«Cuando el servidor de Dios es
visitado por el Señor en la oración con alguna nueva consolación, antes
de terminarla debe levantar los ojos al cielo y, (juntas las manos),
decir al Señor: “Señor, a mi, pecador e indigno, me has enviado del
cielo esta consolación y dulzura; te las devuelvo a ti para que me las
reserves, pues yo soy un ladrón de tu tesoro”. Y también: “Señor,
arrebátame tu bien en este siglo y resérvamelo para el futuro”. Así debe
ser, de modo que, cuando salga de la oración, se presente a los demás
tan pobrecito y pecador como si no hubiera obtenida ninguna gracia
nueva. Por una pequeña recompensa se pierde algo que es inestimable y se
provoca fácilmente al Dador a no dar más».
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)