Nada de «barbarismos»: no se usa «flash» sino «lampo», ni «budget» sino
«plan de expensas». Ni tampoco arcaísmos como «la augusta palabra del Santo
Padre». Mucho menos neologismos como «propagandear» en vez de divulgar. Es
el italiano curial, considerado lengua «oficial» de la Iglesia. Lo dice monseñor Paolo Rizzi, funcionario de la Secretaría de Estado vaticano.
Paolo Rizzi
El suceso se dio en los «Estados Generales de la lengua italiana», que este año se desarrollaron en Villa Madama, el 22 de octubre, en presencia
del ministro de Exteriores Enzo Moavero Milanesi. La iniciativa fue promovida por el Ministerio en la conclusión de la «Semana de la lengua italiana en el mundo». La intervención de Rizzi fue publicada en el sitio de la Accademia della Crusca [institución encargada de regular y perfeccionar el italiano, análoga a la Real Academia Española o a la Académie française, N. del T.]: en la presentación el presidente Claudio
Marazzini explica que «en el escrito encontraremos (por primera vez) una
descripción adecuada del uso lingüístico al interior de la Curia, y también encontraremos indicaciones sobre el tipo de
italiano que la Curia romana considera adaptado a este importantísimo objetivo».
«El objetivo de esta mi intervención es el de ilustrar el uso actual de la lengua italiana en la Curia romana,
esto es, en el seno de los organismos –Dicasterios y Oficinas varias– que ayudan al pontífice en el ejercicio de su universal ministerio», promete monseñor Rizzi.
Por tanto, no toma en consideración «tal uso ni en la Iglesia en general –contextos de catequesis, predicación y misiones– ni en los textos litúrgicos de las celebraciones papales, a excepción de la homilía».
La Curia Romana es una realidad «internacional, en el sentido que operan obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos provenientes de todo el mundo. Mas el Reglamento General de la Curia Romana prevé que para ser nombrado como personal de nómina en los más altos niveles, es necesario el conocimiento del italiano (art. 14 § 2)». En la praxis,
«tal conocimiento, al menos mínimo, es requerido a todo el personal de todo orden y grado. Esto vale también para los eclesiásticos que están destacados entre el personal diplomático de la Santa Sede en servicio en las Representaciones Pontificias: ellos deben tener un buen dominio de esta lengua, instrumento indispensable para relacionarse con los organismos vaticanos».
El italiano, por tanto, es la lengua más utiilizada en la Curia romana, que comprende a «cerca de cuarenta estructuras, las cuales se ocupan de los distintos ámbitos de la acción pastoral del Papa, en favor de los católicos esparcidos por todo el planeta». En estas «realidades institucionales, la mayor parte
de las pratiche es redactada en italiano: me refiero a la correspondencia
interna de la Curia misma, entre Dicasterios y oficinas, y también fuera de ésta con las diócesis, parroquias, institutos religiosos y asociaciones tanto italianas como de otros países».
Así, en cada organismo de la Curia, «aunque encontrándose, obviamente, las distintas secciones lingüísticas o al menos expertos en las distintas lenguas, el sector con más personal es el de lengua italiana. Esto se resalta sobre todo en la Primera Sección de la Secretaría de Estado, que atiende
al disbrigo de los asuntos cotidianos relativos al ministerio del Santo
Padre». Es «sabido, de hecho, cómo los Papas, hasta ahora, especialmente en los encuentros públicos, manejan la lengua italiana:
en la Audiencia General del miércoles y en otras audiencias especiales; en las homilías de las celebraciones litúrgicas; en las palabras pronunciadas antes del Ángelus dominical; en los discursos más diversos dirigidos a grupos o personalidades», recuerda Rizzi.
El Papa Francisco, pues, también en tantas visitas pastorales al extranjero «se vale de la lengua italiana que bien conoce. En todas estas circunstancias, para favorecer la fuctífera participación de todos, se adoptan obligatoriamente los sistemas de traducción simultánea o diferida, por medio de altavoces o de apoyo impreso».
Por todo esto se entiende «cómo el italiano sea considerado la lengua oficial de la Iglesia, en cuanto es la más utilizada en los encuentros masivos de fieles provenientes de los distintos continentes, especialmente cuando está presente el Papa en Roma o en otros países».
El prelado ilustra después algunos criterios del italiano curial.
Sobre todo la pureza de la lengua: «Consiste en usar palabras
propias, esto es, consagradas por el uso secular y por el ejemplo de los buenos escritores. La pureza exige por tanto no mezclar la lengua italiana
con elementos que mutino las cualidades o disminuyan el pregio». He aquí que se evitan, «entre otros: los barbarismos o provincialismos, esto es, palabras o locuciones tomadas de otra lengua sin un preciso motivo
funcional. Por ejemplo, “flash” por “lampo” [destello]; “dossier” por “fascicolo” [fascículo];
“budget” por “piano di spesa” [plan de expensas]; “forfait” por “contratto globale”». Tampoco «arcaísmos –por ejemplo: “benignarsi” por “compiacersi”;
“l’augusta parola del Santo Padre” por “la parola del Santo Padre”». No se admiten «neologismos: “localizzare” por “circoscrivere” [circunscribir],
“propagandare” por “divulgare”; “selfie” por “autoscatto fotografico” [autorretrato fotográfico]».
Luego, la propiedad de lenguaje: se emplean los «vocablos según
el uso mejor y el significado preciso. Se trata de evitar
impropiedades o imprecisiones: por defecto –por ejemplo: “hacer” un error,
una orden, una casa, un arrosto, un cuadro, un bella acción; por
cometer, seguir, construir, cocinar, pintar, cumplir»; por
«exceso: “la fama se divulgó”, cuando se trata de pocas personas»;
también «por redundancia: profondere muchas palabras, elogios»; y atención «a los superlativos: “el Obispo más conocido”, “el teólogo más visto”»; por «contradicción: “completamente vacío”»; y «por tautología: “como se
dirá en seguida”; “como ya dicho precedentemente”».
Finalmente, Rizzi subraya: «En la redacción de las pratiche internas y de los textos oficiales de la Curia Romana, el italiano consiente una
producción literaria que combina algunas cualidades importantes:
naturaleza, elegancia y armonía», posponiendo la «sofisticación, retórica,
prosopopeya y oscuridad».
COMENTARIO
Tiene razón don Rizzi en señalar que el italiano es el idioma
‘oficial de la iglesia’, EN EL ASPECTO INSTITUCIONAL, esto es, de la
Curia Romana y del
cuerpo diplomático (conformados casi totalmente por italianos), y que
proponga el léxico de la Curia como un modelo de pureza lingüística
frente a la invasión de los barbarismos procedentes sobre todo de la
lengua inglesa. Mas por otra parte, decir que lo es para la Iglesia como
CUERPO MÍSTICO DE CRISTO, es un trecho largo y peligroso, toda vez que
por más de mil quinientos años, el latín (la lengua madre del italiano,
el español y el francés) era, además del idioma litúrgico, el idioma de
la diplomacia, la instrucción superior y el derecho de la Iglesia
Católica.
Ahora, si comparamos la tabla de posiciones de
los idiomas hablados actualmente en el mundo (unos 7.000), el italiano
ocupa el puesto 24, como idioma de alcance solamente nacional (el chino
mandarín es un idioma nacional, pero sus más de 1107,1 millones de
hablantes le dan un holgado segundo lugar, superando al hindi -534,2
millones- y al español -512,9 millones- juntos). No se niega que el italiano es una lengua bellísima (de hecho, al italiano se le conoce como «la lingua dell’arte» por su presencia en la literatura -Bocaccio, Dante, Manzoni,...- y la música clásica -muchas de las piezas famosas de ópera son en italiano-) y con una larga historia, pero si se le mira desde el ámbito comunicativo eclesial (no tanto en la Curia y la diplomacia -lo que es lógico, por las razones anteriores-, sino a nivel externo), la cosa es a otro precio: Prueba de ello es que en el pasado Sínodo, las traducciones para los asistentes presentaron muchos problemas. No es un secreto que el italiano fue el idioma base de los trabajos sinodales, pero no todos los obispos presentes dominaban el idioma, y cuantos lo han estudiado, no todos lo hacen en Roma. Peor aún, ni sabían bien por qué votaban, porque no contaban con las traducciones de las propuestas (que, dicho sea de paso, según el arzobispo de Sídney, eran LEÍDAS MUY RÁPIDAMENTE) y las deliberaciones doctrinales tenían que elaborarse a la cañona porque las propuestas aparecían prácticamente de la nada.
El
latin es la lengua madre del italiano, el francés, el español, el gallego-portugués, el rumano y las demás lenguas románicas. Es también fundamental para conocer nuestra historia en todos sus aspectos,
jurídicos, literarios, sociales y también religiosos. Más, el latín es una expresión de la nota Unidad que caracteriza a la Iglesia Católica en todos los tiempos y en todos los países: en todos los reinos de España, por ejemplo, la Liturgia Hispánica codificada por San Isidoro de Sevilla era en latín, como también el Rito Bracarense y los otros usos pre-tridentinos que existían (el de Toledo, el de Lleida, el de Sevilla y el Tarraconense). Pretender una unidad eclesiástica en torno al italiano es
imposible, menos cuando las palabras toman tantos matices, giros y contragiros que a la final se olvida qué significaban originalmente. Si no, preguntadle al magíster ambigüetátis que es el propio Bergoglio, quien si para oir a su antecesor se necesitaba una libreta de apuntes, con éste toca cargar diccionarios (o mejor, cubrir los oídos, porque sólo habla blasfemia).
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)