«El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios y éste lo escuchará» (Job XII, 4). Muchas
veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el
halago de los aplausos humanos, se desvía hacia los goces exteriores,
posponiendo las apetencias espirituales, y se complace, con
un abandono total, en las alabanzas que le llegan de fuera, encontrando
así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo realmente. Y
así, embelesada por las alabanzas que escucha, abandona lo que había
comenzado. Y aquello que había de serle un motivo de alabanza en Dios se
le convierte en causa de separación de él.
Otras veces, por el contrario, la
voluntad se mantiene firme en el bien obrar, y, sin embargo, sufre el
ataque de las burlas de los hombres; hace cosas admirables, y recibe a
cambio desprecios; de este modo, pudiendo salir fuera de sí
misma por las alabanzas, al ser rechazada por la afrenta, vuelve a su
interior, y allí se afinca más sólidamente en Dios, al no encontrar
descanso fuera. Entonces pone toda su
esperanza en el Creador y, frente al ataque de las burlas, implora
solamente la ayuda del testigo interior; así, el alma afligida,
rechazada por el favor de los hombres, se acerca más a Dios; se refugia
totalmente en la oración, y las dificultades que halla en lo exterior
hacen que se dedique con más pureza a penetrar las cosas del espíritu.
Con razón, pues, se afirma aquí: «El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios y éste lo escuchará», porque los malvados, al reprobar a los buenos, demuestran con ello cuál es el testigo que buscan de sus actos. En cambio, el alma del hombre recto, al buscar en la oración el remedio a sus heridas, se hace tanto más acreedora a ser escuchada por Dios cuanto más rechazada se ve de la aprobación de los hombres.
Hay que notar, empero, cuán acertadamente se añaden aquellas palabras: Como lo soy yo; porque hay algunos que son oprimidos por las burlas de los hombres y, sin embargo, no por eso Dios los escucha. Pues, cuando la burla tiene por objeto alguna acción culpable, entonces no es ciertamente ninguna fuente de mérito.
El hombre honrado y cabal es el hazmerreír. Lo propio de la sabiduría de este mundo es ocultar con artificios lo que siente el corazón, velar con las palabras lo que uno piensa, presentar lo falso como verdadero y lo verdadero como falso.
La sabiduría de los hombres honrados, por el contrario, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con las palabras su interior, en amar lo verdadero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratuitamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que hacerlo; en no quererse vengar de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la integridad. Ellos tienen por una necedad el obrar con rectitud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad.
Con razón, pues, se afirma aquí: «El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios y éste lo escuchará», porque los malvados, al reprobar a los buenos, demuestran con ello cuál es el testigo que buscan de sus actos. En cambio, el alma del hombre recto, al buscar en la oración el remedio a sus heridas, se hace tanto más acreedora a ser escuchada por Dios cuanto más rechazada se ve de la aprobación de los hombres.
Hay que notar, empero, cuán acertadamente se añaden aquellas palabras: Como lo soy yo; porque hay algunos que son oprimidos por las burlas de los hombres y, sin embargo, no por eso Dios los escucha. Pues, cuando la burla tiene por objeto alguna acción culpable, entonces no es ciertamente ninguna fuente de mérito.
El hombre honrado y cabal es el hazmerreír. Lo propio de la sabiduría de este mundo es ocultar con artificios lo que siente el corazón, velar con las palabras lo que uno piensa, presentar lo falso como verdadero y lo verdadero como falso.
La sabiduría de los hombres honrados, por el contrario, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con las palabras su interior, en amar lo verdadero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratuitamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que hacerlo; en no quererse vengar de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la integridad. Ellos tienen por una necedad el obrar con rectitud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad.
(SAN GREGORIO MAGNO. Morália, sive Exposítio in Job, Libro X, 47-48. Cf. JACQUES-PAUL MIGNE, Patrología Latina LXXV, 946-947)
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)