DE LO MUCHO QUE OFENDE A DIOS EL QUE LLEGA A COMULGAR SIN LA DEBIDA DISPOSICIÓN (Insinuaciones de la Divina Piedad, Lib. 3 cap. 18, § 4).
Un día después de haber comulgado, estando Nuestra Madre Santa Gertrudis considerando con cuanta diligencia se debe guardar la boca, por ser ella principalmente entre los otros miembros, el retrete y preciosa morada de los misterios de Cristo; le enseñó su Majestad lo que deseaba saber con este símil: «Si el que no guarda su boca de palabras vanas, mentirosas, torpes, detractoras, y de murmuraciones, y otras tales; sin haber hecho penitencia de ellas, se llega a la Santa Comunión, este tal (cuanto es de su parte) recibe a Cristo, al modo, que el que teniendo juntas muchas piedras al umbral de su casa, apedrease con ellas a su huésped al entrar en ella; o como si con una barra de hierro le rompiese la cabeza».
El que lee esta doctrina de Cristo, considere con sollozos y lágrimas de tierna y grande compasión, cuan grande es la diferencia que hay entre la inefable piedad y benignidad de este Divino Señor, por una parte, y entre la ingratitud y fiereza del que así le recibe, por otra.
Pondere cuan injusta cosa es, que sea perseguido con tanta crueldad, el Señor que con tanta mansedumbre viene a solicitar y a obrar nuestra eterna salud, y que sea así perseguido de los mismos a quienes desea comunicar tan soberano favor.
Esto mismo, que se ha dicho de las palabras ilícitas, se puede aplicar a otros cualesquiera pecados; pues por ellos procura el pecador (cuanto es de su parte) quitar la vida, al Señor que viene a dársela, y que por su remedio murió en una Cruz.
El que lee esta doctrina de Cristo, considere con sollozos y lágrimas de tierna y grande compasión, cuan grande es la diferencia que hay entre la inefable piedad y benignidad de este Divino Señor, por una parte, y entre la ingratitud y fiereza del que así le recibe, por otra.
Pondere cuan injusta cosa es, que sea perseguido con tanta crueldad, el Señor que con tanta mansedumbre viene a solicitar y a obrar nuestra eterna salud, y que sea así perseguido de los mismos a quienes desea comunicar tan soberano favor.
Esto mismo, que se ha dicho de las palabras ilícitas, se puede aplicar a otros cualesquiera pecados; pues por ellos procura el pecador (cuanto es de su parte) quitar la vida, al Señor que viene a dársela, y que por su remedio murió en una Cruz.
NOTAS DEL TRADUCTOR
Mira, ¡oh Cristiano!, cuán horrorosa cosa es la que acabas de oir. Considera atentamente cuán horrible cosa es el llegarse a recibir a Cristo Sacramemado sin la debida disposición, pues el que le recibe indignamcnte, además de la irreverencia que comete contra Dios, recibc, en lugar de la vida de la gracia, sentencia de su eterna condenación. «Es este Santísimo Sacramento el Amor de los amores (así le llama un Autor Piadoso). Es un compendio de finezas, y finezas Divinas. Luego, el que no llega a recibir este Amor con afecto amoroso, antes bien le recibe agraviándole y ofendiéndole; este tal no solo es ingrato, sino infiel y cruel». Así lo infiere el Autor citado, y le atribuye esta sentencia a Nuestro Padre San Bernardo.
A Oza castigó Dios con muerte temporal, privándole de la vida del cuerpo, porque tocó irreverentemente el Arca del Señor (II Reyes 6, 6), que era figura de este Sacramento; guárdate tú, no seas privado de la vida del alma y castigado con muerte eterna, de la cual eres digno, si indignamente tocas y recibes al Santo de los Santos. Dice San Pablo que el que recibe indignamente el Cuerpo y Sangre de Cristo, es reo del Cuerpo y Sangre de Cristo (I Corintios 11, 27). Es como Cristicida, o Agresor de Cristo.
Enséñanos el Evangelio (San Mateo 22), que un convidado que fue a sentarse a la mesa de un Rey sin vestidura decente fue arrojado del convite, y encerrado en un perpetuo, oscuro y penoso calabozo, en pena de su desatención y desacato. Tema pues el Cristiano que sin la vestidura de pureza y piedad se atreve a llegar al Sagrado Convite del Altar, en el cual ha de recibir dentro de sí mismo a Jesucristo Hijo de Dios Vivo, Rey de reyes y Señor de Señores. Procure llegar con mucha devoción, piedad y pureza a este Señor que es Fuente de pureza y piedad; porque si carece de esta disposición, en lugar de aguas saludables de vida, beberá el tósigo de la muerte.
Para haber de llegar a este Divino Convite, se ha de purificar la conciencia con la penitencia, por la cual consigue la aima la vestidura de la gracia; y se ha de adornar con fervorosa devoción, haciendo muchos actos de humilde rcconocimiento de su indignidad y miseria, y de amoroso agradecimiento del amor, benignidad y misericoidia del Señor, a cuyo Convite se llega. De esta suerte llegará dignamente a la mesa, y gustará del manjar del Cielo con muchos aumentos de gracia, y dones espirituales.
Enséñanos el Evangelio (San Mateo 22), que un convidado que fue a sentarse a la mesa de un Rey sin vestidura decente fue arrojado del convite, y encerrado en un perpetuo, oscuro y penoso calabozo, en pena de su desatención y desacato. Tema pues el Cristiano que sin la vestidura de pureza y piedad se atreve a llegar al Sagrado Convite del Altar, en el cual ha de recibir dentro de sí mismo a Jesucristo Hijo de Dios Vivo, Rey de reyes y Señor de Señores. Procure llegar con mucha devoción, piedad y pureza a este Señor que es Fuente de pureza y piedad; porque si carece de esta disposición, en lugar de aguas saludables de vida, beberá el tósigo de la muerte.
Para haber de llegar a este Divino Convite, se ha de purificar la conciencia con la penitencia, por la cual consigue la aima la vestidura de la gracia; y se ha de adornar con fervorosa devoción, haciendo muchos actos de humilde rcconocimiento de su indignidad y miseria, y de amoroso agradecimiento del amor, benignidad y misericoidia del Señor, a cuyo Convite se llega. De esta suerte llegará dignamente a la mesa, y gustará del manjar del Cielo con muchos aumentos de gracia, y dones espirituales.
Filosofía del Cielo enseñada por la Sabiduria increada: documentos saludables que dictó Nuestro Divino Maestro Jesucristo a su amada discípula y esposa la Virgen Santa Gertrudis, abadesa del Monasterio Elpidiano, en Sajonia, de la Orden de San Benito (Traducción del Padre Fray José Fernández OSB, con licencia eclesiástica). Barcelona, casa de Antonio Lacaballería, 1692. Páginas 117-118.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios deberán relacionarse con el artículo. Los administradores se reservan el derecho de publicación, y renuncian a TODA responsabilidad por el contenido de los comentarios que no sean de su autoría. La blasfemia está estrictamente prohibida, y los insultos a la administración es causal de no publicación.
Comentar aquí significa aceptar las condiciones anteriores. De lo contrario, ABSTENERSE.
+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)