«Hoy la Iglesia ha cometido un gran error, retrasando el reloj 500 años con las guitarras y las canciones populares. No me gusta eso. El canto gregoriano es una tradición vital de la Iglesia, y desperdiciarla teniendo sujetos que mezclan palabras religiosas y canciones profanas occidentales es extremadamente grave. Lo mismo pasaba antes del Concilio de Trento, cuando los cantores cantaban canciones profanas con melodías sagradaa y palabras sagradas…No estoy de acuerdo con, y lo siento firmemente, mezclar música profana seglar con palabras religiosas en la Iglesia, o mezclar música religiosa con letras profanas y seglares. Después del Concilio Vaticano II, me pidieron del Vicariato ser consultor para dos piezas de música eclesiástica cantada, y lo rechacé. La Iglesia y los cristianos tienen el canto gregoriano, y ellos nos dijeron que ahora teníamos que tener esta otra música, así que me negué. Todos los músicos en Roma también rehusaron trabajar con eso».
Estas palabras del célebre músico, compositor, arreglista y director de orquesta italiano Ennio Morricone Ridolfi (si sois de cierta edad, tal vez lo recordéis por bandas sonoras de “spaghetti westerns” como “El bueno, el malo y el feo”, “Por un puñado de dólares”; o de la película “La Misión” sobre las misiones jesuitas en las Indias Españolas del siglo XVII) pronunciadas ante Edward Pentin en una entrevista en el año 2009 han hecho de él una especie de paladín tradiconservador de la Música Sacra frente a la irrupción de la música popular en la Iglesia antes, durante y después del Vaticano II.
Nada más lejos de la realidad. En la entrevista citada, antes de «Pero no estoy de acuerdo con…», defiende el uso del vernáculo en la Misa:
«Yo entiendo que la Misa en italiano y en una lengua nacional es muy útil y muy importante porque la gente puede seguirla muy bien. Pero también entiendo la tradición de la Iglesia de tener un idioma como el latín, que es tan importante y serio para la misma Iglesia. Esta fue también una decisión del Concilio Vaticano II. Así que apoyo que la Misa sea en latín o en el idioma nacional de un país».
Aparte, gracias a los bergoglianos de Faro di Roma, que cual reloj averiado da la hora exacta dos veces al día: trayendo apartes de las últimas entrevistas que el hoy finado diera a Aldo Cazzullo en CORRIERE DELLA SERA (negrillas propias de traducción:
- (Sobre el apoyo de Clint Eastwood a Donald Trump): «Respeto a Clint y sus ideas. ¡Pero no estoy de acuerdo sobre Trump! Para mí, Obama no es desagradable. Ha cumplido su deber, aunque teniendo el Congreso en contra».
- (Sobre Matteo Renzi Bovoli, ex-primer ministro): «Hace bien al pelear en Europa para tener más flexibilidad. A mí me parece valiente. Sé que muchos no están de acuerdo con él, que le reprocharán entradas forzadas. Pero vivan las forzaduras, si sirven para sacudir a un Parlamento que dormía por años: Renzi ha hecho la reforma del Senado, y las uniones homosexuales. Espero y creo que continuará».
- (Sobre sus propias ideas políticas): «Soy católico, votaba por la Democracia Cristiana, pero siempre he considerado a Jesús el primer comunista. Me siento de parte de los pobres, incluso si tengo una bella casa; pero nunca me han robado dinero…».
- (Recordando su juventud durante la guerra): «En mi familia, el fascismo no lo habíamos visto como un drama. Pero cuando el Duce anunció la declaración de guerra, mi madre, que lo escuchaba en la radio, rompió en lágrimas, y yo con ella. Mi padre tocaba la trompeta. No éramos pobres, pero con la guerra llegó el hambre: los sucedáneos, el pan pegajoso, la miga que parecía engrudo. Mi tío tenía una carpintería, y yo en los meses de la ocupación nazi andaba empolvadísimo con el triciclo para tomar sacos de virutas para llevarlos al panadero: cada diez sacos, un kilo de pan. Las noticias llegaban como amortiguadas. En la mañana estudiaba en el conservatorio, en la tarde tocaba la trompeta para los oficiales alemanes, reunidos en el Florida de la avenida Crispi, para bailar los valses de Strauss con las chicas romanas. Un día en la plaza Colonna me encontré a un sacerdote partisano, don Paolo Pecoraro [párroco de Santa Cecilia en el Trastevere, que izó en la plaza de San Pedro la bandera roja llamando a rebelión; posteriormente recompensado con la Medalla de plata de la Resistencia y profesor en Subiaco, N. del T.], que me dijo: ‘Entre poco sentirás las grandes’. Poco después sentí un estallido. Era la bomba de la calle Rasella. Después llegaron los estadounidenses, y tocaba la trompeta para ellos en los locales de la calle Cavour. No nos daban dinero sino comida –pan blanco, chocolate, también alimentos ya cocinados– y cigarrillos; yo no fumaba, revendía los cigarrillos por la calle y llevaba el dinero a casa. La noticia de la muerte del Duce me dejó indiferente. Pero cuando vi sus fotos, colgado en la estación de la plaza Loreto, me conmoví. Lloré también por el rey, cuando perdió el referendo y fue obligado al exilio. Es verdad, sabía que Víctor Manuel III se había marchado, pero para mí la monarquía era la Italia del Risorgimento, que acababa para siempre».
- (Sobre Maria Travia, su esposa y madre de sus cuatro hijos): «Nos conocimos en Roma en el Año Santo, 1950. Ella nació en Sicilia, pero tres años antes vino a la Capital. Era amiga de mi hermana Adriana. En seguida me gustó muchísimo. Pero a ella yo le gustaba menos. Después Maria tuvo un incidente con el coche de su papá. Un instante de distracción, y se estrelló. Estaba enyesada del cuello a los pies, como se usaba entonces. Sufría muchísimo. Yo permanecí muy cerca de ella. Y así, día tras día, gota a gota, la hice enamorar. Porque en el amor, como en el arte, la constancia lo es todo. No sé si existan el golpe de rayo, o la intuición sobrenatural. Sé que existen la obligación, la coherencia, la seriedad, el tiempo. Y, ciertamente, la fidelidad. Claro, nos hicimos novios. Y nos casamos el 13 de Octubre de 1956».
- (Sobre Roma): «También el amor por Roma, como por Maria, dura una vida; me hace mucho mal ver así reducida a mi ciudad. Habito cerca a la plaza Venecia. Cuando salgo en coche me parece estar en barco o sobre una pista de baile, tan desconectada está a la calle. Pero no hay más dinero, administrar se ha vuelto dificilísimo».
Finalmente, aquel encuentro con el Papa Francisco que hizo conmover a Morricone en ocasión del concierto para los pobres en el 2016 (donde dirigió la Missa Papæ Francísci, compuesta por él a pedido del rev. Daniele Libanori SJ, vicario de Roma –y, según rumores, posible sucesor del cardenal Beniamino Stella como Prefecto la Congregación para el Clero–, para conmemorar los 200 años de la restauración de la Compañía de Jesús por Pío VII –dicho sea de paso, pieza digna de una película de ciencia ficción como 2001: Una odisea espacial–).
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)