San Mercurio
nació en la ciudad de Roma hacia el año 224. Sus padres, Noé y Safina,
procedentes de Capadocia, lo llamaron Filopátor (que en griego significa
“el que ama a su padre”) y le educaron en la fe cristiana (se dice que
fue pariente de San Jorge, también soldado y mártir de la Fe). Cuando
creció, fue enlistado en el ejército imperial en tiempos del pagano
emperador Decio, ocupando el lugar de su padre, que había muerto meses
después de ser liberado del cautiverio bereber. El Señor le dio a
Filopátor fuerza y coraje en las armas, por lo cual ganó el aprecio de
sus conmilitones y la satisfacción de sus superiores. Ellos le llamaron
Mercurio y fue muy cercano al emperador.
Cuando
los bereberes se alzaron contra Roma, Decio les salió a su encuentro,
pero cuando vio que eran muchos, se aterrorizó. San Mercurio le aseguró
diciendo: “No tengas miedo, porque Dios destruirá a nuestros enemigos y nos dará la victoria”. Cuando dejó al emperador, un ángel se le apareció en forma humana y vestido de blanco, diciendo: “Mercurio,
siervo de Jesucristo, no temas. Toma esta espada de mi mano y combate
con ella a los bereberes. No te olvides de tu Dios cuando vuelvas
victorioso. Yo soy Miguel Arcángel, enviado por Dios para informarte que
deberás sufrir por el nombre del Señor. Yo estaré contigo y te apoyaré
hasta que completes tu testimonio. El nombre de Jesucristo nuestro Señor
será glorificado en ti”. Luego nuestro santo tomó la espada que San
Miguel le ofreció (por ello a San Mercurio se le conoce entre los
cristianos coptos con el apelativo de Abu Sayfayn -en árabe أَبُو
سُيُوف, “el portador de las dos espadas”: la espada militar y el poder
de Dios-), y alcanzó la victoria.
Cuando
el emperador Decio conquistó a sus enemigos y Mercurio regresó
vencedor, San Miguel Arcángel se le apareció a este último y le recordó
lo que le dijo antes, esto es, que se acordara del Señor su Dios. Era el
año 249, cuando Decio comenzó la persecución a los cristianos,
obligando a todo el mundo a que ofrecieran incienso a los ídolos. San
Mercurio pasó a orar durante toda la noche, gozoso de dar la vida por la
Fe, pero confesaba a Dios su debilidad.
La
mañana siguiente, Decio envió algunos mensajeros a Mercurio para que
acudiera a palacio so pretexto de discutir asuntos de Estado, pero él se
excusó diciendo que estaba cansado. El día siguiente, el emperador
mandó por él, diciendo: “Querido Mercurio, vamos a ofrecer incienso a los dioses que nos ayudaron a obtener la victoria en la guerra”.
El santo, pasando en medio de la multitud, se retiró. Sin embargo,
Catulo, uno de los guardias pretorianos, reportó su ausencia, y el
emperador llamó a Mercurio y le preguntó: “¿Es verdad que te niegas a adorar a los dioses que nos ayudaron durante la guerra?”, a lo cual respondió: “Oh
rey, yo no adoro a nadie excepto a mi Señor y Dios Jesucristo, a quien
debemos la victoria, y no a los tontos ídolos hechos por mano de hombre”.
El
emperador, viendo que no podía persuadirle, se puso furioso y ordenó
que lo degradaran de su rango militar y golpearan con azotes y varas (de
cuyas heridas fue curado milagrosamente en tres oportunidades), pero al
ver que la gente de la ciudad y los soldados estaban a favor de San
Mercurio, temió que se diera una revuelta. Por ello, decidió mejor
atarle con cadenas de hierro y enviarlo a lomo de asno hacia Cesarea de
Capadocia (actual Kayseri, Turquía) para ser condenado a muerte. Antes
de ser decapitado, San Mercurio levantó sus brazos y oró fervientemente,
pidiéndole al Señor que lo recibiera en su Reino. Entonces, vio al
Señor Jesús en toda su gloria, rodeado de muchos ángeles, bendiciéndole.
Esto llenó a nuestro mártir de tanto gozo que corrió a sus verdugos y
les pidió que cumplieran inmediatamente el mandato imperial. Luego se
arrodilló y dijo: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”.
Así completó San Mercurio, el 22 de Noviembre del 250, a sus veinticinco
años, el buen combate y recibió la corona de la vida en el Reino de los
Cielos.
Una
tradición refiere que el 26 de Junio del año 363, San Basilio el Grande
oró ante un icono en el que San Mercurio era retratado como un soldado
portando una lanza. Él le pedía a Dios que no permitiera que el
emperador Julián Apóstata regresara de la guerra contra los persas y
retomara su opresión contra los cristianos. La imagen de San Mercurio
plasmada en el icono desapareció, sólo para reaparecer después con la
lanza ensangrentada. Luego se supo que Julián Apóstata, en su campaña
contra la Persia, fue herido por la lanza de un soldado desconocido, que
inmediatamente desapareció. Julián, entre horribles dolores, pues la
lanza le atravesó el hígado y los intestinos, expiró tras exclamar -se
non è vero, è ben trovato- “Νενίκηκας, ω Γαλιλαῖε!” (en latín Vicísti,
Galilǽe!, ¡Venciste, Galileo!).
Finalizada
la persecución, el sepulcro del santo fue revelado. San Mercurio se
apareció a un hombre pobre en la ciudad y le dijo: “Yo soy Mercurio,
el mártir del Señor. Mi cuerpo está enterrado en los jardines de
Capadocia, bajo la vieja casa en el camino al palacio real. Mi cuerpo
luce blanco como la nieve, porque Jesús estuvo presente en la hora de mi
martirio”. La mañana siguiente, el hombre cavó en el lugar donde le
fue dicho, y comenzó a sentir el aroma del perfume, viendo el cuerpo
del santo. La noticia se esparció rápidamente y muchos vinieron a verlo.
Luego lo trasladaron temporalmente a la iglesia local, hasta que
construyeron una nueva iglesia en su honor, donde fue sepultado con
respeto y devoción, obrándose allí muchas sanaciones y conversiones.
Pocos
años después del hallazgo, el Catholicós de Armenia visitó Egipto y se
reunió con el Patriarca de Alejandría, quien le preguntó si podía darle
parte de las reliquias de San Mercurio para ubicarlas en una iglesia que
en su honor construyó en Egipto, siendo transferidas allí el 16 de
Junio (9 de Paoni en el calendario copto). Otra parte de ellas son
conservadas en el Santuario de Monte Vergine cerca a Avellino, en la
iglesia del Santísimo Salvador de la ciudad de Toro, y en la iglesia de
San Mercurio en Serracapriola (provincia de Foggia). Las monjas del
monasterio de San Mercurio en El Cairo le atribuyen a su intercesión que
el gobierno egipcio reversara una orden de confiscación de un terreno que tenían en Alejandría, el cual iba a ser destinado para un complejo vacacional de los oficiales del ejército.
ORACIÓN (del antiguo Misal de Maguncia)
Oh Dios, que sostuviste a tu glorioso mártir el bienaventurado San Mercurio con la virtud de la constancia en su pasión, concédenos que podamos imitarlo en despreciar por tu amor la prosperidad mundana, y a no temerle a la adversidad. Por J. C. N. S. Amén.
ORACIÓN (del antiguo Misal de Maguncia)
Oh Dios, que sostuviste a tu glorioso mártir el bienaventurado San Mercurio con la virtud de la constancia en su pasión, concédenos que podamos imitarlo en despreciar por tu amor la prosperidad mundana, y a no temerle a la adversidad. Por J. C. N. S. Amén.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)