encarnación.
  
Propiamente en razón de esta presunta impecabilidad –que niega el pecado personal así como el original–, dom Grün invita a la Sacra Mesa a todos, católicos y herejes, prescindiendo de su disposición y del estado de Gracia exigido para comulgar: como se ve, tout se tient. Los pecadores obstinados agradecen la ocasión de cometer sacrilegio, recibiendo indignamente el Cuerpo del Señor [N. del T. En el Novus Ordo no importa si se está en pecado mortal o no. Igual, en él no se recibe a Cristo, sino al Anticristo] alentados por este benedictino indigno.
  
Y aquí me viene a la mente el sueño de San Juan Bosco, que ve como fortaleza de la Iglesia aquellas dos místicas columnas, aquellos estandartes sobre los cuales fulguraban la Hostia Santa y la Virgen Auxílium Christianórum.
  
Aquí se desvela el engaño diabólico: el odio a la Santísima Eucaristía y a la Beatísima Virgen. Poco importa que se niegue explícitamente el dogma de la Transustanciación –como osa afirmar con infame arrogancia el “liturgista” Andrea Grillo, docente en el Ateneo Sant’Anselmo e igualmente miembro de la comisión secreta que reforma en sentido calvinista la Misa– o el de la Inmaculada Concepción: lo que cuenta es que entrambas columnas de nuestra Santa Religión sean consideradas de poca importancia ante el “supremo bien” de la unidad ecuménica, la cual de hecho implica, si no la negación de lo Verdadero y lo Falso, del Bien y el Mal, cuando menos su equiparación.
   
Para indicar la postura ideológica del monje, baste saber que él fue citado en un escrito masónico del Gran Maestro Silvano Danesi del pasado Mayo de 2017, donde sostiene que “La meta del proceso de transformación consiste en la unificación de los opuestos” (ver aquí). No hay más que decir: dom Grün fue nombrado –vale decir, al igual que otro personaje puesto en muy alto Solio– para defender la tolerancia, entendida “como transformación en iguales y hermanos”, considerada significativamente “principio fundamental de la Masonería Libre”.
  
Y se verá, si solo se quiera usar el simple raciocinio, que esta es en fondo la matriz perversa que aúna estos errores doctrinales y pastorales implicados en Amóris Lætítia, gracias a los cuales es posible admitir la coexistencia de un bien en la teoría y de un mal en la práctica, en virtud de un presunto “discernimiento subjetivo”. Se necesita denunciar en alta voz estos engaños diabólicos, y considerar anatema a quienes se hacen desvergonzados heraldos en el seno de la Iglesia, o a quienes permanecen bajo este infaustísimo pontificado.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)